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Ya desde la carretera, este castillo ofrece una de esas estampas de postal que se guardan en la retina. Merece la pena pararse en la carretera que lleva hasta su puerta y dedicar unos minutos a mirar cómo esta fortaleza defensiva impone la silueta de su torre de 30 metros sobre las casitas blancas de Cazorla, el río Cerezuelo y los extensos campos de olivares. Una vez allí, las vistas desde lo alto tampoco decepcionan. Y eso aún sin cruzar sus muros...
Los orígenes de esta atalaya se remontan al siglo XII, a la época almohade, cuando los árabes levantaron la fortaleza sobre lo que era un asentamiento romano. Después llegaron los cristianos con la Reconquista a finales del siglo XIII, dejando su huella hasta nuestros días. En esos tiempos de batallas entre moros y cristianos, nació una leyenda, la de la Tragantía, que hoy se cuenta en todos los rincones de Cazorla.
Dice el mito, que una princesa mora fue encerrada por su padre en las mazmorras del castillo para protegerla de los ataques de las tropas cristianas, con la idea de rescatarla después. Los cristianos dieron muerte al rey y la princesa quedó olvidada en un agujero de oscuridad, donde acabó transformándose en un ser mitad lagarto mitad mujer que con sus cánticos atraía a los niños del lugar para luego devorarlos. Dicen que la noche de San Juan es el único momento que se deja ver. La mazmorra de la que habla la leyenda se encuentra justo bajo la Torre del Homenaje, convertida hoy en museo. "Las mazmorras solo se abren un día al año al visitante: el 18 de mayo, con motivo del Día Internacional de los Museos", cuenta Antonio Javier Bayona, vigilante y guía del castillo.
Son muchos los objetos históricos que pueden verse en las tres salas de la Torre: desde una colección de pinturas anónimas del siglo XVII que representan a los apóstoles, a un Cristo románico-bizantino de tamaño natural de finales del XIV, o una talla barroca de San Ambrosio del siglo XVII. También se exponen todo tipo de armas: ballestas, hachas y espadas originales; armaduras y mobiliario de los siglos XVI y XVII; tapices flamencos del XVII, una alfombra de la india del XVIII y cuatro bargueños toledanos de la misma época.
La escalera que comunica las tres salas no es apta para todos los públicos por el gran tamaño de los peldaños. "Las escaleras no son originales, se hicieron cuando se habilitó como museo", explica este cazorleño, que lleva 24 años trabajando entre estos muros llenos de historia. "Las Torres de Homenaje no solían tener escaleras para dificultar así el acceso a los enemigos en caso de ataque", recuerda.
Para él, una de las salas más especiales es la de la planta superior. "Se trata de la sala noble y destaca por su techo gótico de crucería y sus ventanales de arcos apuntados con parteluz", detalla. En un edificio situado junto a la torre, se exponen además maquetas y utensilios relacionados con la labranza, la recolección de la aceituna, la historia de los molinos de aceite y la cocina cazorleña.
Enclavado en una peña que le alza frente a las montañas de Cazorla, la magia de este pequeño castillo se encuentra sin duda en el paisaje que le rodea. Sus piedras han sido testigos de asentamientos bereberes, musulmanes y cristianos que han ido moldeando su forma a través de los tiempos. Fue en el año 1231 cuando el Arzobispo de Toledo Don Rodrigo Jiménez de Rada conquistó Iruela, y sobre la alquería árabe que encontró construyó su particular alcazarejo con más murallas y torreones. El castillo fue además sede de los caballeros templarios.
Es buena idea perderse por los alrededores de la fortaleza antes de conquistar sus muros. Con suerte te cruzarás con una cabra montesa o un cervatillo despistado que se esconde entre las ruinas de la iglesia de Santo Domingo de Silos, junto al castillo. Esta iglesia, cuya remodelación más importante se produjo en el siglo XVI bajo las órdenes de Francisco de los Cobos, fue destruida por las tropas francesas en 1810, en plena Guerra de la Independencia. Todo como venganza por la poca hospitalidad que recibieron por parte de los vecinos de la Iruela.
Alberto Tíscar recibe a los visitantes que llegan al castillo. Le gusta contar historias del lugar: "la gente mayor del pueblo siempre ha tenido miedo a las brujas", comienza. "En Cuaresma se ponían los calcetines del revés como modo de protección. Mi abuelo me contó en una ocasión que, en una noche cerrada, vio cómo una bruja ascendía por las paredes verticales de la torre", explica este joven de 22 años, al que se le pone los pelos de punta de solo pensarlo.
María vive junto a su marido en la casa más cercana a la fortificación, donde tiene abierto un pequeño establecimiento que todos conocen como el 'Bar del Tito'. La anciana de 75 años recuerda cómo todas las mujeres del pueblo iban a tender la ropa frente al castillo, ya que el lavadero estaba muy cerca. "Yo no he visto brujas por aquí, pero cuando llegamos a esta casa sufrimos varios episodios paranormales y tuve que traer a una mujer para que limpiara la casa de malos espíritus", explica.
En la misma colina, convive con las ruinas un anfiteatro construido en los años 90 siguiendo los cánones arquitectónicos de la época romana, un escenario donde se celebra cada mes de julio el Festival de Flamenco Fusión y los espectáculos pirotécnicos en honor a la Virgen de los Desamparados, en agosto. Y un poco más abajo, descansa el cementerio del pueblo que funcionó hasta los años 50. "Es muy antiguo, tendrá tumbas de 1800", concluye Alberto.
La panorámica que se observa desde el castillo de Hornos sobre el embalse del Tranco deja sin habla. Se puede incluso divisar a lo lejos el diminuto barco solar que surca sus aguas. No es casualidad que su privilegiada ubicación hiciera que en el siglo XVI se convirtiera en un importante punto de vigía y comunicación entre otras fortalezas cercanas.
"Según las crónicas de 1500, aquí vivían 10 soldados, que ya eran muchos", cuenta Cielo Lara, una de las cuatro personas que se encarga de gestionar esta fortaleza junto a su marido Jesús y otro matrimonio, Gloria y Miguel. “Aunque el castillo de Segura de la Sierra y el de Hornos son de la misma orden santiaguista, sus usos fueron muy diferentes. El primero, de mayores dimensiones, fue el centro del poder económico, social y político de la época; el de Hornos se destinó a ser un importante punto de vigilancia por su situación", aclara Cielo.
Las mejores vistas sobre el pantano y sus alrededores se disfrutan desde la gran terraza del castillo, situada sobre un edificio acristalado que alberga la zona de talleres del Cosmolarium, un centro de divulgación astronómica que organiza de forma habitual observaciones astronómicas y solares.
"Estamos en un paraje natural con poca densidad de población, lo que hace que apenas haya contaminación lumínica y podamos adentrarnos fácilmente en los secretos del cielo", desvela esta jienense que recuerda que fue el divulgador científico Manuel Toharia, actual director de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, quien promovió la idea.
Con telescopio en mano, es posible contemplar planetas como Marte, estrellas como las Pléyades o constelaciones como la de Orién. Una exposición permanente desvela aún más misterios de nuestra galaxia, mientras que el Planetario, situado en un edificio anexo, ofrece cortos con películas full-done.
Como todas las atayalas de la zona, el de Hornos habla de asentamientos árabes y cristianos. La Torre del Homenaje, construida en el siglo XIII, se alza a nueve metros de altura y tiene la característica de que sus esquinas están redondeadas, algo muy común en las construcciones de la orden de Santiago. Entre las ruinas, es posible ver dos aljibes en el patio de armas y tres torreones que recuerdan el pasado almohade de la fortificación.
Subir al castillo de Segura de la Sierra requiere su esfuerzo. La carretera de montaña serpentea hasta la entrada del pueblo, después, toca dejar el coche y caminar los últimos 200 metros rodeando la gran fortaleza o subiendo los 88 peldaños que atajan el camino. "Estamos en el castillo más alto del Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas", cuenta Inmaculada Chinchilla, que junto a Paqui Fernández, se encarga de recibir a los visitantes. Ambas mujeres se han criado en esta localidad de apenas 2.000 habitantes que vio nacer en el siglo XV al poeta renacentista Jorge Manrique y que, desde 2018, forma parte de la Guía de los Pueblos más bonitos de España.
Como ya ocurrió con otras fortificaciones de la zona, la del Segura fue levantada por los árabes en el siglo IX, hasta que llegaron los cristianos en el siglo XIII y la conquistaron. La Orden de Santiago situó aquí el centro de la encomienda de Castilla. Merece la pena recorrer su muros de más de dos metros de grosor, visitar las tres plantas de su Torre del Homenaje y subir hasta sus almenas para descubrir unas vistas privilegiadas del parque natural.
"Allí tenemos el Yelmo, el pico más alto de la Sierra del Segura con 1809 metros de altura –el segundo del parque tras Las Banderillas– y donde se celebra el Festival Internacional del Aire (FIA)", desvela Paqui señalando con el dedo. Da igual por donde mires, el paisaje entre montañas y campos de olivos es cautivador.
Los baños árabes, el aljibe o la capilla son otros de los rincones que se pueden visitar en el castillo. Es en la capilla con ábside semicircular y estilo mudéjar donde Paqui recuerda algunos de los requisitos que se debían cumplir para ser nombrado caballero de la orden. "Poca gente sabe que para ser caballero había que lidiar un toro", dice entre risas. "Tampoco podían haber trabajado con las manos (ni sus parientes) y por supuesto no tener linaje musulmán", añade.
Cada mes de julio y agosto, el patio de armas se convierte en el escenario de las Noches del Castillo. Durante varios días, se organizan dentro de sus muros actividades como visitas teatralizadas, actuaciones de música antigua o funciones medievales. Un buen momento para recordar las leyendas en torno a la fortaleza, como aquella de "la gruta de Secácul, una pequeña cueva escondida en las faldas del castillo, en la que todo el que entraba sufría las propiedades afrodisiacas que transmitía esa planta oriental".
O la de la reina mora que, a pesar de decir sentirse 'segura' en su fortaleza, acabó lanzándose por la ventana de la torre que miraba a la Meca ante la llegada de los cristianos. "No olvidemos tampoco la leyenda de Martinica, un duende juguetón que revolvía por las noches todas las cosas de las casas del pueblo", revela Inmaculada, con cierto misterio.