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¿Dónde empezar un paseo en Zaragoza? Pregunta de primero de paseante: por la plaza del Pilar, claro. La basílica que le da nombre es la visita obligada de turistas y huéspedes de los zaragozanos. Lo más frecuentado, incluso virtualmente, ya desde que se abrió la visita online a la Capilla de la Virgen, ha recibido más de 20.000 visitas diarias.
Pero caminar por la plaza no solo es entrar a la basílica o descubrir el trajín que el templo genera. Por ahí no faltan niños con traje de comunión, monjas de todas las órdenes, peregrinos marianos, viajeros o maños en ropa de domingo. Es el gran salón urbano de la capital aragonesa. Y aquí "gran" no es literatura gratuita, pues con más de 24.000 metros cuadrados, es la mayor plaza peatonal de la Unión Europea.
Da para un largo paseo. Comencemos por la iglesia de San Juan de los Panetes, junto a las Murallas Romanas, y con un campanario de ladrillo inconfundible, entre lo mudéjar y lo renacentista, y también a medio camino del cielo y el suelo. Inclinada y amenazante desde hace siglos. Pero ahí sigue.
A un paso está la Fuente de la Hispanidad. El viandante ve geometría, cascadas de agua y granito pulido. Todo muy caprichoso. Sin embargo, si la sobrevoláramos descubriríamos que su dibujo evoca el perfil de Sudamérica. Así lo ideó el escultor Paco Rallo en 1991, para recordar el patronazgo de la hispanidad que ostenta la Virgen del Pilar.
Como un siglo antes, hacia el 1883, se inauguró nuestra siguiente parada: el Pasaje del Comercio y la Industria, o como suelen conocerlo los paisanos, El Ciclón. Una galería comercial de aires parisinos, que se hizo popular por la juguetería 'El Ciclón'. Aquel establecimiento ya no existe, pero las bóvedas del pasaje siguen concurridas gracias a restaurantes y cafés, como 'El Botánico', donde las tartas de chocolate y zanahoria son la perdición de los golosos.
Volvemos a la luz, a la plaza abierta, y nos encaminamos hacia el Ayuntamiento, el monumento a Goya y La Lonja. Junto a su fachada seguro que cuelga un cartelón. Mirad qué exposición anuncia, ya que su interior renacentista acoge muestras artísticas cargadas de contemporaneidad. ¡Y suelen ser gratis! Aquí se acaba el espacio peatonal. Es cierto que con cruzar el estrecho tramo de asfalto de la calle Jaime I, la plaza continúa y vemos más sitios interesantes como el Museo del Foro o la Seo. Pero nosotros giramos a la izquierda para aproximarnos al Ebro.
¿Paseas con niños? Perfecto. Tras la Lonja puedes hacerles una foto de lo más vintage. "Retrátalos" cabalgando sobre el caballito de bronce que hay en esa replaceta, idéntico al que usó mil veces un antiguo fotógrafo local.
Por fin el Ebro y el Puente de Piedra. Una construcción que es fruto de riadas y reformas desde el Medievo hasta el siglo XVII. Son 225 metros de largo que, con buen tiempo, son un placer para la vista, pero si sopla el cierzo... Si ruge el viento desde el Moncayo, hay que ser valientes y cruzar. Si hay un lugar para descubrir el carácter del cierzo, es este. Y además hay recompensa: llegar al Balcón de San Lázaro y ver un skyline a la antigua, a base de iglesias y palacios, ladrillo y piedra, tejas de colores y pizarra negra, sin noticias del acero, el hormigón y el vidrio.
Esta ruta podría comenzar en la cercana calle Espoz y Mina, en el Museo Goya, el único lugar con todos los grabados del pintor aragonés. Pero estamos de paseo, así que iniciemos la ruta en la plaza Santa Cruz. A partir de aquí, el camino discurre flanqueado por casonas y palacios. La primera, la Casa Tarín, cuya amplitud sirvió para el Tribunal de la Inquisición. Y saliendo por la calle San Voto, apreciamos la barroca elegancia del Caserón de San Voto. Una fachada que contrasta con la sobriedad renacentista de la Casa de los Torrero, justo enfrente al entrar en la plaza de Ariño.
En un paseo por el centro histórico surgen a cada esquina palacetes cargados de enjundia. Aunque nada comparable a lo que hubo en los siglos XVI y XVII. Entonces era la Florencia española, por los muchos inmuebles aristocráticos que plasmaban la riqueza de los más pudientes, tanto que en la literatura viajera se le llamaba Zaragoza La Harta.
Hoy se intuye lo que fue. Cosas de la historia. Guerras, revueltas, especulación, modernización. La plaza Ariño es buen lugar para reflexionar sobre ello, al fusionarse la arquitectura de varias épocas y gustos. Pero, ¡Atención. Sonreíd, porque hay una escultura que os filma! Esa estatua con cámara y trípode representa a Eduardo Gimeno, un feriante de 1897 que grabó durante unos minutos a los fieles saliendo de misa de doce en la Basílica del Pilar. Unas imágenes que se han considerado la primera película del cine español.
Sigamos hacia el laberinto. El recorrido puede ser calle San Félix, para llegar al cruce con Méndez Núñez. Podríamos girar a la izquierda para ver si la barra de 'La Republicana' luce su vistoso taperío. Pero vamos a la derecha, a la calle Ossau. No obstante, llegamos al Tubo, así que todo es una sugerencia. Que a cada cual le guíe su intuición y se desoriente por sí mismo. Aún así proponemos una gymkana por la zona.
Estamos a los pies del campanario de la iglesia San Gil Abad, encrucijada entre calle Ossau, Estébanes y Cinegio. A la sombra de esa torre mudéjar del XIV se despliega el Patio del Plata. Ampliación del famoso café-cantante centenario y que tras años de declive y una renovación guiada por el polifacético Bigas Luna, es hoy un espectáculo muy, muy singular.
Estupendo inicio de la aventura del Tubo, donde hay un sinfín de lugares donde recrear el buen gusto por las tapas. Las incombustibles 'Bodegas Almau' abiertas en 1870 y que cada día sirven más raciones de sus anchoas en salmuera. Un poco más allá, la calle Libertad, donde solares abandonados ahora son divertidas terrazas. También hay que hallar la techumbre mudéjar del bar 'Malabares' (calle Cinegio, 2), donde se distinguen las armas heráldicas de caballeros medievales del siglo XIV y que ahora solo protegen a los clientes que toman allí alguna que otra copa. Y en calle Mártires, 'Casa Lac' (Recomendado Guía Repsol), cuyo chef está empeñado en hacer una revolución gastronómica a base de la verdura más fresca. Su aire antiguo nos traslada a 1825, el año que recibió su licencia como restaurante, la más antigua del país. Y al fondo de la calle Mártires, el paisaje urbano se abre, se moderniza, vuelve el tráfico rodado. Es la plaza de España.
La arquitectura mudéjar zaragozana es Patrimonio de la Humanidad. ¿Por qué? Solo hace falta mirar la iglesia de la Magdalena. Especialmente de noche, cuando su torre recibe una sugerente iluminación para dar brillo a sus cerámicas de colores y sus ladrillos jugando a crear geometrías.
Lo cierto es que la plaza de la Magdalena y alrededores trasnochan por sus animados garitos. Aunque a esas horas cierran muchos de los negocios más creativos de la ciudad. Como muestra, la tienda de ropa 'Tribandrum' (c/ Martín Carrillo, 7), que con sus diseños propios, es un fabuloso representante del colectivo de emprendedores Made in ZGZ, inspirado en conceptos como artesanía, proximidad e innovación.
Terminamos de rodear el templo por la calle del Órgano, más bien callejón cubierto, y desembocamos en la calle Mayor. Una de las arterias de la ciudad antigua, y que hoy es un paseo para atravesar de este a oeste todo el núcleo histórico, al igual que ocurriría hace dos mil años, cuando por aquí discurría el decumanus máximo, clave en el desarrollo de la urbe romana.
Y hablando de romanos. No recorreremos toda la calle Mayor, sino que vamos a girar a la izquierda hacia una pequeñita vía adyacente, la calle Hermanos Argensola. Solo unos metros y en nada nos plantamos en la Plaza San Pedro Nolasco. El motivo no es la ampulosa iglesia del Sagrado Corazón. ¡No! Se trata de ver lo que hay justo al lado. ¡Ni os lo imagináis! Solo el rótulo da una pista de lo que oculta esa sosa fachada: Museo del Teatro de Caesaraugusta.
Posiblemente, la gran joya arqueológica de la ciudad, que también se puede ver sin entrar al museo. Basta con rodear la citada iglesia y tomar la calle Joaquín Soler. De pronto, el muro se convierte en valla y ante vuestros ojos estará todo el graderío de aquel teatro donde cabían 6.000 espectadores. Mirad en la pared contigua a la calle, allí se simula el perfil del edificio, que mediría unos 25 metros. Un rascacielos para la colonia romana, que hoy en día se quedaría pequeño dentro de un desarrollo urbano con dos milenios de historia.
Estamos en la plaza de San Pablo para admirar su altiva torre mudéjar y el enorme volumen del templo. Pues bien, tras contemplarla, cerrad los ojos. Imaginad que estáis rodeados de huertas y campos, como en sus orígenes. Entonces solo era una ermita y los fieles llegaban armados con una hoz afilada y en forma de gancho para desbrozar la maleza del camino. Hoy el barrio se llama Parroquia del Gancho.
Ahora deshagamos el camino de aquellos romeros, recorramos la calle San Pablo hacia el centro. Así desembocamos en la avenida César Augusto, por donde circula el tranvía y antaño estaban las murallas. Hoy en cambio está el Mercado Central. Un edificio de 1903 completamente actualizado para el siglo XXI. Pasead por fuera del edificio viendo sus relieves y su arquitectura modernista o bien entrad para apreciar su cubierta férrea y productos emblemáticos de las cocinas locales, como la borraja en invierno o el ternasco, presente en sus puestos de carnicería durante todo el año.
Por dentro o por fuera, las Murallas Romanas merecen una pequeña parada, donde está orgullosa la estatua del emperador que dio nombre a Caesaraugusta. Y una vez allí, girad hacia la calle Manifestación, hacia la plaza del Justicia. Allí buscad un banco. Poneos cómodos. A un lado, un amplio edificio amarillo que es el palacio dieciochesco de los Condes de Sobradiel. En perpendicular, la iglesia de Santa Isabel y San Cayetano, cuya fachada es un retablo donde más que a santos se honra al escudo de Aragón. Haciendo chaflán con la calle Manifestación, veréis otra muestra del modernismo local transformado en hotel. Y cruzando la calle, una placa nos indica que ese fue el hogar del héroe cubano José Martí, alumno de la Universidad de Zaragoza. Admirad también la fuente de La Samaritana en el centro de la plaza, buena muestra de los talleres de fundición 'Averly', que desde Zaragoza exportaron, a lo largo del siglo XIX y gran parte del XX, obras en hierro y bronce por media Europa.
Y ahora sí, levantaros del banco. ¡A ver si habéis tenido suerte! Mirad el respaldo, y si hay una chapa donde leéis "banco del Nubepensador", os habéis sentado en el homenaje al poeta y abogado Emilio Gastón. Este personaje, fallecido en 2018, fue un intenso activista social y con la llegada de las autonomías fue el primer Justicia de la democracia, un cargo histórico que representa al pueblo aragonés ante los gobiernos. Emilio Gastón se solía sentar aquí, a pensar en las nubes, en sus rimas, en sus cosas y en las de todos. Puedes hacer lo mismo, y seguir un rato más sentado.
Nosotros continuamos la ruta yendo por la calle del Temple hasta la plaza San Felipe, también repleta de atractivos. Está el Museo Pablo Gargallo, con su obra escultórica de vanguardia en un palacio del siglo XVII. O destaca la iglesia barroca de negras columnas salomónicas que da nombre a la plaza. También está el Torreón Fortea, de factura mudéjar y que acoge las dependencias municipales de Cultura. Y hay más.
Por ejemplo, una escultura sentada en el suelo de la plaza y mirando al cielo. ¿Qué mira? ¿En qué piensa? Evoca a la desaparecida Torre Nueva, cuya planta octogonal se marca en las baldosas. Esta torre se levantó en siglo XVI, gobernando Fernando el Católico, y con sus 80 metros iba a ser el punto ideal para alojar un reloj que viera todo el mundo. Según cuentan las crónicas, fue la construcción mudéjar más hermosa, pero... se inclinaba peligrosamente. Daba miedo y causaba admiración al mismo tiempo. Aún así, resistió episodios como la Guerra de la Independencia. Sin embargo, lo que los cañones no derribaron, lo hizo la política local decimonónica, ya que ante la incapacidad para consolidarla, se derruyó.
Una interesante historia del patrimonio zaragozano. ¿Quieres saber más? Dirígete a una tienda de comestibles. Sí, una tienda gourmet: 'Montal Alimentación', en la misma plaza. Este negocio familiar y centenario guarda muchos objetos vinculados a la Torre Nueva, incluido su reloj. Y además ofrece los productos más cotizados de la gastronomía regional, desde jamón de Teruel hasta vinos de las cuatro denominaciones de origen aragonesas. Para acabar esta ruta con buen sabor de boca.
Aclaremos su nombre: plaza de los Sitios, ¿qué sitios? Unos hechos que nos trasladan a la Guerra de la Independencia, cuando las tropas de Napoleón asediaron la ciudad durante meses, entre 1808 y 1809. Entonces surgieron personajes como Agustina de Aragón y otros héroes de los Sitios, a los que se homenajea con el monumento escultórico de Agustín Querol que domina el centro de la plaza.
El monumento se levantó durante la Exposición Hispano-Francesa de 1908, que certificó el cierre de heridas entre ambos países. Un certamen que dejó en la ciudad huellas importantes. Sin ir más lejos, en la propia plaza está el Museo de Zaragoza construido ese año. Esta plaza, con su amplitud y arbolado, plasma la evolución urbanística de inicios del siglo XX. Toda esta ruta lo muestra. Venimos de callejas y llegamos a elegantes avenidas. A una de ellas nos dirigimos.
Desde el museo tomamos la calle Mefisto y apareceremos en el paseo de la Constitución, y mejor si cruzamos a su bulevar central para caminar entre los parterres y las estatuas que adornan el recorrido. Una de ellas es una fuente donde una pareja se abraza y se refugia de la lluvia bajo un paraguas. ¡Romanticismo puro! Así que desde que se instaló en los 70, fue una de las más fotografiadas y muy frecuentada por los enamorados, incluso se usó como bucólica postal de Zaragoza.
Y en el extremo del bulevar nos espera otro grupo escultórico: el Monumento a la Constitución de 1978. Una obra cargada de simbología a base de tres pirámides representando los poderes fundamentales y la esfera central que indica que todo gira en torno al ser humano y el pueblo.
Por cierto, a esta altura del paseo de la Constitución distinguimos la geometría acristalada de una famosa entidad bancaria. En su interior, además de dinero y cajas fuertes, hay un auténtico tesoro: el Patio de la Infanta. Un patio del siglo XVI, desbordante de relieves renacentistas. Una maravilla artística que adornaba un palacio zaragozano, pero que en algún momento se desmontó piedra a piedra, para reaparecer en la tienda de un anticuario parisino. Allí lo compró Ibercaja, para reconstruirlo en el interior de su sede central.
Sin darnos cuenta, hemos llegado a la plaza Paraíso, que no evoca el Edén, sino al político y escritor Basilio Paraíso, que a inicios del pasado siglo tanto influyó en el desarrollo de la ciudad. Este es un buen lugar para culminar la ruta y sugerir otros paseos. Aquí confluyen el paseo de las Damas, con su bullicio comercial; el de Sagasta, con algunas de las mejores casas art-decó; el paseo Independencia, que nos devuelve al centro histórico. En definitiva, se abre el resto de la ciudad para seguir pateándola.