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Fue en 1856 cuando se fundó está confitería del centro de La Bañeza, en León, sin la que hoy la Navidad sería realmente distinta. Hermógenes Blanco y su hijo Conrado, que dio nombre al emblemático obrador, comenzaron un negocio que hoy lleva con gran éxito el repostero Sergio González y que se ha convertido en el indiscutible Rey del Roscón.
‘Confitería Conrado’ es un negocio familiar que mantiene las recetas tradicionales, pero con el sello personal de Sergio que, desde que entró hace ya 20 años, ha decidido apostar por las materias primas de la zona y elaborar con gran pasión, puñados de creatividad y una pizca de locura todos sus productos.
Y así, como él es, espontáneo y atrevido, surgió la idea de meter dinero en el premio de los roscones durante una cena de empresa. El objetivo era luchar contra la crisis que en el 2008 asolaba España y que había hecho bajar de una manera importante las ventas en el sector. La sorpresa inicial fue un vale de 500 euros, que se fue incrementando y que desde hace dos años se mantiene en los 10.000.
La iniciativa no sólo consiguió multiplicar las ventas del roscón en la época navideña. ‘Conrado’ lo vende, y mucho, todos los días del año, y no sólo en La Bañeza, León, Castilla o España. Este dulce de la comarca de La Valduerna traspasa nuestras fronteras y en países como Francia, Alemania, Austria o Grecia lo reclaman de forma habitual, en muchas ocasiones, para sustituir a la tarta de cumpleaños. “La primera vez lo compran por el premio, pero luego repiten por la calidad. Nunca esperamos la repercusión mediática y de ventas que tuvimos”, asegura Sergio González, quien confiesa, con media sonrisa, que la idea “cambió nuestro negocio y también nuestra vida”. Desde 2012 la confitería ha desarrollado un amplio sistema de logística que permite la venta a través de Internet a toda Europa y que, de cara a un futuro, mira a Hong Kong, “donde nos lo reclaman desde hace tiempo”.
Tras catorce años dando este premio económico hay anécdotas de todo tipo, pero el confitero deja claro que, hasta el momento, siempre ha aparecido el agraciado; en alguna ocasión, eso sí, tras apurar el último pedazo en la nevera, días después de que terminara la Navidad. Si nadie reclamara el premio, comenta Sergio, el dinero se donaría íntegro a una Fundación benéfica. Si aparece el comprador agraciado en los primeros días, piden discreción, “para que no se rompa la magia”.
Apenas unos metros separan la tienda de la Plaza Mayor bañezana decorada como cada año con luces navideñas. No es la primera vez que desde allí se ven asomar, por la calle aledaña, las personas que hacen cola en la puerta de ‘Conrado’. Hoy tan sólo hay una docena de compradores que aguardan tras el escaparate, al que no le falta un detalle ni de color ni de sabor.
A partir del puente de diciembre comienza la temporada alta para este negocio, que aumenta casi al triple su plantilla y duplica sus horas de trabajo. El obrador prácticamente no descansa desde las 6 de la mañana y hasta las 12 de la noche. Los olores dulces, casi sabrosos, que impregnan la centenaria tienda de altas techumbres, te trasladan a la infancia. Allí llega gente de todos los puntos del país. Algunos van de paso al norte y se desvían para comprar a posta a por el roscón. Su propietario explica que hay hasta rutas de moteros que hacen allí su parada. Todos quieren probarlo y probar suerte.
Sergio González recibe a los medios con gran amabilidad, sabe que hemos sido una pieza clave en su popularidad. Habla encantado de su roscón y de la receta, la de su abuelo Pedro González y su padre Manuel Antonio: “Es muy tradicional, la única diferencia es que ahora se utiliza menos azúcar que antaño y que, como soy muy defensor de mi tierra, procuro utilizar materias primas de aquí, de León, en todo lo que hago”.
El repostero elabora el roscón con mantequilla de la montaña leonesa. La mezcla también lleva huevos de una granja de la zona y harina de una localidad cercana, Santa María del Páramo. El azúcar es de la Azucarera Española, que se fabrica también en La Bañeza. Además, utiliza otros ingredientes como zumo y ralladura de naranja y de limón, ron, levadura y sal. “La diferencia con otros roscones es utilizar materias primas de excelente calidad y procurar que sean frescos, elaborados diariamente, para que el cliente los pueda comer recién hechos”, explica Sergio.
Sergio y su compañero Dionisio se encargan, casi siempre con ayuda, de la elaboración de los roscones. Entran al obrador sobre las cinco de la mañana y muchos días pliegan a las diez de la noche. Alrededor de veinte manos amasan en la época navideña y todas tienen importante trabajo. Las tandas, que fuera de temporada pueden ser de 60 roscones, ahora alcanzan los 200, y salen varias al día. En cada uno se invierten alrededor de tres horas y media o cuatro.
Algunos se rellenan de nata, sin duda el número uno en ventas, o de crema, cabello de ángel, trufa, frambuesa o almendras. Uno de los roscones más curiosos es el conocido como “Carlos Alsina”. “Lleva el nombre del famoso periodista porque va sin fruta escarchada, como a él le gusta. Una vez se lo escuchamos contar en el programa que tenía, ‘La Brújula’ y debatir con sus colaborades”.
Sergio González y su equipo no se han conformado únicamente con triunfar con el roscón y elaboran turrones artesanales de gran éxito. Una amplia variedad que han ido ampliando con el tiempo, y que muestran con orgullo en el escaparate. Además de los clásicos de toda la vida, el turrón blando, el duro, el de nata y nuez, el de crema tostada o el de chocolate, tienen algunos más originales que el propio confitero ha creado, modificando o sustituyendo ingredientes. “Se vende muy bien el turrón trufado de frambuesa, que se hace con frambuesas ecológicas de la localidad leonesa de Tabuyo del Monte, y que lo hace único”, afirma.
Para el turrón de yema, la confitería fabrica su propia yema pastelera con huevos de la zona, mientras que el blando se hace con una miel especial que “un amigo de la casa” elabora en la localidad leonesa de Orzonaga. Entre las últimas incorporaciones se encuentra el turrón de gin tonic. Se le ocurrió al pastelero mientras tomaba una copa y es uno de los más originales. “Es un vaso de chocolate con unos toques de oro, que sacamos con una sosa determinada. Dentro sustituimos la nata por la ginebra, la tónica y la lima. En vez de bebértelo, te lo comes”, explica.
Como no podía ser de otra manera, y haciendo honor a su seña de identidad, en ‘Conrado’ elaboran también su propio turrón de Roscón. “Es muy similar a la de un turrón de nata nuez y se hace mezclando agua de azahar, naranja y limón hasta formar un jarabe que se hierve hasta los 42 grados, y que cuando alcanza la temperatura y densidad perfectas, se vierte poco a poco sobre harina de almendra y nata”, relata el confitero, quien sostiene que de esta manera consiguen que el gusto y los aromas sean muy similares a los del roscón original.
El turrón de merienda, que lleva pan, chocolate y aceite, o el turrón de Carnaval, una fiesta muy prestigiosa en La Bañeza y que se hace a base de café irlandés y whisky, son algunos de los más aclamados por los clientes. Sergio afirma que cada turrón artesano sabe distinto, aun llevando los mismos ingredientes, porque hay muchos factores que pueden influir en su elaboración como la temperatura ambiente o la humedad del obrador. “Cada sabor se saca de una manera, pero la base de todos, la masa madre, es la almendra buena, la que se cultiva en el Levante”.
En ‘Conrado’ trabajan una gran variedad de dulces típicos de la Navidad como Los Empiñonados, hechos a base de bolitas de almendra molida con claras de huevo y azúcar, bañada en piñones. En la confitería triunfan también Las Princesitas, que Sergio González describe como pequeños mazapanes, muy húmedos de yema y almendra, que forma una pasta muy tierna, que luego se baña en azúcar glasé y hornea.
Y además de las famosas yemas tostadas, y Los Imperiales, típicos de la zona, en este obrador tienen sus propias elaboraciones y los principales son los Conraditos. Un crujiente de caramelo, almendras y chocolate, que se hacen con una pasta fiorentina y, según sus propios artesanos, “se comen como pipas”.
No hay que marcharse de aquí sin probar los Besitos Almendrados de chocolate negro. Los orígenes se remontan a la década de los años 50 del pasado siglo, algo que se refleja en la caja, que conserva su diseño original típico de la época, con poemas en el interior tan curiosos como este:
¡Adiós princesa querida! / ¡Adiós mi sueño dorado! / ¿A dónde vas que me dejas / por los BESITOS DE CONRADO?