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Restos de la iglesia del pueblo abandonado de Cubillos, Soria.

Microrrelatos preseleccionados del concurso de Halloween

Espíritus que deambulan en pueblos de la España vacía

Actualizado: 21/10/2020

Belchite que se repite como una constante, castillos, conventos abandonados, cortijos, puertas que se abren y se cierran, presencias que se intuyen con fuerza, fenómenos naturales violentos…. El miedo campa a sus anchas. Con el espíritu de Bécquer sobrevolando y las historias de Javier Sierra -nuestro jurado- como espejo en el que reflejarse. Aquí van los relatos preseleccionados que han respondido a la pregunta que planteábamos en nuestro concurso de Halloween: el lugar de España en el que has pasado más miedo.
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Premio: una noche en ‘El peinador de la reina’, la habitación única del Parador de Oropesa (Toledo)y al última novela de Javier Sierra, El mensaje de Pandora, firmada por él.

Susurros en la noche, de Tony Ga (GANADOR)

La noche fue en Cuéllar, pueblo de Segovia. Sobre las tres de la mañana. Me levanté al baño y oí a mi hija llorar en sueños. Me acerqué a la puerta y escuché una voz que le decía cosas en susurros, ella parecía dormida y sé que no había nadie más en casa que su madre y yo... Dude en abrir. Esa voz.

La anciana de la curva, de Francisco Rosa Ruiz (Mención especial)

Todavía era de madrugada. Conducía para Pozo Alcón (Jaén), cuando al pasar por el Puerto de Tíscar, donde la Cueva del Agua guarda a la Virgen frente a la Peña Negra, una anciana ataviada con una vestimenta antigua caminaba sin luz alguna por el arcén de la carretera en obras. No olvidaré su mirada.

Una nueva amiga, de María Victoria Jodral (Mención especial)

Amigas. ¡Manifiéstate! Gritamos mientras cuatro dedos sobrevolaban el vaso de cristal. Risas adolescentes precedieron sus movimientos sobre el tablero. Letra a letra, un mensaje: ESTOY SOLA. La Playa de la Caleta quedó vacía. Esa noche ninguna durmió. Todavía somos cinco: cuatro señoras y un espíritu jovial.

Mi yo futuro, de Tino García (Mención especial)

Las Palmas. Una pensión lúgubre. Era joven. Una noche, fui al baño compartido y vi en la habitación de al lado, cuya puerta estaba abierta, a un anciano barbudo y pobre, metido en la cama. Intuí un parecido físico conmigo. Parecía mi yo futuro, una broma cruel del destino. Sentí terror.

Compañía inesperada, Esther Barranco (Mención especial)

Puerto de Santa María, Cádiz, Hotel de los Duques de Medinaceli, acogedora habitación. Agotada, disfruté la comodidad de la cama en un plácido sueño. Sentí como mi pareja me abrazaba, era muy agradable, salvo por un detalle , él no viajó conmigo, lo vi alejarse de la cama, desvanecerse en la sombra.

La Santa Compaña, de Ignacio Bautista (Mención especial)

Cruzamos el Miño de noche. Tropecé con una piedra y quedé solo. Al fondo una luz se acercaba. Era una procesión de monjes con una cruz al frente. Me petrifiqué. Corrí hasta que encontré al Cabo 1ª que, agitándome, preguntaba que me pasaba. Desde entonces no he vuelto solo de noche al bosque gallego.

Espíritu cuidador, de José Antonio Martín

Era la tercera vez que comprobaba si la puerta estaba cerrada y, desde la foto de la pared, sus ojos azules me volvieron a mirar. De regreso a la habitación, en un duermevela, escuché de nuevo que alguien intentaba entrar, o salir... Una voz me susurró al oído: "Duerme, es el viento". Calpe, 1999.

Niebla nocturna, de Miguel Asensio Suárez

Parque de Garajonay, postrado en una senda, llorando en soledad tu eterna ausencia, inundado de densa niebla nocturna gomera hasta que el alba me sorprenda, que el Teide en el horizonte me acompañe con desidia y clemencia.

Hostal de otro mundo, de Granada Misterio

La pasé en el hostal de la mezquita de Córdoba. Acudí con Soraya desde Granada a esta bella ciudad, era un domingo frío y gélido, y nuestro objetivo era pasar una romántica noche en este hotel. Pero los golpes y fenómenos poltergeist se sucedieron en el techo y puertas de la habitación.

Un grito desolador, de Raquel Albújar Vidal

Bosque de Catalunya, cerca de Vidrà. Invierno, niebla, frío y tener que ir al río a buscar agua. Un grito como de mujer aterrada acabando en un gruñido feroz. Y los árboles empezaron a moverse... por abajo. Varias gritos más. Ni agua, ni leches. Salí pitando. La vida en el monte y "eso" nunca más.

La cabra de Loarre, de Pedro Ibort Dieste

Un verano, en Loarre, cada noche se oían unos golpes de llamada en el exterior. Y nunca había nadie. Tardamos semanas en averiguar que era el eco de una cabra aporreando la pared del corral trasero.

La funcionaria vampira, de Nieves Valderrey López Lopez

Halloween en Sacaojos, León. La funcionaria asesina ha escapado del inframundo, sé que viene a por mí, noto su hedor. Me abraza con su viscoso cuerpo pringado de moco verde y al tiempo que hinca sus dientes en mi cuello, cual Nosferatu, susurra: mi venganza ha llegado, serás mi esclava. ¡Grito!

Desafío, de Alberto Martínez Esteban

Entonces tenía 7 años. Medianoche. Mi hermano Jacobo me exigió que subiera al desván en Casla, en Segovia. Si no lo hacía... La oscuridad me entró en el alma cuando se cerró la puerta.

Bullicio al olor de las velas, de Gemma Sola Lasa

En un pequeño pueblo, Torralba de Ribota, el día que unas vecinas trajeron la Virgen de los Dolores, para arreglarla para las fiestas. Esa noche los ruidos de gente hablando en susurros y el olor a velas fue tal que uno a uno acabamos todos en la cama de nuestros padres.

Espera en el cementerio, de Elena Enrile Albir

Denia, un antiguo cementerio al borde del mar, siendo adolescente, mi mejor amiga y yo decidimos ir una noche de luna llena. Al acceder no me di cuenta y tropecé con la mala suerte que no podía caminar, me quedé sola y asustada mientras mi amiga buscaba ayuda. El tiempo se hizo eterno.

Quebrando la oscuridad, de Lorenzo Sánchez Quiles

Anocheció en la selva de Irati y el silencio lo inundó todo. Inocentemente, lancé piedras contra la espesa negrura con intención de romperla. No pude. Tuve que esperar hasta el amanecer. Estaba solo, muerto de miedo. Solo tenía cuatro años.

Huesos y tumbas, de Juan Luis Alonso Oliva

Toledo. Quedé atrapado en la vieja Catedral, yaciendo en un subterráneo enlutado, frío, legendario, bajo otras tumbas, que veo transparentes con viejos huesos y retales de la historia. Pasa el tiempo y escucho lejano el rumor de un arcano secreto. Ya no hay luz al final del túnel. ¿Es la muerte?

Una larga noche, de Rafael Romero Pineda

Estepa (Sevilla), Cerró de San Cristóbal. Noche cerrada, frío. Ramón y yo llegamos con una linterna y un saco de dormir. Entumecidos nos situamos, concentramos. Suena el silbido del viento Solano. Temblamos, frío y miedo... Se escucha discreto el susurro, nuestros nombres... Comienza una larga noche.

Trofeos escondidos, de Nuria Garrido

El Preventorio de Busot. Por trofeos un trozo de papel de pared, algún resto de baldosa. La luz del móvil tiembla en mis manos mientras subimos por la escalera. Unas sombras , el sonido de un lamento... correr sin mirar atrás. No sé cómo llegó a mi bolsillo un jirón de papel y un trozo de baldosa.

Gente de muerte, de Cristina Hens

No hay ningún lugar como Las Hurdes. No sé si fue por los podcast que escuchamos en el viaje, la cantidad de casas abandonadas en el pueblo, o cuando a las 3:33 de la madrugada golpearon la puerta de la casa. Lo último que recuerdo del viaje es a mi pareja mirarme y susurrar: “Gente de muerte”.

Doña Blanca, de Carmen Fortea

Una noche de luna llena en Albarracín. Paseaba por las inmediaciones de la Torre Blanca, a los pies del cementerio. Entonces la vi: bella, frágil y blanca. Se dirigió al río y desapareció en sus aguas. Acababa de presenciar uno de los baños nocturnos en el Guadalaviar del fantasma de Doña Blanca.

Desvelo, de Setefilla González Naranjo

Un viaje inesperado para dos enamorados. Córdoba, con la Mezquita y sus historias en la ventana, desde la que se olía su angosto pasado. La noche tornaba a encantada cuando las nubes cubrieron el cielo y la calefacción del hostal parecía brotar del infierno. El desvelo, fue lo mejor de la velada.

El atajo del miedo, de Estela González Ramírez

Fisterra hacia Muros. Conducía en la clara madrugada del 31 de octubre. El cansancio asomaba. Cogí un atajo. Se presentó una densa niebla. De pronto una silueta, de negro y lento caminar cruzó. Frené a fondo. Me miró y se disipó como la niebla. A mi lado el cruceiro San Antonio de Brens. Estoy a salvo.

Atrapados, de José Jiménez

Archidona (Málaga). Antaño Convento de Santo Domingo ahora reformado para ser Hotel. Durante su remodelación, al abrir las entrañas de sus paredes mostró la historia que ocultaban sus paredes, sus techos... todavía resuenan los ecos de los que allí quedaron atrapados entre esta vida y la otra.

Menos uno, de Elsa Lafuente Martínez

Tras la fiesta del Orujo en Potes, cuatro personas emprendimos el camino de vuelta a nuestro lugar de descanso en Turieno. Andando por la carretera, con la única luz de las linternas de los móviles, una densa niebla nos envolvió. Después de atravesarla, solo continuábamos tres…

Sin escapatoria, de Máximo Albornos Pintos

Una visita nocturna a la ermita de San Bartolomé en el Cañón del Río Lobos (Soria). Un eco de cantos ceremoniales impregnaba las piedras, mientras la tenue luz de las velas titilaba a través de las ventanas. Una huida hacia adelante en el espacio y el tiempo, sabiendo que no podríamos escapar.

Aliento en la nuca, de Gregorio Martínez Peinado

En la casona del difunto abuelo de Monreal del Campo. La segunda noche apenas si bebí durante la cena, pero de madrugada tuve que bajar dos plantas sintiendo los crujidos de la estancia, girar hacia un pasillo sin fin, cruzar el corral hasta el aseo y regresar al lecho notando su aliento en mi nuca.

Sin quejas, de Alejandra de Oyagüe Collados

Pasé una noche en Cudillero en el Hotel C*. A las 3 de la mañana me desperté: alguien intentaba abrir la puerta. Ya no dormí: oí los crujidos de la madera y vi una sombra. Encendí la luz: no había nadie. Pregunté al empleado si había fantasmas y me contestó que nadie se había quejado.

Escondite maldito, de María Palop Lara

Jugando al escondite en el cementerio de mi pueblo, Belmonte (Cuenca). Me escondí y pasaban los minutos, pero no venía nadie. No se oía nada. Pasada más de media hora salí, no veía a nadie a la luz de la luna llena. Quería salir y fui a saltar la valla, cuando una mano me agarró del pie y tiró de mí.

Fugitivo en Segovia, de Caridad Vasco

Sucedió una noche en un pueblecito de Segovia (Navas de Oro), estando yo sola -sin teléfonos- en un chalet en medio de un pinar y una tormenta estremecedora que había apagado las luces en el pueblo.... De noche, entró un fugitivo, evadido de una prisión. Me salvó el pestillo de mi habitación.

Las campanas fantasma, de Ibon Periodista

Fuimos a Belchite a rodar un corto sobre templarios con trajes que habían cosido nuestras amas. Tras una larga jornada de grabación hicimos noche en tiendas de campaña. A las 3 de la madrugada nos despertaron campanas llamando a misa. Buscamos de dónde venía el sonido pero el campanario estaba en ruina.

Crimen nocturno, de Cristina Sanz

El Cortijo Jurado es una mansión de estilo gótico anglosajón situada en Málaga donde se han cometido multitud de crímenes. Un día conocí a un muchacho por internet que era fan del misterio y tuve la genial idea de proponerle pasar allí la noche con el fin de investigar. Nunca más volvió a llamarme.

Un castillo en el espejo, Pilar Moral Borrell

Hay un pueblo en Córdoba que se llama Espejo. Es el pueblo de mi padre. Allí hay un castillo que pertenece a la Duquesa de Osuna y es un castillo grande y precioso. Tiene muebles y ropajes de época y las huellas de la guerra civil en forma de disparos en los cuadros y sangre en las alfombras. Allí.

La niña del vestido blanco, Rocío Juárez

Sentí su presencia, cuando la temperatura de la habitación descendió varios grados. Dejó que la viese un instante. La niña rubia, de pelo largo y vestido blanco. No dijo nada al desvanecerse. Me quedé sola, entre las 4 paredes de la habitación, número 1 del Santuario del Saliente, Albox, Almería.

El reloj de la abuela, de Óscar Cache

Mi abuela murió y durante una semana sonó un reloj de pared estropeado a las 12 de la noche. En Reus.

El último escalofrío, de Elisabeth Cinta Rodríguez

Siempre sopla el viento en 'El Peinador de la Reina', pero siempre se siente frío en el Parador de Mérida. Tras un agotador día entre monumentos romanos, deseaba llegar a mi habitación y disfrutar de la puesta de la puesta de sol. Otra vez ese maldito frío... Esta vez me di la vuelta. Fue mi último atardecer.

Banco de sangre, de Patricia Pradas

Durante años el banco de sangre del Hospital de Sant Pau estaba en el antiguo convento. De día es un edificio precioso, por la noche la perspectiva cambia. Una noche la puerta de la cámara frigorífica decidió abrirse sola en varias ocasiones. Nunca he disfrutado tanto un amanecer.

Eso, de Guillermo Portillo Guzmán

Espigón playa Santa María en Cádiz. 5 de la madrugada. Galerna cantábrica de vacaciones en el sur: viento fuerza 8, marejada embravecida, lluvia torrencial, truenos ensordecedores y rayos fulminantes. Espigón sobrepasado. El miedo se acerca nadando entre las olas. Escala las rocas y nos mira.

Un Alma Negra, Montse Maestro

Noche de San Juan de 1987 en la casa cueva de mis padres, en Dueñas (Palencia). Ya en los sacos de dormir, con mis amigas, frente a la chimenea. Aporrean la puerta. ¡Ranillla (mi apodo familiar), ábreme la puerta; abre la puerta chavala, que soy el Alma Negra! Castilla de Delibes.

El fantasma de mi abuelo, de María Luisa Moreno

Priego (Cuenca). Verano. 1980. Yo tenía 6 años. A la fresca los mayores se reunían para hablar antes de dormir. Yo prefería escucharlos a jugar. Aquel día hablaron del fantasma de mi abuelo. Mi imaginación hizo el resto. Paralizada le vi desde mi cama, escuché sus pasos acercarse. Grito mudo.

Llantos en la oscuridad, de Cristina

Fue en El Balneario de La Hermida. Noche de tormenta, el río desbordado sangrando a borbotones por sus márgenes, empapando las ruedas del coche a la entrada. Una habitación oportuna -y sospechosamente- rebajada, y el descubrimiento de la siniestra historia de guerra, orfanato, y llantos nocturnos.

Almas para cenar, de Óscar López Celaya

Realmente, han sido varias noches terroríficas... Subía la niebla por el monte Toloño y dejaba ver sus laderas verdes refrescadas por la bruma pero escondían las viejas ruinas del antiguo monasterio. Es allí donde la leyenda cuenta que el antiguo abad de la ermita se alimenta de las almas.

Un bar para no dormir, Antonio Espinazo Figueras

En Aniñón. Pueblo cerca de Calatayud, debido a que estaban los hoteles llenos. Con dos críos de 4 y 2 años nos dejaron cenar y dormir en un bar, pagando claro. Nos dijeron que el día anterior había muerto la abuela en la cama pero que ya estaba todo correcto. Dormimos vestidos y mi mujer llorando.

La vecina suicida, de Pablo Ramón Fernández

Una noche, tras el suicidio de la vecina, que se precipitó del piso de arriba, por delante de nuestra ventana, mi exmujer y yo, vimos acostados con terror, cómo las cortinas se movieron agitadas sin explicación mientras se oían fuertes respiraciones de alguien que no podíamos ver. Madrid. Retiro.

La playa, de José Manuel Ballesteros Maldonado

Una romántica noche de verano en una playa tranquila y solitaria de luna nueva en que la oscuridad no dejaba ver más allá de un par de metros, nos recortamos sobre la arena; melosos los dos amantes dejándonos llevar por la pasión, de repente sentimos como eremos arrastrados hacia las aguas…

Una declaración terrorífica, de Carlos José Romera Tamayo

Era por la tarde, más que por la noche, y fue en la delegación de hacienda para un revisión de la declaración de la renta. Eso si que es pasar miedo y lo demás son tonterías. Un saludo y muchas gracias. Carlos Romera.

Un Halloween a la gallega, de Loly González

En el pueblo cuando era pequeña, allá por los años 60, cada año por los Santos ya se celebraba un carnaval, llamado Antroido (O Entroido) no Halloween. Los chicos salían al anochecer con vestimentas terroríficas: harapos, sábanas rotas, las caras y el pelo tiznados de carbón y harina . Aullaban y ululaban...

Una presencia encerrada, de Sol Bueno

Salamanca, casa rural en antiguos calabozos, habitación en el ático, acceso directo desde escalera, sin puertas, no hay ventanas, solo tragaluz, frío, decoración silla de barbero antigua, nunca estuvimos solos, una presencia siempre al final de la escalera, que me observaba incluso en la ducha.

Estrellas víricas, de Sergio Capitán

Este verano subí con un saco de dormir a la falda del Teide a ver las Perseidas. Aproveché antes de la puesta de sol para seguir leyendo El mensaje de Pandora. Tras conocer la posibilidad de que los virus llegaran a nosotros vía un meteorito, imaginé aterrado una pandemia en cada estrella fugaz.

Nochebuena en la funeraria, de Pedro José González Correoso

Navidad de 2014. Por aquel entonces ejercía como funerario en un pequeño pueblo de La Mancha. Lejos de compartir mesa con mi familia, aquella nochebuena tuve guardia en el tanatorio. Esa misma mañana habían fallecido calcinados en su hogar un matrimonio octogenario. Lo que allí pasó esa noche...

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