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LA BRAÑA DE LOS TEJOS Y EL MONUMENTO NATURAL DE LAS SECUOYAS (CANTABRIA)

Emociónate y abraza un árbol

Actualizado: 11/10/2018

¿Has probado a perderte en un bosque? ¿Sabías que los japoneses practican el arte de los baños de bosque o 'Shinrin-yoku'? Pues en Cantabria te puedes dar una terapia forestal en dos bosquetes únicos en Europa: la Braña de los Tejos y el Monumento Natural de las Secuoyas del Monte Cabezón, a poco más de una hora en coche entre ambos.
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Tejos sagrados europeos y secuoyas gigantes de California... pero ¡en Cantabria! Puedes escoger entre perderte en una montaña o disfrutar de un cómodo paseo espectacular. La Braña de los Tejos es un santuario celta a 1.415 metros de altitud. Una ruta de montaña de cinco horas caminando que transcurre, además, por diferentes y espléndidos bosques autóctonos. El Monumento Natural de las Secuoyas es accesible para cualquier público y está al lado de la autovía A8. Las dos opciones te permiten darte un espectacular baño de bosque o Shinrin-yoku, que es el arte japonés de relajarse en una atmósfera arbórea.

Por joyas como estas, Cantabria acaba de ser elegida por Lonely Planet como el segundo destino más apetecible de Europa en 2018, solo superada por la región italiana de Emilia-Romaña (Bolonia).

La Braña de los Tejos: "el Machu Picchu cántabro"

En el municipio cántabro de Peñarrubia se esconde la Braña de los Tejos, un bosquete de tejos centenario. Algunos la conocen como el "Machu Picchu cántabro" por ser un antiguo santuario celta y porque es un lugar de difícil acceso, a más de 1.400 metros de altitud, en la sierra de Peña Sagra, en plenas estribaciones de los Picos de Europa.

Vistas de la cima de las montañas y un tejo sagrado en la Braña de los Tejos, Cantabria.
El acceso a la Braña de los Tejos se hace por varias rutas de considerable dificultad. Foto: Guillermo Calvo.

La subida a la Braña de los Tejos es una de las rutas de montaña más espectaculares de la cordillera cantábrica. Nos brinda la oportunidad de disfrutar de la naturaleza a la vez que coronamos una cumbre de ensueño, no tanto por su dificultad como por la magia del lugar, un auténtico templo de tejos.

"La atmósfera que tiene el lugar te transporta. Es un bosquete de árboles centenarios. Cuando son tejos, tiene especial relevancia porque es difícil encontrar bosquetes de tejo, incluso pequeños, básicamente porque nos los hemos cargado: los hemos fundido a lo largo de los siglos por su madera, que es excelente", nos cuenta Ignacio Abella, autor de La cultura del tejo. Esplendor y decadencia (Ed. Castilla Tradicional, 2009) o El bosque sagrado (Ed. Librucos, 2017), entre otros libros, con los árboles como protagonistas.

Un tejo con las luces del alba, en la Braña de los Tejos, Cantabria.
Con las primeras luces del alba, este lugar tiene una atmósfera muy especial. Foto: Jerónimo Piquero.

Se dice, además, que aquí puede estar localizado el misterioso Monte Medulio, donde se refugiaron los últimos guerreros cántabros del asedio de las legiones romanas. Al verse rodeados y sin escapatoria se suicidaron con veneno de tejo. Antes muertos que ser esclavos. Esta leyenda de pueblo indomable hace que varias regiones se disputen la localización del Monte Medulio, con teorías que lo sitúan en Galicia, Asturias, Cantabria, Palencia o León.

Vistas del mar desde la Breña de los Tejos, Cantabria.
Desde este santuario puede verse el mar de Asturias y Cantabria. Foto: Jerónimo Piquero.

"Podían envenenarse con cualquier otro veneno como la cicuta, el acónito, que es mucho más rápido, u otros muy comunes en la cordillera cantábrica. Sin embargo, utilizan tejo por su simbolismo de árbol de vida y muerte. La relación del suicidio con el tejo y los tejos supervivientes de alguna forma", afirma Abella.

El tronco del tejo visto de cerca, en la Braña de los Tejos, Cantabria.
Los guerreros cántabros, asediados por los romanos, se suicidaron con veneno de tejo. Foro: Jerónimo Piquero.

Sin entrar en polémicas ni atribuciones históricas, está claro que la Braña de los Tejos tiene una energía especial y conforma una atalaya sin igual que, sin duda, fue un santuario celta con Monte Medulio o sin él. El tejo es un árbol sagrado en la cultura europea. Todavía hoy se dice que "vale más matar un paisano que tirar un tejo". "Es una muestra de ese respeto ancestral al tejo", explica Abella, "porque debajo del tejo se hacían todas las cosas importantes: lo mismo los concejos que cualquier pacto, trato, la palabra dada, juramento y demás. Si un paisano daba palabra de amor a una moza se la daba debajo de un tejo, como testigo perpetuo. El que se hayan respetado en esta zona no me extrañaría que fuera por ese carácter sagrado".

Vistas desde la atalaya de la Breña de los Tejos, Cantabria.
Una vez arriba, tenemos la sensación de respirar la esencia del monte cántabro. Foto: Guillermo Calvo.

Como buen santuario, el acceso a la Braña de los Tejos tiene su miga. Es una caminata circular de 16 kilómetros desde el pueblo de Cicera y un desnivel de más de 900 metros. Hay que ir bien pertrechados para la aventura con agua, un tentempié y ropa y calzado adecuados. Es una ruta de montaña de dificultad media que hará todavía más gloriosa la llegada al místico rodal.

Por el camino, perfectamente señalizado, atravesamos la esencia del bosque cántabro, con especies autóctonas como hayas, robles, castaños, abedules o fresnos. Subir y bajar puede llevarnos cuatro o cinco horas. Conviene llevar un mapa o ruta GPS de apoyo. También hay empresas de la zona que ofrecen rutas guiadas.

Las montañas palentinas vistas desde la Braña de los Tejos, con un ejemplar centenario, Cantabria.
La montaña palentina se dibuja desde las vistas de la Braña. Foto: Guillermo Calvo.

"Es un paraje muy especial: por un lado es muy salvaje, está en lo más alto de Lebeña pero, por otro, está muy humanizado, con antiguas minas y, sobre todo, la braña con cabañas para el ganado, lugar de pastoreo de hace milenios. Esa relación con árboles centenarios tiene un especial interés. Es un lugar muy emblemático", afirma Abella.

Un ejemplar de tejo sagrado en la Braña de los Tejos, Cantabria.
Al pasar junto a estos árboles sagrados se siente la mirada de un guardián milenario. Foto: Jerónimo Piquero.

La antesala de La Braña ya de por sí merece esta aventura. Se trata del Collado Pasaneu, que antaño constituyó una vía de paso entre el valle de Liébana y Santander. Desde aquí vislumbramos el mar Cantábrico y reconocemos perfectamente el perfil de San Vicente de la Barquera recortado en el horizonte.

Pero lo mejor está por llegar. Seguimos las señales hacia La Braña y ascendemos un último tramo. Un tejo majestuoso nos da la bienvenida. Tiene el tronco tan grueso que parece que ha crecido a lo ancho. Uno siente al pasar a su lado la mirada del guardián, la esfinge que vela en la puerta del santuario.

Troncos de tejos en la Braña de los Tejos, Cantabria.
Algunos de estos ejemplares se enraízan misteriosamente en rocas musgosas. Foto: Jerónimo Piquero.

Entramos entonces en una habitación arbórea. Las hojas coníferas y perennes de varios tejos crean un tupido techo vegetal impenetrable para los rayos del sol. Los troncos y las raíces se retuercen en formas milenarias, columnas de un templo vivo. Muchos muestran oquedades, que en algunos casos podemos cruzar. Comparten raíces con preciosos acebos, un árbol sagrado también. Se enraízan misteriosamente en rocas musgosas.

Si estos árboles hablaran qué no contarían. Algunos son testigos de 1.000 años de historia, otros enraízan en las rocas calizas con un arte endiablado. Todos son sagrados. Árbol de vida y muerte, en la aristocracia de la foresta arbórea, ocupa un lugar digno de un rey, y quizá de una deidad: por su longevidad milenaria parecen inmortales y algunos ejemplares alcanzan los 1.500 años.

Un amanecer entre tejos con la vista del sol saliendo al fondo, en la Braña de los Tejos, Cantabria.
Este paraje en lo más alto de Lebeña fue lugar de pastoreo hace milenios. Foto: Jerónimo Piquero.

Un lugar sobrecogedor también por la inmensidad de su entorno. Desde aquí la vista se pierde hasta el mar y se divisan perfectamente los pueblos de Comillas y San Vicente de la Barquera. Si miramos hacia el oeste nos topamos de bruces con el macizo oriental de los Picos de Europa. Hacia el sur con la montaña palentina y hacia el este con el cordal de Peña Sagra. Una vista total de un paisaje único, donde las montañas, valles y bosques se superponen de mayor a menor hasta fundirse con el mar.

Monumento Natural de las Secuoyas del Monte Cabezón

Si el tejo es de tronco ancho, retorcido y bajo, la secuoya es como una lanza, una línea recta perfecta que se pierde en el infinito, un árbol milenario también. El más longevo del mundo tiene 2.200 años. El nombre 'Secuoya' proviene de un indio Cheroky llamado Sequoyah, creador del alfabeto oficial cheroki en 1825. Su hábitat natural es el norte de California, donde forma bosques cerca de la línea costera y priman las nieblas. Entendemos ahora cómo estas secuoyas se han aclimatado tan bien a Cantabria. A unos 10 kilómetros del mar Cantábrico y en una zona favorable a la niebla, tenemos a nuestro alcance este rinconcito de California.

Niños en el Monumento Natural de las Secuoyas, y junto a unos ejemplares.
El Monumento Natural de las Secuoyas es un lugar perfecto para visitar con niños. Foto: Guillermo Calvo.

Esta joya, declarada Monumento Natural en 2003, se encuentra apenas a dos minutos de la autovía A-8, en la salida 249 hacia Comillas. Un acceso cómodo y señalizado que nos permite internarnos en un bosque alucinante sin pestañear. El Monumento Natural de las Secuoyas del Monte Cabezón es el único bosque de este tipo en el mundo, junto las secuoyas de Rotorua en Nueva Zelanda, que no se encuentra en su hábitat natural.

El coche se aparca con facilidad al lado de la carretera. Una pasarela de madera de 200 metros se adentra hasta el bosque de secuoyas. Es muy cómoda y permite el acceso a personas con movilidad reducida, sillas de ruedas y carritos de niños. Da la sensación de que nos deslizamos por una cinta flotante en medio del bosque. Por aquí se entremezclan robles europeos y americanos, hayas y castaños hasta que, al final, aterrizamos en un mar de secuoyas que invita a perdernos. Los troncos desnudos se diluyen en el horizonte y los rayos del sol se cuelan a duras penas.

Un planto contrapicado de las copas de las secuoyas en el Monumento Natural de las Secuoyas, Cantabria.
Unas 850 secuoyas costeras forman un nutrido conjunto, el más grande de Europa. Foto: Guillermo Calvo.

Son 2,5 hectáreas de un bosquete compuesto por unas 850 secuoyas costeras, formando la masa forestal más extensa de esta especie en Europa, que se integran en un conjunto de espectaculares bosques autóctonos y de repoblación que se extiende hasta el mar. La altura media de estas "hijas de gigantes" oscila entre los 40 y 50 metros, y el perímetro de sus troncos los dos metros.

"Qué gozada al pisar el suelo. Es muy mullido y parece que flotas", comenta una pareja al caminar por el sendero formado por un manto rojo de hojas secas de secuoyas. Las sensaciones son nuevas y muy variadas para el visitante. Muchos se abrazan a una secuoya mientras respiran profundamente, como si absorbieran toda la energía de estos majestuosos gigantes en un Shinrin-yoku improvisado. Es un lugar perfecto también para selfies espectaculares: la mayoría se tumba en el suelo tratando de abarcar la inmensa altura de estos colosos naturales.

Unas niñas junto a las secuoyas en el Monumento Natural a las Secuoyas en Cantabria.
La altura media de estos ejemplares oscila entre 40 y 50 metros. Foto: Guillermo Calvo.

Hay varios paneles informativos que nos cuentan estos datos y algunas anécdotas como que el árbol más alto del mundo es una secuoya, se llama Hiperión –"el que camina en las alturas"– mide 115,6 metros y se descubrió en 2006 en el Parque Nacional de Redwood. Su localización exacta es secreta, para evitar que se convierta en un lugar turístico que pueda perjudicar su estado. O que el árbol más anciano del planeta es un pino de la Gran Cuenca, se llama Matusalén y ronda los 4.800 años.

Pero si no son autóctonas de la zona, ¿quién plantó estas secuoyas y con qué propósito? Esta zona de Cantabria siempre ha sido una fuente de materias primas en diferentes épocas. En 1940 se planta de forma experimental el bosquete de secuoyas. Por su crecimiento rápido, se pensaba utilizar como madera, pero con el paso del tiempo el negoció se diluyó y aquí quedaron 848 pies de secuoyas Sempervirens, un árbol autóctono de California.

Un pie de secuoya en el Monumento Natural de las Secuoyas, en Cantabria.
El suelo está formado por un manto rojo de hojas secas de secuoyas. Foto: Guillermo Calvo.

En la actualidad este monumento natural se ha convertido en un lugar fantástico para visitar con niños, que improvisan aventuras entre los gigantes. "Son tan grandes como una casa o más", explica Cristina, de siete años. "Lo que más me ha gustado han sido las copas de los árboles, que hacían como un trasluz: parecía una casita. Y de repente, aparecieron unas escaleras hechas de ramas y me llamó la atención y bajé", recuerda.

Como decía Francisco Giner de los Ríos: "En la contemplación de un árbol podríamos pasar enteramente nuestra vida". Y en la contemplación de un bosque de tejos y otro de secuoyas, pasaremos un fin de semana redondo.

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