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En la puerta del museo etnográfico hay que pararse para repasar el horreo “apoyado en los pegollos, y luego los tornarratos, esas piedras más anchas que impiden que los ratones se coman el grano al trepar a nuestros hórreos”, explica Antonio González, uno de los artífices del museo, levantado desde hace 13 años con la única y exclusiva voluntad de los vecinos del hermoso valle.
Lo cierto es que los hórreos de Riaño ya eran famosos a finales del siglo XIX. El naturalista y ornitólogo Hans Friedrich Gadow dedicó unas páginas a la plaza del viejo Riaño y sus peculiares graneros, estructuras sobre las que escribe en su curioso Por el norte de España (editorial Librucos), en 1897. El alemán hizo fotos de la plaza del mercado de Riaño, una de las cuales se puede ver en este museo.
Habrá más museos en otros muchos pueblos de España, pero este de Riaño emociona porque está repleto con imágenes de lo desaparecido, creadas por los vecinos; de los recuerdos y los objetos que se salvaron del agua; sus pueblos duermen bajo el pantano de Riaño, el de la triste historia -el último embalse- inundado el 31 de diciembre de 1987. Porque el 1 de enero de 1988, las leyes de la entonces Comunidad Europea lo hubieran prohibido.
“Es un museo artesano, a veces un poco kitsch, pero repleto de memoria e ilusiones. Vamos recogiendo recuerdos en estos tres pisos cedidos por el ayuntamiento. ¿Véis? Está hecho por cuadros. Aquí la señora Donosa, con su foto sobre los zancos para cruzar el río. Aquí sabemos correr con madroños. Madre mía, cómo corría yo”, recuerda Antonio González, uno de los vecinos de Riaño que se ha volcado en el museo etnográfico.
Llega Pedro Luis González, familia de Antonio, pero, sobre todo, el artesano de este lugar. Pedro está orgulloso de cómo los voluntarios de todos estos pueblos van engrosando la memoria y rescatando muchas joyas, como las lápidas vadinienses, muy importantes. Porque estas son tierras herederas de la mítica Vadinia y sus habitantes, los vadinienses, una tribu cántabra de la que descienden orgullosamente. Se ocupan de cuidar su cultura, cansados de esperar a las administraciones.
Cuentan las notas del lugar que “las lápidas, que proceden de los siglos I a III de nuestra era, son grandes cantos rodados en los que se menciona a los propios autores, a sus familiares difuntos y a sus animales. En nuestra comarca, en el actual Ayuntamiento de Crémenes -comprendido por 12 pueblos- se ha encontrado la mayor concentración con un total de 24 (10-12 en la localidad de Crémenes); tres han sido encontradas en Riaño, una en Anciles, dos en Pedrosa del Rey, una en Barniedo de la Reina, una en La Puerta, otra en Carande, cinco en el valle de San Pelayo y otra en Loís”.
Pedro Luis las muestra en detalle. “Estas son únicas, muy importantes. Porque además, en una de ellas, el personaje se reconoce como ciudadano de Vadinia, lugar que aún no se ha descubierto”. La ilusión con que el manitas de este peculiar museo -así define Antonio a Pedro Luis- ha realizado cada escena, rematada por los vecinos voluntarios, asombra y enternece a cada paso.
“Él hace las figuras de cada cuadro. Las de la escuela, que tanto gustan; la de las mujeres batiendo la mantequilla; la del lobero; el último madreñero, o la fragua. Riaño de abajo y los otros pueblos no están, pero esto lo hemos levantado entre todos para contarlo”, cuenta Antonio, que insiste cada vez que puede en la contribución de los vecinos para que la memoria perdure.
Un grupo de niños se para junto al lobero. Antonio cuenta: “en aquellos tiempos los lobos hacían mucho daño, mataban el ganado. El lobero mataba al lobo y luego se lo echaba al hombro y lo paseaba por los pueblos, para que la gente le diera un donativo”. Así eran los tiempos.
Las fotos cumplen su cometido también este curioso etnográfico. Ahí están, en blanco y negro, las casas voladas antes de que los nueve pueblos fueran anegados por el agua para crear el pantano. Y los recuerdos de aquellos días de lucha de 1987, aunque todos han elegido mirar hacía adelante. Son más de 300 fotografías cedidas por el pintor Miguel Carracedo Matorra.
Pero hay un momento en el que Antonio se emociona. “Trasladaron la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, la de La Puerta. Salvaron la puerta de la de San Martín de Pedrosa del Rey, pero la de Riaño no. Y hace dos años llegó uno de los guardias civiles que estuvo cuando la volaron y nos entregó la llave de la iglesia, que ha guardado como oro en paño durante más de 30 años”. Y la voz de este hombre, que fue niño, adolescente y adulto en el Riaño ahora sumergido, se quiebra señalando la llave de la iglesia del pueblo.
Jesús Lopera Tasante se llama el guardia civil que guardó la llave de la iglesia de Riaño, hoy depositada junto a la minuciosa maqueta, en el museo. Aquí y allá, las fotos de la puerta de la iglesia se repiten, también las de los otros pueblos. Porque para los niños que han disfrutado del lujo de una infancia en un pueblo, tras la plaza, el patio de la iglesia y su interior, se graban a fuego, más aún en tierras de nieves.
Un poco más allá, la curiosa colección de rabeles -una colección de rabeles cedidos por José Luís Reñón- ayuda a la remontada y a retomar la mirada al futuro. Antonio conduce a las visitas a la última planta del museo, después de destacar la pintura y la generosidad de la pintora Carmen Sopeña, que también se volcó en la defensa del viejo Riaño y por aquí se quedó.
Bajar a la tercera planta del museo, dedicada a la historia del Reino de León y a una figura tan especial como la Reina Urraca, de la que Antonio se muestra orgulloso, el ánimo estalla arrastrado por tanta voluntad y buenas intenciones como encierra este lugar.
MUSEO ETNOGRÁFICO DE RIAÑO - Plaza Cimadevilla, s/n. Riaño, León. Tel. 699 88 92 03.