Dulces 'Iesu Communio' (Godella, Valencia)
Confitería divina
Dificultad
Fácil
Dificultad
Fácil
En las pequeñas cocinas del convento Iesu Communio de Godella, en Valencia, un grupo de hermanas, el que forman ese día el equipo repostero, está horneando los bizcochos. Sin prisa, con mimo. La luz entra a raudales por las cristaleras que dan al patio blanco. Uno de los lados del convento, justo el área particular, da a un pequeño huerto y a un conjunto de naranjos. Más allá, en el horizonte, está la huerta de Valencia, la poca que queda.
Las 80 religiosas que habitan esta casa llegaron el pasado mes de octubre desde el monasterio de La Aguilera, en Burgos, a repoblar (y fundar de alguna manera) este lugar. Construido después de la Guerra Civil española y rehabilitado hace poco para la ocasión, el convento alberga, además de la cocina y los lugares privados de las hermanas, una pequeña tienda (que también tiene su parte on line) abierta al público para vender los dulces. Sus dulces. Los que hacen cada mañana de manera artesanal. ¿Pero cuándo empezó esta historia? Veamos.
Todo arrancó hace décadas en Lerma, otro enclave burgalés, donde la hermana Blanca, la pionera, empezó a hacer dulces. Ella se lo pasó a otras y estas, a otras tantas… Así, pasándose las recetas y la maestría para hacerlas de generación a generación nació esta repostería artesanal que, damos fe después de probarla, es una bendición…
Tartas, tartaletas, hojaldres, unas pastas de té que son gloria pura, pastas de mantequilla que nada tienen que ver con lo que habíamos probado hasta la fecha (se deshacen, literalmente, en la boca), chocolates, bombones, brownies, membrillos… Todo tiene un sentido y un orden en esas cocinas blancas, donde todo se hace a mano y todos los ingredientes son de primera. Nada de máquinas lanzando las bolitas de chocolate, ni la crema de los hojaldres; solo la pericia de las hermanas, el trabajo en equipo y esa sabiduría que ha pasado de boca a boca, de mano a mano.
Todo eso y la visión de futuro, claro, hace posible que cada día lleguen a la tienda física de los conventos de Valencia y de La Aguilera, más y más cajas con dulces. Y que los pedidos en la primorosa web que han creado no dejen de crecer. "Nuestras recetas llevan ingredientes de primera calidad, sin conservantes ni sucedáneos". Estuvimos allí (era su primera vez con periodistas) y lo comprobamos in situ.
El equipo de esta mañana está formado por cuatro hermanas que preparan los bizcochos. En la cocina contigua (por cierto, no había visto un espacio de trabajo más impoluto en mi vida) otro grupo se encuentra elaborando uno a uno los bombones. Mientras tanto, el resto de las religiosas tienen su propio cometido: cocinar lo que van a comer, mantener el orden del convento, gestionarlo, organizar los pedidos… Para lograr que todo encaje como encaja hay varias fórmulas mágicas: la calma, la paciencia, la armonía, la risa, el empeño, la alegría, la constancia y la curiosidad.
De las 80 hermanas que viven en el enclave valenciano, todas menos una están por debajo de los 50 años. Y entre las 210 que forman el conjunto total de la congregación (incluida la casa de Burgos) hay médicas, ingenieras, pianistas, arquitectas, abogadas… "Somos de ahora, claro, y hay de todo entre nosotras. Y sí, nos llevamos bien, la gente nos pregunta si no nos enfadamos… ¡Sí que nos enfadamos a veces, pero nada serio, como nos queremos, nos perdonamos!", apunta la hermana Andrea.
Trabajan juntas, comen juntas, tienen recreo juntas… "Nuestra institución es una congregación nueva que viene de las Clarisas. Dependemos de Roma, que aprobó los estatutos en 2010. Somos contemplativas, pero no de clausura. Esto es una casa abierta. Las mañanas las dedicamos al trabajo, claro. Y las tardes son variadas. Rezamos, recibimos en la sala común a los grupos que quieren compartir con nosotras experiencias, oración, la fe, tenemos la formación de las que acaban de llegar....", aclara Andrea.
Lo de que es una casa abierta queda claro en la tienda impecable donde están expuestos los dulces, algunos de los centros florales que también confeccionan y venden y una muestra de las acuarelas que pinta una de las hermanas. La tienda, en el mismo convento, está en marcha de 8.30 de la mañana a 21.00 ininterrumpidamente, y la atienden dos de las hermanas.
Los dulces están empaquetados con cuidado, en cajas especiales, bonitas. Han elegido incluso a un diseñador para ilustrar las cajas. Y desde hoy mismo, en la web, existe la opción de envío refrigerado a domicilio, en Valencia: llega a casa en el mismo día.
La hermana Sagrario lleva toda la vida en la repostería, es la que más sabe, una de las jefas. María tiene 28 años, es de Valencia, acabó bachiller e ingresó muy pronto en el convento. Candela, de 39, era ingeniera antes de entrar en el convento. "Yo quería ser astronauta pero sentí la llamada de Cristo y lo dejé todo… supongo que eso es algo que es difícil de entender si no tienes fe", me aclaró la hermana Jerusalén.
De esta repostería hay otro aspecto destacable: su sencillez. No hay nombres rimbombantes ni alambicados. Las tartas de bizcocho con yema se llaman así. Si llevan almendra laminada o crema de limón, también se especifica con esas palabras. Las pastas de té son pastas de té. Y las de mantequilla (sin aceite de palma, por cierto) se llaman así y punto. En la web, en la tienda y en la vida de las cientos de personas que las compran.
La chef del restaurante 'Lienzo' (1 Sol Guía Repsol) de Valencia, Maria José Martínez, nos acompañó en la visita a la cocina de este convento. Es una profesional curiosa, que busca siempre historias que puedan enriquecer su cocina y tenía ganas de ver el proceso de elaboración de estos dulces con tanta reputación.
"Me pareció una auténtica maravilla, tantas manos para hacer tartas y bombones te asegura tanto amor que no creo que haya ningún obrador profesional con esa capacidad. Mano a mano. Una a una. Una maravilla, insisto. Y encima saben muy bien elegir el producto. Utilizan una de las mejores marcas de chocolate, Valhrona. Ningún dulce es igual a otro, todos son imperfectamente perfectos y las recetas no son industriales. Me maravilló. Se lo conté a mi equipo nada más llegar y ahora todos quieren ir a comprar los dulces", asegura.
A la salida, nos pasaron al huerto y el patio de la parte privada (un lujo, nadie suele visitarlo) y allí estaba la última sorpresa de la mañana: la hermana Inés, de 82 años, cultivando los tomates, con su sombrero de paja, su sonrisa y su humor impagable.
Inés llegó como todas a este lugar mediterráneo en octubre. Después de haber vivido toda su vida en el frío de Castilla, en el norte de Burgos, agradece mucho este clima templado. Y por eso, esta hortelana de toda la vida nos regaló la frase del día: "Dios está en todas partes, pero qué diferente es el clima".
Les pedimos la receta del membrillo y ellas, generosas, nos la dieron. La compartimos tal cual nos la pasaron porque hasta la manera de contarla es sencilla. Se puede hacer en casa. Ahí va:
A los membrillos se les quita bien la pelusilla, se trocean y se les extrae el corazón. Una vez lavados y pesados se les echa el azúcar y se deja macerar la mezcla 24 horas.
Después de ese tiempo, se pone al fuego y se lleva a ebullición, removiéndolo con frecuencia para que el membrillo cueza homogéneo. Irá cambiando de color hasta tener un tono marrón rojizo. Cuando esté en su punto, se retira del fuego, se bate bien, se vuelca en los moldes y se deja enfriar en un lugar seco y fresco.
Después de 15 días aproximadamente, el membrillo se ha ido secando y cogiendo consistencia. Cuando llega al punto que nos gusta, se puede desmoldar y envasar al vacío si se quiere conservar en ese punto. Si no se envasa al vacío, no pasa nada. El membrillo simplemente se irá secando más con el tiempo. Lo que sí es importante es conservarlo siempre en un lugar fresco y seco.