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Enrique Alfonso Bodega Altos de Trevejo

Qué ver en San Miguel de Abona (Tenerife)

San Miguel de Abona entre vinos

Actualizado: 30/05/2022

Fotografía: Rocío Eslava

Papas, alfarería, cultura guanche, vinos de altura y a nivel del mar. Esta es la historia de un pueblo que sigue haciendo historia, San Miguel de Abona, y de unas bodegas en las que el pasado de la isla de Tenerife se degusta a cada trago.
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Merece la pena subir la empinada cuesta para disfrutarlo. El ayuntamiento de San Miguel de Abona, todo al azul, se funde si el día está claro con el celeste-añil del cielo tinerfeño. Es el sur de la isla, en un pueblo donde la arquitectura tradicional canaria lo convierte en escenario de película colonial. Por algo a esta construcción, edificada en los años veinte del siglo pasado, se la conoce como La Casa Azul.

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En una de las cafeterías del pueblo, pasando el ayuntamiento y antes de que el sol apriete, espera uno de los desayunos más famosos de Tenerife: el barraquito, un café por pisos, con su licor y su rodajita de limón. “Esto viene de los marinos de Cartagena, Murcia, donde se hace el Licor 43. De allí lo trajeron a diferentes puertos, entre ellos los tinerfeños”, cuenta Pablo Pastor, presidente de Acyre Canarias. En San Miguel de Abona, al barraquito a veces se le llama barraco y es perfecto para cargar pilas antes de emprender ruta.

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Esta empieza en la zona de El Calvario, declarada Bien de Interés Cultural por su valor histórico. Allí se encuentra el Museo de Historia Casa de El Capitán, oficialmente la residencia de la familia de los Alfonso, pero, en realidad, todo un santuario de reliquias desde la cultura guanche hasta la actualidad. “Miguel Alfonso Martínez, capitán de milicias y alcalde de San Miguel, se vino a vivir aquí con su mujer y sus hijos. Él se dedicaba a la exportación de vino y loza a Cuba o Puerto Rico. Con seguridad sabemos que la casa se construyó hacia 1814”. Francisco Miguel Donate es coordinador de Patrimonio de San Miguel de Abona y cuenta que la casa fue residencia familiar hasta finales del siglo XIX.

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Legado colonial

Hoy, aunque no conserva el 100 % de su estructura original, sigue siendo una máquina del tiempo para trasladarse hasta esa época. Aunque no existen fotografías de don Miguel, multitud de simbología y objetos acompañan en la ruta por las diferentes estancias de esta antigua hacienda del sur de Tenerife. “Aquí tenemos un bastón o esta vitrina con unos dibujos de vasijas de barro que estudiaba Juan Bethencourt Alfonso, ya que el boca a boca que realizó fue clave para divulgar cómo era la vida en Canarias siglos atrás”.

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Aunque en 1978 un incendio destruyó parte de la Casa de El Capitán, pronto el ayuntamiento la restauró, trampolín que sirvió para ser en la actualidad todo un museo donde las muestras de alfarería tradicional, la que se remonta a los aborígenes canarios, conviven con exposiciones itinerantes. “Ahora, justo tenemos una muestra sobre la cultura guanche, imitando su vestimenta, con vasijas de barro, lanzas y hasta reproducciones de momias y los enterramientos de los aborígenes”.

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Parte de ello recuperado a partir de la información oral y de los dibujos que don Juan dejó para el recuerdo. En la parte de abajo, Silvia Monzón trabaja el barro en el Centro Alfarero Tradicional de San Miguel. “Todo lo hacemos a mano. Sacamos la tierra, una parte la ponemos en remojo para obtener el barro, que queda al fondo, y el agua la decantamos con barro seco, molido y picón (roca volcánica). Se amasan, se hacen las pellas y a reposar”. Todo a la manera ancestral, siguiendo la vocación alfarera de Doña María Antonia Martín, que legó al mundo su pasión por la alfarería.

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Vendimia en el museo

Arriba, en el patio central, un molino de gofio ancestral, con su tostador de cereales y sus herramientas para la molienda, forman parte del museo exterior junto a los trillos, muebles para potabilizar el agua y diferentes aperos de los campesinos canarios. Es el ovillo del que tirar, pero este sigue en el casco histórico de San Miguel, en la casa-lagar de la ‘Bodega Altos de Trevejos’ (D.O. Abona).

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Enrique Alfonso, descendiente familiar de don Miguel Alfonso, invita desde el patio a tomar un vino con un aperitivo local a todo viajero que quiera descansar. “Esta casa data de 1790, está declarada Bien de Interés Cultural y es toda una casa de labranza, porque su origen fue de uso agrícola, pero hoy, como veis, la dedicamos al enoturismo”. Reformada hace quince años, la bodega es todo un oasis en piedra chasnera y tea. Su lagar, fechado en 1822, no solo es un museo vivo, sino que, como cuenta Enrique, todavía sirve para hacer alguna pisada de uva tras la vendimia. “Todavía supura resina”.

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Han pasado muchas décadas desde que Altos de Trevejos comenzara haciendo su vino de pueblo con la listán blanco que los agricultores traían en camello hasta el pueblo desde las fincas en altura. Hoy, esta variedad autóctona se ensambla con listán prieto para elaborar su rosado espumoso. “Un vino de montaña de parcelas viejas, que proviene de la finca a 1.300 metros en el municipio de Vilaflor, en el acceso sur del Teide”.

También está su coupage de albillo criollo con verdelho -que no verdejo-. “Una variedad macaronésica de Madeira”, con malvasía aromática -que no volcánica, la de Lanzarote- con la que se elabora un vino naturalmente dulce: el Aromas de Trevejos. Todo bajo la atenta mirada de don Antonio, que lleva en la familia Alfonso más de cincuenta años. “Antonio trabajó con mi abuelo, pero es parte de la familia”.

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Antonio, una especie de vigía en Altos de Trevejos, se levanta, se quita su gorrilla y comienza a preparar su mojo rojo, con su pimentón, su sal, su ajo y un buen chorro de aceite de oliva virgen extra. Y a brindar con la listán blanco de Trevejos, un mountain wine orgánico, mientras sale el potaje de verduras del huerto, al que añadir gofio al gusto. Todo es endémico en este reducto tinerfeño, donde al atún con su majado de aceite, ajo, pimentón dulce/picante y cebolla se armoniza, lleno de flow, con un Trevejos Tinto de listán prieto.

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Patatal tinerfeño

Cuesta dejar Altos de Trevejos, pero el festival de colores y el blanco de las fachadas encaladas siguen embaucando el paseo por las callejuelas de este pueblo indiano. Al vino le sigue la historia de la papa, porque San Miguel de Abona es el municipio que más papa produce dentro de Tenerife. “Entre seis y diez millones de papas al año, con la papa antigua, la de color, declarada como protegida”.

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“Aquí se trabaja mucho la blanca, entre ellas la cara, la red cara, la valor y algunas de color, como la negra y las palmeras”, cuentan desde el ayuntamiento, pero hay un montón de variedades. “La chinewa, que viene de King Eduard, y muchas más: druid, yema huevo, colorada, veteada… Se disfruta frita, guisada y, por supuesto, arrugada, como más se consume entre los tinerfeños. La papa blanca se cultiva en toda la isla, mientras que la de color/bonita solo en ciertas zonas donde las condiciones son idóneas, allá donde los alisios permiten el cultivo, pero especialmente en el norte. En San Miguel se pueden encontrar en el mercadillo de agricultores, en la parte baja del pueblo, los sábados, domingos y miércoles por la mañana”.

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Según cita el libro Las Papas Antiguas de Tenerife, de Domingo Ríos, actualmente el Cabildo Insular ha recogido 120 variedades. Una papa que es culinaria, campo y cultura, con las semillas, como bien remarca el libro, representando los bienes más preciados de cada familia. Un buen baño didáctico que se puede recorrer desde el Museo de la Papa, reabierto recientemente. “Esto era una casa antigua que se quemó. El ayuntamiento compró esta parcela y la idea es hacer en verano campamentos tipo granja-escuela y diferentes actividades”.

Una casona de pueblo en toda regla donde, además de disfrutar de la historia de este bien gastronómico, la visita ofrece toda una inmersión en el modo de vida sanmiguelero. Cómo comían, cómo vestían, con esos atuendos campesinos como los zurrones para amasar el gofio. Y muchas, muchas reliquias.

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Colectividad vinícola

Es el Tenerife rural, con las calles respirando sentimiento colectivo y la ‘Bodega Cooperativa La Casmi’ (Sociedad Cooperativa Agrícola San Miguel) como reflejo de esas manos curtidas por el sol y de la pasión por la tierra. “La cooperativa tiene 63 años y se creó abajo, en la iglesia. Hubo una época en la que la que marcaba el precio de la papa en Inglaterra era la papa de San Miguel”. Cesar Álvarez es coordinador de la cooperativa, que recoge el trabajo de parte de los productores de Plátano de Canarias desde 1992. “El plátano lo traen nuestros agricultores de la zona sur y suroeste, no solo de San Miguel, también de Adeje o Guía de Isora”.

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Luego están las papas, recogidas por productores de los municipios del sur, como San Miguel, Vilaflor o Arona, hasta de pueblos del norte como La Orotava, Los Realejos o Buenavista. “Trabajamos con la gente de San Miguel, y es que con la pandemia nos hemos dado cuenta de que dependemos mucho del campo, porque siempre va a haber alguien que va a tener que recoger los frutos del campo.

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En la bodega espera José Luis Hernández, porque ‘La Casmi’ también acoge el esfuerzo en la cepa. “Aquí la vendimia es escalonada, desde finales de julio en los viñedos a nivel del mar, hasta los de montaña, a 1.500 metros de altitud, en el municipio de Vilaflor de Chasna”. Son 60 socios los que vendimian las diferentes variedades de uva como la listán blanco -la mayoría- y la listán negro, además de moscatel, malvasía aromática, forastera gomera o albillo criollo. “Los viñedos de altura son todos en ecológico”.

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Homenaje a los guanches

‘La Casmi’ fue una de las primeras cooperativas de la región. Uno de esos organismos donde el trabajo antecedió a la Denominación de Origen. “Nacimos en 1987 y la D.O. Abona en 1995. Antes el vino se embotellaba como vino de mesa. Los mismos socios que traían la papa recogían también uva, porque el cultivo era complementario”. Hoy ‘La Casmi’ elabora vinos bajo la Denominación de Origen Abona y D.O.P. Islas Canarias-Canary Wine. “Lo que más se vende es el vino semidulce, lo elaboramos parando la fermentación para dejar la cantidad de azúcar residual que consideramos adecuada para el cliente”.

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En ‘La Casmi’ la tradición no está reñida con los diseños millenial en botella. Para muestra su Apaga y Vámonos (D.O. Abona), un afrutado 100 % de listán blanco donde los aromas tropicales son perfectos para cuando el calor aprieta en las calles de San Miguel. También está su versión rosada, elaborado por maceración corta a partir de listán negro, variedad que también sirve para elaborar su vino tinto denominado Viña Tamaide.

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“Luego está nuestro vermut rojo Malvillo, con más de 25 botánicos, entre ellos la artemisia canariensis, o el vino Chasnero blanco seco, coupage de malvasía y albillo”. Y el Chasnero, un monovarietal de syrah (D.O. Abona) que bebe de la historia más romántica. “En la antigüedad aquí había un riachuelo al que los aborígenes guanches llamaban Chasna. La región empezó a llamarse así y, por lo tanto, a los vecinos se les comenzó a conocer como Chasneros”. Cuentan en la bodega que la etiqueta hace alegoría a esa época. “Se dice que un soldado, al ver a una guanche, dijo vi la flor de chasna, por lo que la botella es un homenaje a esa chica”.

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Son solo algunos de los vinos que protagonizan los brindis que da ‘La Casmi’, porque también hay más blancos secos, como Borrón y Cuenta nueva, monovarietales de albillo criollo, malvasía aromática y forastera gomera. “Los tres con tres meses de crianza sobre lías finas, con un battonage semanal”. Viticultura enraizada a tradiciones que permanecen más vivas que nunca. Como la reivindicación de su papa, de sus ancestros, de su legado. Es San Miguel de Abona, cuando un museo se hizo pueblo.

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