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Carnaval Santa Cruz de Tenerife 2019

Carnaval de Santa Cruz de Tenerife 2019

El Carnaval al derecho y al revés

Actualizado: 21/02/2019

Santi Castro es funcionario y dedica parte de sus vacaciones a diseñar vestidos para las reinas, Manolo Peña ha estado 30 años trabajando en la banca pero su vida es la murga, y Sheyla dejaría su trabajo si pudiera vivir de la comparsa. Entre las bambalinas del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife hay un mar de historias, cada una con su nombre y su apellido. Algunas de esas personas que apuestan fuerte por la fiesta nos muestran la previa del desenfreno chicharrero.
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Conocido y ensalzado por su espíritu dionisíaco, el Carnaval siempre ha sido un momento de picaresca, disfraz y libertinaje, también en Santa Cruz de Tenerife. Con la Cuaresma tocando a la puerta, la gente aprovechaba para zafarse unos días antes del recogimiento espiritual imperativo y se pasaban por alto las convenciones. Hoy, la religión no aprieta tanto y no hace falta esconderse demasiado para pecar en paz, pero en Santa Cruz sigue vibrando un espíritu libre y las calles se llenan de gente bailando hasta que el sol asoma.

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Sin embargo, el Carnaval chicharrero trasciende su dimensión carnal para convertirse en una fiesta popular, en el testimonio de personas, colectivos y barrios, muchos humildes, que están preparándose todo el año. Que quedan varias veces a la semana para diseñar y coser trajes, preparar coreografías y canciones, imaginar la sardina que se va quemar, dibujar el próximo cartel o elegir a la mejor candidata para futura reina de la fiesta. Es el momento de la gente, de la fantasía, de jugar a ser otra persona por una noche. Es la fiesta familiar que reúne a los pibitos disfrazados desde pequeños para ver la cabalgata o el coso mientras se comen un algodón de azúcar vestidos de Spiderman o Campanilla.

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El diseñador que viste a las reinas

Funcionario de día y carnavalero de noche, Santi Castro es uno de los diseñadores más importantes del Carnaval de Tenerife. Ha vestido a varias comparsas, reinas infantiles y reinas adultas a lo largo de sus casi 40 años de carrera. Porque todo empezó muy pronto, en esas noches en las que se sentaba con sus padres a ver por la tele la gala de la reina del Carnaval en el viejo teatro Guimerá y le impresionaba "el poderío y las formas" de las candidatas.

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Cuando estaba todavía en BUP, se metió en una comparsa y empezó a diseñar trajes. Y hasta ahora. "Mi madre fue de las personas que más me ayudó cuando empecé", cuenta agradecido. "Nos tirábamos todo el día en la azotea de su casa, ella cosiendo y yo pegando hasta las tantas de la madrugada. Siempre estaba al pie del cañón".

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Según Santi Castro, "uno no se hace rico diseñando trajes para el Carnaval". Todo nace de una vocación que le hace reservarse la mitad de los días de vacaciones para cuando se acercan la fechas de la galas. Durante esos días tiene que dedicar las 24 horas a elaborar los trajes, ayudado muchas veces por amigas del trabajo que se acercan hasta el local que alquila como taller. "El traje surge en torno a una idea desde la que se van combinando formas, colores y elementos. Pero no terminas de verlo del todo hasta que estás trabajando", explica.

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Además de las telas, para hacer los trajes de reina se utiliza todo tipo de materiales, que se colocan sobre una gran estructura de hierro. Cada año se trata de innovar: desde plumas de avestruz, pavo o gallo, hasta plásticos, cartones o aluminios. Para "enriquecer", se usa bisutería o piedras acrílicas. Y para la parte central del traje, bisutería de alta gama y cristal Swarovski. "Una de las cosas que caracteriza al Carnaval de Tenerife es que los trajes de las candidatas son gigantescos".

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Con los años, los trajes han ido aumentando de tamaño. El de reina adulta puede llegar a pesar 300 o 400 kilos. Por eso, ya todos van con ruedas, para que la candidata se pueda mover. Y se ha tenido que poner un tope de 5 metros de ancho, 4,30 de alto y 6 de fondo para que los diseñadores no se excedan.

La murga: crítica y sátira al servicio del pueblo

Cuenta la historia que la murga prendió en el Carnaval chicharrero de la mano del buque-cañonero Laya. Su chirigota gaditana desembarcó en Santa Cruz en 1917 y enseñó a los lugareños otra forma de expresión a base de letras picantes e ingeniosas que llegó para quedarse, adaptada a los gustos y la realidad insular. Aunque fueron prohibidas en los años 40, reaparecieron con la llegada de las Fiestas de Invierno en 1961, con sus canciones censuradas a menudo, pero dispuestas a dar voz al pueblo y criticar con ironía.

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Para comprobar el espíritu murguero, nos acercamos a la Casa del Miedo, una vieja casona canaria donde está la Asociación Cultural Músico Festivo Mamel’s, de la que forman parte, entre otros grupos, la murga Los Mamelucos y la murga infantil Los Mamelones. Ahí charlamos con Manolo Peña, presidente de la asociación y uno de los fundadores de Mamelucos, en 1980.

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Se nota que Manolo es una especie de patriarca carismático por el que pasa todo lo que ocurre en aquel lugar. Un espacio lleno de trajes, ensayos, cantina, radio y carpintería para hacer los instrumentos de la murga. "El Carnaval es mi vida. Yo he estado 30 años trabajando en la banca, pero la gente cuando me veía me preguntaba: ‘¿Qué tal la murga, Manolo?’".

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Dirigidos por Xerach Casanova con la ayuda de Airam Bazzocchi, probablemente el letrista de murgas más reconocido en la actualidad, el ensayo de Los Mamelucos tiene tal nivel de energía y sudor que parece un entrenamiento. Y son cien. Tres días a la semana por la tarde a partir de septiembre y todos los días cuando ya se acerca el concurso. Ese día tendrán a los políticos atentos, temerosos con lo que puedan soltar. En las letras de las canciones, las murgas suelen hacer referencias a la corrupción política o a los problemas sociales y económicos, como los recortes, la desigualdad o la violencia de género.

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"Hay gente que ha dicho que las murgas se volvieron más blandas, que se han acercado al poder", es preguntado. "Quizá hubo una época en la que fuimos más suaves, pero se ha vuelto a dar leña sin contemplaciones. Yo creo que ya nadie dice eso", responde Manolo Peña. De fondo se oye a Los Mamelones, un año más antigua que Los Mamelucos. Es la cantera, donde muchas son mujeres. Como Evelyn, de 16 años, cuyos amigos oscilan entre la envidia y la incredulidad por que dedique tanto tiempo a ensayar. Pero ella está encantada: "aquí se reflexiona sobre muchas cosas".

El ilustrador que probó a ser cartelista y ganó

Al ilustrador José Luis Trujillo lo que más le gusta es la fiesta en la calle, el ambiente que nace de la música y el baile. Pero se animó a participar en el concurso para el cartel del Carnaval de 2019. Y su propuesta artística, Encarnación del carnaval marino, fue la que más votos sacó entre los santacruceros. "El cartel es una referencia a nuestra reina del Carnaval, porque entendía que era el personaje central con el que todo el mundo podía sentirse identificado, más que con cualquier otra figura o grupo de la fiesta", cuenta. "La reina surge de las profundidades convertida en símbolo del mar para dar salida al espíritu del Carnaval".

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Entre quienes han diseñado el cartel del Carnaval de Tenerife a lo largo de los años hay artistas muy importantes, canarios y peninsulares, como Juan Galarza, Pedro González, Maribel Nazco o Javier Mariscal. "Si uno sabe hacer la lectura, los carteles nos van contando un poco el paso del tiempo, también a nivel plástico". La sensual e inquietante reina del cartel de este año no tiene nada que ver con el payaso un tanto naíf que hizo Juan Galarza para las Fiestas de Invierno de 1962. Ni con la mascarita de inspiración surrealista que César Manrique pintó para el de 1985.

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José Luis Trujillo traza su relato, profundamente contemporáneo, con influencias del cómic y del mundo fantástico más bien oscuro. "Cuando fue presentado, estuvo a punto de ser rechazado porque alguien llegó a la conclusión de que podía ser la copia de la carátula de un videojuego. Fíjate si son contemporáneas mis referencias", comenta.

Una comparsa nacida en un barrio de pescadores

Cariocas nació hace 50 años como comparsa gracias a la idea de unos amigos del barrio pescador de Valleseco. Y ahí siguen, en un local con espacio al aire libre y parrilla para cocinar pollos en verano, cuando el Carnaval todavía queda lejos y tienen ganas de verse.

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"Este barrio es como una batería que te aporta energía, alegría, ilusión", afirma el director, José Manuel, que no es de Valleseco, pero como si lo fuera. "Yo vengo aquí, estoy dos o tres horas y me olvido de mis problemas. Y como yo, la mayoría de ellos. Aquí funcionamos como una familia, todos somos iguales".

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Cariocas tiene un grupo de baile, de parranda y de batucada. Normalmente ensayan por separado y luego hacen unos cuantos ensayos comunes antes de las actuaciones y concursos del Carnaval. Pero se pegan el resto del año haciendo actuaciones en salas de fiesta o bodas para pagarse los nuevos trajes que se diseñan cada año. Aunque su música y sus bailes también les han llevado a China, Bélgica o Niza.

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El día del ensayo está fresco, pero sobra la energía carnavalera. Como la de Sheyla, pedagoga. "Si me pagaran por esto, me dedicaría al 100 %. Para mí el Carnaval significa todo". Entre las comparseras de Cariocas también está Saida Prieto, muy conocida en la isla. En 2013, fue candidata a reina y su traje se incendió. Luchó mucho para curarse y en 2018 volvió a ser candidata a reina. "Con todo lo que me pasó, no han conseguido quitarme la pasión por el Carnaval", afirma con fuerza. "Cariocas forever".

El entierro de la sardina, la fiesta indomable

A Elena González estas fiestas le vienen en la sangre, porque se lo inoculó su padre, Enrique González Bethencourt, aparejador, pintor e histórico murguero fallecido en 2010. Fundador en 1961 de la NiFú-NiFá, la murga más antigua que hay hoy en día, su insistencia fue clave para conseguir que las autoridades locales permitieran las Fiestas de Invierno durante el franquismo. Su nombre ocupa un lugar muy especial en la Casa del Carnaval, donde Elena colabora como escaparatista y donde se exhiben trajes, objetos y vídeos que reflejan la evolución de la fiesta.

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Enrique González también ayudó a recuperar el Entierro de la sardina en 1979, la fiesta irreverente por antonomasia, donde todo el mundo se viste de viuda y llora el final del carnaval el miércoles de ceniza, mientras se queman los pecados en una sardina que arde a fuego lento. Encargado de diseñarla durante años, a Enrique González empezó a fallarle la vista y comenzó a tirar de su hija Elena para hacerlo. "Cada vez me pedía más ayuda, como disimulando. Hasta que una vez me dijo: 'Oye, ¿ya me has diseñado la sardina este año?'”.

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Entre 1994 y 2016, ella se encargó de diseñar el boceto. Ahora lo diseña el escenógrafo Javier Caraballero, aunque sigue siendo la responsable de construir esta sardina que alcanza los 2 metros de alto por 2 de ancho y 5 de largo.

Se usa madera, cartón, papel y alambre, con una estructura en el interior hecha de metal para sostenerla, que finalmente se pone sobre una base de madera y metal. No podemos ver la de este año, pero nos enseña una réplica más pequeña de otra que ya ardió en una edición anterior del carnaval.

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