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"Nací aquí hace 77 años, antes de que se construyera ese Puente de Rande y muchísimo después que la isla de San Simón. ¡Pasen, por Dios! Siempre invito a la gente que se para a mirar al otro lado de la verja. ¿Quieren tomar algo?". Doña Hortensia Pérez Novelle, gallega hasta la médula, es uno de esos lujos que dan estas tierras a peregrinos y turistas.
Estas gentes son tan suyas que hasta se empeñan en llevar la contraria a Isaac Newton. Decía el sabio de la gravedad y la manzana que las personas levantamos demasiados muros y pocos puentes. No es el caso de Hortensia, ni de este Camino Portugués, que disfruta de varios puentes hermosos, de todas las épocas, desde la romana hasta la actual.
Después de dejar atrás Baiona, parar en Nigrán para subir al Monte Ferro y de nuevo admirar la ría entre la niebla y a ratos el azul del Atlántico, moteado por las desperdigadas bateas de mejillones, recuperamos la N-552.
Esta mañana, el primer pontón que nos toca es una pasada, pero a veces queda desapercibido a peregrinos apresurados. Se trata del de Ramallosa, del siglo XIII. Los historiadores consideran que es un románico ya de transición al gótico. Y el cruceiro que hay en el centro, dedicado a San Telmo (Pedro González Telmo, luego santo), quien ordenó construirlo, merece una mirada atenta. El verdín sobre la piedra milenaria, las humildes flores al pie y el sonido del río hacía el mar... ¿quién da más? Pues el cielo, que deja caer chaparrones cada poco tiempo.
Pese a todo, desviarse esos metros para atravesarlo y contemplar a San Telmo, cara a cara, es un gusto. Aquí ya hubo un "puente vello", que destruyó ni más ni menos que ¡Almanzor!, el gran caudillo árabe del Califato de Córdoba. Y todo apunta a que el puente nació con una de las calzadas romanas que cruzan Galicia, en este caso la Vía XX, conocida como Per loca Marítima. Se atribuye a Telmo, el patrón de los navegantes, haber salvado a Ramallosa desde aquí, enfrentándose a enormes galernas.
La placa del puente aporta más curiosidades. Aquí se practicaba el bautismo prenatal, un rito pagano. La mujer embarazada que hubiera sufrido varios abortos o le costara quedarse encinta debía esperar en el puente a la primera persona que fuera a cruzarlo pasada la medianoche. Esta era la encargada de 'bautizar al nonato'. Después, la familia le invitaba a cenar y ese incauto voluntario se convertía en el padrino o madrina de la nueva criatura. Hasta fechas recientes se seguía practicando el rito. Valía la pena bajar hasta aquí.
Con el reflejo de sus diez ojos sobre el río Miño a nuestra espalda, incorporarse a la ya familiar N-552 cuesta poco. El Atlántico a la izquierda, que arroja ráfagas de lluvia sobre los cristales de los coches y presume de olas enormes, con tantas puntillas blancas que animan a la parada para fotografiarlas, hace más fácil esquivar Vigo. Es habitual que el peregrino huya de las grandes ciudades y ésta es la capital de las Rías Baixas.
Y sin caer en cuentas, ya estamos en Redondela, donde el Camino Portugués de la Costa y el del interior, desde Tui, vuelven a unirse. Por eso por la puerta de Hortensia, con su terraza estratégica, se asoman los peregrinos curiosos y los turistas que buscan la vista perfecta sobre la ensenada de San Simón y el Puente de Rande. Algunos preguntan por el tesoro, los cofres hundidos con los barcos españoles. Venían cargados de oro desde América y prefirieron el fondo del mar antes que rendirse a los ingleses. El hecho fue tan sonado, que el mismo Julio Verne y su capitán Nemo los "descubren" en su 20.000 leguas de viaje submarino, un episodio apasionante.
Merece la pena bordear esta ensenada, recorrerla hacia el norte y desandar los pasos hacia el sur, en busca de un mirador donde sacarse la foto con la que triunfar en el Instagram, un alojamiento en el que descansar los pies, una tasca en la que disfrutar de una ración de choco con arroz o una marisquería para darse un buen homenaje tras coronar una etapa más. Al fondo siempre acompañará la silueta metálica del Puente de Rande, víaducto colgante que desde 1978 se ha convertido en emblema de Vigo y uno de los más conocidos de Galicia.
Ese que Hortensia quiere que veamos a gusto desde su casa y que se bordea con placer para observar el paisaje que tuvieron en cuenta Fabrizio Miranda, Florencio del Pozo y Alfredo Passaro, los ingenieros que lo concibieron. En el centro, delante del puente y dependiendo del punto que se escoja rodeando la ensenada, se ve que San Simón no es solo una isla. Unida por otro puentecillo muy modesto tiene a San Antón o San Antonio. Isla chica, humilde, remata el paisaje aunque a muchos se les escapa. Hablando de todo esto se nos va el rato con esta señora gallega. Unos minutos más "y termina sacando huevos con chorizo", bromea su hijo Fermín.
Antes de que ponga el aceite en la sartén, salimos para caer sobre el puerto de Cesantes, adonde está la cofradía de pescadores. Porque aquí, en Redondela, se acuñó "la primera denominación de origen del choco que hay en España" recuerda uno de los marineros. Los barcos llegan a partir de las seis de la tarde y en la lonja, los Toños descargan el género capturado.
A parte de un par de parejas de centollos machos –que no centollas–, los protagonistas estas semanas de mayo son los calamares de distinto tamaño. "No hay subastas desde hace un año, antes de la pandemia. Se hace la asignación directa a los compradores antes de salir a faenar". José, del barco 'Ramona', salió a eso de las cuatro, y tres horas después está descargando sus capazos con el peto y las manos embadurnados de tinta negra.
Hay un café sin cartel frente a la lonja. Y ¡oh, sorpresa! Este es el momento en que el Camino demuestra lo fácil que es reencontrarse en el peregrinar por las rutas que llevan a Santiago. Sentado a la puerta, entre mesas de otros marineros, está José Antonio, el malagueño que arrancó el día de antes desde Tui, tras el desayuno en 'Ideas Peregrinas'. Se ha hecho 34 kilómetros –la media de un peregrino son unos 20 por día– y aquí se ha reencontrado con su prima Mariló Padilla. "Este es un campeón. Yo voy mucho más despacio, a 18 kilómetros por día. Sí, también soy malagueña".
Ambos toman un par de cervezas, de las que pone Elvira, la dueña del 'Repouxo', el nombre lo dice todo. Hace 39 años que sirve bocatas, cafés y botellines en este sitio. Copiando a José Antonio y Mariló, este es buen lugar para descansar. O prepararse para un homenaje en alguno de los lugares de tapeo o de banquete a lo grande.
Porque señores, estamos en el reino de las ostras de Arcade y Cesantes. Y del resto de los mejores mariscos de las famosas rías gallegas. Y sino, que le pregunten a Otelo, el dueño del 'O Xantar de Otelo', que presume de las navajas de categoría A que le traen directamente de las Islas Cíes, "las mejores del mundo, porque no necesitan depuración". El choco en su tradicional cazuela con arroz, en brocheta con vieira, en croqueta o como relleno de empanada de millo.
Se oye por esta zona que, aún en este siglo, las compañías piden permisos para buscar los galeones españoles en el corazón de Cesantes, frente a la isla de San Simón y sus alrededores. Pero a esta primera hora de la tarde, en Ponte Sampaio, los únicos tesoros que han visto los talluditos jugadores de petanca, que se entretienen lanzando bolas en vez de echar la siesta, son sus propias jugadas. Se ríen cuando se les habla de Rande, cofres de monedas y leyendas. Eso sí, alguno conoce la historia de la estatua de Verne y los buzos del capitán Nemo frente a San Simón.
Como si de un juego de la Oca se tratase, de puente a puente hemos saltado al de Ponte Sampaio, otro lujo que nos deja una calzada romana. Las historias dan para mucho en estas tierras, y si el de Ramallosa vio al gran Almanzor y a San Telmo parar una tempestad, este otro puente medieval no iba a ser menos. El árabe también lo cruzó; aquí lucharon los ejércitos de doña Urraca y Gelmírez..., pero hay hechos más recientes. Hace poco más de dos siglos, los gallegos libraron tal batalla contra los mejores mariscales de Napoleón, que todos los demás acontecimientos han quedado empequeñecidos. Este puente sobre el río Verdugo tiene líneas propias en los libros y lo sentimos bajo los pies.
Escriben los textos que la "heroica batalla de Ponte Sampaio enfrentó a las tropas de Napoleón, comandadas por el general Ney y Soul, con las milicias populares y el ejército español. A finales de marzo de 1809, los gallegos recuperaron las plazas de Vigo, Tui y Pontevedra, hasta que el Sexto Cuerpo del ejército francés se retiró". Desde entonces, hay una tradición arraigada en la zona, la de poner de nombre a los perros Ney o Soul.
Vamos, que esto es de anteayer y se explica con detalle y sobre el terreno a todos los niños, porque Sampaio es, en palabras de Emilia Pardo Bazán, comparable a la gesta de Zaragoza o Bailén contra los franceses. Por eso, aunque en la actualidad el puente está al pie de la PO-264 hacía A Coruña, hay que cruzarlo. Desde el centro, con cuidado, una foto sobre el río Verdugo y la ría de Vigo –más si la luz gris del día gallego acompaña– es tan interesante como imaginar las voces y el ruido de la lucha sobre un río que ahora corre apacible.
Ya salgas del albergue de los Amigos del Camino Portugués –fundado por Celestino Lores, el artífice de esta variante– o del Parador, seas peregrino normal o pudiente, echarse a las calles de Pontevedra a cualquier hora es un placer. Como dice Tino Lores, esta ciudad está hecha para los peregrinos, para caminarla, no en balde "se la considera la capital del Camino Portugués", recuerda. Humana, limpia y bañada por los primeros rayos de sol que duran más de una hora –una noticia tras tres días jarreando– dan ganas de andar sus calles unas cuantas horas. Incluso una jornada completa.
Los sevillanos María Paz y Emilio, madre e hijo, comparten esa opinión. Y están eufóricos, pese a ser primera hora de la mañana. ¡Qué marcha llevan con sus bastones! Y sus caras, es como si hubieran visto ya al apóstol. "Lo hemos visto. Venimos de Santiago. Y es ella, mi madre, la que me da caña. Hacemos el camino inverso: partimos ayer de Santiago; íbamos a quedarnos en Padrón, pero no sabíamos que estaba confinado. Y me dió el tute. Casi 40 kilómetros que nos metimos al cuerpo, y ella sin inmutarse", resume el hijo, grande, barbudo, que pasa el brazo por los hombros de la progenitora, más que orgulloso.
Confiesan que son los únicos españoles del camino. "Hemos visto a unos franceses, pero es que nosotros nos lanzamos desde Sevilla en cuanto cayó el estado de alarma. Vamos a Lisboa, donde vive mi hermana". María Paz se ríe, le llama exagerado pero reconoce que "he estado entrenando, subiendo al monte muchos días, a 20 kilómetros por jornada". Han tenido valor y han dejado todo, incluido el negocio en Sevilla. "Emilio regenta 'La Casa del Tigre' y 'Petit Comité', por el centro de Sevilla", susurra la madre para que él no lo oiga.
Con ellos nos encaminamos a visitar a la gran Santa, la Reina Peregrina: Isabel de Portugal y de Aragón, nuestra Patrona del Camino Portugués, la que, según la tradición, nos guía desde que emprendimos el viaje. La iglesia, construida en forma de vieira a finales del siglo XVIII, acoge la imagen de La Peregrina, vestida con un sombreiro al estilo tradicional del peregrino, pero desde abajo parece terciopelo negro ribeteado con oro; un bordón hermoso y los trajes que corresponderían hace tantos siglos a una reina viuda.
El templo tiene la concha de vieira reflejada en todos los lugares posibles, desde los candelabros que dan luz a la nave, hasta las puertas del confesionario. Al estar la imagen en alto, La Peregrina parece más pequeña de lo que en realidad es; pero eso no arruina en nada la fe de los caminantes que por aquí pasan, ni la devoción de los pontevedreses, como subraya Tino, quien siempre destaca lo femenino que es este camino en cuanto a devoción por sus vírgenes y santas.
Por las calles amigables de Pontevedra nos acercamos a ver a Tino Lores, presidente de la Asociación Amigos do Camiño Portugués, que durante varios días nos ha transmitido las claves del peregrinaje en la nueva era. "El covid ha cambiado la forma de vivir el Camino para el peregrino. Ya no se puede dormir en cualquier sitio y de cualquier forma. Pasará tiempo para que se repitan esas jornadas de hasta 1.000 personas confinadas en albergues y pabellones", sostiene.
En el albergue que Tino fundó allá por 1999 –un modelo entonces para Galicia– está Elva, una de esas muchas voluntarias de estos sitios que reconforta encontrar tras una jornada agotadora. Trabaja aquí desde 2012 pero, sobre todo, es una fuente de sabiduría. Se ha hecho ya el Camino Primitivo, el Inglés, el Portugués en varias ocasiones y hoy está dispuesta a compartir sus últimos descubrimientos y recomendaciones: el Camino Espiritual. "Saliendo de Pontevedra, va dirección Poio, con su Monasterio de San Xoán –una belleza, con unos mosaicos por dentro que me encantan– y sigue por Cambarro, el pueblo marinero de postal. Es poco conocida esta variante, pero tiene un trazado de naturaleza, molinos de agua y viñedos que me recuerda en algunos tramos a Ordesa".
Mientras Elva charla de lo mucho que han cambiado las cosas con la pandemia, entra el único peregrino del día, José Luis, de Canarias, que ha aterrizado en el aeropuerto de Vigo. Iba a Redondela, pero ha tenido que quedarse aquí. Sus 69 años son flacos, musculosos y saludables. Un tipo que sube montes, eso está claro. Es la segunda vez que hace esta ruta, la primera empezó desde Oporto.
Un par de horas después, al anochecer y cuando las calles de Pontevedra son más acogedoras que nunca, la estatua de Valle Inclán en la plaza Méndez Núñez camina para sentarse de tertulia en alguna de las mesas que acoge a los jóvenes. El peregrino José Luis será una de esas personas que deambulan por la ciudad, disfrutando del mes de mayo, de las calles bañadas con las farolas de luz cálida, del olor del mar y los bares de tapas.
Es el momento de sentarse en uno de esos sitios que mezclan sus olores de cocina con los de la ciudad marítima, el 'Loaira', donde el entusiasta Javier Coya sugiere al comensal unos chilli crab de nécoras y un pez espada marinado en salsa de zorza, "como nos lo preparaba mi madre de pequeños", que riega con vinos curiosos de las Rías Baixas.
El Parador de Pontevedra tiene una terraza que hace las delicias de cualquier desayuno y no hay nada que objetar al primer café en su jardín, con dos buenos ejemplares de pinos americanos, un rododendro en su mejor momento y los cuidados setos de boj. Este edificio, antiguo Pazo de Maceda, más conocido como el Pazo del Barón de la Casa Goda, es un buen lugar para tomar las decisiones de la mañana. ¿Seguir la ruta tradicional o desviarnos un rato hacia el nuevo Camino Espiritual?
Con la decisión tomada de acercarnos a Poio, se impone la visita a otro puente. Las experiencias de estos pasos sobre las muchas aguas de las rías –esa mezcla del Atlántico salado y el agua dulce de ríos cortos pero caudalosos, bellos en toda Galicia– insuflan energías. El agua es la vida y este Camino Portugués revienta por sus cuatro costados aguas de todos los sitios: del mar, del cielo, de arroyos, ríos o fuentes.
Con estas reflexiones de optimismo, es fácil plantarse en el Puente del Burgo, tan medieval y de orígen romano como los que dejamos atrás –salvo el de Rande, una ingeniería del XX–. Aquí el reencuentro con los peregrinos que salieron de Tui, y los que se han ido incorporando estos días, eleva el ánimo. Incluso parece que las gotas de lluvia dejan caer algo de la vieja normalidad, aunque sin olvidar lo vivido.
Las recomendaciones de la afable Elva no pueden ser cumplidas del todo. El Monasterio de San Xuán de Poio, enorme, aún permanece cerrado por los tiempos que corren. También su hospedería. Aunque es cierto que en sus afueras, los cruceiros con las mesas de granito que hacen de altar cuando las celebraciones y el tiempo lo permiten, evocan los momentos en que los monjes mercedarios tal vez regresen a la normalidad. El desvío se ve compensado por el asombro ante el hórreo más grande de Galicia, con sus 3,46 metros de longitud y 3,37 metros de anchura. Destinado al secado y cura del maíz y otros cereales, se construyó en el siglo XVIII. Ese almacén y el selfie con Cambarro al fondo han merecido la pena.
Y ya estamos de vuelta a la carretera, cada vez más cerca del destino final: Santiago y el Obradorio. Pero esta es otra historia, porque el Camino nos va a deparar otras joyas, como las que hay en Caldes de Reis o Padrón, el origen de la leyenda.