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Catedral de Burgos entrada

Qué ver en la Catedral de Burgos con niños y mayores

La dama gótica más bella del país

Actualizado: 08/12/2021

Fotografía: Alfredo Cáliz

Pocas cosas más hermosas que las caras de turistas o peregrinos cuando entran a la plaza del Rey San Fernando, levantan la mirada y se topan con la portada Sacramental de la Catedral de Burgos. No hay que amilanarse ante la dama gótica que roza el cielo con sus agujas. Es tan soberbia que respira juventud pese a sus ochocientos años. Sus inicios encierran amor y poder: el de un obispo, un rey santo y una nuera y suegra bien avenidas. Qué ver dentro es una correría imborrable.
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Eso sí, su último lifting comenzó a finales del siglo XX y ha durado hasta ayer mismo como quien dice. Su cimborrio, sus torres coronadas con sus grandes agujas -son consideradas el culmen del gótico en Europa-, que han necesitado de algo más que de bótox, han sido pagadas por poderosas entidades financieras en vez de por famosos obispos, influyentes condestables o monarcas, quienes hasta inicios del siglo XX la mantuvieron viva.

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Aquí, bajo esta portada del Sarmental -también conocida como Sacramental-, conviene pararse y darle un toque humano a la belleza pétrea. ¿A quién se debe esta monumental seo, la tercera más grande de España después de la de Sevilla y la de Toledo? Es bien sabido que todas “las rosas de piedra”, como las llama Julio Llamazares, son hijas de los personajes de su tiempo, de unas circunstancias a veces apasionantes; siempre encierran demostración de poder, amor y deseos de personajes únicos.

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El cuarteto que proyectó la catedral

Los dos caballeros amantes de esta catedral son un obispo más que interesante, don Mauricio, y un rey, Fernando III el Santo. Y dos mujeres, igual o incluso más atractivas por su ausencia en primera línea, la reina Berenguela, madre de Fernando III, que confió ciegamente en el destino de su hijo y en el apoyo del obispo Mauricio; y su nuera, una alemana -parece que rubia y bella- de nombre Beatriz de Suabia, la primera mujer de Fernando.

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Enviado por doña Berenguela a recoger a la bella princesa alemana -hija de Felipe de Suabia y descendiente de Federico Barbarroja y emperadores de Bizancio por parte de madre- para que se casara con Fernando, en el camino el obispo se quedó prendado de las torres y la grandeza de Nôtre Dame. Al parecer, Mauricio había estudiado en París y puede que en Italia, pero vió Nôtre Dame avanzada. No se sabe con exactitud dónde nació, pero sí que era un tipo culto y viajado.

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Ese cuarteto, Fernando el Santo y Beatriz de Suabia -casados felizmente más de trece años, con ocho hijos-, junto a Berenguela y el prelado Mauricio, además de consolidar la unidad de Castilla con León, tuvieron más ideas. Suegra y nuera, Berenguela y Beatriz, fueron excelentes amigas. Total, rompiendo tópicos ya desde la Edad Media.

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El Gótico más puro

La princesa suaba y el primer Rey de Castilla y León se casaron aquí, pero cuando era una catedral románica aún, en 1219. Después, el Santo y Mauricio, apoyados por la vieja reina y la alemana, decidieron que había que levantar la gran catedral gótica -la más pura en ese estilo según los expertos- y se puso la primera piedra el 20 de julio de 1221. Eso sí, le debe mucho a la influencia de París y Reims.

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Ocho siglos, pues, nos contemplan sentados en las escaleras del Sarmental, mirando al obispo en el centro. Siempre se ha pensado que era Mauricio este gran señor con el báculo, que no es el original. La escultura original, desgastada, está ya dentro de la catedral protegida. Encima, Cristo en Majestad con los cuatro evangelistas trabajando y los animales que les representan; debajo, los doce apóstoles.

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Dicen que este tímpano se construyó entre 1235 y 1240 y que tiene una clarísima influencia de la catedral de Amiens. Es Fatima Domingo, una guía amante de la catedral de Burgos acostumbrada a enseñar el lugar a los estudiantes, quien nos ha situado en una parte de la historia de la seo. La hemos buscado, no nos ha tocado en suerte. Enterados brevemente de las circunstancias en que nace está monumental señora, conviene adentrarse dentro de sus faldas, no sin haber admirado el rosetón y en compañía de una experta. “Es original del siglo XIII, porque los otros, tras una explosión en el castillo en 1813, volaron. A este lo protegió el cimborrio”, cuenta Fatima.

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Saludar al Papamoscas

Si uno entra en este lugar con adolescentes, e incluso niños, quizá lo mejor es no privarles del ya personaje más popular de la catedral, por encima del mismísimo Cid Campeador, una Magadalena giocondana o la capilla de los Condestables. Hablamos del Papamoscas, “un reloj del siglo XVII que abre la boca al ritmo de los tañidos de las campanas. A finales del siglo XVI e inicios del XVII, este tipo de relojes se ponen de moda en toda Europa. Ha sido rehabilitado un par de veces, la última junto con la de la catedral, cuando se han cambiado los contrapesos por una instalación eléctrica. Eso sí, los contrapesos siguen ahí”, explica la experta.

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Pasear con ella por este inmenso lugar, con más de dieciocho capillas para visitar, es un lujo. Se necesitan varios días para ver y conocer a fondo lo que aquí se encierra, tanto en obras de arte y belleza como en historias. Nueve años después de haber comenzado las obras, en 1230, empezaron a hacerse los oficios dentro, aunque no fue terminada hasta el siglo XVI.

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Pero don Mauricio pudo casar aquí a Fernando III con su segunda mujer -Beatriz de Suabia murió en 1237 tras ser una gran compañera del rey, dicen las crónicas-, Juana de Ponthieu, bisnieta de Luis VII de Francia. Poco tiempo después, en 1238, Mauricio murió. Vió avanzadas las obras de su sueño, pero con las torres en cuadrado, sin las agujas góticas tan características. De todas formas, a él lo que le había impactado había sido Nôtre Dame y algunas de las catedrales alemanas, aún sin agujas.

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Burgos, capital de maestros

En la catedral hay tanto que ver que es necesario escoger. Cada capilla pertenece a una familia noble, poderosa y con influencia en la historia del reino de Castilla y León. O de España, puesto que a Fernando el Santo, algunos le consideran el primero en crear el concepto “España” -antes que los Reyes Católicos- a partir de la unión de Castilla y León.

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Sea por orden o por preferencias, nuestra guía -tras dejarnos unos minutos de asombro para observar la grandeza de las naves y los órganos- lo primero que nos muestra es el sepulcro “del protonotario Gonzalo de Lerma, aquí en la capilla de la Presentación. Mirad que trabajo en alabastro, las manos, el rostro, el traje, las almohadas. Trabajó en la catedral en el siglo XVI y tuvo la suerte de verse, como ahora le tenéis, antes de morir. Es obra de Felipe Vigarny”.

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Felipe de Vigarny, los Siloé, los Colonia, poco a poco empiezan a desgranarse nombres de artistas increíbles del primer gótico y su periodo de esplendor. “La mayoría de los maestros iniciales que vinieron a levantar la catedral eran franceses”, recuerda Fátima, aunque también hay alemanes e italianos. Burgos es pieza clave del Camino de Santiago y la vía del peregrino se convirtió en la Edad Media en una ancha carretera de intercambios por donde se desplazaban artistas canteros, escultores, albañiles y carpinteros de toda Europa, pero especialmente de Francia e Italia. Corrientes de sabiduría y también de Inquisición.

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Mudos ante el retablo

Pasamos de la capilla del Santo Cristo -no sin antes observar “al Cristo con pelo natural, del siglo XIV”- para entrar en la Capilla de Santa Ana o de la Concepción, encargada por el obispo Luis de Acuña, “que apoyó a doña Juana la Loca, con lo cuál la reina Isabel le castigó”, recuerda la guía. “Pero mirad al frente”, ruega Fátima Domingo, con cierto tono de misterio.

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Ahí está el retablo. De pronto se nos quita el hipo. Un retablo increíble, con fondo azul, con el árbol de Jesé en el centro y un abrazo maravilloso de San Joaquín y Santa Ana -los abuelos de Jesús- y, encima, María con el niño. Son alucinantes. Cuentan los sabios que es una de las obras más importantes de Gil de Siloé, perteneciente a la escultura tardogótica, y parece que la primera que hizo en Burgos. La policromía y la decoración se deben a un burgalés, Diego de la Cruz, que trabajaba con el escultor.

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Se necesitaría un rato largo, de esos que no tienen los turistas, para regodearse en las bellezas del retablo. El plácido sueño de Jesé, debajo Cristo mostrando las llagas a San Juan, María, María Magdalena y otra santa. Las cenefas que enmarcan el retablo con angelotes que dan de comer fruta a pavos reales, los rostros del obispo... Hay momentos en los que parece que han inspirado el arte más moderno. Si tenéis tiempo, pararse al detalle de este retablo es ganarlo.

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Es seguro que cuando Isabel la Católica dejó regresar al obispo, desterrado en su castillo de Rabé de las Calzadas, quedaría impactado por el trabajo que Juan de Colonia -el maestro de la catedral- comenzó en 1477. Lo acabó su hijo Simón en 1488. A la izquierda del retablo, por favor, no perderse la cara de pan, redonda y blanca, del obispo Acuña. El protagonista de la capilla se halla en actitud orante, con su sello y anillos sobre los guantes blancos.

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Una catedral dentro de otra

Apuntan todas las crónicas que la del Condestable es la más importante, aunque no tiene que ser necesariamente la más hermosa. Eso sí, está extendida la definición de que es una catedral dentro de la misma Catedral de Burgos. Y no hay más que mirar al techo, a la bóveda calada y estrellada, para confirmarlo. Encargada por Pedro Fernández de Velasco y Mencía de Mendoza, los condestables de Castilla, gobernantes poderosos ante sus reyes, la terminan acabando los Colonia: Simón -el hijo de Juan- y su hijo Francisco -por tanto, nieto del primer maestro de la Catedral-.

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No es extraña la perpetuidad de los nombres; las familias de escultores, canteros, carpinteros o talladores ejercían el oficio durante generaciones. Burgos, con los Siloé y los Colonia -entre otros-, es una muestra de ello. Los sepulcros de los Condestables son obra, dicen, de Felipe de Vigarny, el Borgoñón, en cuya obra se nota siempre la influencia flamenca, borgoñona y del Renacimiento en Italia.

Aquí, no se debe olvidar una última mirada al techo antes de salir, para admirar la primera bóveda estrellada de Juan y Simón de Colonia. La sabia Fatima Domingo revela un secretillo en esta grandiosa Capilla de los Condestables: el coro guarda una puerta secreta por la que se sube hasta el órgano.

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Oro para alcanzar la calle

Como nuestra guía es una experta, tiene claro cuando el personal puede estar al borde de saturarse de tanta capilla. Así que nos arrastra hasta otra de las joyas más populares de la catedral: la Escalera Dorada, obra de Diego de Siloé. Fátima se desdobla ante esta belleza. “Para salvar la distancia entre la planta de la nave y la puerta de atrás -hay ocho metros- , más alta, le encargaron una escalera”, relata la guía. Antes había otra escalera que el obispo Rodríguez de Fonseca mandó derribar para que no atravesaran por la nave de la catedral “desde rebaños de ovejas hasta hombres con sus carros de mercaderías; los peregrinos, pero también el obispo. Era un lugar vivo y la gente cruzaba por aquí en vez de dar la vuelta”.

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Hay que fijarse con detalle en los tramos con flores fantásticas y cabezas de ángeles que, mediante bichas erguidas, sostienen medallones con cabezas humanas. Los antepechos tienen los escudos del Cabildo y del obispo Rodríguez de Fonseca.

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Solo imaginar a las ovejas cruzando la nave provoca una sonrisa, y cabe pensar que los pastores se tomaron al pie de la letra lo de ponerlas cerca del Portal de Belén y cumplir con el Ángel de la Anunciación. El hecho es que, desaparecida la escalera antigua y abierta la puerta de la Pellejería, se aprobó “la traza de escalera” que presentó Diego de Siloé. Data de 1523, aunque los dorados se terminaron en 1526. Y, además de la influencia de Bramante, “está clara la de Miguel Ángel, que había hecho una muy parecida para un palacio de los Médicis en Florencia”.

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El descanso nunca soñado por el Cid

Desde la escalera, retrocedemos ligeramente y nos plantamos ante una lápida en el suelo, protegida por cordón rojo y con algunas flores en el centro. “Es la tumba del Cid, Rodrigo Díaz de Vivar”. Nunca imaginó un mercenario, por noble y valiente que fuera, que iba a descansar en tan lujosa morada. Sí, el Rodrigo Díaz que asustaba a los moros ya muerto y montado sobre su caballo, según la leyenda.

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“Llegó aquí no hace tanto y gracias a los franceses de la ocupación de Napoleón. Por raro que parezca hoy -cuenta Fátima-, cuando el Cid muere, doña Jimena ordena que se traiga el cadáver desde Valencia. Pero sus restos no los quería ningún monasterio porque tenía enfadados a los Reyes. A doña Jimena le costó que le acogieran en San Pedro de Cardeña. El general Thiebaub, en 1808, recoge los restos del Cid y los traslada aquí, a la ciudad, al Espolón”. Y en 1921, coincidiendo con la batalla de Annual -como apunta el fotógrafo Alfredo Cáliz-, le entierran en la catedral, bajo el cimborrio y el magnífico techo abovedado, la estrella que alucina a todo el que tiene a bien levantar el cuello.

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La lápida, una losa de jaspe, lleva una inscripción que en ese 1921 -700 años cumplía la gran señora- redactó Ramón Ménendez y Pidal cuando se dejaron aquí los huesos de El Cid y Doña Jimena, más un verso del Poema de mío Cid: “A todos alcança ondra por el que en buena odra naçió”.

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Una estrella casi al alcance de la mano

De nuevo, desde los mismos pies de la tumba del Cid, la guía sugiere que levantemos la vista. Y ahí, el increíble cimborrio. Puede que el que se hundió del 3 al 4 de marzo de 1539, obra de Juan de Colonia, fuera hermoso, pero este honra al anterior. La construcción fue dirigida por Juan de Vallejo, ayudado por Francisco de Colonia. Participaron varios escultores, aunque es difícil establecer dónde empezaba la obra de uno y acaba la del otro, sobre todo en las estatuas.

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Se necesita mucho tiempo para estudiar el cimborrio, pero poco para admirar su grandiosidad. Doña Jimena y el Cid a los pies y la estrella luminosa que cierra el cimborrio sobre nuestras cabezas. Es una pasada. Lo único que da un ligero escalofrío es cuando informan de que ninguna de las vidrieras de aquí son originales. Como han dicho a la entrada, la explosicion de 1813 las destruyó, quedando únicamente la del rosetón.

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Luego, al salir y repasar las cuatro puertas de la catedral -un rodeo imprescindible-, es necesario fijarse en los ocho pináculos que culminan -por fuera- esta estrella del cimborrio que tenemos encima. Dicen que fue Juan de Vallejo quien logró esa armonía entre gótico, plateresco y maniriesta.

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Asientos con firma maestra

Desde los restos del Cid, hay que perderse en el coro -en cuyo centro reposa el sepulcro de Mauricio, el mago que empezó este sueño-, obra del “Borgoñón”, el ya mencionado Felipe de Vigarny que vino a España de la mano del Cardenal Cisneros. En estos increíbles asientos de taracea -cada uno es una obra de arte- participaron varios artistas de la catedral “con sus talleres”, apunta Fatima. Desde Diego de Siloé a Andrés de Nájera, Simón de Bueras y García de Arredondo.

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Por entonces Burgos debía de tener una concentración de maestros y discípulos en madera y piedra de las mejores de Europa. Entre los diferentes asientos, los expertos adivinan a veces los talleres de distinta influencia. La vida de Cristo, desde la Resurrección hasta la Anunciación, está insertada en taracea en respaldos y asientos. También hay escenas de trabajo cotidiano. Las taraceas de boj, insertadas en maderas de nogal, son pequeñas joyas. Y se entiende porqué ambos árboles, el nogal y el boj, son considerados maderas nobles.

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A quien le guste el Barroco, si deja la Capilla de Santa Tecla para el final, va a salir de la seo de Burgos encantado. Obra de Alberto Churriguera, desde luego no puede resultar más churrigueresco. Si la pretensión de la Iglesia del siglo XVIII era apabullar con sus riquezas, esta capilla está hecha para deslumbrar y hacer pensar al creyente que las joyas entusiasmaban a Jesucristo. O eso parece. Suntuosa hasta decir basta, la policromía deslumbra los ojos.

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Además del Santiago Matamoros que culmina el retablo y si tanta brillantez lo permite, conviene levantar la mirada hasta la bóveda, también recargada. Pero desde abajo, al tamaño de las humildes personas, el colorido es bonito y efectista. Hay otros cuatro retablos más sencillos, pero tan barrocos como los amaban en aquellos años de mitad y finales del XVIII.

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Hermosa a cualquier hora del día

Para despejar la cabeza y las ideas, saturadas de tanta belleza, un paseo por la tienda -decorada con diseño del siglo XXI, la última restauración de la catedral se realizó a principios de este siglo- ayuda a regresar a la realidad. Pero lo que es imprescindible es rodear la catedral en busca de sus cuatro puertas y las cuatro plazas que las acogen. La seo es la identidad de Burgos, sus agujas sobresalen como una llamada al respiro, a la parada en los locos tiempos, al slow travel.

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El paseo por la del Sarmental, por donde hemos entrado -que no es la principal-, en la plaza del Rey San Fernando, no exculpa de ir a sentarse a la de Santa María -que al fin y al cabo es la principal- y pararse en las escaleras que suben hacía la calle Fernán González. En esa misma calle, la puerta de Coronería y, un poco más allá, tapada por la altura de la calle, la de Pellejería. Por dentro está la Escalera Dorada.

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Hay que rodear la catedral de mañana, tarde y noche porque, dependiendo de la luz, la dama luce de una u otra forma, quizá de formas más bruscas que lo que sucede en la de Santiago de Compostela -donde el habitual gris del cielo tamiza el dorado de la piedra- o la de Sevilla, siempre bañada en sol. La piedra de Hontoria de la de Burgos tiene muy diferentes tonos en un día de invierno, incluso bajo la nieve y a bajo cero, a cuando ronda los 40 grados del mes de Julio.

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¿Y la noche? Desde su restauración a inicios del siglo, hay matices para todos los gustos. Los colorines -del azul a rojo- que la disfrazan en las horas nocturnas quizá roban la belleza de las luces cálidas que transmiten las vidrieras en los días de invierno.

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Pero sobre gustos, ya se sabe que no hay nada escrito. Es sencillo, ahí está, en el corazón de Burgos, la catedral gótica más hermosa de España. Quizá, porque los de León y Toledo no firmarían esa afirmación. En cualquier caso, pasen y vean. Para quien ame la pintura, las sacristías y casullas, más las riquezas de cáliz y joyas, quedan las trastiendas de la catedral, un pozo sin fondo donde las cosas siguen sucediendo con la vida por fuera.

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