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Al borde del río Ulla, en Pontevedra, bajo el puente interprovincial, en un moderno muelle que contrasta con las torres medievales –lo que queda de ellas– que defendían la zona contra las invasiones normandas e inglesas, flotan tranquilamente dos barcos vikingos. Dos drakkar. Son el Torres de Oeste y el Frederikssund, orgullo de los locales, y no les falta detalle. Madera, rojo y negro, dragones labrados en los mascarones, y, por ahora y hasta el primer domingo de agosto, velas plegadas y remos recogidos. Ahí donde las vemos, acaban de pasar su propia ITV.
"Capitanía Marítima mira todo, que tengan las bombas de achique, los aros, los salvavidas, las linternas…", nos enumera Moncho Miguens, encargado de mantenimiento del Ayuntamiento de Catoira y patrón de barco vikingo en sus ratos libres. En sus manos, un inmenso manojo de llaves y la capacidad de brear con un barco y un puñado de vikingos ansiosos el día del desembarco. Ambos navíos son réplicas de barcos reales y él ha llevado los dos, siempre con dos reglas básicas: prohibido el alcohol en el barco –esa regla va para todos– y en su embarcación, la tripulación vikinga pilla remo.
"En el barco que llevo yo siempre van a remar. Ya se apuntan con esa intención. Algunos son de piragüismo… Viene gente de toda España y muchos repiten todos los años", nos cuenta. ¿Sobre la disciplina a bordo? "Bueno, a veces les tengo que gritar un poco…"; como aquella primera vez al mando cuando creyó que hundían el barco al llegar, al colocarse todos los vikingos a un lado –"querían salir en la foto"– o cuando uno de los muchachos, uno que no sabía nadar, se le encaramó a lo alto de la vela.
La Romería Vikinga de Catoira recuerda los ataques normandos que trataban de saquear Galicia, entrando por el río Ulla en los siglos IX y X ,y se encontraban con la férrea defensa de las Torres de Oeste, unas 7 edificaciones en piedra a lo largo del río que, de tanto cortar las incursiones, recibieron el sobrenombre de "llave y sello de Galicia".
La fiesta nació en torno a los años 60 cuando la asociación ya extinta Ateneo do Ullán estaba haciendo una comida en los bellos campos que rodean las torres. Uno vio bajar un barco y otro dijo, ¿y si fuera un barco vikingo? Y ahí empezó todo. De actos conmemorativos se pasó al primer desembarco, en 1968. Durante 25 años fue organizado por la fábrica de Cedonosa, con muelle en el río Ulla. Desde 1989, visto que no paraba de crecer, pasó a manos del Ayuntamiento.
Tan en serio se lo tomaron, que incluso viajaron –alcalde y artesanos– a Dinamarca y volvieron con una villa hermanada (Friderikssund) y planos de barcos vikingos reales. Así nació en 1993 el Torres de Oeste, 17 metros de eslora y la niña bonita del pueblo ya que fue construida en su escuela taller, con su maestro carpintero y sus alumnos. Es una copia del Skuldelev 5, encontrado en el fiordo de Roskilde (Dinamarca). El drakkar Frederikssund, de 20 metros, es una adaptación del Gokstad, un barco vikingo encontrado en Noruega, y fue construido en la Illa de Arousa. Es algo más grande y, por ende, el más demandado.
Catoira cuenta con un tercer barco local, el Úrsula, de la Asociación Ateneo Vikingo. Los otros tres que completan una flota forzada a crecer por la intensa demanda son galeones antiguos maqueados para la ocasión. En total, unas 150 plazas que el Ayuntamiento se encarga de otorgar, con cierta preferencia para los empadronados –hay un sorteo entre ellos para subir al Frederikssund– y en estricto orden de recepción. Los afortunados serán recogidos por los barcos en varios puntos en la mañana del domingo 5 de agosto y tirarán río abajo, hacia las islas Gabeiras, donde se juntará la flota y se dará media vuelta para ir río arriba hacia Catoira y desembarcar entre gritos de guerra y barro en las Torres de Oeste a las 13 horas.
Allí les esperarán miles de personas, con música, charanga, puestos de comida –pulpo y mejillones no faltarán– ni tampoco vino de la zona. Ojo a la "bárbara" costumbre, nos cuenta Fernando Rial, de llenar cascos y cuernos con vino para beber o arrojarlo al de al lado. Un año, él se lo hizo a Manuel Fraga y la broma casi le cuesta el calabozo.
Fernando es uno de los fundadores del Ateneo Vikingo, una asociación de unos 350 miembros creada hace unos 27 años y dueño del 'Enxebre Bar O Galeón Vikingo' desde hace unos nueve. Su bar, como no podía ser de otra manera, está repleto de armas, tallas y cascos, la mayor parte confeccionados por él mismo con cuernos de animales, hierro y aluminio.
La barra del bar es el mascarón del primer barco vikingo que desembarcó en Catoira –del 68 al 92– cedido por su creador, Julio López, maestro tallador responsable también de un gran medallón que cuelga orgulloso en una de las paredes. "Fueron 92 horas de trabajo", nos cuenta, y se lo regaló el día de la inauguración.
Fernando navega –vikingamente hablando– desde los 15 años, tal y como hacía su padre y tal y como hace su hija, de ahora 16. Tiene historias para aburrir, como cuando regaló uno de sus cascos a Tonhito del grupo de rock Heredeiros da Cruz o cuando llevó de incógnito con barba postiza incluida a Carlos Blanco, también conocido como Laureano Oubiña en Fariña. "Le pusimos a remar… nos pasamos cantidad con él", se cachondea. Se toma muy en serio la fiesta, trajes incluidos, que se los prepara él.
Además del desembarco el domingo, el sábado hay una cena vikinga para unas 900 personas en unas carpas en las Torres de Oeste a la que se accede con entrada –se compra con antelación– y vestido para la ocasión. De vikingo, se entiende. Para este evento el barro queda atrás y se sacan las mejores galas. Además, el pueblo suele organizar una obra de teatro, aunque este año se ha sustituido por el espectáculo de teatro, música y danza Follow de Vikings, que realizará una compañía irlandesa los días 2 y 3 de agosto también en las Torres.
"La serie Vikings (Vikingos) está bien documentada", asegura un muy serio Fernando. "A los vikingos les gustaba presumir e ir bien puestos y cuidados. Eran unos pijos". Pijos o no, lo cierto es que a la casa de Bety Busto –costurera cuasi-oficial de esta fiesta tras 25 años en el sarao– acuden muchos locales y extranjeros buscando dos tipos de traje. Uno para los que hacen el desembarco y otro para los que no tienen que tirarse a una ribera del río embarrada y pelearse con vino después. Ha llegado a hacerlos a distancia, recibiendo medidas por WhatsApp y enviando fotos.
Para la cena, se optan por trajes más coloridos, como un vestido de campesina largo con mandil y apliques o, para los caballeros, unos pantalones bombachos en lino. En su taller, situado en la planta baja de su vivienda en Catoira, se apilan pieles sintéticas y retales de pieles reales que usa en capas, polainas, cinturones o faldas. Los retales, nos cuenta mientras nos enseña una falda realizada con varias pieles superpuestas, son descartes de una fábrica de chaquetas de cuero. Este año está ultimando unos 150 trajes tanto para gente de Catoira –que renuevan vestuario cada 2 o 3 años– como de fuera.
Para el desembarco, la cosa es más ligera –hubo que adaptar la vestimenta a las altas temperaturas veraniegas– y tiene los elementos que uno quiera costearse. La opción más sencilla –y económica– es una casaca sin mucha floritura, polainas de pelo sintético atadas en las pantorrillas y capa de piel sintética también a los hombros. A partir de ahí, uno añade los elementos que quiera costearse. Las mencionadas faldas, los cinturones, los corsés de piel y las armaduras. Cuanta más piel, más sufre la billetera.
"El estilo de la serie Vikings nos fastidió los colores. Ahora todo el mundo quiere negros y marrones. También quieren las armaduras de piel", nos confiesa Bety. Algunos vienen hasta con una foto. "La gente de aquí quiere el traje para pasárselo bien, tirarse en el lodo, tirarse vino… Recomiendo a quien venga que adapte algo, un vestido negro que tengan y un cinturón con piel. Los chicos, una camiseta negra que le pones unas tiras de piel", resume risueña entre pieles, tachuelas y máquinas de coser.
Pero si lo tuyo va en serio y quieres entrar en faena, un último apunte. Pásate el domingo a eso de las 10 de la mañana por la peluquería Boneca. Unas extensiones de barba por aquí, unas trencitas por allá, a ti que te rapo media cabeza y a todos que os pinto bien los ojos... Al parecer, se pone hasta los topes. Está claro que los vikingos, especialmente los de Catoira, son tan fieros como presumidos.