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En ruta con Paula Bonet

"Los pinos del Empordà me flipan, me llevan a mis lugares de infancia"

Actualizado: 22/03/2018

Pintar, pintar y pintar. Eso es lo que hace Paula Bonet (Villarreal, 1980) todos los días de su vida. Sus trabajos editoriales son los que la llevan de gira. La hemos sacado un ratito de su taller, la Portería de grabado, y nos ha citado en el 'Café Godot' de Barcelona para hablar de viajes, vinos, comida y sus momentos de ocio.
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Paula Bonet pinta todos los días de su vida y lo hace cada vez en más lugares del mundo. Pero estos viajes siempre acaban mezclados con anécdotas de trabajo porque, como ella misma dice, "quien tiene un trabajo creativo no puede diferenciar lo que es trabajo de lo que es vida"

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¿Imaginabas cuando empezaste tu carrera que ser pintora te llevaría de gira?

Para nada. El trabajo de pintora suele ser muy íntimo y el contacto con el público no es para lo que te preparas. Yo viajo más por mis trabajos editoriales, por mi faceta de contadora de historias. Cuando preparas una exposición no giras del mismo modo que con un libro.

Vives en Barcelona. ¿Qué es lo que te gusta de esta ciudad?

El recogimiento que he encontrado. Como valenciana soy muy incontinente, me desparramo, hablo demasiado. Necesitaba contenerme un poco. Me gusta cómo Cataluña cuida la cultura, cómo se profesionalizan los oficios, cómo se respetan los tiempos. Todo se habla antes de que suceda. Yo necesitaba esto. No está la luz de Valencia que "te obliga" (ríe) a vivir en la calle tomando cervezas.

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Cuando vivía allí, si estaba pintando en mi casa y me quedaba sin pintura era un drama porque para comprarlas tenía que cruzar una plaza donde sabía que habría varios amigos tomando algo y siempre pasaba lo mismo, llegaba a mi casa a las 4 de la mañana con las pinturas en el bolso. También es cierto que estaba en un momento vital diferente al actual.

¿Podrías trabajar solo en Barcelona?

No, eso sería difícil. Cuando te mueves por trabajo entras en contacto con creadores de tu misma disciplina, compartes inquietudes, pensamientos y llegas a conclusiones y creces más rápido. Sí que tengo muchas ganas de trabajar en un espacio más aislado y grande que el que tengo ahora, con luz natural, y lejos de la ciudad. Pero necesito moverme, ir a Santiago de Chile, por ejemplo, porque el vínculo que tiene mi trabajo con esa tierra y todo lo que sucede cuando voy allí es importante para la evolución de mi obra.

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La inspiración que me da Chile no me la da ningún otro lugar. A veces pienso en irme a vivir a Chile, pero no quiero hacerlo porque no quiero que pierda la magia que tiene ahora. Es el lugar donde cuando trabajo, no siento que estoy trabajando y cuando estoy tomando vinos y choripanes no siento que estoy de fiesta. Todo se confunde de un modo harmónico que me encanta.

Si no fuera Barcelona…

Sería el Empordà. El campo. Por tener más luz, más silencio, menos interrupciones, menos inmediatez. Esta pausa para pintar es muy necesaria. Sobre todo, me gusta el Baix Empordà. Cualquier rincón aislado del mundo y rodeado de pinos. Los pinos del Empordà me flipan, me llevan a mis lugares de infancia, con la pinocha en el suelo y ese ambiente de verano cálido y frío al mismo tiempo.

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Te gusta el Empordà por sus pinos y su paz. ¿También su vino?

Sí, me gusta el vino del Empordà. También me gusta mucho el del Priorat.

¿Nos recomiendas alguno?

El Martinet Bru del Priorat, de Sara Pérez, me encanta. También el Venus. Y el Predicador, el Maduresa o el Acústic. También me encanta el vino chileno. Recuerdo con especial cariño un Santa Ema Catalina del 2008 que bebí en Santiago las últimas fiestas patrias que pasé en Chile.

Y tu bar para beberlos…

El 'Café Godot' (Sant Domènec, 19) y la 'Viblioteca' (Vallfogona, 12), son dos lugares que tienen muy buenos vinos.

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¿Qué restaurantes o tascas te gustan de Barcelona?

El 'Quimet' (Vic, 23) para tapear rápido. El 'Santa Gula' (Plaza de Narcís Oller, 3) es buenísimo y el 'Aiueno' (Rosselló, 296) y 'Ferrum' (Córsega, 400). Me gusta toda la comida, especialmente la cocina de mercado.

Has ilustrado el cancionero 'Quema la memoria' y estás personalmente relacionada con músicos, compositores... ¿Qué bares musicales frecuentas?

Salgo poco. Pero en Barcelona me gustan el 'Vinilo' (Matilde, 2) y el 'Heliogàbal' (Ramón y Cajal, 80).

¿Y tus sitios de Valencia?

Hay un sitio de paellas que me encanta, 'El Rall' (Abaixadors, 2). 'El Slaughterhouse' (Dénia, 22), que era una antigua carnicería y han mantenido toda su estética. Un lugar súper bonito, lleno de libros. También me gusta ir al 'Copenhagen' (Literat Azorín, 8). Y al gran conocido entre los valencianos como el "chino de Sueca", 'Casa Ru', un restaurante situado en Sueca, 65, buenísimo. Recomiendo el Pato Pekín. Finalmente, 'Vuelve Carolina' (Correus, 8), de Quique Dacosta, con unos platos y cócteles espectaculares.

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¿Qué tipo de alojamientos reservas?

Cuando viajo por trabajo suelo ir a hoteles. Es lo más cómodo cuando se trata de congresos o ferias. Si el alojamiento lo elijo yo, porque el viaje es de ocio, me gusta reservar apartamentos. Esta opción me acerca más al barrio, a la vida del lugar que visito. Cuando viajo me expando mucho y necesito mesas grandes y luz para poder dibujar. De hecho en los hoteles siempre pido que haya una buena mesa para dibujar.

¿Cuántos trenes o aviones coges por mes?

Depende del mes. Ahora estoy a punto de publicar Por el olvido, un libro hecho a cuatro manos con Aitor Saraiba, con el que comenzamos una gira de siete ciudades diferentes a nivel nacional. Esto implica coger muchos aviones, muchos trenes y viajar a ciudades de las que nunca escapamos: Madrid, Barcelona, Valencia, pero también implica ir a Sevilla, Zaragoza, Mallorca…

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¿Has viajado alguna vez sin billete de vuelta?

No, lo que he hecho es anular un billete que tenía o perder el avión a propósito. Me produce una gran sensación de libertad. Es como la promesa de poder tener otra vida.

¿Cómo organizas los viajes?

Cada vez dedico menos tiempo a organizarlos. Menos tiempo a la maleta, a investigar el destino… Las últimas veces que he viajado a Chile he ido con la maleta casi vacía porque sabía que volvería con mucho trabajo estampado y con la maleta llena de papel. Siempre intento que, si hago un viaje por placer, esté vinculado al trabajo que estoy haciendo en ese momento.

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¿Qué mito se te ha caído viajando?

Esto que te voy a decir es un tópico, lo sé, pero Nepal me abrió la mente de una manera brutal. Hice ese viaje con Noemí Elías y María Herreros, la primera fotógrafa, la segunda ilustradora. Acabamos viviendo en una casa con los miembros de la familia y gente de la ONG con la que colaborábamos, en un espacio con muchas limitaciones, con un lavabo minúsculo para doce personas. Para hacer 80 kilómetros tardábamos diez horas. Íbamos a pintar un mural y no teníamos ni dónde limpiar los pinceles… Volvimos pensando que en realidad podemos prescindir de muchas de las cosas que creemos que son importantes.

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¿Cómo afectan los lugares que visitas a tu proceso creativo?

Me afectan intensamente. Son importantes y dejan una marca en el trabajo que estoy haciendo en ese momento. Soy muy observadora y me gusta empaparme de aquello que me interesa. El último viaje que hice a México se tradujo en un golpe oscuro y extraño que me costó entender. Creo que se ve en los grabados en los que estaba trabajando. La serenidad que me dio Belice también sale en La Sed.

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