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En la planta baja, dos enormes estancias dan paso a una salón con mesas donde se sirven los desayunos y desde donde puede apreciarse una cocina abierta, hecha bajo los techos abovedados característicos de toda la casa. Los enormes ventanales dejan circular la luz en un ambiente de colores ya de por sí refulgentes mezclados con mimbre y yute. Con esa primera impresión que invita a quedarse, Carlos Cayolla recibe a los recién llegados y les muestra orgulloso la casa transformada en la que se han preservado muchos de los materiales originales.
“El edificio lo compramos en 2018, en 2019 hicimos las obras y abrimos en febrero de 2020, justo un mes antes de que todo se cerrara por la pandemia. La primera semana de marzo esperábamos a una familia de españoles y comenzaron las cancelaciones”, afirma Carlos recordando aquellos días de incertidumbre y esperando que ahora arranque definitivamente la vuelta a la normalidad.
Carlos, junto a su mujer Susana, decidieron embarcarse en este proyecto después de que él se quedara sin trabajo en Angola, donde había trabajado durante quince años. “Yo no puedo estar parado”, explica él y de esa motivación llegó esta otra. La familia de Susana es de Elvas y, aunque se casaron aquí hace 42 años, nunca habían pensado en regresar. Sin embargo, la vida dio un giro y ellos fueron capaces de acoplarse a esa vuelta soñando con algo nuevo rehabilitando lo viejo. En la casa, se mantienen las escaleras originales de mármol; en los pisos, sin embargo, el suelo de madera salpicado de alfombras dan ganas de caminar descalzo, como si uno estuviera en su propio hogar. Solo en algunos partes, como en pequeñas zonas del cuarto de baño, se ha rehabilitado usando el precioso azulejo portugués.
Los altísimos techos ojivales dan un espacio adicional a las habitaciones, que son cuatro y una suite con capacidad para un matrimonio con hijos. Para cubrir las necesidades del huésped más exigente se hizo un cuarto de baño en cada habitación, algunos una auténtica maravilla bajo arcos que mantienen la piedra original.
Durante años, el mayor pasatiempo de Susana era leer revistas de decoración y ahora eso se ha materializado en cada rincón de esta casa. “Para mí es como un juego”, explica ella riéndose antes de confesar que es adicta al martillo y a ir probando aquí y allá para asegurarse de que todo está en el lugar que le corresponde. Y funciona. Susana ha comprado mucho en las tiendas de antigüedades de la cercana población de Borba y los muebles restaurados han sido colocados con gusto en el sitio ideal, muchos con un uso diferente para el que fueron creados, pero dándole a la casa un toque original, como las puertas antiguas de madera que ahora ejercen de robustos cabeceros.
Los cuadros, las figuritas, las lámparas… vienen a sumarse al conjunto para regalarte la nostalgia de los caserones antiguos sin perder una pizca de comodidad. En algunas estancias, vuelves a la infancia y dan ganas de correr entre habitaciones para jugar al escondite ocultándote en algún baúl de madera o un armario pequeño encajado bajo la escalera mientras la abuela prepara la comida en el piso de abajo.
Para Carlos, discreto pero muy atento, “la joya de la corona” está en su azotea, que cuenta con el método más eficaz de hacer frente al calor de Elvas en verano. En el último piso hay una pequeña piscina, pero con unas vistas increíbles de la ciudad. Un paraíso dentro del refugio imposible de imaginar desde la calle empedrada.
Cuando aquí llega la hora del desayuno, uno ya está totalmente enamorado de la casa. Zumo de naranja natural, embutidos, quesos, mermeladas, pan de la zona, bollería, café, frutas, bizcochos o tartas preparadas por Susana… dan color a una mesa, que, siguiendo la personalidad de la vivienda, está cubierta por hermosos manteles elegidos con cuidado para crear ese ambiente cálido y acogedor que hace que uno desee regresar pronto, como nos pasaba de niños con la casa de la abuela.