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Viñedos que se asoman al mar
La última morada de Hércules, el héroe mitológico, es también territorio de aves, un lugar donde los bosques de pinos y alcornoques proyectan su sombra sobre imponentes marismas y salinas. Terrenos donde el Parque Natural de la Bahía de Cádiz, las Marismas de Sancti Petri y las lagunas de Montellano y Jeli imponen su ley y envuelven al viajero, porque Chiclana de la Frontera deja que la naturaleza enmarque su paradisíaca costa. La extensa playa de La Barrosa le da el relevo a la de Sancti Petri, antiguo poblado de pescadores que no se escapa de la mirada de su castillo, que vigila desde el islote del mismo nombre.
Por el centro de la ciudad gaditana, el cauce del río Iro parece una cicatriz que divide Chiclana de la Frontera en dos porciones: La Banda y El Lugar. Sólo el puente de Nuestra Señora de los Remedios, con el apoyo de Puente Chico, del Puente del Séptimo Cielo y las pasarelas, se atreven a burlar esa separación impuesta que distingue al casco urbano como Bien de Interés Cultural. La parroquia neogótica de San Sebastián preside las vistas de La Banda desde el siglo XVI, vigilando las viviendas de fachadas de azulejos y balcones de hierro, capitaneadas por la Casa de Vélez. Vecinas suyas, tabernas y bodegas abren sus puertas para ofrecer fino chiclanero y moscatel, bebidas ensalzadas por el gran poeta Rafael Alberti.
La zona noble de la ciudad es El Lugar. Allí, palacetes de cuento con fachadas rematadas en almenas, como la Casa del Conde del Pinar, la Casa del Conde de las Cinco Torres o la Casa Briones, actual Museo Municipal, son el legado de los nobles que habitaron la localidad y que, quizás, frecuentaron el templo más antiguo: la ermita del santo Cristo de la Vera Cruz. En torno a la Plaza Mayor se alzan la iglesia de San Juan Bautista y el Arquillo del Reloj, que hace las veces de campanario del templo, mientras que la ermita de Santa Ana requiere recorrer varias calles para refugiarse en ella y disfrutar de las espectaculares vistas de la Bahía de Cádiz que ofrece. Chiclana de la Frontera es el lugar donde el mar se perpetúa en las salinas, donde los viñedos, que ya cuidaron con mimo fenicios y romanos, invitan a olvidarse del reloj.