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Toca prepararse bien gemelos y glúteos, que vamos a subir cuestas. El entramado medieval del casco histórico de Arnedo, con sus calles empinadas, sus murales en las medianeras y sus antiguos cachimanes, donde se probaba el vino de la casa antes de comprarlo a granel, nos van conduciendo a lo alto de uno de los cerros que rodean este municipio riojano, muy conocido por su industria del calzado.
"A los arnedanos nos llamaban trogloditas. Pero lejos de ser una ofensa, hay que reconocer que algo de razón tenían, porque durante muchos siglos hemos vivido dentro de cuevas", cuenta entre sonrisas Laura Moreno, guía turística de la ciudad. Se piensa que esta tradición de excavar en los terrenos areniscos del valle medio del Cidacos y construir refugios bajo la montaña se remonta a la época de los romanos, cuando huían de los pueblos bárbaros.
El paso de los siglos fue asentando esta forma de vida, donde las cuevas tenían diferentes usos, desde viviendas a establos, bodegas, colmenas o para fines religiosos, como la famosa Cueva de los 100 Pilares, ubicada en lo que se cree que es el antiguo Monasterio Rupestre de San Miguel. El camino nos conduce hasta el cerro que lleva el nombre del mismo santo que el monasterio. Desde allí arriba se divisan sus hermanos, que encierran Arnedo: Santiago, Santa Marina, San Fruchos -con su polígono del calzado- y el del Castillo, donde se erigen las ruinas de la alcazaba que en su día fue hogar de una de las familias musulmanas más relevantes de todo el Valle del Ebro durante los siglos IX y X.
"No sabemos a ciencia cierta cuándo se construyó el Monasterio Rupestre, pero sí que se conserva un testamento, datado en el 1063, en el que Sancho Fortuniones, señor de Arnedo, lega este monasterio de San Miguel al de San Prudencio de Monte Laturce, en Clavijo", explica Moreno. El entramado de pasillos, con su juego de luces y sombras, los columbarios excavados en los pilares alineados por todo el recinto y los posibles usos e historias que a lo largo de los siglos ha registrado este espacio dan un halo misterioso a la Cueva de los 100 Pilares.
Las distintas galerías, con su característico tono rojizo arcilloso, se comunican entre sí, incluso a doble altura -"por aquello de convertirlo en un refugio inexpugnable para los invasores"-. Hay varias oquedades, puertas y ventanas que permiten la entrada de luz al recinto religioso, entre ellas la representativa cerradura, a través de la cuál se observa parte del casco antiguo de Arnedo. "Antiguamente, antes de derruirse la unión superior, se distinguían el óculo de la iglesia (el rosetón) y una de las tres puertas con la que contaba el monasterio, que daba a lo que hoy es la calle Carrera, y por la que hasta no hace muchos años seguían accediendo los arnedanos".
Algunos historiadores apuntan a que este monasterio albergó a eremitas, religiosos que buscaban a Dios alejándose del mundo. Se han encontrado partidas de defunción de monjes y monjas, por lo que se trató de un monasterio dual. "Hay que tener en cuenta que todo el Valle del río Cidacos -que desemboca en el Ebro- es un entorno muy monacal: el Monasterio de Nuestra Señora de Vico, en el propio Arnedo; el de San Prudencio, hoy en ruinas; los de Suso y Yuso, en San Millán de la Cogolla, cuna del castellano y del euskera; el de Santo Domingo de la Calzada; o la Cueva del Ajedrezado, en la vecina Arnedillo, muy similar a la de los Cien Pilares".
Una de las peculiaridades de este conjunto eremítico son los columbarios labrados en los pilares, "que seguramente servían para enterrar los huesos de los religiosos fallecidos". En épocas posteriores se utilizó como botica y palomar, usos que se recrean ahora para el visitante en algunos rincones del recorrido. Éste termina (desde 2016, que es cuando se acabó el acondicionamiento de todo el espacio) en el antiguo depósito de agua del pueblo, construido en 1942 por 100.000 pesetas de la época, y hoy completamente vacío. Y del agua al vino, pues los visitantes pueden degustar en un cachimán, gestionado por la Bodega Vico, de unos rioja acompañados de embutidos y quesos.
Además del uso religioso, las cuevas excavadas en los cerros y barrancos de Arnedo también han sido habitadas a lo largo de los siglos, quizá desde la época romana. Se sabe, por los datos censales, que en la década de los años veinte del siglo pasado, unas 200 familias vivían en casa-cuevas. "Por aquel entonces, la localidad contaba con unos 6.000 habitantes, y hablamos de casi 2.000 viviendo en estas grutas construidas a pico y pala", comenta Moreno. Las habitaron oficialmente hasta finales de los años cincuenta, pero la decisión administrativa de desocuparlas no se materializó del todo, "pues muchos arnedanos esquivaron las restricciones construyendo una fachada delante de la cueva, al estilo de vivienda común, pero el interior seguía siendo una cueva".
Hoy se puede visitar algunos ejemplos, con sus paredes encaladas -"dos veces al año, para sanear y dar mayor luminosidad"-, sus pequeñas alcobas de mobiliario sencillo, cocina de hornillo de carbón y pila para el aseo distribuidas a ambos lados del caño (pasillo) central. Al fondo, el espacio para el establo de los animales, la despensa -donde no podían faltar las damajuanas para el vino-, la cavidad para guardar las herramientas de labranza o para confeccionar artesanalmente las alpargatas, origen de la industria del calzado tan famosa en Arnedo.
Como no disponían de luz y agua corriente, "pero sí de una temperatura constante de unos 15 grados, que les resguardaba del frío en invierno y del intenso calor del verano", los más jóvenes de la casa aprovechaban sus viajes al pueblo para recoger agua de las fuentes y relacionarse con las mozas y cuadrar algún baile pendiente en las próximas fiestas. ¡Que no todos eran ascetas!