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Los encantos de Altea y sus alrededores son muchos, pero para conocer el pueblo, cálzate unos zapatos cómodos y disponte a subir las cuestas y escaleras que te llevarán hasta allí, a la parte de arriba, coronada por la plaza de la Iglesia, verdadero corazón del pueblo antiguo. Aunque sudes la gota gorda, el esfuerzo merecerá la pena. Créenos. Una vez allí, adéntrate en sus calles empedradas y déjate llevar. Te encantará cada plaza, mirador y recoveco.
La Glorieta del Maño, la calle Fondo, donde tienes un trozo de muralla, el Portal Nou o Puerta del Mar, la calle Santa Barbara, donde está la casa de Cervantes. Ojo, no confundir. El autor de El Quijote nunca estuvo aquí, pero sí un escritor muy querido en la villa, Francisco Martínez i Martinez, que dejó este lugar dedicado al manco de Lepanto. O la calle Cremades. Esta es una de esas pequeñas localidades donde el placer de perderse se disfruta hasta el último minuto, porque los rincones y escondrijos de sus calles en cuesta te hacen olvidar el suelo empedrado. Todo envuelto en la luz del Mediterráneo que aquí es lo máximo, porque en Altea se sueña y se piensa en blanco y azul.
Además de las dosis culturales, donde hay mar hay alegría, así que volvamos a la playa. Si lo tuyo es entregarte al dolce far niente, reserva una tumbona y dórate a conciencia. Ahora bien, si te gusta el movimiento debes saber que hay un montón de alternativas. Desde la práctica de kitesurf en la desembocadura del río Algar, hasta las rutas de buceo y snorkel, pasando por la contratación de alguna actividad náutica (kayak, moto acuática, paddlesurf, excursiones en barco) en los puertos deportivos de Altea.
Si vas fuera de la época estival o sencillamente eres más de secano, puedes visitar bonitos paisajes, como la cala de Mascarat, Cap Blanch, La Roda, Olla, Galera Solsida o L'Espigo. O animarte con el senderismo en una de las rutas por la espectacular sierra de Bernia, de distinta duración y grado de dificultad. Para los caminantes no tan pro, una excursión más light, pero preciosa también, es la del faro del Albir, en el Parque Natural de la Serra Gelada. Alucinarás con las vistas de la bahía durante todo el trayecto. Y, una vez arriba, más aún. Y aunque es obvio, hay que caer de vez en cuando en recomendar obviedades, como el paseo por el puerto, donde vas a encontrar una gran oferta gastrónomica.
Altea no sería Altea sin su propuesta gastronómica que algunos de sus personajes famosos, como Máximo Huerta, conocen muy bien. La oferta es grande, pero aquí van algunos de nuestros preferidos.
Podríamos decir que el 'Xef Pirata' es un restaurante moderno, pero sin moderneces. Todo en él transmite un soplo de aire fresco, desde el ambiente a la música, pasando por su simpático equipo. Aunque en lo que se refiere a la comida, su jefe de cocina, Lucio Saldías, nos cuenta: "Hacemos platos creativos, pero sin entrar en gelatinas y cosas así. Apostamos por la frescura y la calidad del producto, buscando el equilibrio y haciendo buenas combinaciones. Aunque sin cosas extrañas".
De esta forma, 'Xef Pirata', que se llama así por su ubicación en un lugar de mar y por hacer suya, reinterpretándola, alguna que otra receta de aquí y de allá, lleva seis años conquistando a la clientela con tapas y platos imaginativos y muy ricos. Sin pretensiones, simplemente haciéndolo bien. Junto a las novedades de esta temporada, en la carta de este pequeño gastrobar del casco antiguo encontramos clásicos que tampoco deberías perderte si les haces una visita. Por ejemplo, la carrillada ibérica con crema de patatas y trufa o una coquita de sardina, foie y manzana con la que querrás gritar "¡la vida pirata es la vida mejor!".
Escondido en una de las empinadas callejuelas del casco histórico, encontramos este restaurante, bonito por dentro y por fuera. Y es que lo ideal es reservar mesa en su terraza para disfrutar de una cocina esencialmente francesa entre frondosas hiedras y buganvillas. El ambiente es tranquilo y romántico, y la simpatía y atenciones de su dueña, Manuela, te hacen sentir como en casa.
No es posible hablar de este lugar, en frente de la Casa de Cultura, sin hacerlo de sus dueños, la escocesa Karen Aubin y el francés Jean-Michel, un tándem perfecto a cargo de la cocina y la sala, respectivamente. Al llegar, el carismático Jean-Michel cuenta a sus comensales las sorprendentes propuestas fuera de carta de este restaurante "de cocina casera del mundo, con recetas de nuestros viajes", según sus palabras. Así, puedes probar un estupendo salmón al curri rojo, codillo al estilo vietnamita, atún tipo sashimi, mejillones en una salsa típica francesa… Además, cada jueves reciben ostras frescas directamente desde su ciudad natal, La Rochelle. Los clientes suelen reservarlas, porque vuelan. Debes probarlas. Cuando a mitad de festín, Jean-Michel te pregunte: Comment ça va?, solo podrás decir: Très bien.
En Altea hay muchas opciones para comer paella. Entre todas ellas sugerimos 'Arrecife', un chiringuito situado casi en la orilla del mar, en plena playa de la Olla. Sus arroces y pescados se disfrutan más al poder comerlos al ladito del agua. Una gozada. A un paseo de allí, dicho sea de paso, se encuentra Portosenso, uno de los cuatro puertos de Altea. En él está 'Portosenso Bar', un buen lugar para tomar un café o lo que te apetezca, también sobre el mar.
En esta localidad alicantina encontramos otro asador especializado en carne madurada, que han llegado a los 12 meses en piezas especiales. Joan Abril decidió en 2008 convertirse en el destino carnívoro de la zona, apostando por una parrilla de calidad para buenos productos de la zona, siendo la carne el principal protagonista, un lugar con las brasas más auténticas que nos apasionan .
Además de comer, conviene estar hidratado y si es con brebajes ricos, mejor que mejor. Apunta estos.
Para tomar un cóctel, dirígete a la plaza de la Iglesia y entra en este bar, un clásico de Altea. Su carta está repleta de combinados de todo tipo y para todos los gustos. El lugar, de lo más pintoresco, está decorado con máscaras y recuerdos varios traídos por su dueño, el "capitán Kurt", de la larga travesía que realizó alrededor del mundo. En la azotea tiene una terraza con vistas a la plaza.
Esta tetería es uno de los sitios más curiosos e inesperados de la localidad alicantina, un auténtico edén construido hace unos años por un holandés loco por las plantas y afincado allí. Su exuberante jardín tiene especies de los cinco continentes y un montón de mesas, banquitos y hamacas, distribuidos por el propio jardín, para relajarse y disfrutar de un té, un batido o un granizado natural, acompañado de un trozo de tarta casera (incluidos en el precio de la entrada, 7,50 euros). Todo muy hippie y zen (por cierto, solo se permite la entrada a mayores de 15 años).
El abanico de posibilidades para alojarse en Altea va desde un apartamento o un camping, hasta los más diversos hoteles.
Ideales. Así son, tal cual, cada una de las diez habitaciones de este hotel boutique, construido en lo que fuera una antigua panadería. Cada una de ellas es única y tiene una decoración totalmente distinta al resto, inspirada en un lugar del mundo. Puedes elegir entre la Vieja Habana, Seychelles, la Toscana o Santorini –en esta, directamente, desearías quedarte a vivir–. Pronto va a abrir un pequeño bar en su azotea, para poder tomar algo oteando el horizonte. Este hotel es perfecto para parejas, más aún teniendo en cuenta que no admite niños menores de 10 años.
Si te gusta acampar, anota este camping. No es el único de la zona, pero sí el mejor ubicado, justo frente a la playa de Cap Blanch, al inicio del término municipal de Altea. Lleva 25 años en marcha y tiene un amplio recinto, con espacio para tiendas y caravanas, así como una zona de cabañas y otra de bungalows. Además, los campistas pueden disfrutar de pistas de tenis o barbacoas. ¡Planazo!
Imposible salir de Altea sin caer en la tentación de hacerse antes con alguna pieza única de artesanía, una pintura de alguno de sus artistas o un producto local.
Otro de los atractivos de Altea en julio, agosto y Semana Santa es esta muestra de artesanía, que reúne en la plaza de la Iglesia las creaciones de una veintena de artistas y artesanos (seleccionados por un jurado, en función de la calidad y diseño de sus trabajos). Nada de made in China. Entre las piezas a la venta, todas únicas, diseñadas y creadas por ellos mismos, hay lámparas de papel con coloridas figuras florales, marionetas, artículos de marroquinería, juguetes de madera o joyas hechas con pequeñas piedras de la playa de Altea. Cada puesto es una maravilla.
En este establecimiento de estética nórdica, con mucha madera, tonos neutros y dominio total de las formas geométricas, dos jóvenes arquitectos han creado un espacio consagrado al diseño. En la trastienda tienen su estudio de arquitectura y, de cara a la galería, la tienda, que reúne creaciones propias y también de otros diseñadores patrios. Hay molonas piezas de mobiliario, collares y anillos, broches...
Una tienda de segunda mando en la que tan pronto encuentras una prenda por apenas dos euros, que mobiliario y objetos de decoración, calzado o alguna que otra reliquia a cargo de Yves Saint Laurent o Prada. Es grande y tiene de todo, así que lo mejor es dedicarle un rato y rebuscar, que algo interesante aparecerá. También vende originales bolsos de cuero, únicos y, en este caso, de primera mano.
Entre las tiendas y restaurantes de la calle San Miguel –una de las que llevan a la plaza de la Iglesia– nos topamos con este comercio de productos artesanos, que nada tiene que ver con esas típicas tiendas (pelín rancias) de toda la vida. Su joven dueña apuesta por artículos originales y de calidad, de artesanos de toda la región: cerveza hecha en Altea, sales de sabores, mermeladas naturales... Además, capazos chulísimos que hace ella misma con flecos, pinturas de colores o detalles étnicos.