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Hace no demasiado tiempo, Málaga estaba unida al resto de España por una carretera sin rectas. Curva tras curva, se dejaba atrás el Mediterráneo para dar paso al resto del mundo mientras se atravesaba el Parque Natural Montes de Málaga. Hoy, autovía A-45 mediante, la humilde A-7000 está desierta entre semana, transitada apenas por algunos románticos y por quienes disfrutan pedaleando cuesta arriba. Los fines de semana, sin embargo, las ardillas observan desde sus ramas una procesión por el asfalto formada por coches, motos y bicicletas, además de senderistas que se adentran en los caminos de un espacio natural con más de 5.000 hectáreas.
Quienes visitan la zona tienen algo en común: buscan disfrutar del aire libre, la naturaleza y un buen plato de comida en alguno de los restaurantes a pie de asfalto, que aquí son conocidos bajo el popular nombre de ventas. Tienen como principal atractivo el clásico plato de los montes, a base de lomo, chorizo, huevo, pimiento y patatas fritas. Contundencia y unas cuantas calorías para recuperar fuerzas.
Hasta la llegada de la filoxera, plaga que arrasó con las viñas malagueñas a finales del siglo XIX, toda esta zona estaba plagada de lagares, lagarillos y viñedos. Por allí cruzaba una vereda, usada ya por los árabes, hasta que se construyó un camino que luego fue carretera. En ese proceso, el paisaje cambió. Los edificios donde se hacía vino quedaron en ruinas y las cepas se sustituyeron, tiempo después, por pinares de repoblación.
Es el entorno por el que corretean jabalíes y cabras montesas, y el que rodea a una sabrosa ruta gastronómica por las ventas de Málaga, que si por algo son conocidas es porque la cantidad suele pesar más que la calidad. Son restaurantes de los que no esperar florituras, técnicas innovadoras ni grandes presentaciones. A cambio, eso sí, ofrecen propuestas muy queridas por los miles de personas que cada fin de semana o festivo buscan sabor tradicional, cocina casera y platos rotundos sin prisas a cambio de unos cuantos euros. En los 15 kilómetros que unen la ciudad de Málaga con el Puerto del León hay una decena de estos negocios: hay para elegir. Además, abren a lo largo de todo el año.
"Venir aquí es un planazo: aire limpio, tranquilidad y buena gastronomía", cuentan desde la venta 'Los Tres Cincos' (Carretera Colmenar-Los Montes, km. 555) que lleva más de tres décadas ofreciendo servicios y que actualmente gestionan tres hermanas: Mari Gracia, Rocío y Nani, que se desenvuelven por los salones y la terraza del restaurante sobradas de simpatía y cercanía. "Queremos hacer que la gente se sienta en su casa", aseguran. "Mantenemos la filosofía de una venta, pero con productos de mayor calidad", subrayan las hijas de Antonio Aguilar, quien puso en marcha el negocio.
Al borde de la carretera, este es uno de los rincones más singulares de la ruta porque desde la reforma que realizaron hace tres años, el lugar es "un poco más formal" que otras ventas de la zona. Mesas con mantel sobre el que se sirven cientos de platos de los montes cada fin de semana. Y que aquí evolucionaron añadiéndole una ración de migas para denominarlo "plato a lo bestia". Otra de las peticiones más populares son las deliciosas croquetas de lomo en manteca –creación de la casa– o las de pollo con patatas fritas, aunque en la carta también hay conejo al ajillo, chuletitas de cordero, presa ibérica, revueltos y ensaladas, entre otras muchas propuestas. Un parque infantil junto a la terraza alivia a los padres y divierte a los peques.
A un paso de allí se encuentra la venta 'Carlos del Mirador' (Carretera del Colmenar, km. 554), que ofrece también especialidades locales, pescado incluido. A dos pasos, la venta 'Los Montes' (A-7000. km. 555). En su terraza hacen parada algunos ciclistas mientras un pequeño pelotón continúa su ascenso de manera lenta pero constante por la conocida como carretera de los montes. Es noviembre, pero en Málaga la temperatura supera los 20 grados y los goterones de sudor caen en el asfalto.
En una de las curvas aparecen dos nuevas ventas, una pegada a la otra: 'El Mijeño' y 'El Boticario' (Carretera de Colmenar, km. 20). Hay motos en la puerta y la cerveza fresca empieza a acompañarse de platos de cuchara, que ya tocan. Callos, puchero, berza malagueña e incluso sopa de mariscos salen de la cocina de 'El Boticario', abierta hace ya muchas décadas. Hoy, y desde hace 23 años, Juan Alberto Santiago y su familia regentan el restaurante que mantiene viva la filosofía tradicional del establecimiento: en su carta hay lomo en manteca, lomo de orza, plato de los montes y las sabrosas migas, que en toda esta comarca se suelen acompañar de chorizo, panceta y ajo. "Todos son platos contundentes, justo lo que la gente se espera: reventar", afirma con naturalidad Santiago.
En 'El Boticario' abren todos los días salvo el martes, pero es durante los fines de semana cuando llega el arreón. Las zonas de aparcamiento no bastan y los arcenes se llenan de vehículos. Frente al restaurante hay un camino de tierra que se adentra en el parque natural. No es el único: la zona cuenta con una laberíntica trama de pistas por las que pasear entre pinares de repoblación, madroños, algarrobos, castaños y encinas.
Un poco más al norte están dos de los puntos preferidos por los visitantes a la zona. El primero, el aula de naturaleza Las Contadoras, que ofrece actividades familiares para conocer el entorno. El segundo, el Lagar de Torrijos, un edificio de mediados del siglo XIX que se mantiene prácticamente intacto y que hace las veces de museo. Allí es posible conocer un molino de aceite, todas las herramientas necesarias para la creación de vino –los clásicos dulces de Málaga– y muchos más elementos del folclore y la agricultura local. A un paso, existe una amplia área recreativa con barbacoas y baños para pasar el día, además de otro espacio para acampar.
Para llegar hasta allí lo más sencillo es seguir por la carretera de los montes, pasando junto a la venta 'El Detalle' (A-7000, km. 20), hasta llegar a la Fuente de la Reina, a 925 metros sobre el nivel del mar. Cuenta la leyenda que debe su nombre a la visita que Isabel la Católica realizó durante el asedio a la Málaga musulmana, a finales del siglo XV. Original abrevadero de animales y lugar para refrescarse arrieros y agricultores, la fuente luce hoy transformada con mayor monumentalidad y tiene a su lado un bar con el mismo nombre que es perfecto para hacer un descanso. Es, de hecho, lugar de peregrinación de ciclistas, que llegan ya cabeceando y con pequeños desarrollos al tramo final del ascenso al Puerto del León.
Allí mismo se encuentra la venta 'Puerto del León' (A-7000, km. 14,5), que desde 1999 gestiona María Victoria Aguilar. "Estamos ya en todo lo alto del monte y la gente llega aquí con bastante hambre", subraya la propietaria, que decidió ponerse al frente del negocio cuando su marido lo heredó a finales del siglo pasado. Ahora, camino de la jubilación, su restaurante es conocido por la exquisita berza –puchero con judías verdes y otras verduras como calabaza o calabacín– y el chivo en salsa de almendras. "Todo es casero, todo está hecho con mucho cariño", asegura la mujer, que pasa horas y horas en la cocina y se guarda para el postre un secreto: flan de chirimoya. Más conocidos son los miradores que hay en la zona, como el de Pocopán, el del Cochino, La Unidad o el de Francisco Vázquez Sell; la mayoría con exquisitas vistas al Mediterráneo, que enmarca con su azul a la capital de la Costa del Sol.
Para acabar la ruta, dos kilómetros más al norte se esconde la venta 'Galwey' (Carretera del Colmenar, km. 547), en un cruce de caminos hacia poblaciones como Comares o la pedanía malagueña Olías y que antiguamente era el trazado a tomar hacia Granada. El establecimiento debe su nombre al orígen irlandés de una familia que residió allí y que era originaria de Galway, al oeste de Irlanda. Sin embargo, con el paso de los años la a se convirtió en e hasta denominarse 'Galwey', como reza en una de las fachadas –aunque en otro de los carteles se escribe como "Garvey"–.
Sea como sea, su interior es un pequeño museo etnográfico. Viejos transistores, planchas, ollas, aperos de labranza de madera y esparto o cántaras de barro decoran las paredes de los salones, donde sentarse a comer migas, magro con tomate, carne mechada, jabalí en salsa, potajes variados o, cómo no, el clásico plato de los montes. Sin duda, a esta ruta, mejor venir con hambre. Menos mal que la vuelta es cuesta abajo.