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“¿Qué pieza es la más especial, diferente y revolucionaria de esta exposición?”. Le hago la pregunta a su comisario, Andrés Alfaro Hofmann, la persona que ejerce de guía en este relato. No se lo piensa demasiado: “Un hervidor de AEG de 1909”, contesta. Lo diseñó el arquitecto alemán Peter Behrens. El acabado del asa, el pomo o el tratamiento del metal permitían personalizarlo. En España costaba 30 pesetas en 1912.
“Era y sigue siendo un pequeño electrodoméstico fundamental para calentar agua y preparar infusiones, sobre todo en Centroeuropa -comenta Andrés Alfaro-; este arquitecto creó un sistema de conexión y desconexión del cable para sacarlo de la cocina y utilizarlo en el salón sin necesidad de echar el agua en una tetera”. Perfecto a nivel funcional, pero es que, además, se hicieron hasta 50 versiones con diferentes acabados. “Personalice usted su tetera”, venía a decir el eslogan, algo revolucionario en aquella época.
Este hervidor está discretamente ubicado en la exposición y casi pasa desapercibido. No llama la atención, pero en la aparente sencillez radica buena parte de su éxito y, sobre todo, en dos detalles: la intemporalidad, es decir, su capacidad para aguantar el paso del tiempo; y la idea de hacer amable la tecnología. “Cuando un diseño combina bien el diálogo entre el usuario y el objeto, ahí radica su acierto por mucho que tecnológicamente no sea el más puntero”, relata el comisario.
Para él, esto es algo que en distintos momentos del siglo XX consiguieron empresas como AEG, Braun y, más recientemente, Apple. Viendo esta exposición, te sitúas delante de un robot de cocina o de una radio portátil de Braun -sin saber que es de los años 50-, y entiendes perfectamente qué significa eso de aguantar el paso del tiempo. También hay ejemplos de lo contrario. “Esto es viejuno”, comenta un visitante observando un pequeño electrodoméstico de Moulinex. Y, efectivamente, lo es.
Cómo afecta el paso del tiempo al diseño se advierte en otros utensilios. Lo cierto es que en casi todos. A la entrada de la exposición, Andrés Alfaro señala la presencia de una lavadora mecánica con un sistema de muelles en su parte inferior que permitía un movimiento constante de doble dirección. Es de 1910.
Sin duda alguna, la lavadora fue el electrodoméstico que más revolucionó las labores del hogar en el siglo XX. “A España llegó en los años 40 -explica-, pero no fue hasta los 50 en las ciudades, y mucho más tarde en el medio rural, cuando se incorporó al espacio culinario”.
Otro detalle interesante de esta muestra es que ayuda a entender cómo se vivía en nuestro país a mediados del siglo pasado. Durante el recorrido, un grupo de mujeres se explaya sobre la evolución del diseño de las lavadoras, que en los años 50 y 60 ellas ya recordaban haber visto en sus casas en Zaragoza. A su lado, una joven evoca otro recuerdo: el de su abuela contándole cómo iba a lavar al río o al lavadero comunitario a principios de la década de los 70. Al grupo le resulta llamativo y no sale de su asombro. Lo dicho, frente a frente las dos Españas que avanzaban a ritmos muy diferentes.
Este, de alguna forma, es el espíritu de la exposición. Busca generar un relato más allá del centenar largo de electrodomésticos que se pueden ver. Los objetos no se acumulan sin más, ni se exponen piezas raras. En el sentido más bonito del término, es una exposición vulgar que “muestra al público una serie de objetos que han pasado por nuestras manos y cuentan la historia del diseño durante el siglo XX”. Así de sencillo y, al mismo tiempo, difícil de conseguir. Pero Andrés Alfaro Hofmann lo tuvo claro hace tiempo: “El automóvil y el electrodoméstico son los grandes introductores del diseño para el gran público”. Y a él le sedujo lo segundo.
Establecer los orígenes de la aparición de los primeros artefactos electrificados de uso casero presenta dificultades. Aunque el fenómeno se produjo por causas diferentes, tuvo un papel prioritario la necesidad de incrementar el número de usuarios de la electricidad para reducir los costes de producción y el precio al consumidor.
General Electric fue pionera en adaptar la electricidad a los objetos domésticos con la producción de una gama de planchas y tostadoras a principios del siglo pasado. A partir de los años 30 comenzó la fabricación masiva de electrodomésticos pensados para aliviar el trabajo del hogar. La transformación fue grande y su efecto acumulativo creó una imagen de vida material a la que todo el mundo aspiraba.
“Su uso se empezó a democratizar a finales de los años 30 -apunta el comisario-, en ese momento es cuando la figura del diseñador aporta un aspecto menos tosco y más atractivo”. Por ejemplo, en 1925 se creó una tostadora con un eje de giro que permitía dar la vuelta a la tostada sin extraerla. Y, en 1929, apareció una de las primeras propuestas de tratamiento de la belleza masculina: un estuche compacto de afeitado con máquina eléctrica y kit de masaje facial. O uno de los primeros exprimidores de aluminio con la piña exprimidora incorporada al cabezal, que vio la luz en varios colores en 1936.
“A partir de los años 30, la forma está por encima de la tecnología, la gente empieza a comprar los electrodomésticos no por sus prestaciones reales, sino por otros detalles”, sugiere Andrés Alfaro. La marca cobra protagonismo y, desde entonces, su importancia ha crecido exponencialmente.
La década de los 60 es otro punto de inflexión en este recorrido. Aparecen el plástico y los colores. Incluso en los diseños de los años 50 ya se nota una evolución. Ejemplo de ello es el aspecto futurista de la curiosa aspiradora Constellation, con una estética de la era espacial. También los eslóganes dan mucho juego. En este caso, se vendía como “La aspiradora que flota en el aire”. A su lado, la olla Super Cocotte -que empezó a comercializar Magefesa en España en 1953- hacía hincapié en un llamativo anuncio: “¡Jamás puede explotar!”.
La figura femenina ha sido el referente principal de la industria del electrodoméstico, que tuvo claro desde un principio que su mercado debía basarse en una nueva forma de representar las diferencias entre sexos. La exposición se hace eco de ello, de una publicidad que, durante mucho tiempo, mostró a un ama de casa dócil y madre feliz que disponía de más tiempo para dedicar a su familia gracias a estos utensilios.
Sin embargo, aunque no hay duda de que estos aparatos supusieron una mejora tecnológica, en la muestra se insiste en que “no sirvieron para liberar a las mujeres de su papel doméstico, sino más bien lo reforzaron. La división sexual del trabajo en el hogar no fue prácticamente modificada y los anuncios ayudaron a perpetuar la idea de la diferenciación entre un ámbito privado, el femenino, en el que a la mujer se le valora más por su apariencia que por sus habilidades, y uno público, el masculino, industrial y tecnológico”.
Y llegamos a los años 80, el último espacio de la muestra, “un momento en el que hay un cierto hastío en el diseño”. “No hay un hilo conductor -relata Andrés Alfaro-, en los objetos se plasma inconformismo, que se traduce en tendencias como cubismo, surrealismo o pop art”.
El muestrario es amplio y evidencia la incorporación de la tecnología al diseño con la presencia de tostadoras con sensor de control electrónico; exprimidores motorizados que solo se activan al presionar la piña; batidoras con un sistema de regulación de velocidad a través de un mando integrado, o un curioso hervidor equipado con un silbato melódico que reproduce varias notas musicales, en contraste con el desagradable silbido de las calderas.
También se le hace un hueco a los años 90 con los primeros atisbos de la era digital, la desaparición de los cables, los televisores planos, las aspiradoras sin bolsa o frigoríficos con un diseño orgánico que apuestan por el respeto al medio ambiente. Y ahí se para. “Hemos preferido dar un paso atrás para tomar una cierta perspectiva”, concluye.
Finalizada la visita, uno tiene la sensación de que la exposición logra su objetivo: apreciar la rápida evolución tecnológica del sector, además de la importancia que el diseño ha adquirido con el tiempo, hasta convertirse, por encima de la utilidad, en su principal atractivo.