Compartir

No te pierdas ningún destino

Crea tus rutas, encuentra y guarda los mejores destinos con nuestra App.

Descargar app
{{title}}
{{buttonText}}
Vista del Monumento Natural de las Secuoyas, en Cantabria.

Bosques en Cantabria

Postales otoñales desde Cantabria

01/07/2024 –

Actualizado: 22/10/2023

Robles y tejos milenarios, abedules a la orilla del río y secuoyas con copas imposibles de atisbar componen una hermosa estampa natural que explosiona cada otoño en los bosques más bellos de Cantabria. Aquí tienes cinco bosques de Cantabria de postal para empezar a descubrirlos.

 

 

Descárgate la App, acierta con tus planes y gana premios
Descargar app

1. Robles milenarios en Valderredible

En los alrededores de Bustillo del Monte, donde los ojos encuentran el techo de la comarca en el Monte Hijedo, aún resuenan los ecos de los celtas que un día habitaron el norte de la península. Ese legado pagano, anterior al tiempo de los romanos en este territorio, se aprecia a día de hoy en el bosque que rodea la localidad, donde decenas de robles milenarios hunden unas raíces tan profundas como la propia historia de esos primeros pueblos.

alt

Los robles han sido valorados por su fortaleza desde los tiempos celtas. Foto: José García

La Piruta, el de Las Brujas, El Joven, El Viejo... Son muchos los robles que a lo largo de los años han sido bautizados por los vecinos, convirtiéndolos en parte indisoluble del pueblo y habiendo visto el paso de generaciones de la misma familia en las que los abuelos no dudaban en contar las leyendas asociadas al robledal. Hayas y tejos comparten espacio con las representaciones de Duir, el hijo de Duantria, la diosa celta de esos árboles, haciendo que los paseos resulten una paleta de colores -y olores- que emocionan las narices más urbanitas.

alt

El otoño le sienta estupendamente al robledal en Valderredible. Foto: José García

A poco más de 20 kilómetros de Bustillo del Monte, Villaescusa de Ebro atesora uno de los rincones fluviales más hermosos de Valderredible. Se trata de la Cascada el Tobazo, una enorme pared rocosa sobre la que descargan miles de litros provenientes de un sistema kárstico antes de desembocar en el último tramo cántabro del Ebro. El sonido es atronador metros antes de llegar al pie de la cascada, donde el aura mística de la naturaleza más primigenia se siente con mayor impacto y puede que llegase a servir de espacio de meditación para los eremitas que llenaron de iglesias rupestres esta comarca del sur de Cantabria.

2. Braña de los Tejos

La subida hacia la Braña de los Tejos, acercando al senderista al cielo cántabro, hace intuir que el camino que se está llevando a cabo tiene matices místicos más allá de la belleza del entorno que lo rodea. Se trata de un pequeño bosquete de tejos que ha sobrevivido la explotación de este rincón de la Cordillera Cantábrica durante siglos, una supervivencia que entronca con el carácter de árboles sagrados, vinculados a la eternidad, que le daba la cultura celta a esta especie. Tal vez por ello y por el vínculo que han tenido los tejos con los pueblos en los que han crecido, acogiendo bajo sus ramas reuniones, concejos y celebraciones, se ha respetado la estructura natural de este santuario celta.

Un ejemplar de tejo sagrado en la Braña de los Tejos, Cantabria.

Al pasar junto a estos árboles sagrados se siente la mirada de un guardián milenario. Foto: Jerónimo Piquero

La ruta circular que parte desde Cicera tiene una longitud de 16 kilómetros desde el pueblo y salva un desnivel de más de 900 metros. Se trata de una de las más populares en la comarca por su señalización y nivel de esfuerzo moderado, aunque siempre se recomienda llevar agua suficiente y algún que otro tentempié. Durante el recorrido se observan los valles ganaderos y, a lo lejos, el mar Cantábrico y localidades como San Vicente de la Barquera y Comillas, pudiendo reconocer el contraste del entorno natural de la provincia.

Vistas del mar desde la Breña de los Tejos, Cantabria.

Desde este santuario puede verse el mar de Asturias y Cantabria. Foto: Jerónimo Piquero

3. El Monumento Natural de las Secuoyas del Monte Cabezón

Apenas unos kilómetros separan el turístico pueblo de Comillas con el norte de California. Al menos en lo que a especies vegetales se refiere, pues en este bosque de secuoyas de Cantabria crecen desde 1940 unas 850 secuoyas propias del estado norteamericano, que han encontrado en el clima costero de Cantabria el entorno idóneo para su desarrollo. Resulta casi imposible adivinar cuál es la rama más alta de estos árboles pues su altura ronda los 50 metros, aunque podrían llegar a alcanzar los 115 metros de Hiperión, su pariente en el Parque Nacional de Redwood.

Un planto contrapicado de las copas de las secuoyas en el Monumento Natural de las Secuoyas, Cantabria.
Unas 850 secuoyas costeras forman un nutrido conjunto, el más grande de Europa. Foto: Guillermo Calvo.

El terreno en el que se distribuyen estos gigantes se ha convertido en uno de los favoritos para las familias por su facilidad de acceso y estar adaptado para todos los públicos, con una gran pasarela de madera que atraviesa el bosque. A pesar de que rodear sus gruesos troncos es una tarea complicada para un humano estándar, siempre te puedes tomar un selfie abrazando uno de los árboles más altos de toda la Península Ibérica.

4. Senda fluvial del Nansa

La ruta de 14 kilómetros que se desarrolla por el margen derecho del río Nansa entre Muñorrodero y Cades condensa la belleza natural ribereña de la frontera astur-cántabra y un legado industrial de gran valor etnográfico. El río salmonero se encajona entre la masa forestal que que protagonizan los abedules, hayedos y acebedas que al amparo de estas gargantas calizas, de fácil recorrido gracias a la habilitación de la ruta y la instalación de varias pasarelas de madera permiten salvar taludes y cruzar el río de lado a lado.

La antigua central eléctrica de Trascudia recibe a los caminantes con dos hermosos saltos de agua.

La antigua central eléctrica de Trascudia recibe a los caminantes con dos hermosos saltos de agua. Foto: Roberto Ranero

En cuanto a esa herencia industrial, a veces olvidada, la central hidroeléctrica de Trascudia, con su hermosa cascada, y la Ferrería de Cades recuerdan cómo se aprovechaba la fuerza de los torrentes en estas instalaciones. La Ferrería de Cades es uno de los mejores ejemplos de la península en su categoría, una industria puesta en funcionamiento a mediados del siglo XVIII para transformar el mineral extraído de las minas en lingotes de hierro de gran calidad. A lo largo del itinerario, como parte del Camino Lebaniego, es habitual cruzarse con peregrinos y turistas que disfrutan de uno de los entornos más especiales de toda la comunidad autónoma.

Las pasarelas de madera permiten salvar taludes y cruzar el río de lado a lado.

Las pasarelas facilitan la ruta. Foto: Roberto Ranero

5. Castañar del Habario

A pocos kilómetros de Cillorigo de Liébana asoma el Castañar del Habario, en la aldea de Pendes, un lugar de ensueño cuya belleza cautivó a los responsables de la película Heidi, la reina de las montañas a la hora de encontrar los escenarios adecuados para recrear las montañas suizas. Los castaños milenarios que crecen en este bosque siguen formando parte de la identidad de la comarca de Liébana, pues a su valor como fuente de alimento y de madera se suma haberse convertido en uno de los lugares más especiales para disfrutar de un pícnic al aire libre en estos valles cántabros.

El Castañar, el paraíso de Pedro y su rebaño. Foto: Roberto Ranero.
El Castañar, el paraíso de Pedro y su rebaño. Foto: Roberto Ranero.

Te puede interesar