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Esa sensación de abrir la ventana en las noches de calor y que entre el fresquito del campo, o de disfrutar de un buen baño de estrellas desde la terraza en un hotel que bien podría ser un pueblo registrado en el censo andaluz en plena Sierra de Loja (Granada). En fotografía, a velocidades de obturación muy lentas, dicen que puede verse hasta la Vía Láctea. Algo parecido ocurre en ‘La Bobabilla’ (un Royal Hideaway, hotel de categoría superior de Barceló), donde parar e imbuirse con el entorno son el mantra de este cinco estrellas en el sur más exclusivo.
La luna y las estrellas están presentes en cada rincón de este hotel emblema del slow travel. Los astros salpican zapatillas y albornoces, rutas y caminos entre olivos, encinas y vegetación mediterránea. La Plaza del Astro, la de la Luna… Es el mismo firmamento a ras de suelo en recorridos de fácil y media dificultad que ya estaban presentes en los mapas antiguos, esos que utilizaron arrieros y gentes del lugar antes de que se construyera este hotel. “Eran años en los que para llegar hasta aquí no había ni carreteras nacionales. Todo el mundo veraneaba en Marbella o Torremolinos. Fue una locura”, cuenta Elisa Rosas, Royal Concierge de ‘La Bobadilla’, algo así como la guardiana de llaves y de cada rincón de este lugar.
Si hay amistades a prueba de fuego, sin duda una de ellas fue la del doctor suizo Rolf Egli y el empresario alemán Rudolf Staab. Ellos ya sentaron tendencia en eso de volver al campo. “Se propusieron construir un restaurante de lujo en mitad de la campiña. Viajaron por toda Andalucía y se enamoraron de esta finca, donde no había nada salvo un cortijo”. Se llamaba La Bobadilla, era 1985 y lo que estaba a punto de ocurrir era un sueño que hablaba de hedonismo y lujo rodeados de naturaleza mediterránea. “Pero entonces compraron también la finca de al lado. Allí se inauguró entonces el ‘Restaurante La Finca’”. Todo comienza ahí, en ese terreno plasmado en una fotografía de aquellos tiempos añejos, que la visionaria Elisa aconsejó que colocaran tras su mesa en el hall.
Amistad, disfrute, lujo discreto, amor por Andalucía. Y entonces llegó Jesús del Valle, arquitecto granadino que leyó sus mentes. “Lo que en un principio iba a ser un restaurante de lujo se convirtió en un pequeño hotel de 35 habitaciones”. Era 1986 y nacía el ‘Hotel La Bobadilla’, un homenaje al ideario andaluz y árabe, a la arquitectura mudéjar con sus fuentes y su plaza. Todo al blanco encalado en el exterior, Andalucía en cada poro, en un lugar que guiña coqueto a la Alhambra y a la Mezquita de Córdoba. Sesenta habitaciones, luego diez más… hasta las 76 de hoy en día. El sueño crecía.
“Lo peculiar de este hotel es que cada habitación es distinta en arquitectura y decoración. Tenemos clientes que van probando cada año diferentes hasta que se quedan con una”. Estancias con la autenticidad por bandera, incluso con nombre propio. Algunas con el nombre de clientes históricos, otras como la Suite Boabdil, o la Federico García Lorca. Todas con camas king size, sábanas de algodón de 300 hilos, suelos de barro, cortinas y sillas tapizadas con las mejores telas.
En el recibidor se encuentran antigüedades y cuadros de Gino Hollander -amigo personal del doctor Egli-, columnas de mármol y el sonido del agua trasladando al viajero hasta los frescos rincones de la Alhambra. ‘La Bobadilla’ es detalle hasta el extremo. Tonino recibe con limonada y flores, el Moscatel de Málaga lo hace desde la habitación junto a unos dulces elaborados por el maestro pastelero del hotel. ‘La Bobadilla’ escucha, se adelanta al art de vivre de cada huésped.
Y al pueblo, capilla que no le falte, con su órgano de 1.595 tubos -hecho por artesanos vascos-, no está consagrada, pero siempre abierta a todo tipo de eventos. “Cantaores flamencos, comidas de ejecutivos, discoteca, bodas… Aquí se ha celebrado de todo”, recuerda Elisa. Sueños grandes adaptados a experiencias 100 % auténticas. “Los Royal Hideaway son todo un emblema de hotel destino. Son hoteles con mucha personalidad”, detalla Cristina Domínguez, directora del hotel. “Nuestros huéspedes buscan un mix playa-campo, ya que estamos a 50 minutos en coche de Estepona”.
Lujo para disfrutones de la naturaleza, el entorno que rodea ‘La Bobadilla’ es un paisaje kárstico, guardián de multitud de fuentes de agua subterráneas. “En esta zona hay mucha gente extranjera, de hecho, en la Sierra de Loja hay pueblos cercanos que tienen auténticas colonias de ciudadanos ingleses. También hay un público nacional muy fiel. ‘La Bobadilla’ es el tipo de hotel al que empezaron a venir nuestros abuelos, luego nuestros padres y, finalmente, la gente de nuestra generación”.
También sus proveedores son ya familia Bobadilla. “El pan de masa madre nos lo hacen en Antequera. También trabajamos con un productor de aceite que es de Villanueva del Trabuco”. Se llama ‘Molino Jabonero’ y está a diez minutos en coche, pero en la colindante Málaga. La familia de Germán García lleva 100 años elaborando AOVE. Antiguo publicista, se dejó llevar por la felicidad que irradiaba la hojiblanca de esta zona, al igual que el paisaje olivarero de la serranía de Loja cautivó en su día a los dos gurús de ‘La Bobadilla’.
“100 Caños es nuestra marca insignia. El nombre viene de la fuente donde nace el río Guadalhorce”. Ese río, que riega hoy su finca, movió en su día el molino familiar. “El agua nos mueve día a día y con ella queremos sacar la máxima expresividad de la hojiblanca”. La familia de Germán sigue guardando con mimo el molino primitivo, aunque hoy la recolección sea mecánica, y las aceitunas ya no se recojan con capacho.
El clima serrano que nutre los olivos de la familia de Germán también inspira las creaciones gastronómicas de ‘La Bobadilla’. A los fogones, Pablo González-Conejero, cocinero con 3 Soles Guía Repsol en su también emblemático ‘Restaurante Cabaña Buenavista’, en Murcia. Su mano derecha es Adrián Costa, 31 años, formado en ‘El Bohío’ (2 Soles Guía Repsol), y en las casas de Quique Dacosta y de Paco Pérez. “Estamos aquí porque Pablo se crió escuchando hablar de ‘La Bobadilla’ cuando era joven”.
Con él da vida al sueño que supuso todo un peregrinaje gastronómico en los inicios de este hotel, el ‘Restaurante La Finca’. “Estamos ante todo un fine dining”, cuenta Saturnino Burgueño, responsable de este restaurante que todavía conserva las sillas de 1985. “Nos las hicieron en Toledo. Yo empecé aquí el 24 de febrero de ese año. Mi padre era el guarda de la finca cuando llegaron el doctor Egli y el señor Staab. Veníamos con un walkie porque entonces no había teléfono y les pasábamos las llamadas que llegaban de Alemania”. En la pared, fotos con caras y manos curtidas por el sol. Son los pescadores, los agricultores, los ganaderos de Pablo y Adrián. “Aquí están nuestros artesanos y por eso el menú degustación se llama Sabores de Andalucía”.
Todo producto de cercanía, con raíces tan profundas como las de sus olivares, en un menú que homenajea a la despensa andaluza. El festín se abre con El Entorno, tres aperitivos con un consomé de bosque (castañas, caviar de romero con AOVE y setas con flor de romero). El virgen extra es hilo conductor, donde la hojiblanca se da la mano con unos berberechos o configura un caviar.
Montse Menfrío, sumiller de ‘La Finca’, aparece con un Palomino Fino del Equipo Navazos justo cuando sale la sardina en escabeche. “Buscamos vinos que resalten la personalidad de cada plato”. Para limpiar la grasa de los aperitivos, una garnacha de Murchante (Navarra), por eso del frescor norteño. Comienza un generoso epílogo con una royale de pichón y kéfir de Granada. En paralelo, un carro de mantequilla ahumada, oda al norte francés, paté de jabalí, vino de Oporto. Sale el cabrito, majestuoso, con parmentier de mostaza, ñoquis de queso de cabra y el campo más primigenio: un cencerro con pan de croissant para eso de rebañar el plato.
Con la nostalgia de la tierra firme, aparece el Mediterráneo. Lo hace con un vino producido en el hotel ‘Cala Formentor’ (Mallorca), con viñedos propios, apto para el salmonete marinado con sal, lima y azúcar que el equipo de Saturnino pasa por soplete. Y, entonces, llega otro carro. El de los quesos artesanos de la Ruta Andalusí: queso azul de Rota, Grazalema, quesos curados con pimienta negra de Madagascar, quesos con tomillo. No hay hueco, pero sí gula, por eso también entran unas lascas de chocolate criollo de Venezuela, o de Madagascar, y más si éstas salen del cincel.
“En ‘La Finca’ tenemos más libertad creativa que en ‘El Cortijo’”, cuenta Adrián. Se refiere al otro restaurante de ‘La Bobadilla’, donde se puede parar a almorzar o a cenar aunque uno no sea huésped. Lo une a ‘La Finca’ su apuesta por la sal de la tierra, la andaluza. Si el día acompaña, su terraza es la mejor panorámica para otear los alrededores. Andalucía en el corazón sin salir de Loja.
Ensalada de tomates con zanahoria encominada. “Es propia de la zona de Cádiz, me gusta que tenga ese toque andalusí”, cuenta Adrián. Tortitas de camarón con una caprichosa mayonesa de lima y rabanitos del huerto. Pollo de corral con níscalos confitados; canelón de pintada con piñones para esos viernes de sur. Para el brindis, Prado Negro crianza, de Bodegas Fontedei. Un D.O.P Granada de tempranillo, merlot, cabernet sauvignon y garnacha.
Las nuevas generaciones no se olvidan de los primeros tiempos. Por eso los mejillones Robuchon de Adrián con salsa holandesa son todo un homenaje al maestro Joël. “Los traigo de Motril, junto a las quisquillas y las gambas. En ‘El Cortijo’ apostamos por vinos locales, somos más clásicos por el tipo de cliente. ¿El vino? Os saco una Vigiriega, una variedad muy limitada, es de la Alpujarra”.
Comer, dormir, brindar, observar, respirar. Filosofía Bobadilla, con su planta de biomasa como motor y termómetro. “Fuimos el primero de los hoteles Barceló que empezó a calentar con hueso de aceituna el agua y la calefacción, y de los primeros de Andalucía. Lo poco que genera de ceniza la reutilizamos para el campo”. Es Víctor Pimentel, responsable del spa y Wellthy Expert de estos lares donde las gallinas, burritos y ponis conviven con el lujo de poder contemplar al atardecer desde el jacuzzi de alguna de sus suites.
El ruido de los conejos y de algún tractor que trabaja en el olivar es lo único que se escucha en kilómetros a la redonda mientras uno practica actividades como el Qi Gong o la marcha nórdica (con bastones) junto a su piscina de 1.500 metros cuadrados. “El Qi Gong es una práctica ancestral china, heredera de la medicina tradicional, que te ayuda a controlar el movimiento”. Habla Jean-Luc Riehm, Wellthy Expert del hotel. “Yo diría que es el arte de trabajar la energía para no olvidarnos de lo más importante: vivir”.
Baños de bosque, conexión con el entorno como una forma de reeducar al cuerpo. Como guinda, si da tiempo, un tratamiento con AOVE y romero y un peeling con sal marina para activar el riego sanguíneo. O un baño en la piscina climatizada por la propia planta de biomasa. Veintisiete grados, con nado a contracorriente; treinta y cuatro grados, cascada e hidromasaje. Sensación, tras sensación, tras sensación. El spanish eco-charm ya está aquí.