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Fiestas y tradiciones

El Rocío, mucho más que tradición

Actualizado: 19/04/2016

Al acercarse Pentecostés, hermandades y feligreses ponen rumbo al pueblo de Almonte para venerar a la virgen del Rocío en el santuario de la Blanca Paloma. Esta romería es mucho más que una demostración de fe mariana, es una de las tradiciones más arraigadas en Andalucía, un recorrido cargado de sentimiento con el Guadalquivir como testigo. Durante los días de procesión se da una curiosa combinación: la del silencio y la fe, junto al cante y la fiesta.
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Hay quien dice que El Rocío no se puede describir, solo vivir. No es de extrañar ya que ésta es una de las mayores peregrinaciones que puede verse en España. Desde la localidad onubense de Almonte, la Hermandad Matriz, junto a sus hermandades filiales, ha hecho de esta romería un fenómeno que traspasa fronteras. La fecha de la celebración varía cada año ya que se comienza 50 días después del Domingo de Resurrección y éste cambia en función de la Semana Santa.

Todo apunta a que la tradición comenzó en época de Alfonso X El Sabio, quien pudo haber erigido aquí la primera ermita con la imagen de la virgen, conocida entonces como La Rocina. Actas del Ayuntamiento de Almonte indican la existencia de la hermandad ya en el siglo XVI. Poco a poco la ermita fue creciendo gracias a donaciones particulares, al igual que la figura de la virgen, que en 1653 pasó a ser considerada patrona del pueblo, ya conocida como Nuestra Señora del Rocío. No fue hasta un siglo después cuando se asoció con el Espíritu Santo, identificándola con La Blanca Paloma.

Fe y fiesta

Actualmente, más de un millón de personas y decenas de hermandades participan cada año en esta romería que tiene como fin del camino el santuario de la virgen del Rocío. Lo más tradicional es hacer el recorrido a caballo, en carreta o a pie. Una de las imágenes que más nos impresionará es ver el desfile de carrozas –entoldadas y repletas de flores-, las monturas y los simpecados –insignias que abren la marcha en las romerías sevillanas-, marchando en fila entre pinares, marismas y caminos de tierra.

También es una estampa única ver a los romeros: ellos, con sombrero cordobés y chaquetilla corta; ellas, con vistosos trajes flamencos. La mayoría de personas pasan la noche al raso, aunque lo cierto es que se duerme poco en esta procesión, sobre todo en la segunda parte de la romería, cuando Almonte ya está cerca y empiezan a sonar las guitarras flamencas que nos invitan al baile y a la diversión. Este ambiente festivo y la fe en la virgen, son los motivos por los que esta cita religiosa se ha vuelto tan popular.

El Rocío discurre por caminos de tierra.
El Rocío discurre por caminos de tierra.

La llegada a Almonte

El camino se programa de forma que los rocieros lleguen a la aldea del Rocío a mediodía del sábado, en víspera de Pentecostés. Aquí se acampa en espera del resto de hermandades y el sábado desfilan juntas en procesión, en busca de la santa figura. El cansancio ha desaparecido. La virgen espera en el santuario dispuesta a sanar las fatigas físicas y espirituales de todo peregrino. Es en la madrugada del lunes cuando sacan a la patrona del retablo de la ermita. Se trata de uno de los momentos más emocionantes de la fiesta, el conocido como salto de la reja, en el que los rocieros entran en la ermita entre aglomeraciones para conseguir ser los porteadores de la virgen. Una vez fuera, la pasean a hombros por la aldea ante la pasión de los fieles que se abren paso entre el gentío para, al menos, rozarla

Si nos animamos a hacer esta romería, sobre todo sin formar parte de alguna hermandad, debemos ir bien preparados, midiendo las provisiones de agua y comida para hacer frente al fatigoso recorrido y sin que el peso de la mochila se convierta en un lastre. Igualmente, la ropa deberá ser ligera y cómoda, especialmente el calzado, pero sin olvidar algo con que lo que abrigarnos en las madrugadas.

Existen varios caminos, como el de Moguer, el de Los Llanos o el Sevillano, pero la ruta más espectacular es la de Sanlúcar, que une la aldea a través de Doñana con la desembocadura del Guadalquivir. Además de ser un bello paisaje para los amantes de la naturaleza, es una curiosa estampa ver a la multitud de peregrinos cruzando parajes casi vírgenes.