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Alimentadas con la hierba que crece imperiosa durante todo el año en los pastos de esta tierra que hasta para las vacas resulta un plácido sueño. ¿Cómo sabrá su leche? La imaginas cremosa, paladeas su sabor auténtico mientras te cruzas con ellas durante esta ruta de pinceladas fragmentadas, en las que la vida cotidiana y el impacto del momento es lo que cuenta.
Con las pilas cargadas ponemos rumbo a Olveiroa. Pero antes atravesamos la parroquia de O Cornado, donde –cómo no– hay muchas más vacas que habitantes, que no pasan de 20 almas. Quizá sea porque los restos arqueológicos sugieren que en el siglo I a.C. se asentó allí uno de los mayores campamentos militares romanos, los animales regresan después de todo el día pastando en ordenada formación castrense.
Estamos en la comarca del Xallas, una de las zonas de Galicia de mayor producción láctea, así que sus mugidos son la playlist de este tramo del Camino, en el que las diferentes pigmentaciones del pelaje de los bovinos rompen el monocromático verde de los prados. Hay que aprovechar para acercarse a los rudimentarios cercados y saludar a las vacas, que rápidamente se reúnen para cotillear al recién llegado. No hay nada más liberador que confesarse con ellas para continuar como nuevo.
Un vecino de Cornado nos cuenta, mientras abre los portones de su finca para recoger al ganado, cómo la división parcelaria ha provocado diversos cambios en el trazado original del Camino. El ritmo de las cosechas y el cuidado de las reses marcan la vida al modo tradicional en estas aldeas que tan alejadas parecen de las aceleradas ciudades, a pesar de ubicarse a escasos kilómetros. Cogemos prestada esa cadencia y enfilamos por pistas de tierra hasta el Alto do Rego, donde un mojón recuerda que cada vez queda menos. Las tierras de labranza se extienden a los lados y ofrecen una despejada panorámica del valle de A Barcala.
Hay senderos que transcurren bajo la bóveda que forman las ramas entrelazadas de las copas de los árboles, como si pasearas despreocupado por el jardín del Edén. Tratas de inmortalizarlo con la cámara, atrapar la sensación de privilegio, el lujo de la luz que atraviesa las hojas rozándote como un puntero láser. Esa luz que los impresionistas captaban con su pincelada veloz.
En postes de electricidad se suceden los carteles con flechas apuntando a todos lados, plantean al peregrino la disyuntiva de dónde dormir, comer y hasta la tentación de llamar al taxista cuando flaquean las fuerzas tras tantas horas andando. Hacemos la prueba de marcar su número. El taxista responde sorprendido, pero al comprender que no es un cliente sino un periodista, la desilusión le vuelve lacónico: "Es normal que te falte fuelle y decidas hacer los últimos kilómetros en taxi, también se producen pequeños accidentes. Ahora nada, hace mucho tiempo que no hay peregrinos".
Santa Mariña, en el concello de Mazaricos, es de esas aldeas en las que reina un silencio sepulcral, que se irradia desde la iglesia románica del siglo XII, reformada en el barroco. En el camposanto que la rodea llama la atención la edad que figura en las lápidas de piedra de la zona derecha, todas de niños de meses o pocos años. Cuesta entender que los nichos de piedra original se hayan cubierto con granito, quizá por eso las estatuas de los ángeles están arrodilladas en modo plegaria.
Justo enfrente, está 'Casa Pepa', donde las vecinas y vecinos del pueblo toman café a falta de huéspedes, mientras un gato atigrado recibe sus caricias. "Aquí solo hay cinco casas habitadas y seremos unos 11 vecinos", echa cuentas con los dedos Flora junto a su marido Paco, dueños de este agradable albergue y bar. Están radiantes porque mañana esperan peregrinos. "Les echamos de menos porque es enriquecedor tratar con gente de tantos países diferentes". La pareja se conoció en Suiza, donde estuvieron 20 años trabajando. Ella en una pescadería y él de maquinista. Hablan alemán, italiano, francés y portugués, confiesan bajo la parra centenaria.
Nos desviamos 4 km hacia San Cosme de Antes, donde se trenzan los famosos sancosmeiros. Llamamos a Daniel del bar 'Casa Pego' para que nos pongan en contacto con Sandra Alvite, presidenta de la Asociación de Artesanas en paja 'Trenzarte'. Hace un siglo, en todas las casas de esta aldea hacían el sancosmeiro, el sombrero de paja de centeno que forma parte del traje regional gallego y con el que las mujeres se cubrían en el campo, tanto del sol como de la lluvia.
"En 2014 nos dimos cuenta de que ya solo quedaba una persona que lo sabía hacer, Maruja Torre. Así que creamos cursos y ella nos enseñó. Al principio nos apuntamos 29, pero ahora somos nueve muy comprometidas para que no se pierda la tradición", explica Sandra en la caseta de madera recién estrenada a pie de carretera, en la que se reúnen, organizan cursos y muestran el trabajo a quien pase por allí. Marisol, a su lado, trenza con "paciencia y tiempo" estos sombreros que "llevan unas 40 horas de trabajo, una vez que tienes la paja de centeno –que es más blanda y blanca que la de trigo– preparada".
La paja se clasifica por diámetros para lograr trenzas de tres anchos distintos. La más delgada se usa para el tampo, la intermedia para la copa y la más gruesa para el ala. La copa se rodea con una cinta ancha de algodón negro con dos picos que cuelgan atrás, con el fin de espantar a las moscas al andar. Un ingenio.
En Olveiroa, parroquia de Dumbría, las leyendas que jalonan la ruta hasta la Costa da Morte regresan auspiciadas por los poderes públicos. Vákner, una bestia fantástica, promete emociones fuertes a quienes osen adentrarse en sus bosques de pinos, carballos, laureles y acebos, pues se supone que en esta zona de clima atlántico, próxima ya al mar, tiene establecidos sus dominios. Un primer plano de los amenazantes ojos del animal se clavan desde una lona en los atónitos clientes de la pensión 'As Pías', que no entienden que hace un cartel como de película del Hombre Lobo ahí en medio.
Los parroquianos que a media tarde beben con toda la calma un ribeiro ni se inmutan ya, aunque observan con cierta sorna a quienes paran para hacerse una foto. 'As Pías' es sencilla, limpia y recomendable. Sus cuatro habitaciones con baño individual se agradecen al final de la jornada. Sirven guisos reconfortantes como cocido gallego o estofado y hermosas chuletas con patatas. En las oquedades de la paredes de piedra de esta casa, edificada en 1943, se apoyan las botellas de Mencia, Albariño o Godello. Desde la terraza superior puedes contemplar uno de los numerosos hórreos de estas tierras mientras apuntas en tu cuaderno los hitos del día. En las mesas con tablero de cristal del bar se exhiben recuerdos que van dejando los peregrinos.
Un poco más adelante, en Hospital, hay que decidirse por ir a Muxía para terminar en Fisterra, o al contrario, antes Fisterra y después Muxía. Nuestra elección es seguir hasta Muxía para experimentar luego el vértigo de los peregrinos de hace siglos asomándose al fin del mundo como colofón del viaje.
En cualquiera de los casos, hay una escapada maravillosa a la fervenza o cascada de Ézaro. Desde Hospital son 20 km, un desvío asumible para los biciperegrinos, y 11 km desde Corcubión por el ramal que va directo a Finisterre.
Las fotos no hacen justicia al arrollador poderío del único río de Europa que desemboca en el mar, en las inmediaciones del monte Pindo. Con una caída de 40 metros, el río Xallas vomita sobre el Atlántico sus aguas dulces en un hipnótico espectáculo que no puedes dejar de admirar con el dedo pegado al botón del móvil.
Una pasarela de madera, por la que avanzas con ansiedad por acercarte lo más posible, conduce hasta las mismas rocas erosionadas por el agua, a las que bajarás atraído como un imán. Provoca miedo y placer al mismo tiempo. Tomas consciencia de tu insignificancia frente a la naturaleza. En verano la cascada se ilumina al atardecer, con los focos que la apuntan desde la central hidroeléctrica de Castrelo, que se levanta a sus pies.
De vuelta al trazado oficial del Camino, ya solo quedan poco más de 20 km hasta Muxía. Tras Dumbría y Senande, por caminos que alternan asfalto y tierra, y se abren paso entre pinos y amarillos matorrales de tojos. La iglesia de San Martiño de Ozón es uno de uno de esos lugares que desprenden un halo mágico a su alrededor.
En la parte posterior se rebaja el clima de calma chicha. Fluye agua de un caño rodeado de calas y uno de los hórreos de granito más largos de Galicia, de 27 metros. En él se guardan las nutridas rentas que cobraba el monasterio.
De la primitiva iglesia románica de los benedictinos perduran dos ábsides en el interior y la fachada con una ventana con dos columnas acodilladas. Cuanto más la observas, más te atrae para que cruces un arco ojival que se abre a la derecha, con la inquietante sensación de penetrar en una atmósfera paralela que te saca de la realidad, acrecentada por la incesante lluvia de mayo y la silenciosa quietud del pueblo. Si Iker Jiménez lo descubre, fijo que se monta un serial. El musgo y la humedad de las arcaicas piedras contrasta con la insolencia juvenil de las plantas que las colonizan.
Y de monasterio benedictino a monasterio benedictino y tiro porque me toca. En San Xiao de Moraime, a solo 4 km de Ozón, la iglesia románica del siglo XII está construida sobre una necrópolis romana. Imagina la de almas de distintas culturas que se dan cita en el actual camposanto con vistas panorámicas. Ya se intuye el olor a salitre del Atlántico. Justo aquí hay un hospedaje en el antiguo monasterio. En su pórtico, el Salvador ocupa el tímpano y los apóstoles los fustes. Dicen que aquí se inspiró el maestro Mateo para diseñar el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago. En la portada meridional también aparece representada La Última Cena. Una joyita.
En este punto converge, con el Camiño dos Faros, otra espectacular ruta por la Costa de la Muerte, con el que volverá a compartir senda poco más adelante. A solo un kilómetro está 'Casa Carmela', en Merexo, especializado en generosas caldeiradas de pescado y marisco. Desde ahí se divisa Camariñas al otro lado de la ría, famosa por sus artesanales y delicados bordados.