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Una lección de historia sefardí
Entrar en Hervás es iniciar un viaje atrás en el tiempo para ponerse en la piel de la comunidad sefardí que habitó allí hace más de siete siglos. La 'culpa' la tiene el conjunto histórico artístico de su Judería, a orillas del río Ambroz, cuyo recorrido nos lleva por casas de adobe, una cabina telefónica de madera, cuestas, pasadizos y callejuelas, algunas especialmente angostas. De hecho, nos encontraremos con una de medio metro de ancho, la más estrecha del mundo. El espíritu judío de este municipio de Cáceres se puede vivir más intensamente si lo visitamos durante la Fiesta de los Conversos, para la cual conocidos directores de teatro se disputan cada año el honor de dirigir a centenares de vecinos, vestidos de época, en las representaciones que acoge el barrio.
Testigo de la convivencia de judíos y cristianos es la iglesia de Santa María de Aguas Vivas, ubicada en el punto más alto de Hervás, que ya nos sitúa en el centro de la localidad. Subiendo a la torre del campanario es fácil sentirse el señor de un ejército medieval. Y es que, la arquitectura religiosa reclama su importancia a primera vista: la fachada carmesí de la iglesia de San Juan Bautista, nos invita a entrar para contemplar su impresionante retablo barroco. El contraste de color lo ofrecen, con sus paredes blancas, la ermita de San Antón y el edificio del Ayuntamiento, que fue la enfermería del Monasterio de Franciscanos. Su patio debe tomarse como punto de partida para buscar las columnas templarias de la calle Gabriel y Galán, o bien tomar la dirección contraria para encontrarse primero con la fachada barroca del Palacio de los Dávila, actual biblioteca y sede del Museo Pérez Comendador-Leroux. La naturaleza, siempre al acecho, invita a estirar las piernas siguiendo el curso del río Ambroz que conducen, por ejemplo, al salto de agua de La Chorrera.
Y, para reponer fuerzas, las opciones gastronómicas que ofrecen los alrededores del barrío judío y la Avenida de Braulio Navas son interminables: jamón serrano, morcilla, guisos y calderetas, regados con un buen vino de pitarra, una lección de gastronomía para todos los gustos.