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Empecemos por el principio, por obvio que parezca: no todos los aceites son iguales. Además de provenir del aguacate, el girasol, el maíz o la soja, cuando hablamos de los de oliva debemos tener en cuenta que se trata del zumo extraído de la aceituna después de un proceso de decantado y centrifugado para separar el agua de aceite. Sabiendo esto, tendremos que conocer su clasificación para evitar timos y confusiones.
Refleja los aromas y sabores propios de la variedad de aceituna de la que proviene y de la tierra donde se ha cultivado, no puede presentar defectos y su acidez máxima no debe ser superior a 0,8º.
Posee una acidez igual o inferior a 2º y puede presentar unos pocos defectos que no siempre detecta el consumidor. En ambos casos hay monovarietales y coupages o, lo que es lo mismo, aceites elaborados a base de una sola variedad o con mezcla de ellas.
Con una acidez que supera los 2º, se llama así porque, en la antigüedad, era el que se empleaba para las lámparas de aceite que iluminaban los hogares. Es claramente defectuoso y no es comestible. De hecho, puede contener elementos extraños y para su consumo debe ser sometido a un proceso de refinación.
Tras la refinación del lampante, el resultado es un aceite inodoro, incoloro, insípido y sin propiedades. Esto cambia con la adición de una proporción de virgen.
Es la mezcla de virgen (no lampante) y de oliva refinado. Atención: es el aceite líder en ventas en el mercado.