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Cuando el maestro alfarero Juan Laguna recibe alguna visita en su alfar de Villa de Portillo (Valladolid) suele hacer esta pregunta a los más jóvenes mientras les señala un botijo: "¿Sabéis lo que es esto?". A la respuesta, los pequeños suelen guardar silencio. "La gente no sabe ya lo que es un botijo porque no han visto nunca ninguno y si no lo ven, no lo conocen", asegura el maestro artesano al frente de Portillo Alfar (Canóniga, 11), un taller familiar cuya trayectoria se remonta a 1920, cuando Juan de la Calle Sánchez abrió su propio negocio en una antigua mina de yeso.
La alfarería ha sido la industria predominante en la zona vallisoletana de Arrabal de Portillo durante todo el siglo XX porque contaba con todo lo necesario para su desarrollo: está cerca del núcleo urbano, abundante arcilla óptima para la alfarería, agua del arroyo cercano y pinares donde conseguir el combustible para alimentar los hornos. Esta cerámica se caracteriza por "su color rojizo y su austeridad –comenta Juan– no lleva mucha decoración y es muy funcional, para uso diario".
Además de pucheros, tazas, platos, cuencos, maceteros o botijos, también hay cantimploras de barro cuyo funcionamiento, basado en el enfriamiento por evaporación, es el mismo que el del botijo. "El problema es que el botijo era muy complicado para su transporte porque podía llegar a pesar hasta 5 kilos, por eso las cantimploras se hicieron indispensables en los trabajos del campo y en los viajes ya que su peso, de 2 kilos como mucho, las hacía mucho más manejables. Los carretilleros, por ejemplo, solían llevarlas en sus vehículos y se solían colgar de los árboles en los jardines y merenderos para que la gente bebiera cuando tuviera sed", comenta el artesano.
Otra variedad que trabaja Juan Laguna es el barril, "que tiene forma de balón de rugby a diferencia de la cantimplora, que es más aplanada". Además de los modelos meramente funcionales, Portillo Alfar crea otras cuyo uso es decorativo. "Las doy un toque envejecido mediante una técnica oriental que consiste en aplicarles un esmalte oscuro e ir soplando a pulmón para que se seque mientras que, con un cepillo, voy frotando hasta conseguir el efecto deseado".
Los talleres artesanos repartidos por la geografía española ofrecen una gran variedad de cantimploras dependiendo del tipo de barro utilizado o de las técnicas empleadas. Ahí están, por ejemplo, las cantimploras que elaboran en 'Alfarería La Navà' en Agost (Alicante), de característico color blanco, o las que realizan en 'Alfarería Virgilio' en Puertollano (Ciudad Real), en barro negro de manganeso y cocidas a unos 1.000 grados, lo que las hace muy resistentes si se usan para beber, pero además, en este estudio las realizan también para decorar esmaltándolas en negro con motivos de vivos colores.
El origen de las cantimploras de barro se remonta al Imperio Romano, y en latín se conocían como laguncula. "De forma lenticular y acanaladura central, estas cantimploras empleadas por los legionarios romanos, y también en el entorno doméstico o de trabajo en el campo, eran muy similares a las cantimploras ibéricas y podían forrarse de piel o esparto para protegerlas de los golpes". Comentan Javier Darío García y Jaime Cenalmor, dos apasionados de la historia, la arqueología y el arte, que un buen día decidieron unir fuerzas en 'Los Viajeros del Tiempo', una empresa dedicada a la reproducción de piezas arqueológicas teniendo como sede, además, la tienda del Museo Arqueológico de la Comunidad de Madrid (MAR).
"Nosotros ya éramos fans del Museo de Alcalá de Henares, donde ambos residimos, por lo que cuando vimos la oportunidad de hacernos con las riendas de la Tienda del Museo y desarrollar nuestro negocio dentro de una institución cuya labor amamos y respetamos, no lo dudamos. Y aunque la apuesta por la cultura y el arte es siempre arriesgada, nos pusimos manos a la obra y aquí seguimos, casi cinco años después, ampliando nuestro catálogo de publicaciones especializadas y de objetos". A lo largo de su camino, Javier y Jaime han encontrado artesanos –la mayoría historiadores y arqueólogos– muy meticulosos en su trabajo. "Nos une la pasión por el trabajo artesano y el rigor científico tanto en la documentación como en los materiales empleados, así como en el proceso de fabricación".
En los 'Viajeros del Tiempo' no hay los típicos souvenirs estandarizados, sino objetos creados con mimo y que llevan detrás muchas horas de investigación. A la hora de lanzar una novedad tienen muy presente la agenda expositiva de la institución. "Cuando el Museo planifica una exposición temporal de una temática concreta, identificamos las piezas que pueden ser más interesantes y pedimos a nuestros artesanos que fabriquen las reproducciones de dichos objetos, si no los tuvieran ya en sus catálogos. Por otro lado, estamos siempre incluyendo piezas de todos los periodos históricos, desde la prehistoria a la Edad Media pasando por el Neolítico, la Edad de los Metales, Egipto, Grecia y, por supuesto, Roma".
La idea de reproducir la cantimplora Imperial surgió de una necesidad práctica. "¡Se hace duro representar en verano a un legionario romano equipado con su armadura completa!", dicen Javier y Jaime. "La hidratación en aquellos tiempos era tan necesaria como ahora, por lo que necesitábamos disponer de agua a mano siendo fieles a la manera en que lo haría un legionario o un civil de los primeros siglos de nuestra era".
Sus propuestas de laguncula están inspiradas en piezas arqueológicas originales del periodo altoimperial y han sido realizadas por la artista plástica, ceramista y técnica restauradora de arte, Maria Carla Sara Filice, que se ha basado en dos modelos encontrados en la Península Ibérica: "la cantimplora romana de cerámica oxidante, realizada a torno, de forma cilíndrica aplastada, pequeño cuello y asas de suspensión encontrada en las excavaciones de la calle Granada de Málaga; y otra cantimplora, también magníficamente conservada, localizada en la ciudad de Torreparedones, en Baena, en un ambiente doméstico", enumeran los investigadores. "Igual de interesantes fueron la cantimplora de cerámica procedente de Fontscaldes, que puede verse en el Museu de Valls (Tarragona), y la cantimplora romana del Museo Arqueológico Municipal de Águilas (Murcia)".
La técnica de fabricación es similar a la de los artesanos del Imperio Romano. "Las dos partes del cuerpo de la pieza se modelan en barro al torno y luego se unen el resto de elementos, como el cuello y las asas, que son modeladas a mano" detallan. "Finalmente, se realiza la decoración basada en las fuentes". Y son tratadas para que puedan emplearse con seguridad y mantener el agua fresca y sin sabores. Incluso, algunas de las piezas se completan con tapón de corcho y correa de cáñamo regulable trabajada a mano.