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La luz del faro marca el lugar
El silencio reina cuando el Faro de Rota comienza su jornada y una intensa luz roja brilla en la oscuridad. Pasada ya la treintena, no baja la guardia y cada noche, desde sus 27 metros de altura, trabaja y comprueba cómo su abuelo, mucho más bajito, le vigila desde la muralla que da entrada al puerto. También observa los arenales que flanquean el puerto, La Costilla y El Rompidillo, y una sucesión de playas que bordean la costa gaditana en dirección a Chipiona, tranquilas y escondidas entre pinares, como Arroyo Hondo, Punta Candor y La Ballena. Y no le quita el ojo a la base aeronaval, la de mayor presencia estadounidense de toda Europa, con buques y aviones de carga salpicando la estampa roteña.
En tierra firme y dejado atrás el faro, el visitante se adentra por la Puerta del Mar en el antiguo recinto amurallado, con sus emblemáticos edificios de apariencia defensiva, producto de su ubicación a orillas del Atlántico y de unos parajes que ya se disputaron fenicios y romanos. Allí se alzan el Castillo de Luna, actual sede del Ayuntamiento, y la sobria fachada de la iglesia gótica de Nuestra Señora de la O. Por el laberinto de calles se alcanza el Arco de Regla, donde aún es posible imaginar a soldados y caballeros medievales comprando carne y licor con el sonido de las campanas de la iglesia de San Roque (patrón de los roteños) de fondo. La Capilla barroca de la Caridad ofrece el contrapunto a la sobriedad de la dedicada al santo, albergando un impresionante retablo protagonizado por la imagen de Nuestra Señora de los Dolores. Esta zona está coronada por la Torre de la Merced, rematada con azulejos blancos y azules, que mezcla dos estilos arquitectónicos para dejar constancia de que sobrevivió, aunque fuera en parte, a un gran terremoto.
Los alardes defensivos no consiguen evitar que la naturaleza se abra paso en Rota, dando formas caprichosas al entorno del Parque Natural de la Almadraba (donde es indispensable acercarse a Los Corrales), el Parque el Mayeto o el Parque Atlántico. En medio de esos lugares, no es de extrañar que los tomates y las calabazas gocen de una merecida fama, compartida con la de la uva tintilla, principal ingrediente del típico vino de la zona. La ciudad se encarga de cobijar al visitante para que baje las defensas y se pierda por sus calles.