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Cada vez que llega un nuevo embajador de Japón a España, al leer la agenda de sus primeros actos públicos en el país aparece un viaje a Zaragoza. Así lo han hecho varios diplomáticos nipones que han cumplido con el ritual de iniciarse en el cargo acudiendo a la capital aragonesa para conocer en primera persona la EMOZ, la Escuela Museo de Origami de Zaragoza.
La visita y el recorrido por el museo, ubicado en la planta alta del Centro de Historias de Zaragoza, ya es toda una tradición para el jefe de la embajada oriental en España. Y pocos pueblos como el nipón respetan de forma tan escrupulosa el protocolo y los ceremoniales para poner en valor sus costumbres, en especial las más ancestrales, como es el caso del plegado de papel.
Al fin y al cabo, el origami es una de las manifestaciones artísticas más carismáticas del país del sol naciente. Reúne todas las características que adjudicamos a su cultura: paciencia, delicadeza, exquisitez, tenacidad, imaginación, sorpresa... Los mismos ingredientes que hallamos en otras de sus singulares expresiones creativas como los bonsáis, la confección de kimonos, la decoración floral ikebana, la caligrafía convertida en arte e, incluso, la elaboración de su repertorio gastronómico.
La propia palabra origami es de origen japonés (ori = doblar; gami = papel). “Aunque se puede usar indistintamente origami o papiroflexia”, comenta Jorge Pardo, director de la EMOZ. “Hasta se puede llamar cocotología, tal y como la nombraba Miguel de Unamuno, uno de los plegadores más célebres que ha habido en España y que incluso escribió un librito sobre la materia”.
“Por cierto, en el museo tenemos unas figuras de papel que hizo el propio Unamuno y que nos trajo su nieto hace unos años”. Apunta Felipe Moreno, el comisario de las exposiciones de la EMOZ, quien también recuerda que el museo zaragozano asesoró al equipo de Alejandro Amenábar para que se plasmara con verismo histórico la gran pasión del escritor por la papiroflexia en la película Mientras dure la guerra, donde Karra Elejalde interpreta al profesor y literato.
Ese tipo de colaboraciones son muy habituales por parte de la EMOZ, al igual que se involucran en ceder sus fondos para muestras temporales en diversos lugares de España y están abiertos a hacerlo también fuera del país. “Tenemos una colección de más de 4.000 figuras, las cuales requieren de unas condiciones de conservación muy estrictas, en cuanto a humedad, iluminación o temperatura”, nos cuenta Pardo. “Semejante colección nos permite colaborar con otras instituciones y, además, ir variando nuestra exposición cada poco tiempo”.
Porque el Museo del Origami es un museo vivo, cambiante. “Cada tres meses lo renovamos por completo. Tenemos una exposición nueva con artistas de cualquier parte del planeta. En el primer trimestre de 2022 hemos tenido piezas enormes del francés Jean Claude Correia, obras desbordantes de lirismo y texturas. Y cuando desmontemos esta muestra, para el segundo semestre, inauguraremos una exposición de un histórico del plegado en Zaragoza y en España: Gabriel Álvarez”.
Gabriel Álvarez es uno de los miembros más antiguos del Grupo Zaragozano de Papiroflexia, una asociación pionera en Europa, si bien Gabriel no vivió sus orígenes, ya que este colectivo surgió en los años 40 del pasado siglo. “Se reunían en el desaparecido ‘Café Niké’. Y más tarde, cuando yo ya estaba, empezamos a juntarnos en el ‘Café Levante’. Todavía nos vemos por ahí, con un papel y una caña”.
Fue en esas reuniones donde se forjaron lazos de amistad entre los apasionados a la papiroflexia de la ciudad y, aunque lo ignoraban, aquello fue el germen de la actual EMOZ. Pero además, desde el principio, se establecieron vínculos con aficionados del resto de España y del resto del globo, incluidos los grandes maestros japoneses. “Por ejemplo con Akira Yoshizawa, el gran referente de este arte. No solo porque inventó un sinfín de figuras, sino porque además creó los códigos de escritura para la papiroflexia, algo así como las partituras del origami”, cuenta Felipe Moreno, que recuerda con orgullo que lo conoció personalmente en una de sus visitas a Zaragoza “y, por supuesto, montamos aquí una exposición suya con más de 300 piezas”.
Akira Yoshizawa, Miguel de Unamuno o el chino Cai Lun, a quien se le considera el inventor del papel allá por el año 105, son algunos de los nombres que aparecen en el apartado introductorio de la EMOZ. También ahí presentan a Koko Uchiyama, el primer plegador que reivindicó la autoría de los modelos, lo cual supuso un cambio muy importante en la concepción del origami, ya que durante siglos se había concebido como una artesanía anónima y, de pronto, cada figura pasaba tener un creador.
Mientras en Europa el origami se convirtió en motivo de inspiración. Por ejemplo, se cuenta que, para la escuela alemana de la Bauhaus, el plegado de papel era un referente para sus diseños. O, sin ir tan lejos, el escultor oscense y anarquista Ramón Acín, antes de ser fusilado en 1936, ideó el primer monumento a la papiroflexia con sus célebres Pajaritas, situadas en el Parque de Huesca.
Luego vendría otra escultura igualmente amparada en la papiroflexia, pero en este caso en el Parque de la Paz de Hiroshima, donde se recuerda a Sadako Sasaki y la leyenda de las Mil Grullas. Este monumento evoca a la niña que, afectada por la radiación, murió 10 años después de caer la bomba nuclear en la ciudad nipona. La pequeña Sadako, en un intento por salvarse, recurrió a la creencia de que si alguien conseguía hacer mil grullas de papel los dioses le concederían cualquier deseo. Obviamente falleció antes de llegar al millar. Se quedó en 644. Aún así, amigos y familiares concluyeron su labor con la intención de homenajearla y que les fuera concedido otro deseo, la paz, algo que desde entonces se ha convertido en un nuevo ritual, porque a Hiroshima llegan cada día centenares de grullas de papel con idéntico espíritu pacifista.
De algún modo la grulla y la pajarita representan la tradición oriental y la occidental respectivamente. Con una presencia más compleja la primera; y unas formas más rígidas y geométricas la segunda, más fácil de hacer se podría decir, aunque Felipe Moreno no opina lo mismo y asegura que enseñar a realizar bien una pajarita no es tan sencillo. “Uno de sus pliegues tiene su aquel. En realidad, fácil, fácil, es hacer un barco. ¿Quién no ha hecho un barquito de papel?”.
La evolución del origami le ha llevado en las últimas décadas a unos niveles de libertad y sofisticación inimaginables antaño. Se han alcanzado cotas de virtuosismo alucinantes. De hecho, ha habido un periodo creativo denominado internacionalmente como la guerra de los bichos, ya que a los plegadores les dio por imaginar insectos con infinidad de patas, antenas, tenazas, ojos, alas… generando figuras de una complejidad absoluta. “Eso sí, todo dentro de la ortodoxia”, recalca Gabriel Álvarez, “el origami ortodoxo es aquel que se hace con un solo papel que se dobla cuantas veces haga falta, sin que se corte, ni se pegue nada”.
Al ver algunas creaciones puede parecer mentira que solo se haya empleado un papel. Pero así debe ser. Aunque lo que no se especifica es el tamaño que pueda tener ese papel, ya que a veces son superficies de muchos metros cuadrados, sobre todo para las grandes esculturas, las cuales no solo son reseñables por la creatividad que supone inventarse todos los pliegues necesarios para darle la forma, sino que luego está el factor del plegado en sí: las manos que trabajan el papel. “Se puede tener el esquema de plegado, pero al materializarlo hay manos que le dan vida a la figura y otras no”, afirma Moreno.
Un buen ejemplo de ello se puede ver en las Olimpiadas del Origami, donde los competidores hacen ciertas figuras conocidas por todos y lo que se valora es la calidad del plegado, lo convincente que resulta su aspecto final. Pues bien, la medalla de oro en la novena edición de este torneo internacional -celebrada en 2022- la ha ganado otro miembro del Grupo Zaragozano de Papiroflexia, Jesús Artigas, quién colabora con la EMOZ haciendo visitas guiadas e impartiendo talleres a grupos.
En estos talleres, realizados tras el recorrido por el museo, se descubre la vertiente manual. Bien sean niños o adultos, la sorpresa es mayúscula, porque basta con hacer la sencilla figura de un zorrito de papel para maravillarse con lo que se logra con precisión y cuidado. Hay muchas personas que, tras probarlo, quieren más. De hecho, hoy en día hay muchos seguidores del origami en el mundo. Para comprobarlo basta con indagar en las numerosas webs sobre la materia, de lo cual también se beneficia la EMOZ. “Somos una referencia mundial. Y por nuestro museo pasan apasionados de muchos rincones del planeta”, asegura satisfecho Jorge Pardo.
No es raro engancharse a esa práctica. Los elementos para disfrutarla no pueden ser más austeros. Un papel y tiempo. A partir de ahí, un mundo de figuras. Esto se puede entender como un entretenimiento en el que, además, se desarrolla la habilidad manual y el pensamiento. Tal dinámica de trabajo favorece que se use en muchas ocasiones por su valor terapéutico o cómo recurso didáctico. No obstante, la papiroflexia va mucho más allá.
Queda claro que tiene mucho de artesanía o de arte cuando lo realizan ciertas manos y cabezas y, al mismo tiempo, que posee una parte muy importante de matemáticas y de ciencia en su parte conceptual. Es ahí donde se descubren sus revolucionarias aplicaciones prácticas de las que Felipe Moreno enumera algunas: “los paneles solares de los satélites viajan plegados como si fueran un papel, ocupando el mínimo espacio posible; o hay dispositivos cardiovasculares que los cirujanos colocan plegados en las arterias, para luego desplegarlos y que cumplan su función”.
Se podrían dar más ejemplos en nanotecnología o en robótica. Y es que el origami aplicado a nuestro día a día está mucho más presente de lo que pensamos. Aquí van un par de muestras. Ver plegar y desplegar las cajas de palomitas en un cine es un sencillo acto de papiroflexia. ¿Y ese airbag integrado en el volante del coche? Puro origami para salvarnos la vida.