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El éxito tardó unos años en acompañarle, pero desde que dirigió 'El otro lado de la cama', Emilio Martínez-Lázaro (Madrid, 1945) es uno de los cineastas más taquilleros de nuestro país. El fenómeno social en que se convirtieron Ocho apellidos vascos y su secuela Ocho apellidos catalanes, nos lleva a preguntarle a bocajarro dónde se come mejor, en Cataluña o en el País Vasco. "Se come en los dos sitios muy bien", contesta salomónico. "Esta última la hemos rodado en el Ampurdán, que es una auténtica maravilla a nivel paisajístico y gastronómico. Pero, todo hay que decirlo, comí mejor en la primera. Vivíamos en Zarautz y volvíamos una y otra vez al 'Kirkilla', que lo recomiendo entusiásticamente. Son familia de Arguiñano, que tiene otro restaurante enorme a unas calles de allí. Pero que no se engañe nadie, se come mejor en el Kirkilla, tiene un menú degustación alucinante".
En Sevilla, otra de las localizaciones de Ocho apellidos…, el director reconoce haber probado "el mejor atún de almadraba del mundo. Y mira que he comido bonito en el País Vasco... Fue en 'Abantal', un restaurante muy moderno de esos superguays y bastante caros que hay cerca del Parque María Luisa". De sus semanas de trabajo con Dani Rovira, Clara Lago, Karra Elejalde y Carmen Machi, aparte del ambiente de camaradería y cachondeo, destaca su pasión por la gastronomía: "son los cuatro grandes comilones, pero la que disfruta más es Carmen, sin duda".
Ahora mismo, Martínez-Lázaro anda preparando un proyecto con guión propio, aunque sobre la mesa sigue teniendo la oferta de Telecinco para hacer la tercera parte de sus comedias más exitosas. "Lo que me ofrecieron no me interesaba, primero porque estaba muy reciente la segunda parte y segundo porque, creo yo, tenía que ser una historia distinta. Volver a hacer lo mismo pero con los problemas entre los murcianos y los valencianos me parecía ridículo. El público iba a descojonarse de risa, pero en el mal sentido".
Su respuesta es tan taxativa que parece imposible que haya una continuación, por muchos espectadores potenciales que pudiera tener. "A mí no me importaría hacerla, pero tiene que ser una historia muy original, algo que sorprenda a la gente. Al final parece que hay unidad de criterio y de momento toca esperar". En cualquier caso, lo que queda claro es que su terreno natural es el rodaje. "Es lo que más me gusta en este mundo. Me lo paso pipa y es mi medio natural desde que hice mi primera película. Enseguida me di cuenta de que tenía que seguir haciendo eso, porque en ningún sitio estaba más a gusto que entre cámaras, focos y actores".
El director tiene buenos recuerdos de sus 15 largometrajes y aprovecha la fase de localización, cuando se buscan los sitios adecuados para rodar cada película, para darse pequeños (y grandes) homenajes. "De eso se trata, vas unos cuantos días pero sin agobios. No tienes por qué ver 18 sitios en un día, aunque a veces se ponen un poco pesados y quieren llevarte de un lado para otro. Tachas unos cuantos y ya está". Es lo que tiene ser director. "Y además puedes hacer turismo del bueno, porque siempre vas con gente de la zona que sabe llevarte a comer al mejor sitio,enseñarte los parajes más interesantes y no forzosamente lo que más sale en las guías turísticas".
De todos esos lugares que ha descubierto gracias a sus películas, tiene uno que guarda con especial cariño. "Rodando Carreteras secundarias, que también transcurría en el Ampurdán, llegué a una de esas hermosas calitas de la Costa Brava, Sa Tuna". Tanto le gustó que llegó a plantearse comprar "una casa construída sobre la misma arena de la playa. Era una casa muy rara, pero muy bonita, y pregunté precio y todo a los dueños, que eran alemanes. Aunque al final me disuadió el tema de la humedad y que probablemente estuviera prohibido construir ahí". Y así sigue, rodando películas por toda la geografía española, aprovechando las singularidades de cada lugar para sacar brillo a la comedia y soñando con una casa imposible en Sa Tuna.