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Plaza de las Flores Córdoba

8 rincones para un San Valentín romántico en Córdoba

Dónde robar un beso bajo el embrujo cordobés

Actualizado: 13/02/2022

Fotografía: Javier Sierra

Córdoba es romántica. Y si tienes pensado realizar una escapada por San Valentín o darle a tu pareja una de esas sospresas memorables, te contamos cuáles son esos lugares perfectos, íntimos, donde el sonido de las fuentes, el tañer de las campanas o los pajarillos revolotenado sobre las plazuelas dibujan el escenario perfecto para robar un beso o decir al oído un "te quiero".
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1. El Puente Romano, al atardecer

Si existiera un ránking de los puentes más románticos del mundo, sin duda el de Sant Angelo de Roma ocuparía el primer puesto, pero en el top ten de esta lista estaría el hermoso puente romano de Córdoba, el “puente viejo”. El atardecer es el momento más bello para asomarse y dejarse llevar por el baile de los reflejos del sol sobre el Guadalquivir y recorrerlo despacito, de la mano, intercambiando miradas cómplices y disfrutando de una primavera que en la ciudad de las tres culturas ya se siente. Uno de esos placeres confesables.

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Junto al Arcángel de San Rafael, el protector de los cordobeses, jurarse amor eterno es un clásico y una parada obligatoria para los amantes. Él es el Ángel “de los encuentros felices” y dicen que es incluso capaz “de restaurar matrimonios”, noviazgos, amistades con derecho a roce… porque, en temas de amor, a San Rafael no hay quien se le resista.

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A lo largo de sus 250 metros se disfruta o bien de las vistas de la Mezquita-Catedral si vas en una dirección o, por el contrario, de la impresionante Torre de la Calahorra. Construido en el siglo I d.C., durante la dominación romana de la ciudad, fue una obra punta de la ingeniería de la época y, aunque ha sido reconstruido por todas las civilizaciones que han habitado Córdoba, sigue siendo la postal perfecta, el recuerdo imborrable de vuestro paso por la ciudad. Los árabes añadieron los molinos -que aún existen- para regar los fastuosos jardines de Abderramán II, el emir omeya que convirtió la ciudad en la potencia cultural de Occidente, cuyos vestigios aún nos enamoran.

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2. Las vistas desde la Torre de la Calahorra, para robar un beso

Esta torre defensiva -que fue también cárcel, hospital para enfermos de tabardillo, escuela de niñas y cuartelillo de la Guardia Civil- es actualmente la sede del Museo Vivo de al-Ándalus y tiene una de las mejores vistas de la ciudad. Merece la pena subir por su estrecha escalera de caracol hasta la parte más alta -cierra a las 18:00 horas- y allí, acariciados por los rayos del sol, observar cómo discurre la vida a través del puente con la panorámica del casco antiguo de Córdoba de fondo. ¿No es este el momento perfecto para abrazaros y simplemente estar?

Construida a mediados del siglo XII, La Calahorra -cuyo nombre, qala’at al-hurriya, significa “fortaleza libre”-, aparece por primera vez de forma escrita cuando el rey Fernando III, quien conquistara Córdoba para el reino de Castilla, tuvo problemas para atravesar el puente al estar precedido por esta torre defensiva. Finalmente sí cruzó, pero en barcas…

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3. La historia del Monumento de las Manos, para jurarse amor eterno

Pero si alguno de estos rincones es el favorito de los enamorados, el Monumento de las Manos se lleva la palma. En los jardines del Campo Santo de los Mártires, a las puertas de la Judería, bajo enormes árboles en los que el canto de los pájaros no cesa, con las calesas aparcadas de fondo esperando a iniciar el típico paseo de enamorados en coche de caballos, se encuentran “las Manos” del poeta Ibn Zaydun y la princesa Wallada, la última princesa omeya.

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El monumento nos recuerda esta historia de amor fatal, de esas que no terminan bien. Nuestros Romeo y Julieta cordobeses, en el 1.000 de nuestro tiempo, eran Wallada, hija del califa Abderramán Obaidallah Mustafkí -que gobernó durante la guerra civil de al-Ándalus, la que terminaría con la destrucción de Medina Azahara entre 1010 y 1013, y en 1031 con la caída del califato Omeya- y el poeta Ibn Zydun, el más bello noble e intelectual de la época.

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Walada era mujer adelantada a su tiempo: no usaba velo, no permitía la tutela masculina que imperaba y montó en su casa un club de poesía. Fue allí donde lo conoció y Cupido hizo su trabajo. Pero el emir Ibn Abdús, que la quería en matrimonio, no se quedó de brazos cruzados y sobornó a una esclava de Wallada para que conquistara al apuesto poeta. Pillados in fraganti, Wallada nunca lo perdonó y el poeta vagó por las calles hasta que su vida corrió peligro y se marchó al reino taifa de Sevilla.

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4. La estrecha Calleja del Pañuelo, ese callejón donde ‘love is in the air’

Pocos lugares más íntimos -eso sí, id de noche- como la minúscula plaza en la que acaba esta magnética y estrecha calle con parras, junto a la Casa de la Concha y la Mezquita. No hay pérdida. Cualquier excusa será buena para adentrar a tu pareja por este callejón misterioso y sorprenderla con un regalo junto a la fuentecita de la plaza -la más pequeña de España- y junto al naranjo que la acompaña, que ya mismo desprenderá su fino aroma a azahar. ¿No es perfecto?

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Dicen los viejos que la calle era también conocida como la de los rincones de oro porque solía estar llena de inmundicias -hoy está limpísima-. Aunque otra de las teorías de este sobrenombre es que el efecto de los rayos de sol sobre sus muros era impagable e, incluso, los hay que relatan que aquí vivió un famoso comerciante de sedas que cobraba en piezas de oro. Lo que sí aseguran algunos, al menos los que la nombraron oficialmente la calle de Pedro Jiménez, es que aquí vivió el soldado de los tercios de Flandes que trabajo la variedad de uva Pedro Ximénez, con la que se elaboran los afamados vinos de la Denominación Montilla-Moriles, los vinos de fama mundial de Córdoba.

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5. La mítica Calleja de las Flores, para el clásico ‘selfie in love’

Aunque es otra de las postales imperdibles de Córdoba, la Calleja de las Flores tiene un lugar por derecho propio en esta lista de rincones románticos. Muchos dicen de ella que guarda la esencia de la ciudad en pocos metros, como un bello perfume. Y lo cierto es que en un corto trayecto sinuoso, entre paredes blancas de las que cuelgan macetas de geranios rojos, paseamos entre tiendecitas de artesanos cordobeses, caminamos sobre el típico suelo de “chinos” cordobés y vamos a parar a una fuente cuyo rumor embelesa.

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No faltan los capiteles califales como el que marca la esquina del inicio de la calle. Ni algún que otro gato que deambula entre las plantas observando el ir y venir de los enamorados. Desde la placita en la que termina la calle, las parejas se hacen selfies en cualquiera de sus esquinas con la vista hacia la catedral de fondo, entre los arcos de medio punto. Probablemente sea este el lugar que más amor reúne y el epicentro del romanticismo cordobés.

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6. La Cuesta del Bailío cogidos de la mano

Llegar hasta la bella escalinata a través de la calle Alfaros, que parte casi desde la animada plaza de la Corredera hasta la misma Cuesta del Bailío, y asistir a la espectacular buganvilla rosada derramándose por el muro blanco, es otro de esos regalos de una ciudad en la que la estética y los aromas se toman muy en serio.

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Es este un paseo hermoso y sorprendente, también de noche. Perfecto para hacerlo cogidos de la mano después de una cena romántica. En lo más alto de la escalinata del Bailío, tatuadas sus paredes blancas con cruces negras, hay una fuente de mármol oscuro y, sobre ella, un pequeño muro donde sentarse a contarse cosas al oído. Un escenario ideal para cualquier declaración de amor.

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Al fondo, os hipnotizará la fachada renacentista de la Casa del Bailío, un palacete que en el siglo XVI fue la residencia de fray Pedro Núñez de Herrera, nombrado Gran Bailío de Lora -los bailíos eran caballeros de la Orden de San Juan que gozaban por su antigüedad de mucha confianza del rey-, y también el llamativo campanario del Convento de Capuchinos. Ese callejón os conducirá a otro rincón poético: la plaza del Cristo de los Faroles, del siglo XVII.

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7. Compás de San Francisco, para escapar de las miradas

Hay plazas donde uno desea quedarse a vivir. Y una de estas, donde la vida se detiene y el amor se puede compartir de muchas maneras, alejados de todas las miradas, es la Plaza del Compás de San Francisco, a la que os adentraréis a través de un arco que ya invita a soñar con la belleza que guarda este rincón cordobés.

Esta es una placita con un pequeño jardín a la derecha y suelo enchinado, donde su fuente, la gran palmera y los naranjos crean el sueño perfecto para dejarse acariciar por los rayos de sol. Aquí reina el más absoluto silencio y solo se oyen los pajarillos. Un silencio roto en Semana Santa cuando salen del templo Jesús del Huerto y el Cristo de la Caridad, cuando se convierte este recinto en uno de los lugares más deseados de la ciudad.

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8. Calleja de La Luna, para sentir el embrujo de Córdoba

Otro de los rincones con más encanto de la ciudad es la Calleja y plazuela de La Luna, rincones perfectos para picar algo al anochecer y tomaros unos vinos mientras os contáis secretos o recordáis ese momento en que sentisteis que estabais enamorados.

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A la plaza se accede a través de la Puerta de la Luna, la entrada más bella al barrio de la Judería, y se encuentra junto a la próxima estatua de Averroes, quien ya en su época (1116, Córdoba - 1198, Marrakech) dijo aquello de “La abstención total de la acción carnal corrompe la virtud y la especie”. Olé. Así que, después de visitar al sabio, que el rumor de la fuente y el aroma a azahar de la Plaza de la Luna os acompañen.

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Por cierto, cuidado con la figura de la fuente, la del dios heleno Pan, protector de los pastores y dios de la fertilidad de los rebaños, de cuya boca emana un pequeño chorro de agua. En la mitología era un dios muy sensual que siempre se salía con la suya. Con el rumor de la fuente, a pesar de que su flauta desapareció hace años, este pequeño niño hace su trabajo…

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