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Un enorme portón gris: eso es lo que nos encontramos al plantarnos frente al número 70 de la céntrica calle San Luis, en pleno casco antiguo hispalense. De vecinos, la Iglesia de San Marcos y la Basílica de la Macarena. Casi frente por frente, la inmensa cúpula de la desacralizada Iglesia de San Luis. Pero, ¿qué maravilla es esta?
Lo mejor está por llegar, porque en este contexto se levantó hace una década, un proyecto que ha terminado por convertirse en uno de esos imperdibles para quienes andan buscando la cara B de la ciudad. Un rincón diferente, auténtico, que habla de pasado, presente y futuro gracias a sus moradores. Un universo de lo más inspirador que da cobijo al arte en tantas formas como pueda dar de sí el imaginario. Llamamos a la puerta de ‘Rompemoldes’ -así es como los artesanos que lo habitan lo bautizaron- para conocer a quienes hacen posible este espacio tan singular.
Todo comenzó en 2012, año en el que se inauguró este corral de vecinos transformado en espacio de creación artesana. Ideado por la Junta de Andalucía y de la mano de Emvisesa, el solar -antiguamente utilizado con fines industriales y artesanos- sobre el que se construyeron las 25 viviendas que conforman este proyecto piloto incluyeron en sus bajos 20 talleres. ¿La finalidad? Alquilarlos a artistas y artesanos de la ciudad que requirieran de un espacio en el que habitar y crear.
“Lo de ‘Rompemoldes’ fue para intentar llamarnos todos con un único nombre y que, así, se recordara más el lugar y también todas las actividades que se hacían en él, ya no solo en los talleres, sino también en el patio”, nos cuenta Ilaria de Pasquale, una de las artesanas del proyecto. Atravesamos el inmenso patio comunitario entre enormes macetas y plantas, bancos, esculturas y juguetes -intuimos que aquellos artesanos que llegaron diez años atrás ya no están solos- hasta alcanzar su taller, el número 25: allí se encuentra ‘Cesarelle’, su empresa de joyería en cuero y cerámica.
Ilaria y Marica, napolitana la primera y calabresa, la segunda, llegaron a Sevilla un buen puñado de años atrás con su licenciatura de arquitectura bajo el brazo, pero, tras perder sus trabajos durante la crisis del 2008, decidieron reinventarse. “Desde tiempo antes teníamos empezada una producción pequeña de bisutería, pero más que por el interés a la bisutería, en realidad, era por interés en los materiales, a la cerámica…”, narra Ilaria mientras rebusca en los cajones algunos ejemplos de sus creaciones.
Creaciones que parten del ingenio de ella y de su compañera de batallas, pero que toman su forma final fuera de las paredes de ‘Rompemoldes’. “Nosotras modificamos el diseño hasta que la fabricación tiene una parte industrial, que se puede repetir, y una parte que sigue siendo manual. Hacemos el diseño, el diseño del molde, el diseño en 3D para aplicarlo a las maquinarias que tienen que dar la forma… Y, luego, la fabricación pura y dura la hacen artesanos locales”, comenta.
De todas sus creaciones, el producto estrella es un collar de cuero con botón intercambiable de cerámica de color, que ha conquistado tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. “Los botones están hechos a mano con un torno metálico y, después, esmaltados a mano uno por uno”, nos revela. Además de todo tipo de complementos, también suelen diseñar a demanda collares, pulseras o anillos para museos o empresas. ¿Entre sus clientes? La Fundación Picasso, en Málaga, o la Casa de Pilatos, en Sevilla. Ni más, ni menos.
A dos pasos de ‘Ceraselle’, un portón abierto nos deja escuchar desde metros de distancia unos villancicos aflamencados que aportan ese toquecillo festivo al ambiente; al fin y al cabo, solo faltan unos días para Navidad. Se trata del colorido taller número 13, el de ‘Carmen Herrero’, abogada de formación y diseñadora de complementos de profesión, a quien encontramos enfrascada en los encargos que debe entregar esta semana.
Por aquí y por allá, telas y más telas con las que confecciona las decenas de bolsos que lucen en cada rincón. Muebles antiguos por restaurar y otros ya listos componen un coqueto estudio que desprende carisma a raudales. “Yo llevo cinco años aquí, he sido la última en llegar”, nos cuenta Carmen mientras prepara el patrón de uno de sus bolsos. “Estudié Derecho, pero me gustaba hacer cosas manuales, sobre todo en casa, para mi madre, amigas y tal... Un día puse dos fotos en Facebook y, no me preguntes cómo, pero hasta hoy”, ríe la diseñadora.
Empezó con tocados y sombreros, pero al final el negocio le llevó por sus propios derroteros y acabó dando forma a los más de 20 diseños de bolsos con los que cuenta. “Hago muchos a medida para ceremonias, madrinas, bodas… También porcelana para novias, como tiaras y cositas de más envergadura”, aclara. ¿Las telas? Son su perdición. “Las hay de todas partes, las compro en todos lados. En Francia, en España… Hay una tienda de Málaga que me va mandando cosas. Combino las que me gustan y las compro por impulso. Por eso tengo tantas tan distintas”, confiesa.
Y lo hace mientras sonríe sin cesar, porque Carmen es uno de esos ejemplos de que apostar por lo que uno ama, hacer cada día lo que uno quiere, es siempre la mejor de las decisiones. “Me gusta ir creciendo con seguridad, ni morir de éxito ni hacer una inversión grande; tomar una mala decisión por querer correr y que al final sea un fracaso”. Sus diseños pueden adquirirse en tiendas de la capital, pero también online.
Es esa la frase, bordada en punto de cruz, que cuelga de una de las paredes de ‘Pablo Fernández’, el apasionado lutier que se encarga de ponerle el toque musical a ‘Rompemoldes’. Decenas de herramientas milimétricamente ordenadas reposan en cada rincón de un taller que nos resulta el más amplio de todos. Techos altos, espacios diáfanos, varias mesas de trabajo y un sinfín de instrumentos de cuerda esperando a que las manos del artesano los elija. En otra pared, otro mensaje: Silentio est Aurum.
Un silencio solo roto en aquellos momentos en el que el trabajo en la madera lo invade todo. También cuando los músicos acuden a este templo al arte para comprobar los resultados. “Yo afino el instrumento, pero solo para que el músico llegue y pueda tocarlo. Es decir, tengo una primera apreciación, pero necesito músicos para sacarle el máximo partido al instrumento”, nos comenta el lutier, dedicado al oficio desde 2007, mientras se afana en tallar un bloque de madera que acabará transformándose en una de las partes de una viola de gamba.
Fue en 2007 cuando todo cambió en la vida de Pablo: dejar sus estudios de guitarra en el conservatorio para arrancar la carrera de Historia. Sin embargo, decidió dar un giro de 180 º y dedicarse al trabajo con la madera. No podía imaginar que, finalmente, música, historia y madera acabarían uniéndose en su vida. “Mi especialidad es la viola de gamba, que ahora tiene mucha difusión desde Sevilla porque hay músicos muy buenos en la ciudad. Tuvo un auge muy importante en los siglos XVI y XVII en España. Hay quien dice que el origen estuvo aquí y que luego fue a Italia y se convirtió en un instrumento muy reconocido”, nos cuenta mientras continúa vaciando la pieza que le ocupa.
Tras él, algunas de sus creaciones, como la viola de gamba hecha especialmente al revés para un músico zurdo que lo solicitó. No hay duda: aquí, lo primero, es la música.
Fuera ya es de noche y la luz del estudio de ‘Maite Béjar’, el número 10, nos guía hasta su lugar de trabajo. A través del cristal de la puerta la contemplamos ensimismada en la restauración de un cuadro de grandes dimensiones. Con las lentes binoculares colocadas y pincel en mano, se esmera en rescatar, línea a línea, los colores de una obra bastante deteriorada. “Este es un trabajo de mucha paciencia, de muchas horas y, sobre todo, de muchas posturas. Es una profesión dura físicamente, vamos quedando pocos”, comenta sonriente. Y no nos cabe duda.
Disfrutamos de un interesante paseo por la historia de la mano de nuestra cicerone a través de las obras colocadas en paredes y caballetes de su estudio. Mientras, nos habla de sus orígenes en el universo del arte: tras estudiar pintura en la facultad de Bellas Artes de Sevilla se animó con la restauración para acabar viviendo, durante unos años, en Florencia.
Allí trabajó para museos y galerías como la de los Uffizi, hasta que decidió regresar a su ciudad. “Me dedico a la pintura de caballete y me especialicé en Florencia en pintura mural. Estuve allí muchos años pero, cuando ya volví, lo que aquí más encontré es cerámica, yesería… Así que he derivado más a los revestimientos arqueológicos”, nos comenta. “A mí lo que más me gusta es trabajar en piezas que me resulten interesantes”, admite.
Fue ella otra de esos miembros originales de ‘Rompemoldes’, de las que se instalaron hace ya diez años. Una década que ha dado mucho de sí: aquí no solo tuvo a sus hijos, sino que también agradece haber recibido el cariño y apoyo de esa otra familia, la que no es de sangre, cuyos lazos se hallan en la artesanía. Un regalo difícil de superar.
El ‘Estudio Ciento2’ es otro de esos templos artesanos que conforman esta pequeña comunidad, en este caso, a manos de Sonia Osuna y Miguel de Diego. Ambos dedican sus jornadas a trabajar con paciencia y esmero, soplete en mano, sobre varillas de vidrio que moldean a su antojo para crear todo tipo de joyería. También réplicas arqueológicas de vidrio antiguo como ungüentarios de núcleos de arena o cabezas fenicias. Y todo ello con materiales y colores que, transformados, dan lugar a piezas únicas.
Su historia, como la de muchos de los artesanos de ‘Rompemoldes’, es fruto de la pasión. “Miguel estudió Psicología y yo Historia del Arte, así que, aunque vi muchas de estas piezas en la carrera, el interés me vino realmente porque a Miguel le encantaba pararse a verlas en los museos. Así fue como empezó a investigar sobre ellas y, como quería tener una y no podía, pues se puso a investigar sobre cómo se hacían”, bromea Sonia mientras, concentrada, comienza a transformar con el fuego una de las varillas en una pequeña esfera.
A su lado, Miguel hace lo propio: ambos conforman el tándem perfecto. Un equipo que comenzó su andadura en este mundo allá por el 98 de manera autodidacta y que hoy es experto en el trabajo con el vidrio.
“El soplete es la máquina con la que fundimos el vidrio”, nos explica Sonia mientras continúa con su trabajo. “Luego lo utilizamos para hacer piezas macizas o piezas sopladas. Las macizas se hacen sobre una varilla de acero inoxidable y las sopladas a través de una caña de soplar. Es una de las técnicas más difíciles en el trabajo del vidrio, la que necesita de un mayor control técnico”, expone. A su lado, sobre una mesa, descansan varias cajas repletas de collares y anillos, pendientes y complementos de colores, esperando a ser lucidos pronto. Para adquirirlas, además de la caseta de la que disponen en la Feria de Artesanía de Sevilla durante Navidad, también es posible acudir a tiendas locales de la ciudad o a su web.
Así pillamos a ‘Claudio Sabariego’, segunda generación de artesanos sevillanos en su familia: dándole forma a los pies de un inmenso Divino Salvador en barro que aún se halla en proceso. “De mi padre heredé la cerámica, pero él no era escultor”, nos desvela nuestro anfitrión nada más vernos llegar. De carácter abierto, siempre sonriente, no duda en abrirnos las puertas de la que, efectivamente, es su casa-taller.
Un espacio en el que cuesta encontrar un hueco libre; entre figuras y moldes, herramientas y trabajos antiguos, las estanterías rebosan arte a cada centímetro. Muchas de esas piezas están hechas como su padre le enseñó, a través de la técnica del apretón. “Es interesante porque es una técnica que se está perdiendo y va a desaparecer en unos años. Cuando yo y los compañeros que la hacen nos jubilemos… se acabó”, apunta.
Le preguntamos en qué consiste y enseguida nos relata. “Se trata de coger los moldes y llenarnos apretando el barro. A esa técnica la está barriendo el barro líquido, porque esa lo puede hacer cualquiera. Sin embargo, para hacer un apretón de piezas grandes, como las que hay en la Plaza de España, que están hechas así, hacen falta años de experiencia”. Y, mientras lo explica, se acerca hasta una enorme farola, similar a las del monumento hispalense, colocada en una esquina del taller. Junto a ella, en la pared, un par de jaulas de canarios se desvelan como sus eternos compañeros.
Y nos sigue señalando. El balaustre aquel, la gárgola aquella, la imagen de la Virgen de los Reyes que se halla en el Parque de María Luisa… Visitar a Claudio y escuchar sus historias es una experiencia parecida a dar un paseo por los mayores monumentos de Sevilla. Y no es para menos: este artesano, una columna más del templo que es ‘Rompemoldes’, lleva desde los 13 años inmerso en esta bonita profesión.
Las puertas del taller 23, el de ‘Daniel del Valle’, permanecen cerradas. También las ventanas: imposible saber qué se cuece en sus entrañas. Nosotros lo descubrimos en cuanto nos recibe: el universo de la imaginería, que toma vida en figuras absolutamente realistas, encuentra todo su sentido en el interior. Sin embargo, a este artesano de 44 años, que tuvo muy claro desde muy joven a qué quería dedicar su vida, le gusta trabajar en total intimidad: de ahí el hermetismo.
Daniel nos habla de sus inicios, cuando su devoción por la Semana Santa le hizo, como a muchos sevillanos, sentir curiosidad por este arte. También de cómo la primera oportunidad de adentrarse en este mundillo le llegó desde su propia casa. “Mi hermano, que era mayor que yo, tenía un amigo que era imaginero. Me lo presentó y para mí fue una ilusión entrar en un taller como el suyo. Me preguntó si quería ir unos días a ayudarle y al final estuve allí unos ocho años. Acabé formándome en la Escuela de Artes Aplicadas y, después, me pasé a la talla”, recuerda. Mientras, levanta la sábana que cubre a un crucificado tendido sobre unos muebles, ya acabado tiempo atrás.
Frente a nosotros, otra figura de grandes dimensiones: un Cristo en madera que está a punto de partir para Los Ángeles. “Casi todo lo que trabajo es para América y para Sudamérica”, nos dice. “Acabo de terminar un belén que ha salido también para allá”. Figuras que, en la mayoría de las ocasiones, son encargadas por particulares, a las que él mismo le aplica la policromía. “Ese oficio se perdió prácticamente y es una pena, porque antes eran pintores realmente especializados: Valdés Leal, Montañés, Ángel de Mesa… Al final uno tiene que avisarse”, bromea. Y vaya que si lo hace: echar un vistazo al repertorio de figuras que hay expuestas en su taller es visitar un auténtico museo.
Un ejemplo más de quienes ejecutan el arte con sus manos en este rincón hispalense, creando un universo de lo más inspirador. Dando lugar a historias que son también maneras de entender la vida; de relacionarse. De poner nombres y apellidos a la artesanía hispalense. Y es que ‘Rompemoldes’, ya lo hemos comprobado, es mucho más que un corral.
‘ROMPEMOLDES’ - San Luis, 70. Sevilla. Tel. 663 76 56 75.