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El castillo de Peñafiel ofrece unas vistas privilegiadas del Valle de Duero. En la foto, aparece la bodega Protos.

De Quintanilla de Onésimo a Peñafiel (21 km por la N-122)

Día 2: Hoy no hay bodegas, pero sí lechazo y buenas vistas

Actualizado: 01/10/2019

Fotografía: César Cid

Hoy nos olvidamos de las bodegas. Solo por hoy. La Ribera del Duero tiene muchos más atractivos además de sus vinos. Te quedarás helado al saber que cerca de la N-122 hay una necrópolis vaccea con 100.000 enterramientos, se te saltarán las lágrimas al probar el lechazo asado al horno de leña y te sentirás como un auténtico rey viendo cómo el atardecer cae sobre el Valle del Duero desde el castillo de Peñafiel. Así es la ruta de Quintanilla de Onésimo a Peñafiel.

CUADERNO DE VIAJE: CONSEJOS | DORMIR | COMER | BODEGAS | SELFIES

1. Yacimiento Arqueológico de Pintia (Padilla de Duero)

Los primeros rayos del sol de la mañana se cuelan tímidamente por las ventanas de 'Fuente Aceña'. Hay silencio, mucho silencio. Abres la ventana y el río Duero parace darte los buenos días con los patos chapoteando en su cauce. El café caliente y los bollos del panadero del pueblo ayudan a desperezarse. Es hora de continuar. Sólo 17 kilómetros nos separan del primer (y muy desconocido) destino del día: el Yacimiento Arqueológico de Pintia, en Padilla de Duero. En el Centro de Estudios Vacceos Federico Wattenberg espera Elvira Rodríguez, la guía que comenzará la visita con un vídeo que ayuda a comprender quiénes fueron los vacceos y qué implicación tuvieron en la Ribera del Duero.

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"Los vacceos fueron una etnia preromana que habitó este territorio desde el siglo IV a. C. hasta el II d. C. Era una población regida por una aristocracia guerrera, que creó las primeras ciudades-estado. Dominaban la metalurgia y la cerámica como pocos y de ellos hemos heredado la cultura del vino y del lechazo", comenta la arqueóloga. En las vitrinas del centro exponen una muestra de la gran cantidad de objetos encontrados en la Necrópolis de las Ruedas, un cementerio de unas seis hectáreas donde se calcula que hay 100.000 enterramientos. Por ahora, solo han desenterrado 318 tumbas en 40 años de excavaciones.

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"Estos pobladores de la era Protohistórica creían firmemente en la vida de ultratumba. Cuando alguien fallecía, lo incineraban en el crematorio de los Cenizales y después lo enterraban en unos agujeros circulares hechos en la tierra junto a todo su ajuar", explica Elvira. De esos ajuares han recuperado piezas de todo tipo: desde canicas de cerámica decoradas a jarras y vasos hechos a torno, cajitas y saleros con formas de animales, puñales tipo Monte Bernorio, sonajeros y una colección de fíbulas de más de 35o piezas. "Es la segunda colección más importante de toda la Península Ibérica, después de Numancia que son 643 piezas, teniendo en cuenta que allí se lleva excavando desde principios del siglo XIX.". También son importantes las colecciones de Tesorillos: "acumulaciones de joyas, monedas y otros objetos que no corresponden a su cronología; piezas que se heredaron de generación a generación y que en un momento de huída se escondieron y abandonaron".

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Una de las piezas que más admira Elvira son las joyas de barro. "Hemos encontrado réplicas de joyas de oro hechas en barro: una arracada y una fíbula anular hispánica que reproducen unas piezas encontradas en el Tesorillo de Arrabalde, en Zamora. Creemos que es un reconocimiento social, ya que se hallaron en tumbas que consideramos eran princesitas vacceas, niñas de seis o siete años. Esto es algo rarísimo, no se han descubierto este tipo de objetos en ningún otro sitio", revela la arqueóloga.

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La visita prosigue en la Necrópolis de las Ruedas, a las afueras del pueblo, una extensa explanada entre cultivos plagada de estelas funerarias donde los investigadores excavan y vuelven a cubrir nuevas tumbas cada verano. Carlos Sanz Mínguez se encuentra allí. Él es el responsable del Proyecto Pintia, de la Universidad de Valladolid, y la persona que comenzó las excavaciones en 1979. Antes de volver al taller para limpiar los nuevos objetos encontrados, Elvira y Carlos pasean por el cementerio donde se expone una escultura sobre el ritual expositorio a los buitres practicado por los vacceos y un pequeño mirador que te permite ver todo el campo santo desde otra perspectiva.

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2. 'Molino de Palacios': el templo del lechazo

Irse de la Ribera del Duero sin probar un lechazo asado debería ser un pecado. Y nosotros no queremos confesarnos. En Peñafiel, un antiguo molino harinero alberga uno de los restaurantes con más encanto del pueblo: El asador 'Molino de Palacios' (Seleccionado Guía Repsol). Su ubicación a pies del Duratón lo convierte en un oasis alejado del asfalto, aunque la carretera pase por encima de uno de los salones soterrados. Ni lo notas. Basta cruzar su puerta para darte cuenta de que tienes más hambre de lo que pensabas. El olor a asado activa todas tus papilas gustativas, mientras de su gigantesco horno de leña salen los primeros cuartos de lechazo directos a la mesa.

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Noemí y Emilia Bocos son las dos hermanas que se ocupan del negocio. Emilia siempre cerca del horno de leña, y Noemí atendiendo las mesas. La sumiller acaba de ser mamá, y a pesar del cansancio siempre tiene una sonrisa en la boca. De la carta propone probar platos tradicionales de la tierra, como las sopas de ajo, los escabeches, la morcilla, o las alcachofas que ellas mismas embotan.

Su plato estrella es el cuarto de cordero lechal de raza churra, hecho al horno durante 3 horas y media con agua y sal, nada más. Con un cuarto pueden comer casi tres personas por un precio que ronda los 40 euros. Se acompaña con una ensalada y una torta de pan con aceite, que elabora el marido de Noemí, panadero, y que invita a dejar el plato bien rebañado.

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Para el postre, la tarta de queso hecha en el mismo horno que el lechazo es una auténtica delicia que acompañan con pudin de maracuyá. Lo mejor es comerla fuera, en la pequeña isla que forma el río frente al molino. Allí los niños juguetean con los patos mientras los adultos meten los pies en el agua para refrescarse.

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3. Peñafiel y el atardecer desde su castillo

"La Peña más fiel de Castilla", declaraba el conde Sancho García en 1013 cuando reconquistó el castillo a los árabes de Almanzor. Una célebre frase que dió nombre a esta localidad vallisoletana de más de 5.000 habitantes cuya visita promete dejar un buen sabor de boca. Sus callejuelas conducen a monumentos como la Torre del Reloj, del siglo XI, la edificación más antigua de toda la villa; o el convento de San Pablo, construido con los restos del Alcázar de Alfonso X el Sabio. Solo su fachada presenta tres estilos arquitectónicos: gótico, mudéjar y plateresco. El infante Don Juan Manuel de Villena, autor de El Conde de Lucanor y sobrino del rey, está enterrado aquí. Muy cerca está la iglesia de San Miguel de Reoyo, actual parroquia de Peñafiel. Y junto a la Plaza de España, la iglesia de Santa María de Mediavilla, con su robusto campanario, alberga el Museo de Arte Sacro.

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Desde la plaza España parte la calle Derecha al Coso, que llega a la popular plaza del Coso. De origen medieval (1433), la plaza es cuadrada, su suelo es de arena y los 48 edificios que la componen están hechos de piedra, madera y adobe. "Sus balcones de madera muestran unas guardamalletas de estilo mudéjar que no se han visto en ninguna otra parte de la Península Ibérica", explica Marta Calvo, guía oficial del castillo, que recomienda dirigirse a la esquina izquierda (si entras por el acceso norte) para sacar la mejor instantánea de la plaza y la fortaleza juntas.

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Una carretera zigzageante lleva hasta el castillo donde las chovas piquirrojas planean ya sobre las almenas de la Torre del Homenaje, de 34 metros de altura. "Solo se las ve al atardecer", comenta Marta. La fortaleza actual data de 1456 y se encuentra a 887 metros sobre el nivel del mar, y a 200 sobre el pueblo de Peñafiel. Su estructura recuerda a un gran buque de piedra que navega por los mares de Castilla, sobre todo si te asomas hacia el patio sur. Al otro lado, en el patio norte, se aloja el Museo Provincial del Vino.

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"El radio de visión desde aquí es único. En días claros se ven perfectamente los tres valles: el de Duratón, el del Duero y el de Botijas", revela la guía, que lleva ocho años contando a los visitantes la historia de este lugar. Y lo hace con la misma ilusión que el primer día. "Fijaros bien, hacia el sur de la península se ven las montañas de Guadarrama, Somosierra y La Pinilla. Y en aquella antigua azucarera, se une el Duratón con el Duero". También se ve el Castillo de Curiel, del año 1008, siendo uno de los más antiguos de España. "Reza un dicho popular, que Buen castillo tendría Peñafiel si no tuviera a la vista el de Curiel. Y claro, los de aquí decimos lo contrario", cuenta entre risas.

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Ya de vuelta en el pueblo, volvemos sobre nuestros pasos para visitar de nuevo la plaza del Coso, y admirar el castillo iluminado sobre la noche cerrada. Para cenar, no hay que ir muy lejos. La Plaza de España y la calle Derecha al Coso son las zonas con más ambiente para tapear y tomar algo. Y para dormir, hay varias opciones.

Puedes quedarte en el 'Convento de Las Claras', un alojamiento de 4 estrellas cuyas habitaciones ocupan las antiguas celdas de las monjas franciscanas, o coger el coche hasta 'LaVida Vino Spa', en Aldeavilla, y dormir en el antiguo lagar comunitario de este pueblo de 13 habitantes. Aquí la calma está asegurada.

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