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Siempre sopla el viento en 'El Peinador de la reina'. Los siete balcones que rodean esta recámara de una de las torres del castillo palacio del virrey del Perú la convirtieron en el lugar ideal para que la esposa de Francisco Álvarez de Toledo y Figueroa secase su abundante melena al aire gracias a las corrientes que se establecían, según cuenta la leyenda.
Una cama de 2x2 ocupa ahora, seis siglos después, este espacio íntimo en el que la fina muselina que envuelve el dosel se cimbrea levemente. También como una brisa deambula por el parador "lo que algún cliente médium llama luz blanca. Un espíritu bueno que al parecer vivió aquí y se pasea con sus ropajes de época de aquí para allá, como señalan quienes la han percibido", según relata el director, Álvaro Ramos. Una historia que avalan diferentes miembros del personal e incluso huéspedes que han sentido su presencia.
Situado en lo alto del cerro de Oropesa, este castillo palacio genera cierta inquietud visto desde la carretera. Cuando callejeando se accede por el antiguo paso de carruajes en penumbra hasta el patio central, se toma consciencia de la historia que albergan sus muros recios. Y se acrecienta esa sensación de pisar sobre las huellas que otros dejaron allí, como si cobraran vida de nuevo y se pudiera escuchar su parloteo en una tibia mañana de octubre de sol vibrante.
El parador está compuesto por dos palacios unidos, el nuevo y el viejo. Tan amoldados a estar juntos que se diluyen los límites. El primigenio lo levantaron los árabes entre los siglos XII y XIII y aún permanecen vigilantes tres de sus cuatro torres. Es fácil mimetizarse con el ambiente palaciego y visualizar a nobles de otro siglo en esos salones que fueron ampliándose con el paso de los años hasta que el nuevo estuvo acabado entre el siglo XIV y el XV. Desde 1930 es un parador de turismo, el segundo después del de Gredos, y el primero en convertir un edificio histórico en hotel de la cadena pública.
En otoño e invierno los cazadores se hospedan aquí entre semana. "Vienen grandes grupos, habitualmente franceses e italianos, aunque las circunstancias de este año han dejado paso al cliente nacional, que los fines de semana escapa de la ciudad en busca de cultura y buena gastronomía. Parejas treintañeras en plan romántico o familias quieren desconectar", explica el director.
En abril, las Jornadas Medievales, con el castillo como epicentro y que congregan a más de 30.000 visitantes, recrean esos tiempos en los que la Dama tenía un nombre. Y justo coincidiendo con Halloween y Todos los Santos, su presencia toma relevancia y supone un atractivo más para ese bucólico y tranquilo lugar, desde el que contemplar Gredos, el Campo Arañuelo y la parte vieja de Oropesa.
A escasos kilómetros, Puente del Arzobispo y Talavera de la Reina, donde la cerámica sigue trabajándose por artesanos que han heredado de padres a hijos el oficio y la técnica, transmitiendo un valioso conocimiento que se plasma en piezas con personalidad. Lo mismo que en la cercana Lagartera, con sus bordados a mano. Planes para completar una visita fuera de lo común.
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