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Excursiones teatralizadas por los bosques del Pirineo

¡Que no se pierda la magia!

Actualizado: 01/09/2020

Fotografía: Ferrán Mallol

En el Pirineo aragonés habitan seres mágicos, hadas y duendes. Si paseamos en silencio por sus bosques, a menudo se dejan ver. En este reportaje os proponemos una serie de rutas teatralizadas por entornos naturales únicos, entre valles y montañas, hayedos, pinos o castaños, que harán que los niños ¡nunca dejen de creer en la magia!
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En el valle del río Aragón, una vez pasado Jaca, no solo nos encontraremos con parques naturales, pueblos con encanto, ibones, valles, ríos salvajes y barrancos que llaman a la aventura. También hay seres que a simple vista no se ven: duendes, nomos, trasgos y hadas.

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La empresa Ojos Pirenaicos nos propone rutas teatralizadas, sencillas y accesibles por diferentes bosques del Pirineo, en su vertiente aragonesa, para dar a conocer a estos diminutos seres a los niños. En realidad, no a cualquier niño. Para verlos hay que ser curioso, aventurero y visitar estas tierras en familia.

Una original y valiente apuesta por el montañismo de alguien que creyó en el montañismo interpretativo desde el primer momento: David Ruiz de Gopegui. Este joven zaragozano se escapaba los fines de semana al Pirineo, pero pronto escuchó los sonidos de la montaña y emigró a ella. En cuanto acabó Magisterio, cambió el asfalto por el aire libre para convertir su hobby en su medio de vida.

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En su aventura empresarial, David tuvo la suerte de conocer al hada Bellota, nacida en los hayedos mágicos del Valles de Aísa. Juntos forman un gran equipo. Y por fin, tras el largo confinamiento, pueden hacer lo que realmente les gusta: hacer sentir el Pirineo a los más pequeños igual que ellos lo sienten, lo viven y lo trasmiten.

Canfranc, punto de partida

Las excursiones parten cada día de un pueblo distinto, para conocer distintos hábitats naturales, desde el Valle de Echo, el más occidental; a los hayedos mágicos de Aísa, pasando por la Peña Oroel de Jaca o los misterios del valle del Aragón.

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Nos quedamos en este último para descubrir con ayuda de David y Bellota los bosques de Canfranc. El punto de encuentro está próximo a la Estación Internacional de Canfranc, último vestigio de la conexión por ferrocarril entre Aragón y Francia. Hasta allí nos podremos acercar, después de la excursión, para contemplar esta megalómana obra de ingeniería de hierro y cristal, que esconde historias de contrabando y espías. Por ella pasaban los judíos que huían de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial y en sus vagones viajaba el oro procedente del expolio nazi o el wolframio español.

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Pero hemos venido a ver hadas. En el punto de encuentro, David explica a las familias cómo mantener la distancia social, que en el bosque, afortunadamente, no es muy complicado. "El hada Bellota ha salido de su letargo para hacer travesuras a los niños que se adentran en sus dominios, y tiene muchas ganas de veros, porque hacía meses que no le visitaba ningún niño", avanza. "Así que estad atentos, porque puede aparecer en cualquier momento. Pero cuidado, no le gusta que se moleste a los animalitos, ni que se arranquen las flores del bosque".

¿Sabéis qué comen las hadas?

Tras adentrarnos en el bosque, a los diez minutos hacemos ya la primera parada y David empieza a preguntar qué sabemos de las hadas. "¿Alguien sabe qué comen las hadas?" Saca un cesto de mimbre y les pide a los niños que echen ahí objetos que encuentren en el bosque porque después se lo regalarán al hada Bellota. Unos echan hojas secas, otros caracoles o incluso un palo, que el hada convertirá después en una varita mágica.

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David pide la colaboración de los niños para llamar a Bellota. "¡Bellooota, belloooota!". De pronto, tras unos arbustos, aparece con su sombrilla construida con hojas para que no le golpeen los rayos del sol que, solo por momentos, penetran entre la espesura del bosque, volviendo loco a nuestro fotógrafo.

Pronto descubrimos que Bellota no es la típica hada que aparece en los cuentos, ni viste de rosa, ni tiene un vestido pomposo. No busca a su príncipe. Es un hada del bosque, con su abrigo hecho con restos de ropa que los humanos se han dejado en el bosque. Su misión: que los niños vuelvan a creer en la magia. "Ahora ya no se cuentan historias de duendes ni trasgos", se queja, y anima a los mayores a hacerlo.

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A través del teatro e introduciendo diferentes juegos y dinámicas, irá despertando los sentidos, la curiosidad y el asombro de los niños, que enseguida comprenderán por qué es tan importante cuidar la naturaleza. "Algunos vivimos en el interior de las cortezas de los árboles, otros debajo de las setas, otros enterrados bajo suelo, así que, ya sabéis, mirad siempre dónde pisáis y nunca os llevéis nada del bosque".

Descubrir el bosque en familia

Bellota lanza preguntas y retos que debemos resolver entre toda la familia. ¿Sabéis jugar a la gallinita ciega? Nos invita a taparnos los ojos y participar, conducidos por nuestros hijos, solo que el objetivo del juego esta vez es otro. En lugar de rostros, las hadas y duendes juegan a reconocer a los árboles con solo tocar su corteza. Llevamos un buen rato caminando, y nadie se ha quejado. Hacemos un segundo alto para reponer fuerzas mientras Bellota nos cuenta la historia de 'El niño duende', un niño humano que un rayo de sol convirtió en un duende y el sinfín de aventuras que vivió.

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También nos podemos encontrar en nuestro camino con alguno de los búnkeres de la llamada 'Línea P': de Pirineos, un conjunto defensivo a lo largo de la vertiente pirenaica española levantado entre los años 1944 y 1959. Miles de soldados de reemplazo trabajaron para construir estas posiciones de hormigón armado en las cabeceras de los valles fronterizos, por el temor a una posible invasión militar del sur de Francia que nunca se produjo.

Un atardecer a dos mil metros

Las rutas teatralizadas no son la única actividad que nos propone 'Ojos Pirenaicos'. ¿Y si os ofrecieran ver el atardecer a más de dos mil metros? No nos lo pensamos. Partimos de Aratorés, un pequeño pueblo próximo a Castiello de Jaca, en el que tomaremos un desvío para empezar a subir por una pista, en furgoneta, en dirección al Paraje Natural de los Valles Occidentales, el más desconocido del Pirineo.

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En este caso, la actividad está pensada para grupos más reducidos, de hasta ocho personas. Tiene un perfil más exclusivo, ya que es un guía de montaña quien te lleva a parajes que, por uno mismo, es difícil llegar. Pero también es apta para pequeños y mayores, ya que apenas hay que caminar 15 minutos.

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Son las 6 de la tarde. La hora es muy propicia para escuchar o incluso ver a los animales que salen del bosque y bajan al valle en busca de agua o comida. De hecho, en mitad del trayecto, un ciervo imponente se cruza ante nuestros ojos, sin que el fotógrafo pueda reaccionar a tiempo para captar la instantánea. Las vacas y las cabras ni se apartan de la carretera, porque en realidad, quienes estamos invadiendo su espacio somos nosotros. En este lugar, una tiene la sensación de haberse perdido y haber llegado a un punto que solo conocen los montañeros. O los únicos dos pastores que viven en la zona.

Los Pirineos, montañas vivas

David lo sabe todo de los Pirineos. Un día, nos cuenta, estas montañas medían más de 6.000 metros y eran un mar. Solo hay que coger varias piedras para descubrir sus manchas blanquecinas de conchas incrustadas hace millones de años. Ríos de roca y piedras hicieron que poco a poco, estos muros hayan ido depositándose por capas en otras formaciones, como los Mallos de Riglos.

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Frente a frente, David nos señala Collarada, uno de los picos más elevados de la zona. El sol ilumina su cresta y forma un collar dorado, de ahí su nombre. En Huesca La Magia os podéis informar de todas las rutas que ofrece la zona. A lo lejos divisamos el refugio López Huici, antes de que el último rayo de sol lo convierta en el gran protagonista del paisaje. Es gratuito porque, en realidad, está pensado para montañeros como David. "Atreveos a dormir a dos mil metros, con un saco de dormir y os levantaréis con una sensación de libertad y unas vistas de infarto", nos propone para otra ocasión.

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La desconexión es total. Estar aquí al atardecer es el mejor tratamiento antiestrés. Dan ganas de saltar de valle en valle. La altura nos hace sentirnos poderosos. Mires donde mires, no dejarás de suspirar. Es el sueño de cualquier fotógrafo. Es lo mejor de esta ruta, que nos sorprende en un mundo en el que ya nada parece que vaya a hacerlo.

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