Actualizado: 25/02/2022
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Vinilos, brasas y un bikini con club de fans
El 'Hotel de Londres y de Inglaterra' es de esos lugares que tiene alma. Si ahondas un poco en su historia, deja una huella perpetua en ti. También sus vistas son difíciles de borrar de la retina: el mar Cantábrico con el suave sonido de su oleaje, y la bahía de la Concha, teñida con miles de tonalidades según va acabando el día, no defraudan nunca.
Hay algo de magia al cruzar las puertas del 'Hotel de Londres y de Inglaterra', en Donostia. Quizás sea por su privilegiado enclave, frente a la postal más famosa de la ciudad, la Playa de la Concha; por sus habitaciones y pasillos, testigos del vaivén de gente de medio mundo, de reyes, príncipes, políticos, ilustres e incluso espías; o por ese brillo de la Belle Époque que aún se respira en rincones como sus salones de lujo de estilo british.
Elena Estomba, directora de este histórico alojamiento de 4 estrellas, espera en la recepción, junto al antiguo ascensor cuyo interior mantiene la manivela original que utilizaba el ascensorista. Subirse en él promete un fugaz viaje en el tiempo. "Estamos en el primer hotel que hubo en Donostia, el más antiguo de la ciudad", anuncia Elena. "Este año cumple 150 años, aunque no siempre ha estado en esta ubicación. El primer 'Londres' conocido estuvo en la calle Peña Florida, luego se trasladó a la Avenida de la Libertad, y la última ubicación fue aquí, cuando ocupó el antiguo palacete Balda-Mateu, donde se alojaron personalidades como la reina Isabel II antes de tener que huir al exilio en Francia". Un contexto al que hay que añadir que, cuando el hotel se establece en la Concha, Donostia era una ciudad pequeña, de poco más de 25.000 habitantes, y el barrio de Gros ni siquiera había nacido.
El hotel ha cambiado mucho desde ese antiguo palacete que entonces contaba con tres plantas de habitaciones. Su ampliación comenzó con la figura de Eduardo Dupoy, un visionario que en 1915 adquirió las dos villas aledañas para derribarlas y ampliar el hotel, generando más plantas y habitaciones. Su objetivo era claro: continuar con el prestigio adquirido en los años previos, cuando el hotel ya se había convertido en el alojamiento favorito de la aristocracia europea que viajaba cada verano a Donostia, una de las ciudades balneario de moda en la época. "En 1930, se duplicó su capacidad por necesidades urbanísticas -la ciudad crecía-, y en 2013 se hizo la última ampliación, creando la séptima planta, o "el séptimo cielo", como lo llamamos, sumando en total 166 habitaciones", desvela la directora.
Es en esta séptima planta donde se encuentran las terrazas más espectaculares, aquellas estancias que coronan el edificio y cuyo mayor lujo son las panorámicas sobre la Bahía de la Concha. La vista alcanza incluso la playa de Ondarreta, mientras los tonos azulados y grisáceos de las telas de la habitación acompañan este paisaje de postal, donde mar y cielo copan todo el protagonismo. "En la última reforma -enero 2020- se cambió toda la decoración de las habitaciones apostando por un estilo más contemporáneo, pero sin olvidar esos guiños a la historia. También se hicieron nuevos todos los baños, ahora de mármol blanco y negro, según la estancia. Fue una obra muy importante", cuenta Elena.
En la pared, un cuadro recrea los tamarindos de la Concha, plantados en 1890. Otra lámina enmarcada recuerda la vida de uno de los huéspedes del hotel: Hubert Le Blond, el glorioso aviador francés que falleció durante una exhibición en aguas de La Concha, ante la mirada de los donostiarras. Fue en la primavera de 1910 y su capilla ardiente se instaló en uno de los salones del 'Londres'. El cuadro, con varias imágenes en blanco y negro, describe incluso con detalle los platos del banquete que disfrutó el francés pocos días antes de la tragedia.
"Cada habitación cuenta algo de las célebres personas que se hospedaron en el hotel", explica Elena. Una de las más memorables, cuya imagen aparece impresa en las llaves de las habitaciones, es la espía Mata Hari, bailarina de danza oriental de gran belleza exótica que llegó a la ciudad junto al periodista de guerra Enrique Gómez Carrillo, ambos habituales del Gran Casino. También pasaron por las estancias del hotel el director de cine Orson Welles; el filósofo judío David Strauss, que vivió allí tres meses; la actriz francesa Sarah Bernhardt, que sólo bebía champagne; Gregorio Marañon, médico de Alfonso XIII; el jugador de ajedrez Alexandre Alekhine; o el pintor impresionista Toulose Lautrec, a quién Donostia le parecía un "París en pequeño con un mar encerrado en una bahía como si fuera un cuadro". Hay cientos de anécdotas guardadas entre estos muros centenarios.
Duques rusos como los Vladimiro, sobrinos del zar; reyes y reinas como Carlos I de Portugal, Natalia Kechko de Serbia -que regaló el último retrato de su hijo asesinado a Dupouy-; Isabel II de España, Amadeo de Saboya; o príncipes como el heredero japonés Takehito Arisugawa o Eugenio de Suecia, engrosan una larga lista que merecería un capítulo aparte. Nombres con apellido que demuestran cómo el hotel 'Londres' siempre ha sido un hito en la ciudad para personas de diferentes esferas y en épocas muy diferentes. Y aún hoy lo es.
Las paredes siguen susurrando historias, como cuando el cortejo que acompañaba a la reina regente Doña María Cristina desfiló ante la puerta del hotel; o como cuando estalló la Guerra Civil española y el edificio se transformó en hospital de sangre del Frente Popular. Años más tarde, en 2003, las ruletas llegaron al 'Londres' y sus salones acogieron el casino de la ciudad durante 17 años.
El poder de encantamiento del 'Hotel de Londres y de Inglaterra' no sólo se limita a su buena ubicación o a las intrigantes vidas de sus huéspedes, sino que continúa en su bar Swing, de estilo inglés, con moqueta azul y una gran barra de madera donde pedir un cóctel o un café. Todo rodeado de grandes maquetas de barcos -algunas regaladas por clientes- que recuerdan cómo este hotel siempre ha estado ligado al mar Cantábrico, que parece saludar al otro lado de las cristaleras.
Al lado, la Brasserie Mari Galant, el restaurante que dirige el chef donostiarra Mikel Ibero y donde también se sirven los desayunos cada llamada. La carta del restaurante propone platos tradicionales como las kokotxas de merluza al pil pil de aceite arbequina, la alubias de Tolosa con morcilla de Olano (Beasain) y guindillas; o la paloma torcaz en salmis con puré de castaña, entre otras sugerencias. También se puede optar por un menú degustación.
Y es que dormir en este hotel te hace sentir que has tocado un pedacito de historia de Donostia, una historia de la que ahora ya formas parte.