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De hechuras anchas y discreto, cuántos cafés no te habrán servido en bares cuando lo pedías en vaso, aunque también lo hay con asa, pero mola más la versión que conlleva que te quemes ligeramente las yemas de los dedos al beber. La de galletas que has mojado en Cola-cao. Hasta magdalenas, porque el tamaño grande del Gigogne con su panza generosa daba para mucho.
Pasará a la historia y tus nietos la contemplarán en los museos de diseño. Se ha fabricado en cristal transparente o en azul, pero en ambar –vermeil en francés– es insuperable. Va unida al arroz de los domingos, a las albóndigas y a los melocotones en conserva. Guárdala como oro en paño.
Se fabricó por primera vez en los años 40. Este diseño en vidrio esmerilado ha resistido que a generaciones de niños se les resbalara de las manos, evitando hacerse añicos al caer, como si fuera un objeto mágico. Lo mismo te sirve para un mojito casero que para un cremoso batido de fresa.
Este modelo estaba viviendo una segunda juventud. Ahora que en tantos bares y restaurantes que apuestan por la vuelta a los orígenes, lo usaban de vajilla, resulta que cierran. Sin duda, este plato será uno de los incunables de esta marca francesa tan universal que habría que rescatar. Las ondas de sus bordes lo hacen inconfundible, y hasta puedes tocar una melodía con el tenedor entre plato y plato.
Macarrones gratinados, pollo al horno y tantas recetas que has introducido bajo el grill para que se dorasen mientras se propagaba el aroma a sabor de hogar por todo el patio de vecinos. Esta fuente es una superviviente nata, así que busca un lugar de honor para ella en tu cocina.