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El cubo de Okuda, apartamento sobre el Ebro en el Molino de Tejada.

Hotel Molino de Tejada (Ruerrero, Valderredible Cantabria) entre Okuda y Kerouac

La bendita locura de una cántabra californiana

Actualizado: 03/11/2021

Fotografía: José García

El sonido del agua y el arte siempre armonizan bien. Evocan belleza y eso es lo primero que se descubre a las puertas del Molino de Tejada, una casona cántabra al pie del Ebro, en Ruerrero (Valderredible). En este antiguo molino el abrazo entre arte, literatura y naturaleza da como resultado el Edén levantado por una soñadora.
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A las puertas del hotel-vivienda-nido pacen las ovejas de “Trashumancia”, el peculiar rebaño del artista cacereño Adrián SSegura. Escoltan a dos ruedas de la molienda, testigos seculares de la importancia que tuvo el molino desde el siglo XVII en este valle del Ebro. Son el primer indicio de adónde nos adentramos.

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"Por un lado, cada oveja de esta Trashumancia luce en el lomo un trozo de una pintura clásica. ¿Véis la joven de la perla de Vermeer? En el otro lomo, llevan un texto literario. Me gusta este artista”. Celia Tejada es el alma de este lugar, una mezcla explosiva de señora que ha nacido en Ruerrero y triscó por montes y barros, pero que a los 20 años se marchó a California, previo paso por Marbella. Allí se hizo interiorista, decoradora y ¿por qué no?, un poco artista y mecenas. Los 40 años que ha vivido en lugares como Miami o San Francisco se respiran entre las hectáreas de esta finca, desde que se cruza el umbral de la casona, tan ecléctica como su dueña.

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Ruerrero es uno de los 53 pueblos que conforman Valderredible y aquí nació Celia. Es la comarca más al sur de Cantabria, ahora mezclada con el valle de Napa (California) y una visión del hipismo sofisticado y lo rural sin complejos. Hay rastros de la ruta 66, a lo Ginsberg y Kerouac y el mercado de la pulgas de París, más los viajes por África y Asia de la dueña.

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Todo crea una atmósfera trabajada en la bohemia, a la busca de un refugio, un “nido cultural” para “escritores, artistas, visitas, aventureros, amigos, gentes que buscan cultura y paz”, comenta en el salón, donde nuestros pies pisan el cristal por donde corre el Ebro hacía el puente de La Presa.

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En un rincón, la chimenea aún sin encender -hace buen día- y el piano, con sofás negros, enormes, cubiertos de metros y metros de telas africanas. Es fácil imaginar lo que sucederá aquí esta tarde, la reunión de amigos -los clientes son también amigos- al pie de un buen fuego, con la música de fondo y el agua verde, potente, iluminada, como alfombra. “El piano me lo ha encontrado el compositor Jesús Yanes. Estoy esperando al afinador”, comenta.

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Porque los amigos son clave en la vida de esta mujer. “El 1 de agosto de 2016 tomé posesión del lugar, conocía al dueño anterior. Con el apoyo de mi sobrina Patricia para gestionarlo -ella vive en Burgos- y el respaldo de mi gente, tiramos para adelante. Envié un contenedor de cosas desde California y nos plantamos aquí doce amigos y dos fotógrafos. Nos remangamos y ese fue el primer paso”.

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El primer resultado se va a negro, por culpa y éxito de esta Celia interiorista. Ha trabajado en empresas y estudios norteamericanos con jefes “maravillosos, que han confiado en mí desde el principio. Ahora puedo permitirme devolver a todos los que me rodean un poco de lo que la vida me ha dado”.

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Y eso hace, en un papel entre tutora del valle y de artistas cántabros, mientras empuja hacia el futuro que debería tener un lugar tan increíble como es esta comarca. Hay un libro de retratos, Inmortales, con los rostros de Valderredible, que eran jóvenes o solo maduros en los tiempos de una Celia niña, que lucen unas arrugas y un porte para esculpir.

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Cuando dejó su casa con apenas 18 años -a trabajar en el Marbella de hace cuarenta años y por amor, luego a California- prometió a sus padres y a sus hermanos que volvería cada verano. Y eso ha hecho durante cuatro décadas. Nunca olvidó a los que dejaba atrás y muchos están en ese libro de retratos en blanco y negro.

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La seguridad en sí misma y la fuerza que destila está en cada rincón del Molino. Hay que ser una osada para, entre iglesias rupestres, románico y naturaleza que baña el Ebro, apostar por el negro. El molino por dentro - paredes, maderas, parte de las fachadas- están vestidas de ese color. Un puntazo en un zona lluviosa, que busca la luz permanentemente. Hasta las telas africanas son blancas y negras. Celia se ríe.

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“Son 5.000 metros de telas de Mali, para aquí y para mi casa de California, donde sigo manteniendo la tertulia que empezamos desde hace años, con otros escritores, artistas y amigos”. La ausencia de color -o negro- invita a que las gentes que se instalan “ofrezcan su luz, más la fuerza que irradia el agua del Ebro corriendo bajo los pies continuamente”.

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Ese espíritu positivo -cree ella- es el que hace que “siempre encuentre gentes generosas y buenas en mi camino”. Si para criar a su familia en momentos duros encontró a Elga, para rematar este lugar al que uno debe dedicar un par de días como mínimo para aprehender algo de lo que le rodea, encontró a Higinio, el maestro.

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Su amigo de infancia, un artesano que, si bien debió de alucinar con la decisión de Celia de jugárselo todo al negro, ha realzado la belleza de cada esquina. En los apartamentos-cubo y dormitorios, cada cama con dosel de las habitaciones, las mesas que acogen a las máquinas de escribir de otros tiempos mezcladas con los sillones “Emmanuelle” y las gasas vaporosas del dosel, lucen en cuanto el visitante abre la puerta del dormitorio, dejando atrás la oscuridad.

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Y si Higinio sigue siendo un personaje mítico en la vida de Celia en Valderredible, el cubo que el cántabro Okuda San Miguel escogió para pintar una de las cabañas donde uno se puede alojar, es una pasada. La combinación del artista santanderino con la de artesanos de la zona más el Gran Ebro, ofrece resultados que no es de extrañar que a los californianos les envié ondas positivas.

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"¿Qué que les ofrezco a los norteamericanos? La vida del pueblo, el valle rupestre y románico, la morcilla de Merche, el río en canoa. Silencio, naturaleza. El valle es el yin y el yan”. A veces vienen por días “y se me quedan semanas. No hay quien los eche”, se ríe, mientras paseamos por la sala de cine “Calderón de la Barca”, donde la pantalla está enmarcada por los tomos -negros con letras doradas- de la enciclopedia Espasa.

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“Por favor, enviadme todos los libros que os sobren. Sueño con ese día en qué, por unas horas, un par de días, el mundo para y podremos dedicarnos a leer, solo leer y pasear por los alrededores. Bueno, si vuelven a suceder casos como el de la pandemia, tendremos libros para refugiarnos" explica mientras atravesamos la cantina, uno de los últimos proyectos que ha montado con Claudia GC, @viva_laboca.

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Las mesas de Celia

Porque aquí, además de bajar el Ebro en kayak, montar en bicicleta, hacer excursiones al monte Hijedo -el mayor robledal de Cantabria, único- o pisar cuevas rupestres de seguidores de San Millán, se puede comer bien. Celia cuida la cocina y es consciente de lo sugerente de unos buenos platos. Cuenta entre sus amigos con Jesús Sánchez, el chef del Cenador, a menos de una hora y cuarto del refugio en Valderredible. La señora del Molino de Tejada tiene muy claro el poder de una mesa grande y bien repleta. Ya empezó con ello en su misma casa de Ruerrero cuando la restauró. “Está claro que al ser tantos de familia, siete hermanos, las comidas eran clave en nuestra vida y una mesa con gente alrededor para mí es fundamental”.

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En el Molino de Tejada, las charlas y tertulias suceden antes y después de guisos de patatas, judías, puchero o unos sencillos huevos “con patatas de Valderredible y de gallinas de corral, de las que corren por los huertos de Ruerrero, Polientes, Arroyuelos, son un gusto”. También hay platos más sofisticados.

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Y lugares para almas solitarias, necesitadas de ensimismarse en el sonido del río o de escuchar a los árboles. Es un lugar “ideal” para venir a trabajar, a cuidar tu espíritu y crear poesía, la escribas o no; ya sea que te alojes en el cubo de Okuda, o en la suite de Cervantes, levantada directamente sobre el agua. Las nueve suites tienen el nombre de un escritor diferente.

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El gin-tonic clásico en la “La Cantina de los Golfos” en un atardecer, es el punto final a un día que puedes haber disfrutado correteando por los montes o bajando por el Ebro y las ermitas rupestres. Celia Tejada lo hace a veces, montada en su vieja sidecar “Mari Morena”, con la que ha recorrido a ratos las carreteras de este valle.

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Al fondo, los plásticos rosas que envuelven la hierba segada; un rosa chicle que pide ayuda para la lucha contra el cáncer de mama y con el que muchas gentes en estos prados contribuyen así al apoyo. Cada bala rosada que encierra la hierba es un pellizquito de euro para la hucha.

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Esta Celia, la única de los siete hermanos que era chica, de pequeña “ordeñé, segué y sembré en el campo, igual que ayudé a mi madre”. Pero la asfixia de miras es un síntoma muy malo y ella tenía sueños grandes. En cuanto pudo, se largó. Cruzar el océano para hacer las Américas era un drama en su familia, pese a que ya corrían los años 80. Estaban convencidos de que la iban a perder. Pero en cuando comenzó su aventura de vida en California, fue incorporando a una parte de los suyos, especialmente a su madre. Fue creativa, diseñadora de moda, de interiores, apasionada, ensoñaciones que a menudo convirtió en proyectos. El Molino de Tejada es, quizá, el más querido.

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“A este valle le ha salvado el abandono en que nos dejaron en los años 60, cuando la despoblación nos llevó a tantos de nosotros tan lejos. Ahora es un lugar único, increíble, donde no ha dado tiempo a destrozar nada. Tú pasas de Ruerrero por la carretera hacía Orbaneja del Castillo, y no vas a ver ni una cosa fea”.

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Es cierto. Lucen los campos de maíz, los de patatas, chopos, fresnos y robles, las orillas del río más rebelde de la península, al que le dio por acabar en el Mediterráneo, y que pasea sus primeros 31 kilómetros en esta vega. Benditos sean, porque además del pequeño paraíso que es el Molino, aquí han sobrevivido una de las colecciones de arte rupestre y románico más hermosas. Y sin atropellar aún, como subraya Celia, la militante del valle.

HOTEL MOLINO DE TEJADA. Valdeperal 1, 39220 Polientes, Cantabria. Tel. 675 15 33 40
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