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Encoge el estómago asomarse al Atlántico desde el cabo de Finisterre. Las ráfagas de aire agitan los pensamientos y todos los paisajes sobrecogedoramente hermosos que llevas en la mochila pasan racheados. Has llegado a la meta. Y entonces comprendes que la meta era el Camino y desempolvar tu capacidad de arrodillarte a observar una flor silvestre porque te hace feliz.
La bajada hasta Muxía desemboca en la playa de Espiñeirido, para atravesar el casco urbano y el paseo marítimo, hasta alcanzar el santuario de Nosa Señora da Barca, uno de los hitos del Camino. A estas alturas, te parece lo más normal del mundo que la Virgen arribase en una barca de piedra para insuflar ánimos al apóstol Santiago y que no desfalleciera en su tarea de 'pescador de hombres' que le encomendó Jesús. Con tal encargó recaló en Muxía, donde María se volvió a aparecer por segunda vez, después de haberlo hecho en Zaragoza, donde la confianza en sí mismo del discípulo ya había flaqueado.
Igual que en la capital aragonesa se erigió en su honor la Basílica del Pilar –porque se materializó sobre un pilar–, aquí se levantó este templo al lado de las tres piedras que componían la barca, y a las que se atribuyen propiedades milagrosas: la vela (a Pedra de Abalar), el barco (A Pedra dos Cadrís) y el timón (Pedra do Timón). A escasos metros, el pequeño faro de Muxía resulta un juguete del océano, contra el que se estrellan las olas para matar el tiempo. Cabo Vilán a un lado y Cabo Touriñán al otro.
Lástima que la magia del entorno no lograra frenar el desastre del Prestige, que tras una serie de catastróficas decisiones cubrió de petróleo la Costa de la Muerte, evidenciando la lucha entre el bien y el mal que allí se libra, tal y como señalan las leyendas. El parador de Muxía, en la playa de Lourido, inaugurado el año pasado, es resultado de la inversión estatal para reactivar la economía tras la debacle medioambiental.
Pero antes de darse un lujo en el parador, vale la pena probar el excepcional producto de la 'Lonxa d’Álvaro', donde el pulpo, las vieiras, los percebes, las navajas, las nécoras, los bogavantes y hasta los sencillos mejillones se hacen a la brasa o cocidos. También con sabrosas salsas marineras, para mojar el adictivo pan gallego, húmedo y alveolado, de fina corteza crujiente.
Rodríguez nos enseña el sistema de subasta que ha montado similar al de la lonja: "Lo uso cuando quiero sacar un plato nuevo, me da juego porque la gente puja por él". Sus padres abrieron el negocio en 1995 y desde el 99 lo lleva él. Le gusta elaborar sus propios ahumados. Usa lubina, abadejo, atún rojo, caballa o bacalao, según la temporada. "Hago media salazón y lo ahúmo yo con una vaporera y hierbas".
Si el tiempo es soleado y sopla noreste, hay que acercarse a los dos últimos secaderos de congrio artesanal de toda Europa, que están en Muxía, donde se orean las piezas sujetas de las cabrias hasta su curación, que luego consumirán ávidamente en Calatayud, donde su plato estrella, los garbanzos a la bilbilitana, se elaboran con congrio seco.
La ruta prosigue por la resguardada playa de Lourido, de arena fina y aguas de color turquesa. No te dejes engañar por su aspecto, su temperatura ronda los 15 ºC y es peligrosa, como todas las de la Costa de la Muerte, aunque te haga suspirar. Aquí decidimos desviarnos del camino marcado hacía la aldea de Lires. Por recomendación de Álvaro, que nos habla de la turbadora belleza del camino de los percebeiros, sacrificamos el Monte Facho y nos maravillamos en los acantilados de Cuño con la punta de Cabo Touriñan en el horizonte.
Hay que imponerse al viento y la lluvia para avanzar. La naturaleza resulta estremecedora. El vértigo y desmayo que produce no lo podrás atrapar en ninguna foto, pero reaparecerá cada vez que la vuelvas a mirar. Tojos, brezales y olas despiadadas rompen contra los acantilados. Una salvaje sensación de liberación envuelve la escena. Es un lugar ideal para gritar hasta vaciar los pulmones de aire y la mente de interferencias.
Cuando los surfistas descansan, no hay ni un alma en la playa de Nemiña, de entorno virgen y agreste sonrisa, como corresponde a una ensenada de más de un kilómetro para pasearla entera con la única compañía de las gaviotas.
Seguimos entrando y saliendo del trazado oficial, porque los atractivos de la Costa de la Muerte son demasiado poderosos. Podríamos llegar a Lires por la arena blanca, ya que las dos playas están comunicadas, pero seguimos la ruta románica de iglesias con sus gruesos muros de piedra, como búnkeres de espiritualidad.
Santa Locacia en Frixe (siglo XII), a solo 3 km, te hace fantasear con una vida anterior a su alrededor más bulliciosa que la actual. El cruceiro con pousadoiro de esta parroquia no es el primero que encontramos en el camino. Se trata de una mesa que sobresale de la base, habituales en los cruceiros camino del cementerio o en los sacramentales, que se usaba para apoyar el féretro. El templo, como la mayoría que hallarás en el Camino, presenta esos detalles de la mano del hombre a la hora de solucionar chapucillas cuando no hay fondos para rehabilitar.
La ría de Lires es famosa por ser la más pequeña de Galicia y por el overbooking de singulares aves marinas y terrestres que la atraviesan en su camino migratorio, como el cormorán, la garza real o el silbón europeo que, junto a las 15 especies distintas de gaviotas, convierten su cielo en un espectáculo. La cantidad de albergues y hostales de este tranquilo municipio de no más de 300 habitantes, procuran una idea de que el incesante caudal de peregrinos que solían pernoctar está a la par que el de aves.
El camino prosigue hacia Fisterra, ya solo faltan 12 km. Y aunque la meta está cerca, hay que ser consciente del privilegio de avanzar escoltado por los pinos a un lado y el Atlántico al otro. Vas avanzando como por una postal panorámica.
En los dos kilómetros de la Playa de O Rostro un viento terco ha moldeado un paisaje de dunas con vegetación atlántica, tras el que las vacas pacen esa hierba que seguro tiene un gusto salino y observan a humanos qué, a pesar de la escasa señalización, se paran embobados sin dar crédito a lo que contemplan. La admiración no se agota en ningún momento por muchos lugares que te hayan hechizado desde que partiste de Santiago.
En el siguiente recodo puedes encontrarte al lado de un estop con un grupo de señoras gallinas como si hubiesen quedado para dar un paseíto. Y como estás tan receptivo, te parece delicioso. El camino supone una cura para urbanitas, implica reencontrarte con la naturaleza, sin prisas, y te percatas de lo que te pierdes mientras estás reunido o corriendo agobiado de aquí para allá. Quieres ser un nómada y vas ralentizando el paso porque Finisterre está ya a 7 km y te resistes a dejar de fantasear.
El ritual manda entrar a Fisterra por la playa de Langosteira y bañarse en sus vivificantes aguas para acabar con el polvo del camino y purificarse, también incluye quemar la ropa –que se prohibió por algún que otro incendio que provocó– y ver morir el Sol desde el Faro. Bajamos al arenal donde Camilo José Cela tenía su casa de vacaciones. Claro, que tú eres suficientemente original para idear tu propio ritual, uno adaptado a tus circunstancias. Que implique desprenderte de aquello que más te pese, para avanzar ligero.
Entre la arena blanca, decenas de conchas esperan dueño. "En el Códice Calixtino se decía que la Concha se recogía aquí", nos explican en la Oficina de Turismo de Finisterre. Están deseando entregar Finisterranas a tutiplén. "Este camino lo hacían sobre todo alemanes, franceses y portugueses. En mayo de 2019 vinieron 3.627 peregrinos, en 2020 ninguno y este año, la cosa vuelve a animarse de nuevo".
A dos de esos animosos peregrinos les encontramos al rato. Eva es de Eslovaquia y tiene 30 años. Su compañero, Charlie, tiene 44 y nació en Inglaterra, aunque ambos viven en Marsella. El 27 de marzo echaron a andar en Saint Pied de Port (Francia) junto con su perro. "Calculo que hemos hecho unos 800 km, al día entre 20 a 25", cuenta Eva luminosa y sonriente. Reconocen estar cansados "aunque la experiencia ha sido magnífica. Hemos encontrado a peregrinos trabajando en los bares, con muchas cosas que transmitir, pero haciendo el Camino muy pocos. Nosotros dormimos en tienda de campaña y algún día nos permitimos un albergue".
En el bar 'A Galería', 'onde a lenda e a fe se confunden' tal y como reza en la fachada, nos recibe uno de los personajes de este Camino, Roberto Traba Velay. "La catedral de Dios y de la naturaleza es Fisterra, y la que construyó el hombre es Santiago", dice para empezar junto a los buenos días.
No hay caminante que no recale en esta especie de museo improvisado del peregrino. No queda hueco para un recuerdo, desde tarros con piedras de cualquier parte del mundo –Nepal, Wiricuta o Santorini–, matrículas de países lejanos, conchas, colgantes de todo tipo, dibujos, cuadros donados por los autores, y muchos cuadernos con dedicatorias, ilustraciones, reflexiones, fotos… de tantos ya amigos que han ido pasando por ahí.
"Con el bar llevo 23 años y con el albergue desde 2008. Al principio la gente vivía más lo que es el Camino, antes era más descubrimiento en todos los sentidos. Yo también soy caminante, me ha ayudado a sentirme en un lugar importante. Los fisterranos viajamos por el mundo sin salir de aquí, los peregrinos son un enriquecimiento cultural y económico", explica Roberto, que es toda una institución. Está repleto de anécdotas e historias que ha ido plasmando en una columna de un medio local, que desembocó en un libro, que ya son varios, entre ellos de poemas.
Uno de los principales atractivos de este local es presenciar a Roberto oficiando el conjuro de la queimada, ante los entusiasmados viajeros. Dice que hay mucha leyenda sobre lo que se liga haciendo el Camino, aunque él mismo ha sido testigo de más de una pareja que surgió así. También habla de la seguridad durante la ruta, en donde dice que "hay mucho respeto".
Hablamos de si los estereotipos coinciden con la realidad y reconoce que los americanos "vienen pisando fuerte, como si fueran romanos de la época imperial, pero luego son muy abiertos y sencillos. Los asiáticos guardan mucho las formas y el brasileño es más espiritual, trae el aura metafísica de Paulo Coelho –su primer libro es Diario de un mago (1987) sobre el Camino de Santiago–". Entre sus habituales, un peregrino que suma ya 50 Caminos o un francés de 60 años "que venía andando desde su granja todos los años desde que sus niñas eran pequeñitas, y ahora continúan las hijas".
Alcanzamos el clímax en el kilómetro 0. Sin aliento, corriendo para que no se nos escape la puesta de Sol, a las 21:35h. Esperas que se abran las nubes y el eco de una voz profunda haga temblar el cabo de Finisterre. Las palabras se las lleva el viento, que como un susurro se cuela en tu cabeza y va intensificando su poder. Te azota para que no te crezcas por haber llegado hasta allí. Que nadie ponga en duda que en esta punta se acaba el mundo, parece decir. Cualquiera pagaría por poder despedirse desde un lugar así. El cielo está tan cerca. Solo hay que estirarse y extender los brazos.
El faro de Fisterra tiene ya 168 años y es el más fotografiado de Europa. Ese instante en el que el Sol se diluye en el mar y funde en negro hay que vivirlo. Y luego celebrarlo, sumándote a la fiesta infinita que miles de almas celebran ahí al caer la noche desde los tiempos del Finis Terrae, cuando nadie les ve.
Si te quedas a dormir en el hotelito 'O Semáforo', a espaldas del faro, puedes escucharles cuando cierras los ojos, entre el batir de las olas y la ventisca. Construido en 1888 como un anexo al faro para zafarse de la niebla de los temporales, se conoce como 'a vaca de Fisterra' porque desde ahí sonaba la sirena que advertía a los navegantes de peligro inminente.
Solo seis habitaciones, pequeñas pero coquetas, y el Atlántico entrando por cada una de ellas, como si navegaras en un barco. Tiene restaurante y taberna, con longueirones y rodaballo, cocina marinera en una sala cuidada en la que brindar con la sensación de formar parte ya de la naturaleza salvaje de este Camino a Fisterra, que desde el principio te hizo caer en sus redes.