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Asociación de Mariscadores El Jarife: corrales de pesca en Chipiona (Cádiz)

La pesca a pie de los corrales del mar

Actualizado: 27/08/2020

Fotografía: Juan Carlos Toro

Quien dice que no se le pueden poner diques al mar no ha pasado por Rota, Sanlúcar de Barrameda o Chipiona. En algunas playas de estas poblaciones gaditanas cada vez que baja la marea, el agua deja al descubierto unas paredes de piedra selladas con ostiones y otras especies marinas. Estas parcelas enormes, que a vista de quienes no hemos visto un paisaje similar antes podrían parecer piscinas, son los corrales de pesca.
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Los corrales son un sistema de pesca cuyo origen no está claro. Algunos historiadores sitúan su aparición durante la ocupación árabe. Otros, en cambio, teorizan sobre la posibilidad de que sean de tiempos de los romanos. Esta segunda hipótesis parece ser la más fuerte por dos razones: la primera, por los utensilios que usan los actuales catadores (pescadores de los corrales), que tienen cierto parecido con los que usaban los romanos. La segunda, porque en la isla francesa de Oleron existen unos corrales similares a los de la costa gaditana, y esta isla nunca tuvo presencia árabe pero sí estuvo bajo dominio romano.

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Árabes o romanos, lo cierto es que los actuales corrales que hoy se siguen explotando para la pesca no son los originales de aquellas épocas. El emplazamiento y la técnica de construcción son las mismas, pero la fuerza de las mareas a la que están sometidas esas paredes las derriba con frecuencia y tienen que ser constantemente reparadas por el catador que tiene asignado cada corral.

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En Chipiona, la Asociación de Mariscadores El Jarife es la entidad que se encarga de que este paisaje único se conserve y su pesca se siga practicando en nuestros días. Los casi 400 socios de la agrupación velan desinteresadamente para que La Longuera, Trapito, Cabito, Nuevo, Mariño, Canaleta del Diablo, Chico, Hondo y Montijo, los nueve corrales chipioneros, no desaparezcan.

A sus 76 años, Andrés Santaló es mariscador catador del corral Cabito. Siempre que el mar amanezca de buenas, se levanta temprano para arreglar el corral. Su misión principal es chequear que pueda entrar y salir el agua, y para eso hay que dejar despejados los caños, las aberturas que tienen las paredes del corral.

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Material rudimentario y paciencia

El funcionamiento del corral es sencillo: el mar lo inunda y arrastra con él toda clase de especies que quedan atrapadas cuando las aguas retroceden. Entonces, cuando la marea ha bajado, entran los catadores, quienes recorren a pie el corral ataviados con un peto impermeable que lleva las botas de agua integradas.

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Los aperos que llevan los catadores son rudimentarios: una fija, que es una cabilla de hierro con una especie de tridente en un extremo y un gancho llamado garabato en el otro; un cuchillo de marea, parecido a un gran sable sin afilar, para pescar a los peces; un pincho almejero, similar a un punzón largo; la morguera, un pincho más largo que el almejero, para sacar las navajas; la camaronera, que es una red cosida a un aro metálico y la tarraya, una red circular con una boya en medio con la que tarrayean, es decir, extienden la red a gran distancia y luego la recogen.

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Cuando han pescado algo, lo guardan en el bombo, una mochila de plástico rígido que llevan cruzada en la espalda. "Antes era de mimbre", cuenta Andrés mientras aclara en el mar un choco antes de guardarlo, "pero ahora los bombos son de este material, que es ligero y aguanta más".

Es muy temprano, pero Andrés lleva ya un par de horas paseando el corral cuando lo encontramos. "Te puede llevar aquí un buen rato repasando antes de ponerte a pescar, pero esto me entretiene". Detrás de él, a bastante distancia, va otro catador. "Cuando el catador encargado del corral sale del piélago (subdivisiones del corral) otro socio puede entrar detrás. Y la dirección en la que yo me muevo depende de los vientos, voy a un lado u otro dependiendo de dónde estén los bichos".

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Aceite de oliva para calmar el mar

Con el viento, el agua hace ondas y no se ve lo que hay debajo así que, para sentar el agua, llevan aceite de oliva en un difusor de spray. Lo echan y ese trozo del corral se convierte en una balsa transparente y serena. "Antes que yo venía Manuel, un chavalito de 86 años, pero ya estaba cansado de esto y lo dejó", explica Andrés sin perder la mirada del agua, atento a donde puede haber algo que pescar.

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La pesca a pie, como llaman a este tipo de pesca, cansa mucho. Además de la fuerza que hace el agua, que en muchas zonas llega más arriba de las rodillas, hay que ir sorteando piedras, subiendo piélagos, andando con cuidado para no meter el pie en alguna de las lagunas o tropezarte con un jarife (piedras que se colocan para que sirvan de refugio de algunas especies).

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Este tipo de pesca ya no es un oficio para nadie, de hecho, tienen prohibido vender lo que capturan. Precisamente por este motivo, porque se hace por afición y no como sustento económico, cayó en un limbo legal cuando a finales de los 80 se regularizó la normativa de marisqueo como profesión. Muchos catadores, entonces, empezaron a ser multados por hacer esta práctica que llevaban haciendo toda la vida. Con esto, se dejaron de mantener los corrales y se temía su desaparición. Finalmente, con la formación de asociaciones como Jarife, consiguieron que los catadores pudieran obtener el carné de mariscador y continuar su mantenimiento.

Andrés hoy ha madrugado para meterse en el corral, pero lo que más le gusta es pescar de noche. "Es mucho más bonito. Venimos con unos focos que lo iluminan todo y los chocos vienen a la luz. Por el día se ven menos porque se esconden debajo de los jarifes. El choco es el animal más listo de todos estos, como barrunte mal tiempo, no entra en el corral. Pero anoche pesqué nueve, así que no eran los más espabilados del mar", dice Andrés.

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Un gigante superviviente

Vigilando la pesca diurna y nocturna de los corrales, en uno de los extremos conocidos como la Punta del Perro, está el Faro de Chipiona. 69 metros separan su punto más alto del suelo. Una altura que ningún faro de España supera y, además, lo sitúa entre los más altos del mundo. De su construcción, al contrario que la de sus vecinos corrales, sí se sabe la fecha exacta. En 1863 se puso la primera piedra y en 1867 finalizaron las obras dirigidas por el ingeniero de caminos Jaime Font.

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Las toneladas de piedra ostionera de Chipiona y Rota, losas de Tarifa y materiales de Sierra Carbonera con los que está construido el gigante gaditano, forman un fuste hueco inspirado en las columnas romanas, que antes de la covid-19 sí se podía visitar. Eso sí, para ello, había que tener ánimo para subir los 322 peldaños la escalera de caracol que conduce hasta la linterna.

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Este faro que además de dar cobijo a las tres viviendas para los fareros, un patio y su aljibe, es aeromarítimo, por lo que orienta a barcos y aviones. Es un superviviente que nunca ha dejado de hacer su trabajo y solo dos guerras le han apagado la luz en su más de siglo y medio de vida: la Guerra de Cuba, en 1898, y los tres años de la Guerra Civil española.

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** Debido a la crisis sanitaria, las visitas guiadas a los corrales y faro de Chipiona no están disponibles. Cuando las autoridades establezcan el protocolo necesario para poder reactivar estas actividades con todas las garantías de seguridad, se podrán hacer las reservas como siempre, a través de la oficina de turismo de Chipiona.