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Bienestar

Daroca, agua de vida

Actualizado: 20/04/2016

Visitar Daroca, en la provincia de Zaragoza, implica disfrutar de una experiencia balnearia única. Sus aguas termales ya alcanzaron la fama en la época de Isabel II y hoy en día siguen ofreciéndonos todo tipo de propuestas relajantes y saludables, como la de bañarnos en invierno en un lago al aire libre, con temperaturas que rondan los 28º C. Por si esto no fuera suficiente, la comarca de Daroca cuenta con infinidad de vestigios medievales y pueblos llenos de encanto con una excelente gastronomía.
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A 30 y a 45 kilómetros respectivamente de la villa de Daroca, nos esperan las aguas sulfuradas de dos balnearios nacidos en el siglo XIX. Aunque guardan su encanto centenario, han sabido modernizarse y actualizarse para que a nuestra estancia no le falte detalle.

El primero de ellos es el Balneario de Paracuellos del Jiloca, el más antiguo de Aragón. Fue construido en 1848 y se reformó recientemente. Respetando su esencia, conserva la decoración y los muebles originales de principios de siglo y, a la vez, está equipado con la más avanzada tecnología en hidroterapia.

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El segundo centro es Termas Pallarés, en Alhama de Aragón. Está rodeado de casi 70.000 metros cuadrados de bosques y jardines que envuelven un lago termal natural, único en Europa. La temperatura de sus aguas es de 28ºC, tanto en invierno como en verano, de manera que podemos disfrutar de él durante todo el año. En cuanto al hotel, que en el siglo pasado fue un casino, cuenta hoy en día con una gastroteca donde predomina la cocina de autor.

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Las imponentes murallas de Daroca

Muy cerca del área balnearia nos espera Daroca, un lugar cargado de historia. Cuatro kilómetros de murallas casi intactas, que siguen el curso del río Jiloca, son el legado de sus antiguos pobladores. Más allá de los muros, el pueblo está rodeado de viñedos y campos de cereales que confieren al entorno un aire menos defensivo. El trazado de su casco histórico es tortuoso, ya que la villa se abre paso robando terreno a los montes San Cristóbal y San Jorge, lo que añade encanto a nuestro paseo por sus empinadas callejuelas. De camino a la zona alta del municipio, encontraremos calles con nombres tan curiosos como de la Traición o del Rey Destronado. Y, a ambos lados, todo un desfile de arte mozárabe, gótico y barroco.

En nuestro recorrido por el centro del pueblo, buscaremos su famosa pastelería centenaria (de 1874), una de las más antiguas del país. Es el hogar del Museo de la Pastelería Manuel Segura, regentado por la familia que fundó la tienda seis generaciones atrás. En su obrador artesanal se elaboran a la vista de los clientes delicias como los Baturricos (unos bombones trufados de chocolate negro).

La laguna de las aves

Aprovechando nuestra estancia en Daroca, merece la pena desplazarnos unos 20 kilómetros hasta una planicie a 1.000 metros de altura sobre el nivel del mar. Se trata de la laguna de Gallocanta, un humedal refugio de fauna silvestre, de importancia internacional. Por su elevada salinidad, en la laguna no hay peces aunque sí abundan las aves. De hecho, se han llegado a observar hasta 200 especies distintas. Este enclave estratégico en la ruta migratoria de las grullas, tiene especial interés entre el primer fin de semana de noviembre y el primero de febrero, que es cuando llegan y se van la mayor parte de aves. Cerca de aquí, además, hay también otras lagunas, como La Zaida, especialmente espectacular durante la puesta de sol.

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Sugerencias gastronómicas

Sin dejar todavía la región, a media hora en coche desde Daroca, encontramos Cariñena, famosa por su vino. Estas tierras aragonesas, duras y arcillosas, se dan variedades de uvas como la garnacha blanca y negra. De ellas nacen unos exquisitos caldos, ideales para acompañar una comida en el restaurante La Rebotica donde nos sorprenderán con platos tan originales como la lasaña de morcillas de la zona o las migas con bombones de queso. También vale la pena pasar por La Gastroteca de las Termas Pallarés, donde encontraremos una cocina de autor y creativa.