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Aires señoriales y mestizos
Todo aquel que posa los pies en este encantador pueblo medieval sale con un recuerdo imborrable. Vigilado desde las alturas por su castillo árabe califal, el amurallado conjunto histórico-artístico de Trujillo tiene en la Plaza Mayor su punto de encuentro. Locales celebran en ella el Chiviri, evento único en la región, y pasean y se reúnen a la sombra de la Iglesia de San Martín de Tours o de la estatua ecuestre de Francisco Pizarro. Del más insigne de los conquistadores nacidos en el municipio cacereño se puede conocer su historia a fondo en su Casa-Museo, y se puede complementar con una visita al Museo de la Coria, dedicado a la cultura mestiza, nacida de la relación entre Extremadura e Iberoamérica.
Como centro neurálgico, sobre los soportales de la plaza se levantaron casas solariegas y palacios que deslumbran al viajero, como el de los Carvajal-Vargas (San Carlos) y el característico balcón de esquina del estilo renacentista, o el de Piedras Albas. Apartir de aquí, las calles estrechas y empinadas conducen a más viviendas de alta alcurnia, como la Casa del Peso Real o de los Chaves Cárdenas y el Palacio de Juan Pizarro de Orellana, que destacan del resto de edificios, austeros y hechos para la vida del campo extremeño. El aire eminentemente palaciego y defensivo que se respira en la localidad no le quita mérito a sus templos, pues acoge uno de los mejores ejemplos del románico, la Iglesia de Santa María la Mayor, casi vecina de la de Santiago y del Alcazarejo de los Altamirano, y que es una residencia adosada a la muralla. Y es que Trujillo no puede ni quiere ocultar su pasado medieval.