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En los alrededores del centenario lago, se ha creado una cultura gastronómica y artesanal inabarcable. La huerta es, además de proveedora de alimentos, un motor identitario. Cerca de la Albufera, la vida y las costumbres han venido determinadas esta: la vela latina, la pesca, la caza y las plantaciones de arroz han sido el abanico de actividades que han conformado este ecosistema hasta el punto de ser indisociables al paisaje y de formar su idiosincrasia.
Uno de los componentes de este mosaico es un guiso, un plato que inevitablemente evoca unos orígenes vinculados a la tradición rural. Hablamos del All i pebre, quizá el único plato sin arroz que es capaz de hacerle la competencia a la paella. Un autóctono no puede imaginarse una escapada a la Albufera, sea a El Palmar o a Catarroja, sin pensar en devorar este guiso. Y es, en este segundo punto, allá donde nace, donde nos dirigimos a descubrirlo.
Catarroja, en uno de los extremos del interior del lago, nació como huerta y mar, como asentamiento de pescadores y agricultores y, en su tercer milenio de existencia, permanece aún este atractivo bucólico. Dentro de lo que siempre han llamado el poble –aunque tiene más de 20.000 habitantes– se guarda la tradición como si una madre velara por ella. Y de ese cuidado, del que participan todos sus vecinos, le viene el ser desde hace décadas la cuna del all i pebre. Tanto se volcaron que hasta tienen registrada la marca.
Literalmente, all i pebre significa "ajo y pimentón" y, aunque el nombre deja lugar a la imaginación, se prepara con anguila, un resbaladizo pescado azul que abunda en la Albufera y antaño lo hacía en las acequias de los regantes. Un plato que, sin demasiados misterios, es toda una delicia. En el municipio valenciano hay varios restaurantes especializados en la anguila que se concentran en el camino al puerto, motor de la economía local durante décadas.
'La Primitiva' es uno de los más antiguos de camino al embarcadero. Comenzó a funcionar a principios del siglo XX como tasca que abastecía a los trabajadores del puerto. Su historia es la de un matrimonio que, codo con codo, fue especializándose en la comida típica. Ella se llamaba Primitiva Cases y con ella empezó todo, convirtiéndose en una institución en el puerto. Su nieta, Mila, se hizo cargo del negocio, después de que lo hiciera su madre. Desde hace dos años, Sete Barranco regenta el restaurante y los fogones siguiendo las recetas tradicionales de la zona.
Según explica, la preparación es bien sencilla y requiere, sobre todo, de un poco de paciencia y de una cazuela de barro, al estilo tradicional, que no puede faltar. "Yo aprendí a base de mucho trabajo en la cocina", confiesa orgullosa. Para empezar, hay que poner el aceite a calentar y freír los ajos y la guindilla. A continuación, se añade el pimentón y, de inmediato, un poco de agua –así evitamos que se pegue–. Después, se ponen las patatas –rasgadas, nos recuerda, para que suelten el almidón– y se deja todo hasta que empiece a hervir. Una vez se ve el hervor, se saltean las anguilas (limpias y troceadas) y se añade un poco de agua fría hasta cubrir los ingredientes.
"El truco es hacerlo con mucha paciencia. Es un pescado que se deshace con facilidad. Hay que ponerlo casi al final, cuando la patata está a mitad de cocción", indica la cocinera. Todo listo, se deja hervir durante unos 20 minutos para que el caldo quede cuajado. El resultado es un plato que se puede comer tanto caliente como frío, de un sabor caracterizado por la untuosidad y suavidad del pescado, en el que las notas dulces e intensas las pone el pimentón.
En realidad, la mayor dificultad de realizar el all i pebre es encontrar las anguilas. No es un pescado de consumo diario –pese a la popularidad del pescado azul– y no se vende en los mercados, salvo honrosas excepciones. Antaño, la anguila era un pescado muy barato y se ha ido encareciendo con los años. Pero en la cuna del all i pebre no tienen problemas para encontrarlo.
'El Galet' se convirtió en todo un referente en las proximidades de la Albufera gracias a Leonor Guillén. Hija y nieta de anguileros con toda una vida consagrada al pescado, arrastra a los vecinos hacia su pequeño local a las afueras del pueblo. La historia de 'El Galet' comienza con sus antepasados en el pequeño mar valenciano –literalmente, Albufera en árabe significa "pequeño marecito"–. Allá por el siglo XVIII, ellos pescaban saliendo del puerto y ellas se encargaban de vender las capturas. Según nos cuentan sus hijos, vendían en Catarroja, en la plaza de la Virgen de Valencia y en el Mercado Central y, poco a poco, fueron haciéndose cargo de las capturas de otros pescadores. Hoy son Leonardo y Antonio Puertes quienes dirigen el negocio, sin perder de vista sus orígenes, abriendo a diario y recibiendo a sus clientes.
En la pequeña piscifactoría comercian con las anguilas vivas, sinuosas y resbaladizas a las que, en lo que cuesta pestañear, cortan en pequeños trozos para llevarlas directas al cazo. Una vez al año (y desde hace medio siglo), las calles de Catarroja se llenan de ellas –dentro del puchero, claro–. Cuando se anuncia el final del verano, el consistorio del municipio aporta los ingredientes y los vecinos se vuelven expertos cocineros en las inmediaciones de puerto para pelear por el premio al mejor manjar. Una cita imprescindible en la comarca, donde los allegados acuden para ver quién se alzará con el mejor all i pebre. Este pescado azul, que en la zona es típico de la Semana Santa, se puede cocinar también al horno, frito, en adobo, en arroz, en una espardenyà, en tostas con alioli o, incluso, estofado con chocolate. Siempre acompañado con un buen pan de pueblo para que no quede ni rastro en el plato.
Pero los encantos del municipio no acaban en sus cocinas. Su cercanía a la capital del Turia –apenas 10 kilómetros– y sus zonas verdes lo convierten en una agradable excursión para pasar un día al aire libre. Un paseo por el puerto, asistir a las regatas de la vela latina y la barqueta a pecha (dos deportes autóctonos) desde Semana Santa hasta el final del verano, o conocer el Tancat de la Pipa, un centro de recuperación del ecosistema, justifican la visita.
Los amantes de la naturaleza no se perdonarían perderse la oportunidad de profundizar en la reserva, dentro del Parque Natural, en la que gracias a un proceso de restauración ecológica, se han recreado los principales ambientes de agua dulce propios del humedal, con lo que es posible conocer el aspecto de la Albufera décadas atrás. Un tancat –"cerrado", en valenciano– es una pequeña parcela de tierra que se ha ido asentando sobre la laguna y se consigue con pequeñas elevaciones sobre el terreno para evitar la inundación permanente. Este proyecto natural creció en 2009 al calor de una iniciativa medioambiental y ha desarrollado un proyecto piloto de recuperación de la calidad del agua y la biodiversidad.
Sobre cuarenta hectáreas de estos campos se han recreado los principales ambientes de agua dulce propios del humedal, así podemos ver cómo era el lago valenciano antes del proceso de contaminación y degradación de décadas anteriores; un déjà vu con filtro verde. En estos grandes arrozales se encuentra el centro de interpretación y motor, que explica todo lo anterior de forma comprensible y adaptado a todos los públicos para reconciliarnos con el medio ambiente.
Si hay algo que se ha conservado bien en la Huerta de Valencia –nombre que reciben las comarcas centrales– son sus topónimos. Catarroja, a orillas de la Albufera, nació como un accidente. Debido a los depósitos aluviales procedentes de un barranco que desemboca en la Albufera, se formó una pequeña punta que es el origen del nombre. 'Cata' –de capta, del latín capita– que significa "punta" y "roja" –del románico roia y rubea– por el color de las aguas turbias al recibir las lluvias.
Con el paso del tiempo, la punta fue convirtiéndose en un asentamiento de pescadores y agricultores, aprovechando las tierras fértiles y la cercanía de las aguas. No en vano, el pequeño mar y la huerta han sido fuente de alimento, de historias, tradiciones e identidad para las poblaciones que, a día de hoy, conservan intactas.