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Al inicio de esta ruta, el sol de febrero todavía baña la fachada rojiza del Museo del Romanticismo de Madrid. En su interior, además de recrear la vida cotidiana de la alta burguesía de finales del XIX, se nombra con asiduidad a José Mariano de Larra y a Gustavo Adolfo Bécquer, dos grandes espadas de nuestra literatura especialmente en temas de amor, que son los que nos ocupan. Por ejemplo, fue en Madrid donde Bécquer conoció a quien muchos apuntan como musa de sus famosas Rimas: Julia Espín. El final de esta historia es de los que se pueden contar en pocas palabras: “la familia Espín malmetió y ella se acabó casando con un ministro de Hacienda”. Mientras, Bécquer contrajo “varias enfermedades de transmisión sexual” y precisamente el médico que le atendía le presentó a su hija: Casta Esteban. Fue entonces cuando empezó un matrimonio del que nacieron tres hijos, “aunque dicen que uno no era suyo sino de la anterior pareja de Casta, que era bandolero…”.
Tras los enredos de Bécquer que tuvieron lugar en la capital, Christian Parra, de Histoaventura, desgrana la vida del escritor madrileño, que en lo amoroso también arrancó complicada: “Larra, como buen romántico, buscaba un amor que le desgarrase el alma”, y lo consiguió, teniendo un idilio con quien, según descubrió después, era amante de su padre, doctor militar de José Bonaparte. Este inicio, asi como el matrimonio con Josefa Wetoret, en el que “el tiempo erosionó todo”, la aparición de Dolores Armijo “sevillana, culta y casada” y ese momento en el que “los dos matrimonios saltan por los aires” se puede contar paseando por las calles de Madrid. Tres años después, José Mariano de Larra se suicida en su piso de soltero de la calle Santa Clara y en San Valentín de 1837 se celebra su entierro en el cementerio del Norte. Era la primera vez que se le daba a un suicida cristiana sepultura.
Apenas tres minutos de paseo separan el Museo del Romanticismo de la siguiente parada: la iglesia de San Antón. "Si necesitas un café pero no puedes pagártelo, sírvetelo; si puedes, deja pagado otro para otra persona", reza un cartel en la entrada. Se trata de un templo atípico bien conocido por la mayoría de madrileños, donde los reclinatorios tienen manteles y sus puertas no cierran nunca y, además, dicen que guarda en su interior los restos de San Valentín. Nunca quedó muy claro si esto es cierto, desde luego aquí se presumen unas reliquias, carteles incluidos. Al parecer “San Valentín existió y está descansando en Chueca, aunque alguno aún se rasgue las vestiduras”, ríe el guía aludiendo a la estrecha relación del barrio con el colectivo LGTBIQ+.
San Valentín “luchó por el amor” convirtiendo a cristianos por medio del matrimonio. “Todo un dos por uno”, comenta Parra y pensamos todos. Según cuentan, esa fue la razón por la que le apresaron y le cortaron la cabeza en torno al siglo III. En honor a esta historia decenas de madrileños atan una pulsera de tela en los barrotes de la iglesia de San Antón, para así encontrar el amor. “Está iglesia da amor y dinero, la salud que cada uno se las arregle”, comenta Parra.
Subiendo la calle Hortaleza hasta el número 2 nos encontramos a mano derecha con la 'Pérez Galdós', una de las librerías con más predicamento del centro de la ciudad. Abierta hace más de 80 años por descendientes del propio escritor, "cuenta con 10.000 libros en tienda y 300.000 en un almacén a las afueras". Pero hoy no hemos venido hasta aquí a husmear entre libros sino a escuchar cotilleos, y a la hora de suscitarlos Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán resultaron imbatibles. Los dos novelistas españoles más importantes del siglo XIX mantuvieron una larga relación epistolar que se materializó en un idilio de un par de años. A través de las cartas, con un contenido erótico capaz de hacer sonrojar a los más vergonzosos de este siglo, se mencionan encuentros en un "asilito" en la calle La Palma, en el vecino barrio de Malasaña. Las malas lenguas también se atreven a hablar de los dos escritores "dando rienda suelta al amor en un coche de caballos por la Castellana". Quién sabe.
Las cartas sí atestiguan que la relación fue real, lo que pasó después forma parte de ese lugar informal de la historia, como sucede en estos casos. Nuestro guía nos habla de la aventura de Pardo Bazán con Lázaro Galdiano, del posterior enfado de Galdós y su paternidad con otra mujer, que termina por dinamitar la intensa relación. "Ya con Galdós a punto de morir, Emilia seguía apoyando mucho los reconocimientos al novelista, desde el Nobel que nunca llegó hasta su escultura en el Retiro", explica antes de seguir hacia Gran Vía.
En el número 1 de la calle Desengaño vivió durante años Francisco de Goya y Lucientes y no existe ninguna placa que lo recuerde. Aquí residió con su esposa Josefa Bayeu y aquí nació Francisco Javier , “el único hijo que sobrevivió, y malvendió los Caprichos de su padre en una licorería”. Cuando fallece Josefa llega Leocadia Zorrilla, ama de llaves de la Quinta del Sordo y pareja del pintor. La hija de Leocadia y “según las malas lenguas también de Goya”, Rosario West, acabó siendo profesora de dibujo de Isabel II. Según nos explica Parra, la frontera temporal entre las dos grandes relaciones de Goya está tan difuminada que hay cartelas de retratos del pintor en el Museo del Prado en el que se nombra a las mujeres entre interrogaciones.
El segundo protagonista de esta trasera de la Gran Vía es Alfonso XIII. El grupo se encuentra en la parte posterior de los antigos almacenes Madrid-París (actualmente propiedad del Grupo Prisa) inaugurados por el rey en 1924, y Christian Parra se detiene aquí para comentar algunos de los momentos más sonados del monarca. Habla de su matrimonio con Victoria Eugenia de Battenberg "gafado desde el minuto uno" por el atentado que sufrió el público de su boda, de su pionera producción de cine para adultos y de su larga relación extramatrimonial con la actriz Carmen Ruiz Moragas. De los "hijos bastardos" que, cuentan, tuvo Alfonso, solo Leandro consiguó que se le reconociera el apellido Borbón. Según explica Parra, la relación entre sus padres "duró unos diez años y cuando Carmen murió, Alfonso volvió camuflado a la España republicana para despedirse de ella". Al parecer, no llegó a tiempo.
Ya en plena Gran Vía toca pararse en el número 32. Hay que fijarse bastante y encontrar la calle sin demasiada afluencia pero ahí están: dos flechas grabadas en el adoquín de la acera frente al Primark. Parra señala hacia la azotea del hotel 'Hyatt', donde asoma una enorme Diana Cazadora apuntando con su arco, "es la primera escultura en la Gran Vía diseñada por una mujer", comenta el guía, antes de indicarnos el objetivo frustrado de sus flechas. Según la mitología, la hija de Zeus estaba enamorada de Endimión, un joven pastor. Este pastor aparece representado a lomos de un fénix que lo acaba de raptar, en una escultura que corona el edificio de enfrente, en Gran Vía 31.
Y de la mitología griega viajamos a mediado del siglo pasado, sin salir de la Gran Vía. A la altura de Callao, donde un día estaba la sala de fiestas de postín Pasapoga -abierta en 1942, plenos años del hambre-, desde hace un tiempo rotan multinacionales textiles, pero algo queda. Las arañas colgando del techo, los frescos de las paredes, y las vidrieras de colores adornando cada ventana, pero sobre todo las historias que nos cuentan. Desde las escaleras de mármol del actual Uniqlo no es difícil imaginar a un Frank Sinatra furibundo buscando a Ava Gardner, ni a Lola Flores charlando con el torero Luis Miguel Dominguín. Las pericipecias nocturnas de la actriz estadounidense en Madrid han dado para serie (Arde Madrid, en Movistar+), pero la cultura popular también tiene sus leyendas. "Cuentan que el Fary en su época de taxista también tuvo un affaire con Ava Gardner a la salida del Pasapoga...", desliza el guía.
Atravesando la plaza de Callao y caminando por la calle del Postigo de San Martín llegamos a nuestra última parada, la parte de atrás del Convento de las Descalzas. En esta plaza nació Juana de Austria y también aquí, una vez viuda de Juan Manuel de Portugal, fundó la Orden de las Deslcalzas, donde se hizo enterrar. Esta historia de vida de aparente recogimiento, tiene poco que ver con la de su hermano, Felipe II. Según cuenta Parra, de sus cuatro matrimonios quizá el que más dio que hablar fue el de Isabel de Valois, en principio un enlace pensado para su hijo, el infante Carlos. "Cuentan que en su lecho de muerte, Valois pegunta por el infante Carlos, lo que hace saltar todas las alarmas" de la posible infidelidad entre los monarcas. Isabel de Osorio, criada de la madre de Felipe, Isabel de Portugal, fue otra de las grandes historias del rey: "Osorio siempre dió la cara por él, Felipe le dio un condesado en Burgos con un palacio en el que ahora se celebran bodas, bautizos y comuniones". Siempre hay historias que envejecen mejor que otras, también en el Madrid del desamor.