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Este periodo en el que el sol empieza a calentar, los mercados se llenan de rojos tomates de mil variedades, de melones jugosos y sandías orondas, brevas crujientes, berenjenas y pimientos en plenitud y al fondo, como un ronquido que hace el cuchillo al rozar la espina del atún rojo que entra a desovar al Mediterráneo, con la determinación de ese fuego ancestral.
La estación del amor la llamó Julio Caro Baroja. Antiguos ritos y fiestas populares recorren nuestra geografía y celebran el cambio de solsticio. Son los últimos momentos para recoger el heno verde antes de que el Bosco lo pinte de amarillo.
Esa noche sacamos los muebles viejos a la calle y los quemamos en una gran hoguera y cuando las llamas dan paso a las brasas, el amor renace del fuego si saltas las ascuas de la hoguera sin rozarlas, primero sola y luego por parejas. En San Pedro Manrique, provincia de Soria, encontramos a sus gentes concentradas en las ceremonias del "Paso del fuego", que consiste en caminar sobre las brasas sin quemarse, porque si se hace pisando con fuerza no se siente daño mientras las mondinas (reinas de la fiesta) llevan en sus cabezas hermosos canastos llenos de pan y rosas, y ofrecen ramas de árbol –arbujuelos– revestidas de masa de pan azafranado...
En Galicia, sin embargo, las chicas recogemos "La flor del agua" que solo brota por unos instantes en el espejo del agua de los arroyos y que puede ser desde un trébol de cuatro hojas a una rosa. Y para la afortunada que la encuentre, que se prepare, son buenos augurios. O nos vamos a la playa para que sus olas, solo si son nueve, conmuevan nuestro cuerpo y nos traiga la fertilidad disfrazada de sensualidad.
Entre mis amigas es costumbre ir esa noche a El Retiro, si estamos en Madrid, con un vaso de cristal y un huevo. Allí en la fuente egipcia al caer la tarde llenaremos el vaso de agua y abriremos el huevo en ella. La clara irá dibujando durante la noche el perfil de un futuro amor. A mí me sale siempre un barco y con él un marinero que me dice yo solo canto esta canción sino a quien conmigo va.
Esa noche se hacen coronas de adelfas y se echan a navegar al mar Mediterráneo como tributo a los amores perdidos y los que están por llegar. Y se curan enfermedades y se quitan verrugas. Y si dejas unos granos de maíz o habas en el alféizar de la ventana encontraras a la mañana siguiente monedas de oro.
Y en Álava, si pones la mañana de San Juan espino albar en la puerta de tu casa, esta queda preservada del rayo. Y en Ezcaray tienen por costumbre colgar un ramo florido en las ventanas de las novias mientras ellos hacen enramadas a las mozas indicando distintos grados de aprecio según el árbol utilizado.
Pino te estimo;
Peral te quiero más;
Álamo te amo;
Jara haragana;
Adelfa, gitana.
Las plantas y hierbas de San Juan además de tener propiedades profilácticas y medicinales disfrutan de efectos amorosos como son la albahaca, la hierbabuena, el helecho, la ruda y la valeriana. Sin embargo, la principal de entre ellas es la verbena, la que da el nombre a lo que conocemos hoy como regocijo público, más bien primaveral, nocturna y plebeya osea lo que queda de una antigua romería.
Las sardinas a la brasa en Oporto tienen sabor de grandes travesías y llegados a este punto, como no somos ni ríos ni ramblas, nos venimos arriba cuando queremos y por eso remontamos el Duero en dirección contraria, hacia Zamoraque ya es San Pedro y allí nos esperan calles repletas de ristras de ajos duros primorosamente trenzadas y panes de buen trigo candeal. Y a lo mejor me vuelvo a encontrar a una vieja que vende en el mercado nueces verdes y ruda para que con ellas y un aguardiente dejemos macerar nuestros sueños hasta el próximo San Juan.
¡A coger el trébole, el trébole, el trébole
a coger el trébole,
la noche de San Juan!