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Amarrados en los embarcaderos de Ribadeo y Castropol, decenas de botes de vela latina esperan su momento. Los inviernos no son fáciles para los navegantes y menos para estas embarcaciones de entre cinco y seis metros de eslora, líneas elegantes y reluciente madera de roble e iroko bañada en todo tipo de colores. Desde el muelle de la punta, en Castropol, observamos cómo algunos nautas se atreven a tomarle el pulso al día gris y a los vientos del norte, ciñendo al máximo su velamen en forma de cuchillo sobre los largos mástiles. Escoran tanto sus esquifes que parece que puedan volcar en cualquier momento.
Mientras tratamos de desentrañar los secretos de la vela latina, nos encontramos con uno de sus principales iconos en el lugar. José Ángel Díaz es el pionero de la navegación de recreo en la ría, con millas y millas recorridas. Este auténtico maestro de regatistas y conocedor de los vientos y las mareas nos desvela qué tiene de especial timonear estas clásicas embarcaciones.
"En estas lanchas no hay poleas, no hay máquinas. Todo se hace de manera artesanal, todo a mano. Lo más importante es dominar los vientos y la ría tiene los suyos propios. Al estar rodeada de montañas pueden entrar por cualquier flanco y es ahí cuando tienes que estar preparado para orientar la vela y tomar ventaja", explica Ángel, o Angelito de Primote, como todos lo conocen en la zona. "Muchas veces te arriesgas a volcar, pero es igual, la emoción es máxima", concluye.
Según el castropolense, a pesar del auge de los veleros de fibra, aún deben de quedar más de 100 navíos de este tipo en la ría del Eo y la mayoría llevan la misma firma: 'Pacho', la última carpintería de ribera de Asturias. Ángel siempre cuenta que a todos sus alumnos los llevaba a conocer el modo en el que se construían estos navíos para así comprender sus peculiaridades desde el origen. Y con nosotros hace lo mismo.
La carpintería de ribera es uno de esos oficios artesanales en peligro de extinción, que se remonta en la ría del Eo al siglo XV. Un saber de otro tiempo que se hereda de padres a hijos. Un trabajo minucioso que aún se hace a mano, el de calzar las quillas, añadir las rodas y los codastes, acoplar las cuadernas o forrar los cascos con tablones de roble e iroko. En resumen: el arte de construir barcos de madera como se hacía antaño.
Nuestra primera parada la hacemos en Piñeira (Castropol) donde nos recibe Pepe de Pacho, para mostrarnos la colección de maquetas de barcos que él mismo ha ido elaborando desde 1977. "Hace siete años que me jubilé, ahora estos son los únicos barcos que construyo. Toda mi vida estuve trabajando en el astillero que fundó mi padre, Marcelino, conocido como 'Pacho', en 1944. Ahora quien se encarga de ello es Martín, mi sobrino", explica Pepe mientras nos muestra cada una de estas réplicas a escala de naves que en su día salieron de su astillero y que algunas todavía se pueden ver surcando la ría del Eo. Quien quiera verlas aquí, según Pepe, solo tiene que avisar antes de venir. Las visitas son gratuitas.
Veleros mercantes, gabarras de pasaje, lanchas de recreo, barcos de salvamento y alguno de pesca, pero, sobre todo, botes de vela latina, o "bote de la ría" como lo define Ángel. "Es algo diferente, se parece un poco a la vela canaria. Algunos la llaman mística".
Mientras describe los componentes de la embarcación, rememora con Pepe sus viejos tiempos de regatista. "Angelito no competía", sentencia Pepe, "Angelito ganaba todas las regatas de aquí. Competir compite cualquiera. En pleno apogeo colgó las botas y se retiró". Entre anécdotas marítimas y ambiente familiar en la cantina del local, dejamos el museo 'Pacho' para conocer su astillero.
En los años 80 y 90 la rivalidad náutica en la ría del Eo era feroz. Cada verano se disputaban regatas entre las embarcaciones de Ribadeo y Castropol, los dos principales puertos a ambos lados del fiordo, donde los esquifes de vela latina parecían los únicos medios permitidos. Ahora cada vez se ven menos.
"Había muchísima gente en el muelle animando en las carreras" recuerda Martín González, el último trabajador del astillero 'Pacho', mientras repara precisamente el Airiños de Toñito de la Atalaya, el único bote que podía hacerle frente al Colorado de Ángel en aquellas competiciones. "Ojalá tuviera un barco, pensaba entonces. De pequeño se me iban los ojos al verlos navegar. Luego tuve uno y no anduve nada en él", ríe el artesano que nos abre las puertas de su taller en el Esquilo (Castropol).
Martín es la tercera generación de una familia de creadores de navíos que empezarían en el oficio hace 75 años. "Pacho era mi abuelo, el que comenzó a construir barcos aquí en la ensenada de Linera. Mi padre, Carlos, y mi tío (Pepe) con 12 años ya estaban construyendo lanchas de vela latina, las típicas que se utilizaban aquí para pescar, aunque también hacían todo tipo de embarcaciones", explica el carpintero. Como sus veleros, que navegaron desde los puertos del occidente de Asturias y oriente de Galicia por el mundo entero, a todos los de la saga familiar se les conoce de la misma manera: Os Pachos.
Martín está terminando de lijar el casco del Airiños y preparándolo para pintar. No sabemos exactamente cómo se debían de hacer los barcos hace siglos, pero seguro que no debía de ser muy diferente a cómo se hacen en este astillero en la desembocadura del río Berbesa. El olor a serrín inunda cada rincón de la nave, la luz tenue de los focos nos muestra todo tipo de herramientas en la larga mesa de obrero. Planos y tablas apiladas, pinturas y disolventes, mástiles de pino norte y modelos de cuadernas se encuentran agrupados en los altillos como partes de un esqueleto náutico. Por un momento casi podemos imaginarnos husmeando entre los muelles de Nantucket (EE.UU.) o Southampton (Inglaterra) en el siglo XIX.
Sin embargo, el valor de esta tradición agoniza. "Esto ha ido de más a menos. Ahora todo se hace con fibra, vas a un puerto y no ves embarcaciones de recreo de madera", cuenta con resignación Martín, que afirma ser el único carpintero de ribera que queda en Asturias. Aun así, confiesa que no se puede quejar de trabajo ya que recibe encargos de diferentes partes de Europa. "Hago mucha reparación, pero sigo fabricando barcos nuevos, sobre todo de recreo". Según el artesano, suele tardar unos dos meses y medio en terminarlos, "pero trabajando 12 horas al día", puntualiza, "cuando trabajábamos los tres podíamos tenerlos listos en un mes".
Pero, ¿cómo se construye un barco? Primero se coloca la quilla (base), luego el codaste (popa) y la roda (proa). Se ponen las cuadernas (costillas), se sujetan con fuerza y se van encajando las tablas, previamente cocidas para hacerlas maleables. Para terminar, se introduce estopa entre las rendijas para que no entre la humedad, se aplica una masilla de poliéster, se lija y listo para pintar. Así de fácil, o al menos así parece al escuchar el método de Martín Pacho para crear navíos de entre 5 y 5,60 metros de eslora. "Esto lo sabe todo Angelito", que observa con atención, "como navegante era el mejor, pero como cliente… se lo arreglaba todo él solo", bromea.
Además de la construcción con fibra de vidrio, el principal problema al que se enfrenta Martín es a la hora de conseguir materiales. "Como no se hacen barcos de madera, se deja de serrar y se encarecen los productos", añade mientras nos enseña una de las maquetas que anteriormente se tallaban para diseñar el barco a escala. "Hay piezas que se dejaron de fabricar y ya no las encuentras", se lamenta.
También señala que hay mucha gente que no entiende que este es un trabajo de artesanía. Aquí se elabora cada pieza a mano y con mimo, como se hacía antaño, honrando así un oficio ancestral, una reliquia cada vez más difícil de encontrar y que además no recibe ningún tipo de ayuda por parte del Principado de Asturias. Por suerte, al menos aquí, en la ría del Eo, es una reliquia que se resiste a desaparecer.