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En Caravia, cada mes de julio se funda en estas praderas, refrescadas por la lluvia donde pasta el ganado, y en esta playa, donde el oleaje hace las delicias de los jinetes del océano, una metrópoli de rebeldía donde el sentimiento de hermandad y libertad recuerdan al espíritu del festival de Woodstock del 69. Y ahora vas a descubrir por qué. Seguimos el ritmo del rock and roll de garaje, el ronroneo de los escapes de las motos y el rugido del mar en el norte.
Un hermosa vista. Las colinas están llenas de furgonetas con los neoprenos colgados al sol, de motos café racer y tiendas de campaña de todas las formas y colores imaginables. Ya está preparado el Muro de la Muerte, el Donut y el escenario de conciertos. Las olas golpean contra los acantilados y contra la playa de La Espasa mientras los surfistas acuden a su encuentro ataviados con su traje de neopreno y sus tablas longboard. Una Royal Enfield avanza por la orilla mientras se escucha el ritmo acelerado de rockabilly de la banda que está probando su equipo y las risas de unos niños que juegan en la arena. Se respira tranquilidad en las mañanas, mientras el ambiente se va calentando en las tardes para terminar como una olla a presión al caer la noche. Así es el Motorbeach.
Junto a esas motos customizadas, que parecen sacadas de la Costa Oeste (norteamericana), se ve mucho tupé estilo fiffties y maquillaje pin up; camisetas negras y camisas de hawaiano; también vaqueros apretados, bermudas y Vans desgastadas; botas y sombreros de cowboy, viseras para arriba, chaquetas de cuero con incontables insignias y muchos, muchos tatuajes.
Moteros y surferos, festivaleros y rockeros, jóvenes y no tan jóvenes se darán cita en la playa de la Espasa donde se emplaza este recinto del 25 al 28 de julio con el sobrenombre de Motorbeach y el lema "Gasolina y salitre". Aquí descubrimos un desfile de estilos, de culturas nómadas, de motocicletas y, sobretodo, del buenrrollismo que obliga a hacer una parada en la salida 337 de la A-8. Hablamos de un Woodstock a la asturiana, cincuenta años más tarde, que está a punto de empezar.
El viajero busca en la autopista del norte las luces del cartel que le indiquen que ha llegado a su destino: Motorbeach. Quien no llega aquí por las motos lo hace por el surf y todos, o casi todos, por la música. Hablamos de grupos que han pasado por este festival como Slade, Imperial State Electric, Wilko Johnson, The Godfathers, The Morlocks, Sex Museum o Marky Ramone y otros que se les esperan para esta edición como Ray Collins Hot Club, Burning, The Dustaphonics o Stacie Collins.
Emblemas del rock, punk, noise, rock and roll de garaje y muchos más estilos llegados desde Europa y Estados Unidos para calentar la tardes y noches del Motorbeach. ¿Cómo? Con mucha distorsión y doble bombo, riffs pegadizos de guitarra, bajos contundentes y voces agudas y carrasposas con letras rebeldes y gamberras. Tanto en inglés como en español.
Los asistentes se congregan a centenares frente al prado principal del recinto que en los días lluviosos se puede convertir en un lodazal, pero poco importa porque estamos en verano y la cerveza fluye como el agua. En Woodstock la música fue un vehículo de rebeldía y de unión social y aquí, durante cuatro días, también. Dicen que la culpa siempre la tiene el rock and roll.
El único medio de transporte permitido dentro del recinto son las motos, pero no cualquier moto. Royal Enfield, Triunph, Honda o Kawasaki estilo crambler, bobber y custom, pero también Harley-Davidson. "Nada de plástico", es la premisa que mantiene Rafa Larouche, uno de los organizadores de este festival promovido por Pau García, un asturiano enamorado del surf y las motos, que ya va por su séptima edición. "Queremos ver modelos estilo cafe racer, clásicas o transformadas. Cosas raras, en definitiva, nada de motos de serie", concluye.
El espacio se convierte en una exposición de originales motocicletas y vehículos al aire libre. También se celebran feroces competiciones como la Carrerona, un sprint race por la carretera que conduce al emblemático Monte del Fitu (26 de julio a las 11.00 h) o el Donut (26 y 27 de julio), una explosión de adrenalina, polvo, humo y escapes chillones compitiendo en las carreras del dirt-track en este un circuito con forma ovalada al estilo circo romano.
Pero si hablamos de adrenalina tenemos que hablar de Gypsy Wall of Death (muro de la muerte gitano). Este grupo de nómadas franceses se ha convertido en una institución dentro del Motorbeach por erigir cada año una carpa de ocho metros de alto y estructura circular de madera en el que los asistentes pueden contemplar un salvaje espectáculo de rock en vivo acompañando las piruetas de los motoristas que ruedan a toda velocidad por las paredes desafiando la gravedad y la cordura.
La cara más apacible del Motorbeach la pone sin duda el surf y el ambiente playero de La Espasa, un arenal de 1.200 metros de longitud, de olas poderosas en invierno y suaves y largas en verano, ideales para surcar en estos alargados tablones o longboards de una quilla. En este contexto se celebrará este año el VII Single & Fin del Motorbeach, una competición de surf clásico, o quien ejecuta la más virtuosa danza sobre la tabla y el agua, y la concentración de 'Classic Surf Cars' antiguas chatarras convertidas en preciosas piezas de coleccionista homenajeando al movimiento que nació en California en los años cincuenta.
Y como en todo festival que se precie, no podía faltar su zona comercial en forma de decenas de coloridos puestos donde se puede comprar ropa surfera o motera, todo tipo de complementos para customizar tu moto o tabla, e incluso tu cuerpo, ya que hay algunos tatuadores deseando hacerlo. Cuando llega el hambre y la sed, los devotos del Motorbeach acuden en masas a los food truck atraídos por el aroma de la hamburguesa de carne gallega o el burrito mejicano para refrescarse con una cerveza o una sidra, que aunque esto parezca Woodstock seguimos estando en Asturias.
Como un paréntesis de libertad de cuatro días el Motorbeach representa para muchos la libertad salvaje como lo hace para el colectivo de artistas The Kids Are Right. Estos clásicos del festival han plasmado en su libro Quimera, Antología de una Vida Salvaje este espíritu en una oda a los inadaptados, a lo natural y a la vida errante que, ya sea en Woodstock o en el Motorbeach, sigue latente.