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Parece que 2022 no le va a dejar demasiado tiempo libre para viajar, pero, como ella misma reconoce, tiene un trabajo que no le permite veranear. Sin embargo, siempre que puede, se escapa al sur a recargar pilas.
Veraneábamos en Benidorm. Recuerdo que a mi madre le encantaba la costa levantina. Somos cinco hermanos, con lo cual nunca nos hemos aburrido, lo pasábamos muy bien. Pasábamos allí un mes y el mes siguiente lo pasábamos en un pueblecito cerca de Ávila que se llama Mijares, en la Sierra de Gredos.
El primer viaje que hice en la adolescencia fue a Londres. Tuve que coger un tren desde Madrid hasta París, de París a Dieppe, donde tomé un barquito hasta Newhaven y, desde Newhaven, un tren hasta Victoria Station. Para mi fue una auténtica aventura llena de emociones porque acababa de cumplir 18 años, viajaba sola y lo hacía para visitar a mi hermano Carlos, que estaba allí aprendiendo inglés y trabajando.
Según el momento. Es verdad que el mar es muy importante para mí y hay veces en que lo necesito, cada año viajo con mi familia al sur. En invierno solemos ir a la montaña, a Formigal. Allí esquiamos y hacemos snowboard, que nos encanta. Conocí Formigal cuando rodé la película La próxima piel y desde entonces es un lugar al que siempre que puedo voy con mis hijos. Un clásico para nosotros es ir al restaurante ‘Frankfurt’ nada más llegar. Su dueña, Pilar, hace unos canelones de rabo de toro espectaculares.
Un lugar que nadie debería perderse es un pequeño pueblo escondido entre montañas, a diez minutos en coche de la estación de Formigal, que se llama Sallent de Gállego. Allí vamos de vez en cuando a cenar a ‘Casa Marton’, un asador que tiene su propio horno de leña. Un lugar de ensueño.
Sin duda. Rodé una película que se llamaba Una ventana al mar en una isla griega maravillosa llamada Nisyros. Está en el archipiélago del Dodecaneso, muy cerca de Turquía. Si la buscáis en el mapa, veréis que es una isla pequeñita que aún tiene actividad volcánica. De hecho recuerdo que nosotros rodamos en el cráter del volcán. Nisyros se convirtió en un lugar de referencia al que estoy deseando volver.
Cuando viajo con mis hijos siempre hacen falta más cosas por los imprevistos. Cuando viajo por motivos de trabajo a la presentación de una película, siempre tengo que llevar una maleta más grande. Pero en mi vida he hecho tantas maletas que he aprendido a viajar con lo imprescindible, de hecho he aprendido a viajar sin maletas. Siempre que puedo hago viajes improvisados en los que no llevo absolutamente nada. Ir solo con el bolso de mano te da una sensación de libertad maravillosa. Lo recomiendo.
Del avión me gusta que vas cómoda, viendo películas y te desconectas un poco del mundo, pero el tren me gusta mucho. Te puedes mover por los vagones, puedes leer, puedes mirar por la ventanilla, tiene algo poético el tren.
Un olor, una comida, una bebida, una palabra o un libro pueden transportarte a cualquier lugar. Por ejemplo, si vas al restaurante ‘Aponiente’ (3 Soles Guía Repsol), el chef Ángel León, un auténtico alquimista, te lleva de viaje a través de los aromas y sabores del mar. Si vas, vivirás una experiencia gastronómica inolvidable. En ‘Amapolas en octubre’, una librería que hay en la calle Pelayo, una de mis favoritas, puedes encontrar libros que te llevan de viaje sin moverte del sofá.
Me encanta comer, así que cualquier plato rico me puede hacer levitar. Pero, sin duda, mi debilidad es la comida japonesa. En Bilbao, donde estuve grabando la serie Intimidad, que se estrena en mayo, siempre que podía me escapaba a un restaurante japonés que se llama ‘Kuma’ (Recomendado por Guía Repsol). Con su tartar de atún con trufa levitaría con facilidad (risas). Además, descubrí con mis compañeros de rodaje un restaurante griego muy auténtico, ‘Grecocina’, al que volvería a diario.
Cuando estuve rodando en Galicia la serie Néboa, encontré un lugar muy especial en mitad de un valle. Se llama ‘Aldea rural Lamacido’, en Ortigueira. Pedro y Teresa, los anfitriones, nos trataron tan bien a mí y a mi familia que al final nos hicimos amigos. Aprovechando que rodaba en verano, me llevé allí a mis hijos.
En su casa rural se puede comer, hay piscina, hay animales, los niños pueden jugar y estás rodeado de valles. Yo me despertaba por las mañanas, abría la ventana del baño, que tenía vistas al valle, y era el espejo en el que me miraba. Había colocado en la ventana todas mis cremas y cuando terminaba el rodaje me sentaba allí y, contemplando el valle, me desmaquillaba. Esos momentos se han quedado grabados para siempre en mi memoria. No hay nada que te haga más feliz que la naturaleza.