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A veces el niño que fue Pasqual Almiñana -doctor en Filología Catalana- piensa que la joven rubia y hermosa que le daba los buenos días y se inclinaba sobre el gato al que acariciaba el lomo, pudo ser la poeta norteamericana Sylvia Plath. Ni más ni menos. Plath pasó los últimos días de julio de 1956 y parte del mes de agosto en la calle Tomas Ortuño 59, en el barrio del Calvari, de Benidorm.
Esa era -y es- la casa vecina a la del niño Pasqual, entonces de tres o cuatro años. La poeta de Boston -tan famosa por haberse suicidado en 1963, metiendo la cabeza en el horno de gas, como por sus poemas- tenía 24 años cuando llegó a Benidorm para pasar la luna de miel con su atractivo marido, el también poeta británico Ted Hugues.
Iban a ser diez semanas desde el 14 de julio de 1956, según se deduce de las cartas y diarios, pero se quedaron en cinco. Suficientes para dejar huella en sus poemas, detalles de su relación conflictiva con Hugues y poner a Benidorm en el mapa de un universo literario y vanguardista, muy alejado del aluvión turístico de los años 60.
No fue hasta principios de este siglo cuando el filólogo Pasqual Almiñana Orozco, se dedicó a investigar los pasos de Plath en su ciudad natal. “Un día me topé con un amigo y le pregunté qué estaba leyendo. Me contó que iba sobre una poeta que había vivido aquí. Me entró la curiosidad y comencé a investigar. Da cierto reparo, pero la verdad es que entrabas a una librería y no sabían quién era Plath. Menos aún que veraneó aquí”. El profesor Almiñana hace un gesto hacía afuera, mirando a la playa de Levante y la Isla, desde la Cafetería Restaurante Manila, en el Paseo de Alcoy, donde estaba el chalé de la viuda Mangada, el primer lugar donde los Hugues-Plath pasaron una semana.
El interés del profesor por la escritora se disparó cuando conoció la influencia de su obra y también por el detalle de que hubiera sido vecina suya durante unas semanas. La investigación acabó reflejada en un estupendo trabajo, propio de un académico. En el verano del 2011 publicó en Sarriá, la revista de investigación y ensayo de la Marina Baixa, el estudio sobre las semanas de la pareja de poetas en Benidorm. Desde entonces ha sido citado -y las más de las veces utilizado sin citar- por todo aquel que ha querido saber por dónde anduvieron y cómo vivieron Sylvia y Ted.
A primera hora de la mañana, los reflejos del mar, la luz que fascinaba a ambos poetas, invade la Avenida de Alcoy, mientras el mozo empieza a abrir las sombrillas azules sobre las tumbonas. “¿Qué queda de lo que vió Sylvia Plath en Benidorm? El paisaje, la naturaleza, la Isla que vemos desde aquí y el Castillo. Aunque es extraño, ella no escribe sobre esta vista ni sobre la fortaleza, no los menciona. Resulta curioso que alguien con tanta sensibilidad y vida interior no lo haga. Como el marido ha tutelado y publicado los diarios como ha querido, podía haber más”.
Tiene razón el profesor enamorado de los topónimos. Como muy bien saben los amantes de la obra de Plath, ella se ha convertido en un referente feminista por su relación de maltrato con Hugues y su suicidio, un tema a debate. Hay amigos íntimos que defienden que ella no pensaba que iba a tener éxito, era una tentativa más. La obra de la considerada mejor poeta de su generación ha sido expurgada por su ex marido, algunos escritos destruidos. La hermana de Ted, Olwyn Hugues, una especie de albacea de ambos, ha intentado controlar todo lo que se publicaba. Desde 1963 han aparecido cuadernos y diarios estratégicamente. Ted Hugues defendió que lo hizo para proteger a los hijos. No se sabe aún si queda algo por publicar. Ahora es su hija Frieda quien tutela la herencia.
Plath y Hugues aterrizan en Benidorm tres años después de que el mítico alcalde del movidón y despegue del pueblo, Pedro Zaragoza, llegara al Palacio del Pardo y, según la leyenda, se sentara ante el mismísimo Franco -no hay registro de la audiencia- para convencerle de que el bikini y el topless eran imprescindibles. No podían multar -como había hecho un guardia- a las extranjeras que enseñaban ombligo y los pechos en la playa de Levante.
“La de Poniente no había estallado aún. Era donde estaba el pequeño puerto de pescadores y donde les dejó el autobús, en el paseo de Colón (y donde está el parque de Elche). En ese autobús de La Unión de Benisa conocieron a la viuda Mangada, que les ofrece su casa para alquilar y les trae hasta aquí. Para ese recorrido debieron de pasar por las calles Santo Domingo, Martínez Oriola o San Miguel, donde vió el mercado que tanto menciona” explica Almiñana, mientras comenzamos la ruta, primero por calles estrechas y algo empinadas, hacía la segunda vivienda de los Hugues-Plat, en Tomás Ortuño; y después hasta el paseo Colón, recorriendo las calles de arena de lo que fue un pequeño pueblecito. Hay que buscar para encontrar restos de alguna de las casitas que describieron los poetas en su obra y escritos.
A Plath, depresiva a los 24 años, ya con intento de suicidio a sus espaldas -dicen biógrafos y conocidos que hoy hubiera sido diagnosticada como bipolar- la luz y el ambiente de pescadores y rederas le transmitían el sosiego que siempre persiguió. “Dentro de las oscuras cavernas de las tiendas hay grandes tinajas de vino, aceite y vinagre envueltas en paja trenzada. Toda la noche las luces de los sardineros suben y bajan en la bahía y, a primera hora de la mañana, hay pilas de pescado fresco en la lonja: las sardinas plateadas solo cuestan ocho pesetas el kilo”. (La caja de los Deseos. Ed. Periférica).
“Nunca he disfrutado de unas condiciones tan perfectas: un marido brillante y maravillosamente parecido… una casa amplia y tranquila en la que nadie nos interrumpe”, confesaba en su diario. Escribe esas líneas desde la segunda casa, la de Tomás Ortuño, en donde el niño de seis años y hoy jubilado y dedicado a la figura del almirante Bernat de Sarriá -el fundador de Benidorm el 8 de mayo de 1325- ha llegado para mostrar el lugar donde estuvo la vivienda.
“Hacen el proceso que se hacía en tantas familias, la mía también. Entonces no había agencias de viaje, ni teléfono en todos los sitios, ni por supuesto internet. Llegabas a un pueblo y preguntabas en un bar, en una tienda, quien alquilaba. Se alquilaba con derecho a cocina. Incluso mi abuelo se acordaba de haber alquilado a algún periodista y algún norteamericano, que entonces era más difícil. Se contrataba: tanto dinero tantos días”, relata Pasqual, enfrente de su casa y la que fue de Plath. “Hacía aquí estaba la vaquería de la que ella habla, de leche fresca. Venías, ordeñaban las cabras, te daban la leche y la llevabas”.
Es cierto que fuera del paisaje marítimo y de las “montañas carmesí” que ella describe, de las colinas que había a la espalda de la casa Tomás de Ortuño donde se refugia enfadada con Hugues, hay que rastrear los edificios que quedan en pie desde aquel verano de 1956. La Barqueta en Tomás de Ortuño, la cofradía de pescadores en la playa de Poniente -”aquí nunca hubo mucha pesca, más bien teníamos marineros de altamar, no era como en Calpe o Villajoyosa… El mirador del Castillo -es imposible que Sylvia no subiera- la calle o travesía de San Miguel donde estuvo el mercado en el que compraba al poeta las sardinas plateadas” para la cena. Pero es emocionante el recorrido, incluso por lo que queda de la Plaza de la Constitución.
“Quizá se podrían haber hecho las cosas de otra manera, un desarrollo turístico diferente. Pero había que escoger, como tantas veces, entre comer y la pobreza. El desarrollo le tocó a Benidorm y, bueno, aquí estamos”, reflexiona el profesor Almiñana, mientras en sus ojos asoma una sombra de nostalgia por lo que pudo haber sido. Hoy, estas calles estrechas -"donde a quienes aún vivimos dentro nos cuesta pasar porque no cabemos por las terrazas y ahora vivimos con los pisos turísticos”- alucinaron a Hughes y Plath.
Y más se asombrarían aún de observar a los compatriotas borrachos a las nueve de la mañana, sentados, rojos como cangrejos, con sus abundantes panzas sobre los bañadores y sus chanclas con calcetines, despatarrados e intentando despejar la noche de farra. Alguno de los mejores pubs para beber, están en los dos únicos chalés de la Avenida de Alcoy que sí que existían cuando la poeta paseó por esta playa, o cuando bajaban a echar la siesta en la arena, aprovechando que los turistas se habían subido a dormir.
Queda la luz, el sonido del mar, el atardecer desde el mirador, la punta de Canfali y los poemas y escritos que ambos crearon desde esta tierra, para leer desde la tumbona o tirados en la arena de la playa. Por ejemplo: Melones de fiesta:
“En Benidorm hay melones
carros tirados por burros, cargados
de incontables melones (...)"
O Las remendadoras de redes:
“Entre el pequeño puerto de los pesqueros de sardinas
y las arboledas donde las almendras, aún delgadas y amargas, engordan sus cáscaras picadas de verde, las tres rederas
vestidas de negro –pues aquí todo el mundo está de luto por alguien-".
Hay más poemas que aluden a Benidorm y Alicante, como Partida (Versión de Jesús Pardo en su Antología de Plath para Visor Poesía):
"Los higos en la higuera del patio son tan verdes
como las uvas en la verde viña
Se terminó el dinero.”
Y aunque no los mejores, pueden ser un paso para entrar en la obra de Plath, que los expertos confinan a Ariel, los poemas escritos en sus últimos meses de vida.
Para los amantes de la prosa, o para completar el paseo con Plath y Hughes por Benidorm, las cartas de ese verano a su madre Aurelia Schober (personaje y relación también peculiar y tormentosa) y los cuadernos y luego relatos de la viuda Mangada en la mencionada Caja de los deseos, también envueltos en la luz de Plath, a ratos luminosa, a ratos tan honda como asfixiante y oscura. Y para los aficionados del cine, hace tres años Isabel Coixet rodó Nieva en Benidorm. No es lo mejor de la directora, pero pone en situación.
Como escribe la gran Janet Malcolm en La mujer en silencio, la poeta áspera y de carácter voluble, no ahorra “comentarios despiadados contra sí misma”. Se encuentran en los cuadernos, las cartas y gran parte de su obra. Malcolm cita un ejemplo de Plath en su diario: ”Vuelvo a leer los relatos que escribí en España. Son insulsos. ¿Quién los querría leer?” Nosotros Sylvia. Si puedes, desde la arena de la playa en Benidorm.