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En este discreto local de Legazpi la clientela se siente escuchada, atendida y mimada. La empatía es otro ingrediente. Ellos lo llaman terapia en mesa. Tienen claro que el hecho gastronómico necesita de alma y corazón para ser redondo como un dónut. Por eso, un plato como el pez limón al vapor con crema en reducción de ajo, pimentón y zanahoria encurtida de su menú degustación es un manjar en sí mismo, pero con su manera de servirlo, todavía más.
Sergio Tofé, en los fogones, y Mario Tofé, con la sala y la bodega, acaban de ganar un Sol Guía Repsol con el restaurante ‘Éter’. Parece que han llegado y han besado el santo en poco tiempo, pero su camino ha sido de todo menos fácil. El guión del proyecto da para una serie televisiva gastrodramática -si existiera un género así-. Una sucesión de percances, desde abrir y tener que cerrar por la pandemia hasta un accidente de tráfico, mantuvo el proyecto pendiente de un hilo. Sin embargo, un día apareció un crítico y luego un periodista, y después una propuesta al premio Cocinero Revelación en Madrid Fusión 2021 y el teléfono comenzó a sonar para reservar mesas.
De repente aparecieron en el mapa y, en cuestión de meses, pillar sitio para conocerlos se volvió difícil -solo tienen seis mesas para unos 18 comensales-. ¿Cómo es la cocina de ‘Éter’?, se preguntarán muchos. Pues imaginativa, evolutiva, divertida, elaborada, con matices y contrastes... Definirla es complicado.
“Bueno, el nombre del restaurante viene de una ciencia que no es fija y está abierta al cambio, y eso se traslada a todo lo demás. Todo es efímero, por eso el menú se renueva cada tres meses y los vinos tienen mucha rotación”, explica Mario Tofé. La gente nunca sabe qué va a encontrar, pero no importa porque se han ganado fama de gente buena y talentosa.
Así, los platos que comienzan la fiesta embelesan la mirada antes de la explicación pertinente. La presentación cuidada y la vajilla son otras señas de identidad. El menú largo (de 12 pases por 80 euros, el corto tiene 7 por 48 euros) se despliega con tres snacks: atún rojo macerado con shiso verde entre panes de tomate; una gyoza de boloñesa de pato y crema de queso azul d’Ambert, y una tartaleta de quisquilla de Motril en curry con chutney de mango, espuma de patata y achiote y cacahuete. Una montaña rusa.
“Son platos con muchos ingredientes, hay un montón de contrastes, pero en equilibrio. Jugamos a la alquimia entre los diferentes matices de, por ejemplo, el yodo, los cítricos, ahumados y salinos, y también los puntos grasos, la acidez, las texturas, pero respetando el producto”, cuenta Mario mientras descorcha una botella de vino para amenizar la comida, otro de los ganchos.
Trabaja con pequeños productores en una línea de biodinámicos, naturales y con mínima intervención, “vinos que tienen verdad”, dicen. En este apartado juegan con una carta muy inquieta de unas 50 referencias patrias y algunas francesas. La propuesta es que la clientela sepa que siempre se encontrará con vinos exclusivos -que no caros- en el sentido de probar botellas que provienen de lotes muy reducidos. Joyas de autor y autoras estacionales que dan otro aliciente a la visita.
En ‘Éter’ siempre tratan de recordar que detrás de un buen producto siempre hay personas con nombre y apellidos. Desde los panes de masa madre de ‘Panic’, cuya acidez les gusta por cómo armoniza con las elaboraciones de cocina, pasando por las verduras de la huerta de ‘Sapiens’, en Toledo, hasta el pato negro de Las Landas de productores franceses o los pescados que compran a una empresa que usa el método ike jime, que reduce el sufrimiento animal y conserva mejor sus cualidades organolépticas.
También merece un capítulo la vajilla artesana, con algunos platos que más que contenedores resultan obras de arte. Las cerámicas de Álvaro Villamañán, de Albarro, en Fuente el Saz, o los recipientes de Ignacio Zamorano, escultor y diseñador asturiano especializado en rocas. Aquí tienen algunas piezas de granito gallego, de caliza, pizarra y otros, que pesan lo suyo, aunque lo llevan con gusto porque, además, piensan que las piedras transmiten una sensación más natural a los comensales y a las viandas.
A las 15:00 horas el local está hasta la bandera, aunque no lo parezca con la paz que se respira. El menú sigue su procesión de platos en las mesas. Anguila ahumada con alcaparras, nabo, queso payoyo, crema de remolacha con chile chipotle y caviar vegetal japonés, o un plato de tres matices -ahumado, salino y graso- compuesto por aceite de humo, emulsión de patata con mantequilla, queso burrata, huevas de trucha y de mojul, y polvo de tomate. Todo servido a buen ritmo y sin perder la calma y esa psicología de la escucha atenta.
En la cocina, de 12 metros cuadrados, Sergio y su equipo se apañan para desplegar un arsenal de técnicas y lograr ese sutil equilibrio de sabores y texturas: cocciones a baja temperatura, horneado, vacío, brasas, escabeches, encurtidos, reducciones...
Y mientras, más candela. Berberecho al vapor con naranja sanguina, beurre blanc, gelé de caldo dashi, shiitake y brotes de pamplina; y de seguido, unos tendones guisados de ternera con alcachofas y bechamel de leche de almendras con bergamota que dejan un recuerdo largo en el paladar.
Con este último plato abren el apartado más cañero. En esta ocasión, porque nunca se sabe lo que se sacarán de la manga otro día, presentan una codorniz que trabajan en tres tiempos: macerada, a la brasa y más tarde terminada en horno con mantequilla. Va acompañada de pepitoria de chile pasilla, su jugo y almendras salteadas con romero. Se acaban los adjetivos.
Luego, un bombazo, morcilla de Burgos y asturiana con arroz, sake y lombarda. Imposible elegir un favorito. Los postres, como el helado de lavanda con aceite de eneldo y los petit four, ponen la guinda, no son nada rutinarios y guardan sorpresas para el paladar que es mejor no descubrir.
“Este es un restaurante de largo recorrido, no tenemos prisa, pero sí ganas de evolucionar, de emocionar al comensal y disfrutar. Y dejar una huella en ti. Ojalá el día de mañana se pueda hablar de la parte más sensitiva y profunda de la restauración. Aquí no importa solo el chef, sino todos los implicados”, revelan. Y nosotros damos fe de ello y de que esta terapia... funciona.