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Fue el periodista Ferrán Agulló quien bautizó a esta costa como Brava, por su geografía salvaje y difícil que se convierte en majestuosa y amable precisamente por el camino de ronda que la va recorriendo. Históricamente, el sendero era un camino que comunicaba los pueblos costeros y que ejerció durante décadas de punto estratégico para vigilar a piratas y corsarios con intención de atacar la costa.
Ahora son cientos de turistas los que disfrutan estos tramos de paseo y mirador con vistas al mar, pero a principio del siglo XX fue patrullado por carabineros y guardias civiles que controlaban el estraperlo y desembarco de mercancías ilegales a las costas gerundenses. Los productos vigilados eran sobre todo alcohol y tabaco, que grandes embarcaciones cargaban a alta mar y luego con barcas más pequeñas se trasladaban hasta la costa. Una vez en tierra firme, el material se escondía en cuevas recónditas (hay una bautizada así, 'del tabaco') hasta que el camino quedaba libre para poder transitar y trasladar la mercancía hasta el primer pueblo desde donde se distribuía y comercializaba.
Este doble uso del sendero, de supervivencia para unos y vigilancia para otros, es el que ha acabado bautizando el sendero con el nombre de camino de ronda, actividad desarrollada por las fuerzas de seguridad para mantener la ilegalidad a raya. Con el fin del contrabando, los vigilantes desaparecieron del litoral, pero el camino permaneció y a partir de los años sesenta del siglo pasado, los turistas tomaron el espacio, que pasó a tener una función más lúdica. Algunos de ellos, los más aventureros, se atreven a recorrer los 130 kilómetros de longitud, divididos en distintos tramos. Nosotros hacemos cuatro paradas, que son cuatro postales del Empordà.
Una de las poblaciones que se encuentra en el camino de ronda y que merece una parada obligatoria es Cadaqués. Este pueblo, de origen medieval, está ya ligado con la figura de Salvador Dalí. Aquí, la gente que visita la casa-estudio del artista, situada en la zona de Portlligat, combina el senderismo con la curiosidad cultural.
Las posibilidades de caminar por la zona no se limitan a explorar el camino de ronda, ya que el Parc Natural del Cap de Creus ofrece aquí infinitas rutas y variedad de paisajes, salpicados con la siempreviva, una de las plantas más singulares y típicas de esta región. Fue muy apreciada por Gala, esposa de Dalí, quien la veneraba hasta el punto de decorar la casa con grandes ramos para que su olor impregnara las habitaciones y alejara a las moscas que tanto frecuentan este rincón del Mediterráneo.
La geología que envuelve esta parte del camino hasta el Cap de Creus es sorprendente, con esquistos y pegmatitas que luchan contra el fuerte viento de la tramontana, y transforman el paisaje en formas que recuerdan a camellos y águilas. Esta escena hace unos 500 millones de años que dura y aún convive con el espectáculo de ver algún delfín y tortuga marina despistada nadando. No es de extrañar que películas como La luz del fin del mundo, basada en una novela de Julio Verne, buscara un plató de estas características.
El regreso a pie a Cadaqués, desde el Cap de Creus, se hace por una senda relativamente fácil, sin sombra en verano, pero con muchas calitas para refrescarse. En poco más de dos horas, ya se está de vuelta al pueblo daliniano donde por sus calles podemos encontrar reproducciones de cuadros del pintor situadas en el mismo lugar donde concibió sus obras el genio ampurdanés.
Debido a su aislada ubicación, Cadaqués a veces se presenta al visitante casi como una isla. Históricamente, durante muchos siglos, su acceso natural y más fácil fue por mar. Cuando la conexión hacia territorio interior se modernizó, con la construcción de la carretera, curvas y más curvas son las que hoy en día nos dan la bienvenida. Para compensar tal aventura, es aconsejable probar los taps de Cadaqués, un dulce típico con forma de tapón de cava, semejante al bizcocho y ligeramente bañado con licor, que se encuentra única y exclusivamente en la pastelería 'La Mallorquina' (Plaça Doctor Trèmols, 8).
Más al sur, y ya entrando en territorio del Baix Empordà, llegamos a la zona costera de Palafrugell. Esta villa propiamente no tiene playa, pero extiende su municipio hasta el mar a través de los pueblecitos de Calella, Llafranc y Tamariu. El tramo se puede caminar en menos de tres horas y ofrece vistas espectaculares del mar con acantilados y también paisajes más de interior.
Si salimos desde Calella, el camino de ronda debe buscarse justo al final de la Playa del Canadell, donde aún se pueden apreciar las barcas y pórticos de pescadores, que se distinguen por sus puertas pintadas de diferentes colores debajo del paseo. Este primer tramo del sendero hasta Llafranc es elegante y fácil, una caminata de unos 30 minutos que enlaza dos mundos de pescadores. Una vez en Llafranc, es sagrado subir a Sant Sebastià, donde hay un faro y unas ruinas ibéricas con mirador que sorprende por sus vistas.
La riqueza paisajística de este recorrido queda muy plasmada en la literatura de Josep Pla, escritor local que habiendo nacido en Palafrugell pasaba sus veranos en Calella. Su literatura, altamente descriptiva, se compara a la de las primeras guías de viaje, ya que presenta numerosos apuntes sobre este generoso litoral. Este aspecto más bucólico se resalta con los paneles informativos ubicados a lo largo del camino, que hablan de las plantas invasoras como las chumberas y nos invitan a respetar al ecosistema.
El camino se vuelve más interesante en los siguientes tramos, sobre todo cuando bajamos a Cala Pedrosa, donde las piedras son las protagonistas y el sendero sufre desniveles y se estrecha cada vez más. Ya casi llegando a Tamariu, la ronda desaparece y tenemos que saltar por encima de unas rocas grandes y planas que nos avisan que el próximo pueblecito ya está cerca. Suerte que nunca faltan los bares en los malecones para dar la bienvenida al sediento excursionista.
Si tenemos interés por la temática arqueológica, llegando a un rincón donde la ruta se nos hace más amable, nos encontramos con el pueblo de L'Escala y el yacimiento de Empúries. Ambos núcleos están conectados por un placentero camino, que lo utilizan tanto los que tienen ganas de pasear como los que buscan playas tranquilas para darse un chapuzón. Bicicletas y un tren turístico en verano comparten escenario en esta parte del recorrido. En esta época veraniega, los chiringuitos de Empúries y la opción de contemplar el mar desde las tumbonas son detalles que se tienen en cuenta a la hora de decidir dónde ir a pasar la jornada.
Durante el año, el pueblo de raíces marítimas de L'Escala está habitado por unas 10.000 personas, número que incrementa hasta 50.000 en los meses de verano. Y no todo es mérito de las míticas anchoas por las que se ha hecho famoso el municipio, un producto gastronómico que ya viaja y se consume más allá de su tierra natal. Su localización privilegiada, que cierra por el sur la bahía de Roses, otorga a este rincón unas vistas espectaculares de mar y montaña con puestas de sol de cine. Eso sí, el viento es casi siempre un protagonista de esta película.
Las ruinas en el yacimiento de Empúries son griegas y romanas, con algunas reminiscencias ibéricas, y están a pie del camino, solo a media hora cómodamente andando desde L'Escala. Su descubrimiento fue anunciado en 1908, pero durante muchos años estuvieron cubiertas por dunas de arena, hasta que la orografía de la zona cambió con la desviación de los ríos locales. Al cabo de los años, la flama olímpica de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 llegó por Empúries, y el recinto arqueológico recuperó su relación con el mar gracias a un plan de reconstrucción. Fue entonces cuando el litoral se convirtió en el camino que hoy conocemos, donde peatones, patinadores y alguna que otra esporádica boda comparten escenario.
Una última sugerencia para explorar el camino de ronda sería la de deambular por el litoral de S'Agaró. La parte más elegante y señorial del sendero, que se recorre en menos de una hora, pertenece al municipio de Castell-Platja d'Aro. El nivel turístico de esta localidad es simplemente increíble: los 10.000 residentes del invierno se multiplican hasta por nueve en verano.
Se hace difícil imaginar que este lugar era de aspecto casi desértico cuando Rafael Masó, arquitecto novecentista, y Josep Ensesa, el propietario de este terreno, proyectaron construir una urbanización elitista donde naturaleza y arquitectura dialogaran desde un principio. Fue a inicios del siglo XX cuando S'Agaró, que cogió el nombre de un arroyo que pasa cerca, nació para impresionar a la emergente burguesía catalana como ciudad-jardín residencial ordenada y perfecta.
Una iglesia, la de nuestra señora de la Esperanza, y un hotel de lujo, el 'Hostal la Gavina' (primer hotel de España que fue miembro de la prestigiosa asociación Leading Hotels of the World), son hoy edificios históricos admirables que nos recuerdan los ambiciosos orígenes de esta pequeña península. La plaza del Roserar, con sus magníficas pérgolas, marca el punto de partida desde donde se empezó a edificar esta zona. Cerca está la casa de la familia Ensesa, que recibe el nombre de Senya Blanca y fue la primera en construirse en 1922.
El camino de ronda quedó integrado como parte del diseño de S'Agaró, y hoy en día es disfrutado como paseo monumental por excursionistas y admiradores del paisaje. Igual que el Cap de Creus, esta zona ha sido escenario de múltiples rodajes de películas. Por aquí se paseó Ava Gadner (Pandora), Elizabeth Taylor (De repente el último verano) u Orson Welles (Mr Arkadin). Recorrer el sendero es placentero y hasta tiene un punto aristocrático a la vez que ofrece opciones de baño en sus pequeñas calas. La parte más impactante es quizás la del mirador con su glorieta, ya que es aquí donde el Mediterráneo se presenta en toda su magnitud y belleza.
Este tramo es reconocido como sendero azul, al unir dos magníficas playas, Sant Pol y Sa Conca, donde ondean las distinciones que reconocen la calidad de sus aguas y arenas. Y esto es solo el principio de la aventura, ya que el camino de ronda ofrece descubrir muchos más rincones de la Costa Brava. El buen tiempo en verano y los inviernos tranquilos la convierten en una ruta ideal para disfrutar durante todo el año.